soixante-quatorze.
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CAPÍTULO NARRADO XII
LAMENTOS
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La guerra había comenzado y Hogwarts se asemejaba más a cada segundo que pasaba al infierno por la sangre derramada, los gritos de dolor y auxilio, el fuego que derruía las edificaciones, los cuerpos caídos por todas partes y el fuerte y repulsivo hedor a muerte.
Nadie vio venir lo desbastadores que serían el 2 y 3 de mayo de 1998.
Los mortífagos interrumpieron en Hogwarts con la ayuda de las Acromántulas, los Gigantes, los dementores y los funcionarios del Ministerio de Magia. Causaron grandes daños nada más comenzar y, aunque los profesores de Hogwarts y los miembros de la Orden del Fénix y del Ejército de Dumbledore habían tomado diversas precauciones y se enfrentaron a ellos con un arsenal de tácticas, incluyendo mandrágoras y plantas mágicas, armaduras encantadas y duelos con varita, las vidas se perdieron sin parar desde el mismo inicio de la batalla y las almas y corazones comenzaron a romperse.
En algún momento, Cléa, Fleur y Bill se toparon con el cuerpo caído de Colin Creevey, el cual pese a la orden de McGonagall de que los menores debían evacuar, se había escabullido y había participado activamente en la batalla hasta que fue asesinado. Las dos francesas ahogaron un pequeño grito; habían conocido al joven durante el Torneo de los tres magos, pues Colin se había acercado a todos los miembros de Beauxbatons, sobre todo a ellas dos, para tomarles diversas fotografías, ya que pensaba que eran muy bonitas.
En otro momento, Tonks apareció en la batalla, a pesar de que se suponía que debía estar cuidando de su hijo Teddy en casa de su madre Andrómeda. Sin embargo, su deber como auror y como miembro de la Orden del Fénix le había impedido quedarse quieta mientras su marido y muchas otras personas a las que quería luchaban. Lo último que Ginny, Harry, Hermione y Ron supieron de la metamorfomaga era que había salido corriendo en busca de Remus en cuanto Aberforth le había dicho que lo había visto peleando con el mortífago Antonin Dolohov. En el camino en su busca, su tía Bellatrix Lenstrange se le cruzó y acabó asesinándola sin ningún tipo de piedad, justo en el momento en el que en el otro lado del castillo, Lupin caía a manos de Dolohov. Siendo de esta forma Lupin el último de los Merodeadores en morir y a su vez, dejando a su recién nacido hijo huérfano de ambos padres.
Lo único bueno que sucedió en esa parte de la batalla fue que dos Horrocruxes fueron destruidos. La copa de Helga Hufflepuff por Hermione con un colmillo de basilisco, en la Cámara de los Secretos, donde Ron y ella acabaron besándose por primera vez. Mientras que la diadema de Rowena Ravenclaw fue destruida accidentalmente por Vincent Crabbe tras utilizar la maldición «Fiendfyre» que también acabó llevándose su vida al salirse de control.
Con la destrucción de esos dos Horrocruxes solo quedaban otros dos por destruir y de esa forma acabar con Voldemort. La fiel serpiente que siempre acompañaba a su señor y el mismísimo Harry Potter; aunque en ese momento él todavía desconocía que era uno de ellos.
El pasillo se llenó de gritos y berridos, y de los inconfundibles ruidos de un combate de duelistas. Harry echó un vistazo alrededor y sintió que el corazón se le paraba; acababa de descubrir que los mortífagos habían atravesado el castillo. Fred y Percy acababan de aparecer en escena, luchando contra sendas figuras con máscara y capucha.
Los dos hermanos se habían separado de sus respectivos grupos un rato antes. En algún momento, Percy se había encontrado solo y no había sido capaz de encontrar a Charlie por ningún lado, así que se había puesto a recorrer el castillo, peleando con cualquiera que se le cruzase, hasta que encontró a Fred peleando solo con diversos mortífagos. Su hermano menor se había visto obligado a separarse de su hermano gemelo y de su mejor amigo cuando el balcón en el que estaban casi había sido destruido por una explosión que no llegaron a saber de donde surgió.
