trente-trois.

୨♡୧

┎───── ୨♡୧─────┒

CAPÍTULO NARRADO III

EL TIEMPO VUELA

┖───── ୨♡୧─────┚

El segundo día fue la mar de tranquilo. Pese a que había ido a la Madriguera para estar con George, pasó la mayor parte de ese día conociendo a los miembros de su familia. Sobre todo a Arthur y Molly ya que eran los dos únicos a los que no había conocido con anterioridad, sin contar con los hijos mayores; a los cuales tampoco había conocido en su visita porque no se encontraban en la casa en ese tiempo. 

Molly era realmente amable con ella en todo momento. Casi de inmediato empezó a tratarla como si ya fuese parte de la familia, como si fuese una hija más para ella. Por supuesto, eso no pudo hacer más que feliz a la rubia. Se sentía a gusto con aquella mujer. Era una buena consejera, la escuchaba atentamente y trataba de apoyarla al máximo con sus planes futuros. Para Cléa, aquello era de agradecer teniendo en cuenta que siempre se había sentido presionada por su madre para hacer lo que ella quería que hiciese y no lo que Cléa realmente deseaba. El poco apoyo emocional y las constantes peleas habían ocasionado que se marchase de casa y que desde entonces solo estuviera en contacto con su padre. Molly le había asegurado que su madre cambiaría y que cuando viese el gran trabajo que estaba haciendo con la revista, se arrepentiría de haberle intentado cortar las alas. Cléa aprovechó eso para decirle que, entonces, ni Arthur ni ella deberían cortarle las alas a Fred y George para abrir la tienda de bromas que llevaban años planeando montar. A la mujer no le quedó más remedio que tragarse sus palabras y decir que esperaría a ver cómo les iba a los gemelos con el negocio.

Arthur era un hombre maravilloso y divertido. Cléa no dejaba de reírse a cada dos por tres con él, podía entender de donde habían sacado los gemelos su humor, aunque el señor Weasley no era ni de lejos tan travieso o problemático como lo eran ellos dos. 

Pese a que cuando su mujer delante no insistía tanto, en cuanto Cléa y él se quedaban solos, volvía a preguntarle si de verdad no estaba manteniendo una relación con George. El hombre seguía insistiendo que era extraño lo cariñosos que eran para ser simplemente amigos o para que se hubiesen echado tanta falta durante aquel año. Sin embargo, Cléa siempre le contestaba lo mismo, que por el momento sólo eran amigos. Y Arthur parecía bastante emocionado con la posibilidad de que algún día su hijo y la francesa dejarían de ser amigos y se volverían una pareja. No había duda, la quería en la familia. Cléa le agradaba. Incluso cuando solo había oído hablar de ella por parte de sus hijos, ya sentía que le tenía cariño a la chica que se mantenía en constante contacto con su hijo George y era tan importante para él.

Dejando eso de lado, Cléa se había percatado de algunas de las cicatrices que Arthur todavía tenía en las partes visibles de su cuerpo, sobre todo en su cara. Pensaba que debía haber sido una experiencia terriblemente dolorosa para él y había comprendido porque George se había manifestado tan preocupado por la salud de su padre en aquella carta. SI ella hubiese estado allí, incluso sin tener lazos sanguíneos, habría estado igual de preocupada o más. Se lo había dicho a George en sus cartas, que no quería que le pasase nada a su familia, pues de la misma manera que Arthur se había encariñado de Cléa sin conocerla, Cléa se había encariñado de cada miembro de aquella peculiar familia –salvo de Percy–.

—¿Realmente está bien que estés aquí y no en París encargándote de la revista? —le preguntó la señora Weasley a media tarde de aquel día.

—Dejé todo preparado para la siguiente edición cuando me marché, así que no debería haber problema alguno —contestó de inmediato—. En realidad, hoy debería estar llegando un ejemplar por lechuza aquí. Le dije a uno de mis empleados que me lo enviara para asegurarme de que todo se ha editado y maquetado correctamente.

—¡Oh, qué chica más responsable! —exclamó la mujer.

—Bueno, soy la dueña de la revista y la editora jefe, tengo que asegurarme de que todo marche a la perfección si no quiero perder mi negocio cuando recién lo he montado.

