Capítulo 1
Tres meses más tarde
¿Que si el infierno en la tierra existía? Sí, ¡claro que lo hacía! Y terminé en él, desde el primer momento en que comencé a trabajar para el maldito de Caín Sloan.
Aquel apuesto hombre de treinta años era la persona más arrogante, obstinada y soberbia que alguna vez pude haber conocido. Cruel, grosero, perfeccionista al extremo, y no perdonaba nada.
¡Karma!
Gritaba mi cabeza, haciéndome sentir que lo merecía por haberme aprovechado de la desgracia de aquella pobre mujer que fue despedida frente a mí. ¿Pero qué más habría podido hacer? ¡Necesitaba el trabajo!
De haberme encontrado en otra situación, seguramente habría renunciado, pero no podía, ya que estaba ganando tres veces más de lo que recibía una secretaria común. Literalmente me pagaban por soportarlo.
—Buenos días, señor Sloan. —fingí mi mejor sonrisa y me puse de pie al verlo salir del elevador.
—Trae mi café. —ordenó, pasando de lejos para dirigirse hacia su oficina.
¡Maldito! ¿Tan difícil era responder un "buenos días"?
Rodé los ojos, mientras salía de mi cubículo para ir hacia el elevador.
Café negro, como su alma.
—¡Jade! —me habló María, la mujer de recursos humanos que me contrató. —. ¿Cómo estás?
—Bien —sonreí. —. Voy por café.
—Ven, siéntate, ya envié a alguien a traerlo por ti. También te pedí uno, expreso doble con azúcar.
Mi sonrisa se ensanchó, mientras me dirigía hacia su oficina a comer algunas de las galletas que ella siempre mantenía en el lugar. María solía ayudarme mucho, haciendo todo lo posible para que no tuviera que renunciar, o ser despedida. Ella alardeaba de haber contratado a la única secretaria que no salía huyendo en la primera semana, ante el carácter de Caín Sloan.
—Nunca saluda, a nadie —me comentó. —. No esperes ningún trato afectivo de él, es tan frío como un témpano de hielo.
—Ya me he dado cuenta de eso en estos meses. —respondí, suspirando.
Y no bromeaba, él nunca me dirigía la palabra, a menos que fuese para ordenar o exigir cosas: trae esto, has esto, llama a éste, ve por esto. Y lo peor, era que la palabra "gracias" no existía en su vocabulario. ¡Cielos, era realmente frustrante!
—Pero lo estás haciendo muy bien, no ha habido ninguna queja. —me dijo ella, luciendo muy orgullosa.
El joven pasante apareció con los cafés, por lo que me apresuré a terminar de comer la galleta que llevaba en mis manos, y luego me coloqué otra entre los dientes para tomarlo y marcharme con prisa, después de agradecerles con un gesto.
Llegué hasta el piso indicado y dejé mi café sobre el escritorio, y sobre la tapa mi galleta, para luego dirigirme hacia la oficina del jefe.
Estaba de menos mencionar lo sofisticado y enorme que era su espacio. Aquel lugar con paredes de cristal tenía casi la extensión que mi apartamento entero. En su interior había muebles de cuero color negro, estantes y una mesa de centro que también eran de cristal. Lo único que había de madera, era su escritorio, y según me comentó María, fue debido a que lo sustituyeron luego de que en un arranque de ira quebrara el anterior.
Vaya cosas que ocurrían en aquella empresa.
—Aquí está su café, señor Sloan. —dije, adentrándome en aquel espacio.
Él estaba concentrado en la pantalla de su laptop, mantenía el ceño fruncido y la mandíbula presionada. Era su expresión de siempre, así que nunca sabía cuándo venía de buen humor.
En los meses que llevaba ahí, no lo había visto sonreír ni una sola vez, ni siquiera una pequeña mueca que tirara a una sonrisa. Sus expresiones iban de amargado a enojado.
—¿Y qué hace aún en tus manos? Déjalo en el borde. —me ordenó, y por cuestión de segundos posó sus vivaces ojos azul grisáceos en mí, para verme con irritación, antes de volver a concentrarse en su pantalla.
«Idiota»
Tragué saliva, en lo que avanzaba hacia su escritorio para dejar el café como me ordenó, y al acercarme, no pude evitar sentirme embelesada por el delicioso y embriagador aroma que emanaba de él. Tan varonil, pero suave al olfato.
—¿Por qué tardas tanto en marcharte? —su voz me sacó de mi ensimismamiento, y abrí los ojos de par en par, un tanto avergonzada, al darme cuenta que me había quedado inhalando su aroma.