Los tres amigos acudieron rápidamente en su ayuda; salían disparados chorros de luz en todas las direcciones, y el tipo que peleaba con Percy se retiró a toda prisa; le resbaló la capucha y los chicos vieron una protuberante frente y una negra melena con mechones plateados...
—¡Hola, señor ministro! —gritó Percy, y le lanzó un certero embrujo a Thicknesse, que soltó la varita mágica y se palpó la parte delantera de la túnica, al aparecer aquejado de fuertes dolores—. ¿Le he comentado que he dimitido?
—¡Bromeas, Perce! —gritó Fred al mismo tiempo que el Mortífago con quien peleaba se derrumbaba bajo el pecho de tres hechizos aturdidores. Thicknesse había caído al suelo y le salían púas por todo el cuerpo; era como si se estuviera transformando en una especie de erizo de mar—. ¡Sí, Perce, estás bromeando! Creo que es la primera vez que te oigo explicar chistes desde que...
En ese instante se produjo una fuerte explosión. Los cinco muchachos formaban un grupo junto a los dos mortífagos –uno aturdido y el otro transformado–, y en cuestión de una milésima de segundo, cuando ya creían tener contralado el peligro, fue como si el mundo entero se desgarra. Harry saltó por los aires, y lo único que atinó a hacer fue agarrar tan fuerte como pudo el delgado trozo de madera que era su única arma y protegerse la cabeza con ambos brazos. Oyó los gritos de sus compañeros, pero ni siquiera se planteó saber que les había pasado...
El mundo había quedado reducido a dolor y penumbra. Harry estaba medio enterrado en las ruinas de un pasillo que había sufrido un ataque brutal. Sintió un aire frío y comprendió que todo ese lado del castillo se había derrumbado; notaba una mejilla caliente y pegajosa, y dedujo que sangraba copiosamente. Entonces oyó un grito desgarrador que lo sacudió por dentro, un grito que expresaba una agonía que no podían causar ni las llamas ni las maldiciones, y se levantó tambaleante. Estaba más asustado que en ningún otro momento de ese día; más asustado, quizás, de lo que jamás había estado en su vida.
Hermione también intentaba ponerse en pie en medio de aquel estropicio, y había tres pelirrojos agrupados en el suelo, junto a los restos de la pared derrumbada. Harry cogió a Hermione de la mano y fueron a trompicones por encima de las piedras y trozos de madera.
—¡No! ¡No! —oyeron gritar—. ¡No! ¡Fred! ¡No!
Percy zarandeaba a su hermano, Ron estaba arrodillado a su lado, y los ojos de Fred miraban sin ver, todavía con el fantasma de su última risa grabado en el rostro.
De esa forma, por una simple explosión producida por algún despreciable mortífago, Fred Weasley falleció en medio de la batalla. Y mientras que su vida se perdía, un alma se rompía en otro lado del castillo de la forma más horrible y dolorosa. George sintió, mientras luchaba junto a Lee, como si perdiese algo extremadamente importante, sintió como su corazón parecía gritar de repente de la más pura agonía, y no entendió el porqué. Su mente no quiso ni divagar en lo que podría haber pasado, porque en ese momento tenía que concentrarse en que ni él ni su amigo perderían la vida en manos de aquellos mortífagos.
El Gran Comedor estaba lleno de cadáveres por todos lados. Neville y Oliver, entre otros, se estaban encargando de buscar a los caídos y llevarlos allí para darles el último adiós. Lo único que se oía eran los sollozos y gritos de las personas que habían perdido a un familiar, a un amigo o a su propia pareja.
Era una imagen extremadamente triste y desoladora.
George y Lee llegaron hasta allí tambaleándose, apoyándose el uno en el otro, con los rostros llenos de heridas y sangre pegada a sus ropas. Y ambos quedaron atónitos y destrozados en cuanto vieron el panorama, en cuanto se dieron cuenta de todas las vidas perdidas. Sin embargo, los ojos de George rápidamente se enfocaron en un grupo de pelirrojos que formaban un círculo; algunos estaban arrodillados en el suelo, como su madre. George entornó los ojos, preguntándose qué pasaba y entonces, se percató de los rostros tristes de su familia y de las lágrimas que caían sin parar por sus mejillas.