—Seguro que eso no pasara.

—Claro que no —corroboró su marido—. Cuando George nos enseñó la primera edición quedamos encantados, aunque ni siquiera entendíamos nada al estar en francés.

—Papá llegó hasta quitarle la revista a George y se la llevó al Ministerio para presumir de que la «amiga» de su hijo había fundado una revista a pesar de ser increíblemente joven —contó Fred haciendo las comillas con los dedos.

—¿En serio hizo eso? —Cléa miró al pelirrojo con los ojos bien abiertos y tras verle asentir, todavía no se le creyó del todo.

—¡Es que es un gran logro! —replicó Arthur con un mohín—. ¿Qué bruja de menos de veinte años funda un negocio como ese y tiene tanto éxito al instante? ¡Ninguna! —dijo con dramatismo—. Y si sus padres no iban a presumir de ello, al menos sus suegros tenían que hacerlo.

—¡Arthur! —le reclamó su mujer. El hombre no se había dado cuenta de que había usado la palabra «suegros» debido a la emoción.

Igual que el día anterior, cuando el señor Weasley formuló la pregunta de si eran novios, los gemelos y Cléa se quedaron atónitos. Aunque ella ya había comenzado a acostumbrarse, un ligero rubor apareció en sus mejillas de la vergüenza, pero también un poco de felicidad. No era tan malo que Arthur la considerase su nuera.

—¿Qué pasa? ¡Algún día será parte de esta familia! —replicó el hombre.

—¡Eso todavía no lo sabemos!

—¡George sería estúpido si la deja escapar! ¿Dónde va a encontrar una mujer tan guapa, inteligente y con tanto talento y valentía?

—Pues en ningún lado, pero esa no es la cuestión.

Mientras que los dos adultos tenían aquella curiosa discusión, los tres amigos terminaron por reírse a carcajadas al no ser capaces de intervenir.

—Bien, papá, ya has dejado bastante claro que te gusta Cléa —dijo Fred entre risas.

Cléa había tenido suerte. Ya era aceptada por la familia cuando todavía ni salía con George. Esperaba que esa opinión no cambiase con el tiempo, hasta que finalmente la relación se formalizase... si es que llegaba a suceder.


El tercer día, sin duda, fue un día para que los jóvenes disfrutasen y se divirtiesen. Se pasaron la mayor parte jugando al Quidditch en los terrenos de la casa con un campo improvisado. Cléa había tenido que tomar prestada la escoba de Charlie ya que ella no se había traído la suya.

Harry y Hermione habían llegado aquella noche para pasar sus respectivas vacaciones con la familia Weasley, quienes los invitaban cada año. Cléa se los había encontrado desayunando cuando se había despertado y se había llevado la sorpresa de su vida porque nadie le había avisado de que estarían allí, y ella en dos días ya se había acomodado como Pedro por su casa; es decir, no se maquillaba y usaba la ropa más simple y cómoda que tenía. A la familia no le había importado; sin embargo, a ella le había dado cierta vergüenza al principio. En realidad, a los Weasley les había gustado que ella se sintiese tan relajada como para actuar como lo haría en su propia casa. Ni siquiera a George le había importado; al contrario, le había parecido bastante tierno y le había gustado descubrir una nueva faceta de ella.

Sin embargo, ante la inesperada visita había terminado totalmente avergonzada por su aspecto. Hermione le había asegurado que ella también solía actuar así en la Madriguera, así que no tenía por qué avergonzarse, y eso realmente la había reconfortado.

Una nueva visita llegó cuando ya todos se disponían a ponerse a jugar al Quidditch. 

Cléa había salido corriendo a abrazarlo nada más verlo. El mejor amigo de los gemelos, Lee Jordan, había hecho acto de presencia. Al parecer días antes, Fred le había avisado de los planes de Cléa de darle una sorpresa a George con pasar unos días allí, por si le apetecía pasarse uno de esos días para verla. Después de todo, el moreno también había congeniado con la rubia durante aquel año en Hogwarts. En realidad, había sido un pequeño confidente para Cléa en ese tiempo, ya que había cosas que no podía contarle a los gemelos porque uno de ellos estaba involucrado en ellas.