—Lo siento, ahora me voy —dije, presionando los labios, mientras me apresuraba a salir, casi tropezando con mis zapatos altos.
Maldición, qué torpe fui.
Volví con prisa hacia mi escritorio y me dejé caer en aquella silla, suspirando hondo. Tomé mi galleta y le di un mordisco en lo que leía un mensaje entrante de mi compañera de apartamento, que preguntaba sobre lo que cenaríamos esa noche; le respondí que una pizza me parecía genial, tomé mi café y le di un sorbo.
Ni bien aquel amargo sabor inundó mi boca, me apresuré a escupir el líquido, haciendo un fuerte ruido. Tosí un par de veces y vi aquel envase térmico, sintiendo como un escalofrío recorría mi cuerpo al divisar en la etiqueta blanca el nombre de Sloan.
—¡Dios mío! —exclamé, poniéndome de pie. —. No, no, ¡no!
Vi en dirección a la oficina, sin saber qué hacer. Literalmente comencé a temblar de miedo, con solo pensar en volver a aquella oficina y decirle que me había equivocado de café.
Ya podía escucharlo en mi cabeza preguntando; "¡¿Qué mierda es esto?!", con aquella voz tan gruesa y áspera, para luego proceder a ponerme de patitas en la calle.
Karma, definitivamente Karma.
Me dije a mí misma que debía calmarme y suspirar hondo, después de todo, si aún no me gritaba, era porque todavía no probaba aquel café, y quizás aún tenía una oportunidad.
¿Pero oportunidad de qué?
Comencé a rezar por alguna salvación, algo que me ayudara a salir librada de aquella terrible odisea. Incluso sentí deseos de llamar a María y pedirle que lo distrajera mientras me colaba en su oficina para cambiar los vasos.
Un plan sin sentido, claro.
Pero entonces, como si mi oración hubiese sido escuchada, las puertas del elevador se abrieron, dándole paso a una esbelta y elegante mujer mayor... la mismísima señora Sloan.
Dado al carácter de mierda que tenía Caín, cualquiera hubiese creído que era el tipo de hombre que no sentía aprecio por nada en el mundo. Pero no, no era así, porque sí existía alguien capaz de ablandar aquel corazón de piedra, y esa era su madre.
La señora Waleska Sloan visitaba la empresa una vez a la semana, y durante su estadía todo era más apacible en aquel lugar, y los empleados teníamos la posibilidad de respirar, aunque por unas cuantas horas. En ocasiones deseábamos poder atarla a una silla y obligarla a quedarse, porque era la única capaz de controlar a la bestia que tenía por hijo.
—Buenos días, cielo —saludó, apoyándose en el borde de mi cubículo. —. ¿Él está ahí?
—S-Sí. —respondí, asintiendo con frenesí y conteniéndome para no pedirle que entrara en aquella oficina de una vez, antes de que él probara el café.
Me regaló una cálida sonrisa, y se dirigió hacia la oficina. Dejándome pensando en cómo una mujer tan dulce y adorable había tenido un hijo malhumorado y detestable.
Esperé pacientemente a que terminaran de hablar, manteniendo mis manos juntas en forma de ruego, rezando porque Caín no hubiese probado aquel café. Y entre más tiempo pasaba, no sabía cómo debía sentirme al respecto, ¿debía estar aliviada o seguir angustiada? No tenía idea.
Finalmente, la puerta se abrió, y aquella bella mujer salió de la oficina, seguida por Caín. Mi cuerpo se estremeció, y el corazón se me detuvo por cuestión de segundos al ver que traía el vaso con café en la mano.
La expresión en su rostro era de evidente molestia, y no lo ocultaba, ni aun cuando su madre se giró para verlo, le acarició la mejilla y luego le dio un tierno beso de despedida.
Estaba en problemas.
Me preparé mentalmente para cualquier cosa, y de alguna manera, también ensayé en mi cabeza lo que le respondería, porque si iba a ser despedida, mínimo le diría todo lo que pensaba de él, lo insultaría hasta más no poder, y me marcharía de ahí con la cabeza en alto.
—Consígueme otro café ahora mismo, que este se enfrió. —ordenó, yendo hacia un basurero para lanzar el vaso, y luego volverse hacia su oficina.
Observé la puerta cerrarse, y quedé anonadada.
¿Qué rayos había pasado?
Quizás él no lo había probado, o fue la magia de Waleska Sloan, no tenía ni idea. Lo único que sí sabía, era que había sobrevivido a otro día más en aquel infierno, y a pesar de todo, estaba muy agradecida.
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