Entonces, a duras penas, lo comprendió, alguien preciado para todos ellos había fallecido. El miedo lo invadió, recorrió cada fibra de su ser y lo hizo temblar de pies a cabeza.
«No, no puede ser», pensó.
Observó detenidamente a todos los presentes: su padre, su madre, Charlie, Percy, Bill, Ron, Ginny y Fleur estaban allí. Pero no vio a Fred ni a Cléa por ningún lado y no era capaz de distinguir quien era la persona que estaba en el suelo, porque su madre lo cubría. Sintió como la garganta se le secaba y le costaba respirar.
Fred y Cléa.
Cléa y Fred.
Uno de los dos definitivamente había muerto.
Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos de solo pensar en que había perdido a uno de ellos, de solo pensar que había perdido o a su gemelo o a su novia. Ni siquiera sabría decir cual preferiría que siguiese vivo, porque los quería a los dos por igual, porque ambos eran demasiado importante para él, eran su luz y su mayor apoyo, eran parte de su ser y de su corazón. Nunca en la vida habría querido perder a ninguno de ellos y saber que ahora, sin duda, había perdido a uno, lo estaba desgarrando profundamente.
Lee, a su lado, también había comenzado a llorar. A diferencia de su amigo, él si había conseguido distinguir a la persona que estaba en el suelo y había sentido como una parte de él, como una parte de su alma, se esfumaba con su perdida. Miró a George de reojo y trató de decirle algo, cualquier cosa, pero nada brotó de su garganta. Porque tampoco había palabras que pudiera decir para consolarlo, para tranquilizarlo, ni nada que pudiera hacer.
Entonces, se lamentó. Lamentó porque deberían haber permanecido juntos. Lamentó porque no deberían haberse separado bajo ninguna circunstancia. Lamentó haber tomado esa decisión. Lamentó que uno de sus mejores amigos estuviese muerto y él siguiese vivo, sin haber hecho nada para evitarlo. Lamentó no poder hacer nada por su otro mejor amigo y gemelo de éste para aliviar su dolor. Lamentó no saber siquiera donde estaba su única y mejor amiga, no saber si siquiera seguía con vida o ella también se había ido. Lamentó sin parar.
—¡George! —escucharon que gritaba Charlie al verlos.
En ese mismo momento, el mencionado comenzó a dar pasos vacilantes hacia su familia, mientras que Charlie y Ron corrían hacia él, casi queriendo detenerlo. Pero antes de que pudieran alcanzarlo, George visualizó a la perfección al miembro caído.
Su mundo se paró y segundos después, comenzó a derrumbarse.
Fred, su Freddie, su Feorge, su gemelo, su otra mitad, su compañero de travesuras, era quien había muerto.
Las lágrimas se multiplicaron y un grito desgarrador salió de sus labios y resonó por la estancia, dañando el corazón de todos los presentes al sentir su agonía y dolor. George empujó a Charlie y Ron, corrió y se arrodilló en el suelo, al lado del cuerpo de su gemelo. Hizo caso omiso a su madre cuando lo llamó y simplemente, se abalanzó sobre Fred.
—¡Freddie! ¡Fred! ¡No! —gritó desesperado—. ¡Por favor, no!
Sacudió su cuerpo, lo llamó incontables veces y le pidió que despertase, que dejase de bromear y abriese los ojos de una vez, porque no era divertido. Sin embargo, sus palabras no llegaron a los oídos de Fred y sus ojos no se abrieron. En realidad, sus ojos nunca más volverían a abrirse, porque ya no estaba, porque se había ido, porque había muerto. Pero George quería seguir creyendo que aquello solo era una maldita broma. No podía ser cierto que su gemelo estuviese muerto. No podía creerse que lo hubiera dejado solo después de haber estado siempre juntos, después de haber planificado todo su futuro, después de que en todos sus recuerdos aparecía él a su lado. No podía ser. ¡Era imposible! ¡Totalmente imposible! Pero... sí era posible.