Los equipos fueron elegidos por los gemelos. En el equipo de George estaban Cléa, Lee, Ginny y él. En el equipo de Fred estaban Harry, Hermione, Ron y él. Ron y Cléa ocuparon los puestos de guardianes en sus diferentes equipos y el resto jugaron como cazadores, ya que era imposible que Fred y George pudieran hacer de golpeadores o Harry de buscador en un partido improvisado en casa de los Weasley. No tenían Snitch ni Bludger, sólo tenían la Quaffle, las escobas y los aros donde meter la pelota.

De los cinco partidos que jugaron, el equipo de George ganó tres de ellos. Todos habían podido comprobar las buenas habilidades de Cléa como guardiana, pues no había dejado entrar casi ni un tiro del equipo contrario. Harry había lamentado que Cléa no hubiese estudiado en Hogwarts para haberla visto jugar en un partido de verdad. Lee había estado de acuerdo, ya que según él habría sido divertido comentar un partido en el que ella estuviera. Y Ron, totalmente impresionado, había comenzado a pedirle consejos para cuando se presentase a las pruebas de Quidditch para el puesto de guardián cuando iniciase el nuevo curso.

A la noche, los cuatro amigos se encerraron en la habitación de los gemelos para hablar. Lee le había pedido permiso a la señora Weasley para poder quedarse a dormir y la mujer había aceptado encantada al ver la energía y felicidad que todos desprendían al estar juntos. 

Hablaron de una y mil tonterías entre risas y recordaron algunos momentos que habían vivido el año del Torneo de los Tres Magos. Lee se había atrevido a preguntar que había pasado con el chico de Hufflepuff que había llevado a Cléa al baile y para sorpresa de los tres muchachos, ella había revelado que aún se mantenía en contacto con él de vez cuando; algo que obviamente no le hizo ni pizca de gracia a George.

Otro de los temas de conversación que surgió fue lo que había sucedido en el último curso de los tres chicos y por fin los gemelos le contaron la gran broma que le había gastado a la cara de sapo como venganza por todo lo que había hecho en el castillo. Cléa no fue capaz de parar de reír mientras lo contaban, en ningún momento. Le habría encantado estar allí para verlo.

Extrañamente, los gemelos fueron los primeros en quedar dormidos aquella noche sobre los cojines y mantas que habían esparcido por el suelo, aunque la cabeza de George descansaba sobre el regazo de Cléa mientras ella le acariciaba el cabello.

—Qué extraño —murmuró Lee al verlos dormir.

—Deben estar cansados por tanto Quidditch —dijo la rubia por lo bajo.

Hubo unos minutos de silencio donde Cléa y Lee se plantearon que debían hacer, si dormir también o hablar entre ellos; finalmente, el moreno decidió hablar.

—¿Cómo te va con George?

—Me va bien —contestó Cléa sin entender muy a qué venía esa pregunta.

—Oh, vamos, Cléa, sabes perfectamente a que me refiero —protestó el chico rodando los ojos—. Te recuerdo que, por alguna razón, acabé siendo tu confidente ese año cuando no sabías a quien hablarle sobre George —la chica hizo una mueca, pero asintió, recordando que había sido así—. ¿Cuándo vais a empezar a salir?

—Creo... que todavía no es el momento —su mirada bajó hasta encontrarse con el rostro dormido de George—. Vivo en Francia, Lee, tener una relación ahora sería muy complicado.

—¿Es por la distancia? —cuestionó el otro sorprendido.

—No es solo por eso —se apresuró a decir—. Hay muchas cosas que tengo que hacer en mi vida antes de embarcarme en una relación duradera —dejó escapar un suspiro—. Tengo que asegurarme de que «C'est la vie» se mantenga estable, sobre todo durante el primer año, para asegurarme de que todo el esfuerzo que estoy poniendo no se vaya a pique —comenzó a explicar—. Tengo que buscarme otro lugar donde vivir porque no me puedo pasar la vida en el apartamento de Flora y tengo... quiero —se corrigió después de haber dudado unos segundos—, arreglar la situación con mi madre. Después de ver como es la familia de George, me gustaría tener una relación así con la mía.

Se pasó una mano por el pelo, tirando suavemente de algunos mechones, mientras se mordía el labio inferior con fuerza, en un gesto que desbordaba ansiedad. Lee se arrastró por el suelo hasta posicionarse a su lado y acariciar su espalda en un intento de confortarla.

—No quiero seguir eternamente peleada con ella. Es mi madre y la quiero después de todo —sintió un nudo en la garganta al notar que alguna lágrima quería salir—. Quiero que ella forme parte de mi vida y quiero presentarle un día a George cuando estemos juntos.

—Sí, supongo que arreglar las cosas con tu madre y el negocio son la mayor prioridad ahora... —susurró el moreno. Ahora entendía porque ella no quería establecer una relación con George por el momento, a pesar de los sentimientos que tenía hacia él. 

Tratando de hacer los menos movimientos bruscos posibles para no despertar a George sobre el regazo de Cléa, los dos amigos se abrazaron. Sin embargo, el pelirrojo ya estaba despierto. Se había despertado cuando había dejado de sentir las caricias sobre su cabello, pero había permanecido en silencio para que evitar que se dieran cuenta y así poder escucharlos.

—No es que George no sea una prioridad, claro que lo es —dijo la chica al cabo de unos minutos—, pero hay otras cosas en las que debo centrarme por el momento.

—Sí, está bien, lo entiendo y estoy seguro de que George te esperará el tiempo que haga falta —aseguró el chico—. Porquesi estamos hablando de esto, es porque sabes claramente lo que George siente por ti, ¿no?

—¿Cómo no voy a saberlo? —inquirió alzando una ceja—. ¿Sabes lo poco sutil que es? Incluso por carta es totalmente directo y se le notan sus intenciones a la legua. Me cuesta la vida hacer como si nada para no morirme de la vergüenza o en su defecto, de amor.

Lee soltó una pequeña carcajada, pero rápidamente se calló por temor a despertar a los gemelos. No le sorprendía en absoluto que George fuese tan directo con la rubia. Sabía lo que él sentía por ella desde el año anterior y también sabía que ese sentimiento solo había ido creciendo durante el tiempo que no habían podido verse.

—Es porque es un idiota enamorado.


El cuarto y último día, después de que Lee se marchase a la hora de la comida, Cléa y George por fin tuvieron tiempo para estar juntos y a solas. Tras terminar de comer, ambos cogieron sus cosas y se marcharon de la Madriguera para ir a un lago que no estaba muy lejos de allí. Pasaron una hora metidos en el agua, jugando y persiguiéndose para hacer aguadillas al otro. Eran como dos niños chicos que amaban molestar a su amigo. Se divertían así.

Fue cuando ya estaban fuera, secándose, que George tomó la cámara muggle que Cléa había traído y le sacó una fotografía mientras se hacía una coleta para sujetar su pelo mojado. La chica lo miró por encima de las gafas de sol que llevaba y le dedicó una sonrisa, entonces, George tomó otra foto. Y siguió haciéndolo durante diez minutos sin que Cléa protestase ni una vez. La rubia no se consideraba una belleza ni mucho menos, pero no le disgustaba que le hiciesen fotografías. En realidad, le gustaban, era una buena forma de enmarcar los momentos.

—Mi turno —anunció ella para que el pelirrojo le tendiese la cámara.

Nada más tenerla entre las manos, empezó a hacerle una foto tras otra a George, tal y como él había hecho con ella. Por alguna razón, acabó recostada sobre el cuerpo de él mientras tomaba fotos de su rostro. Ambos tuvieron que hacer el esfuerzo monumental para reducir sus nervios y la tensión que había ido surgiendo debido al hecho de que sus cuerpos, que solo eran cubiertos por los bañadores, estuvieran teniendo un contacto tan íntimo. Los corazones de ambos corrían como locos, pero ni él la apartó ni ella se separó. En realidad, Cléa acabó por sentarse sobre la parte baja del estómago del contrario y el pelirrojo aprovechó ese movimiento para incorporarse un poco, consiguiendo que sus rostros quedaran a una escasa distancia de no más de cinco centímetros, al igual que sus labios.

Lo segundos pasaron y lo único que hicieron fue mirarse a los ojos intensamente. George se perdió en aquellos ojos azules con graciosas motas grises y Cléa se perdió en aquellos ojos marrones que se le hacían similares al color del chocolate con leche. Una de las manos de George acabó sobre la cintura de Cléa, la cual comenzó a acariciar con suavidad, y ella dejó la cámara sobre la hierba para que no molestara.