¿Cómo había sido capaz de dejarlo? ¿Cómo había sido tan egoísta? Se suponía que ellos permanecerían juntos hasta el final. Se suponía que ninguno se iría sin el otro. Se suponía que ambos iban a llegar hasta ser dos viejos que le contasen las travesuras que habían hecho en su juventud a sus nietos. Se suponía que iban a estar siempre juntos. ¡Siempre! Porque ellos eran la otra mitad del otro, eran un solo ser dividido en dos. Pero, ¿qué eran ahora? ¿Qué era ahora que Fred se había ido y George que se había quedado solo? ¿Un alma, un ser, que nunca volvería a estar completo?
Lee se había arrodillado a su lado y mientras lloraba, había empezado a palmear su espalda en un intento de darle algo de consuelo; obviamente, en vano.
Sus sollozos y gritos perduraron por cerca de quince minutos, sin descanso, mientras que en su cabeza recordaba todos y cada uno de los momentos que había vivido con Fred. Y por cada uno de ellos, su alma se rompió un poquito más. Esa alma que ya estaba rota, incompleta, porque Fred se había llevado la otra mitad con su muerte.
Inspiró hondo, secó sus lágrimas, sorbió sus mocos y recorrió los entristecidos y pálidos rostros de sus familiares. Sus labios se entreabrieron, queriendo preguntarles que le había pasado a Fred; sin embargo, no estaba seguro de querer saberlo, no sabía si sería capaz de soportarlo.
Entonces, cayó en la cuenta de nuevo.
Cléa tampoco estaba.
Sus ojos se dirigieron rápidamente hacia Bill.
—¿Dónde está Cléa? —preguntó en un quebrado hilo de voz—. ¿Dónde está Cléa, Bill? ¿¡Dónde está!? —exigió saber elevando la voz.
El mayor de los hermanos bajó la mirada y su esposa se aferró con más fuerza a su brazo, mientras las lágrimas caían por su bello rostro.
—Estábamos peleando contra unas acromántulas, me descuidé un momento y... ella ya no estaba —contestó Bill—. Te juro que solo aparté mis ojos de ella por un segundo.
—Lo repetiré una vez más porque parece que no me has entendido —masculló George, devorado por la rabia y el dolor—: ¿Dónde está Cléa?
El silencio reinó hasta que Bill se atrevió a contestar:
—No lo sé.
Los ojos de George se desorbitaron y el corazón se le estrujó. Entonces, tan rápido como una snitch, tanto que casi no dio tiempo a reaccionar a nadie, se levantó y estuvo a punto de abalanzarse sobre su hermano mayor. El único motivo por el cual no lo hizo fue porque Lee y Charlie consiguieron darse cuenta de sus intenciones y lo sujetaron.
—¡Dijiste que tú te encargarías de ella! ¡Dijiste que tú la cuidarías! ¡Qué no tenía que preocuparme porque no ibas a dejar que le pasara nada! —gritó George, desolado, destrozado, enfurecido, mientras forcejaba para escaparse del agarre—. ¡Tú lo dijiste!
—Lo siento, George —susurró Bill, arrepentido de no haber sido capaz de cumplir su palabra, de no saber siquiera si la novia de su hermano estaba bien.
—¿¡Lo sientes!? ¿¡Crees que una disculpa es suficiente!? —volvió a gritar—. ¿¡Cómo te sentirías tú si alguien te dijese que va a encargarse de Fleur y luego la pierde de vista!?
—George, cálmate —le pidió Charlie.
—Bill no tiene la culpa y...
Lee no pudo terminar la frase, pues fue interrumpido por George:
—¿¡Qué haré si la he perdido a ella también!? ¡Ya tengo suficiente con haber perdido a mi gemelo, como para haberla perdi-...! —su voz se quebró y se desvaneció en el aire, impidiéndole continuar la frase.
El forcejeo también se detuvo. La realidad lo golpeó. Existía la posibilidad de que no solo hubiese perdido a su gemelo, sino también a su novia. Existía la posibilidad de que hubiese perdido a las dos personas más importantes de su vida de una sola vez. Existía la posibilidad de que ambos lo hubiesen abandonado y dejado solo. ¿Cómo podría soportar vivir sin ninguno de ellos? Si ya notaba que la vida sería un infierno sin Fred a su lado, ¿cómo podría soportar tampoco tener a Cléa? ¿Cómo? Era imposible que pudiera soportarlo.
Se lamentó. Lamentó como nunca antes había lamentado nada. Lamentó haber tomado esa estúpida decisión, ya fuese por voluntad en el caso de Cléa o forzadamente en el caso de Fred. Lamentó haberse separado tanto de Fred como de Cléa. Lamentó que los cuatro no hubieran permanecido juntos. Lamentó haber dejado a su novia a cuidado de otros, en vez de haberla mantenido a su lado. Lamentó no haber estado al lado de Fred para impedir su muerte o al menos haber estado ahí cuando dio su último aliento. Simplemente, lamentó.
Un chico de cabello castaño y ojos de mismo color recorría los pasillos en busca de los caídos en la batalla. Su tez estaba más pálida de lo habitual y su rostro lucía demacrado. Había visto a muchos amigos caer en aquellas horas y él mismo había tenido que cargar con sus cuerpos después. La batalla lo estaba dejando devastado, vacío, sin ánimos, sin fuerzas.
Cruzó el cuerpo de una chica semienterrado bajo escombros. Estaba lleno de heridas y polvo, y un gran charco de sangre rodeaba su cabeza. Por un momento, Oliver creyó que estaba muerta; sin embargo, a medida que se acercaba observó cómo su pecho subía y bajaba de forma muy lenta. Corrió hasta ella, se arrodilló a su lado, apartó los escombros que tenía encima y la elevó y sujetó con firmeza para apoyarla en su regazo.
—¡Hey, despierta! —decía mientras la zarandeaba con cuidado y daba suaves palmadas sobre sus mejillas—. Vamos, despierta.
Sacó su varita y susurró el encantamiento «Episkey» para detener el sangrado de su cabeza, sin dejar de hablarle en ningún momento, pidiéndole que despertase. A medida que le rogaba aquello, Oliver se había dado cuenta de que era la chica a la que su amigo George tenía sujeta de la mano cuando él había llegado a Hogwarts por el pasadizo a la Sala de Menesteres. Lee y Fred le habían comentado que era su novia y que en verano harían un año desde entonces. Así que, sabiendo quien era, con mayor urgencia necesitaba que ella despertase y sobreviviese.
Siete minutos después, los orbes azules de la rubia se abrieron y enfocaron al castaño con cierta dificultad. Se sentía mareada, anémica, y tenía dolores punzantes provenientes de su cabeza y de otras partes de su cuerpo, como las costillas. Frunció el ceño y tragó saliva, notando el sabor metálico que había en su boca.
—Hey, ¿estás bien? —escuchó que le preguntaba el muchacho que la sujetaba con preocupación—. Soy Oliver Wood, tú eres la novia de George, ¿verdad?
Cléa asintió mientras se incorporaba y se sentaba en el suelo.
—¡George! —exclamó entonces—. ¿Cómo está? ¿Está bien? ¿Está a salvo? —su tono reflejaba una gran preocupación y sus ojos se clavaron en los del contrario, inquisitivamente, queriendo que contestase de inmediato, pese al miedo que tenía a la respuesta.
—Primero, cálmate —pero Cléa era incapaz de calmarse—. George está a salvo, está bien —continuó diciendo Oliver—. Bueno, bien exactamente no, pero está vivo.
—¿Q-Qué quieres decir con eso? —su voz tembló y su miedo creció—. ¿Qué es lo que ha pasado para que no esté bien, pero sí a salvo?
Oliver trató de pensar en una forma de darle la notica delicadamente; sin embargo, a pesar de que prolongó el silencio por unos minutos, no la halló. No había forma posible de suavizarlo, la realidad era la que era y él tenía que decírselo sin rodeos.
—Fred ha muerto.
Los labios de Cléa vocalizaron un «¿qué?», pero ningún sonido salió. Sus azulados ojos se inundaron de lágrimas a los segundos, a la misma vez que perdían cualquier brillo y se quedaban vacíos. Su corazón se retorció de dolor y su alma se rompió en pedazos. Sin embargo, su mente tardó bastante en procesar de verdad aquellas tres palabras. «Fred ha muerto», se dijo varias veces para tratar de entenderlo y entonces, un balde de agua fría le cayó encima, la realidad le dio una bofetada en toda la cara y la verdad la dejó desamparada y devastada.