George mentiría si dijese que no se moría de ganas de besarla en aquel mismo instante, pero sabía que era mejor que no lo hiciera. Había escuchado la conversación que Cléa y Lee habían mantenido por la noche y había averiguado que la chica no quería iniciar su relación todavía, pese a que ambos eran plenamente conscientes de que estaban enamorados y que su amor era correspondido. George había aceptado el deseo de Cléa sin decírselo. Incluso si él ya quería pedirle que fuera su novia, no lo haría hasta que ella solucionase todo lo que tenía que solucionar, sobre todo el tema con su madre que lo tenía un tanto preocupado.

Se acercó un poco más y bajó la cabeza hasta que sus labios entraron en contacto con su hombro. Recorrió aquel hombro y la zona de la clavícula minuciosamente, sin dejar ni un trozo de piel sin besar o acariciar con los labios. Se le hacía que el sabor de la rubia era dulce, tan dulce y embriagador que quería seguir probándolo por siempre. La mano que estaba sobre su cintura se deslizó lentamente hacia su espalda y empezó a dejar suaves caricias de formas abstractas por la zona, notando que todavía había algunas gotas de agua deslizándose por su piel.

Cuando se detuvo y alzó la cabeza, un tanto sorprendido de que la francesa no dijese ni mu, se la encontró roja como un tomate mientras se mordía el labio inferior en un intento de callar los sonidos que habían querido escapar durante aquel rato. Sus ojos, al igual que los de George, estaban un tanto dilatados debido a la innegable excitación que sentía.

—Perdón —dijo él con una media sonrisa.

—Idiota —sin siquiera pretenderlo, su voz sonó como un suave ronroneo que erizó todo el bello del cuerpo de George. 

Cléa se quitó de encima justo después, tomando de nuevo la cámara, y volvió a hacer fotografías, aunque esta vez al paisaje, dándole la espalda a George para intentar calmarse. Hecho que él agradeció bastante porque también necesitaba calmarse. Sus hormonas se habían disparado y sus deseos más lujuriosos no dejaban de asaltar su mente. Tenía que controlarse. No podía hacer nada de eso con ella. No por el momento.


Esa misma noche, cuando todos dormían, George se coló en la habitación que ocupaba Cléa, tratando de hacer el menor ruido posible. Se acercó hasta la cama, tras haber cerrado la puerta, y se sentó sobre el borde para después comenzar a darle golpecitos a la chica, que dormía plácidamente, sobre la mejilla con un dedo. 

—¿Hm? ¿George? —sus ojitos se entreabrieron, confundida por la presencia del chico en la habitación—. ¿Qué haces aquí?

—Te vas por la mañana y quería aprovechar el poco tiempo que me queda contigo —contestó mientras veía como ella se forzaba por mantener los ojos abiertos y él tuvo que contener la risa. 

—¿Y qué quieres hacer? Estoy tan cansada —bostezó.

—Nada, solo quiero estar contigo.

—¿Y si tu madre te pilla aquí? No le hará gracia.

—Correré el riesgo.

Cléa dudó unos segundos, pero acabó moviéndose por la pequeña cama y dejando el suficiente espacio para que él pudiera tumbarse. George sonrió, había entendido perfectamente que era lo que realmente quería hacer allí. Se recostó a su lado y la rubia no tardó en acomodar la cabeza sobre su pecho mientras él la rodeaba con los brazos.

—Buenas noches, Cléa —susurró y depositó un beso sobre su cabeza.

—Buenas noches, Georgie.

Y así pasaron la noche, las últimas horas que le quedaban juntos, abrazados y acurrucados el uno al otro mientras dormían. 

Aquellos cuatro días se habían sentido como poco para ambos y más después de todo un año sin verse. Se les había hecho corto, muy corto, pues el tiempo había pasado volando. Pero había sido mejor eso que nada. Además, pronto volverían a verse cuando George fuera a visitarla por su cumpleaños, así que no tendrían que esperar tanto, como la última vez, para verse de nuevo y volver a estar en los brazos del otro.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top