«Freddie ha muerto», se repitió.
Un desgarrador grito, como los de Percy y George, brotó de su garganta. Fue tan fuerte y doloroso que Oliver deseó cubrirse los oídos para no escucharlo, para no sufrir más de lo que ya estaba sufriendo porque uno de sus amigos más cercanos y preciados había muerto. Las lágrimas salieron sin descanso de los ojos de Cléa, al igual que el nombre del pelirrojo de sus labios, y lo único que el castaño pudo hacer, fue abrazarla con fuerza, mientras soportaba los pequeños golpes de rabia, impotencia y dolor, que ella le empezó a propinar segundos después sobre su torso. La rubia no quería aceptar aquella verdad. Le dolía tanto que quería negarla, pero algo en su interior le decía que no podía hacerlo, que incluso si lo hacía, no cambiaría el hecho de que uno de sus mejores amigos y el gemelo de su novio había muerto.
Igual que primero Lee y luego George, se lamentó. Lamentó la estúpida decisión que había tomado al escoger ir con Bill y Fleur y no con ellos. Lamentó el no haberse quedado con ellos, como debía ser, como realmente querían los cuatro. Lamentó no haber permanecido junto a ellos. Lamentó no haber podido hacer nada por Fred. Lamentó no estar ahí cuando George descubrió que su gemelo lo había abandonado. Lamentó y lamentó.
—Freddie... —musitó en un hilo de voz—. Freddie...
—Cléa —Oliver dudó al decir su nombre por no estar seguro de la pronunciación—. Sé que duele, sé que quieres llorar hasta hartarte, pero tienes que ser fuerte.
La rubia lo miró con confusión y una ceja alzada.
—George te necesita —aclaró el castaño y el corazón de ella se encogió—. Te necesita más de lo que nunca te ha necesitado y te necesitará —continuó diciendo con un tono suave—. Está roto, ha perdido a su gemelo y nadie ha podido decirle nada de su novia, ni siquiera si estaba bien o si también la había perdido, ¿entiendes?
Oliver tomó una gran bocanada de aire y tragó saliva. Empezaba a notar como un nudo se formaba en su garganta y como las lágrimas querían salir.
—Tienes que ir con él y tienes que ser fuerte, porque alguien tiene que mantenerlo a flote, porque alguien tiene que decirle que todo estará bien, porque alguien tiene que hacerle saber que nunca se irá de su lado, pase lo que pase... —hizo una pausa y buscó sus ojos—. Y eres tú quien debe hacerlo. Eres su novia y la persona a la que quiere tanto como quería a Fred.
Más lágrimas cayeron por las mejillas de Cléa ante aquellas palabras, pero terminó por asentir y limpiarlas como mejor pudo con la manga de su camisa. Oliver la ayudó también a limpiarlas y detenerlas, mientras mantenía una leve sonrisa en sus labios para tranquilizarla.
—Vamos a hacer esto —dijo Oliver llamando su atención de nuevo—: Voy a llevarte en mi espalda hasta el Gran Comedor para que no te hagas más daño y mientras llegamos hasta allí, puedes llorar y desahogarte todo lo que quieras. Pero cuando llegamos, debes parar y ser fuerte para poder ayudar y salvar, aunque sea un poco, a George de su agonía.
—D-De acuerdo...
El castaño volvió a sonreírle, se giró y esperó hasta que ella se subió a su espalda. Entonces, tras sujetarla fuertemente por los muslos, se levantó y emprendió la marcha. En seguida notó como ella escondía la cabeza en su cuello y como éste se humedecía ante las nuevas lágrimas. Escuchó todos y cada uno de sus sollozos, quejidos y «Freddies». Y a medida que los escuchaba, las lágrimas comenzaron a brotar de sus propios ojos, incapaz de contenerlas por más tiempo.
Tardaron cerca de quince minutos en llegar a las puertas del Gran Comedor. Oliver se había demorado todo lo posible para darle tiempo a la rubia a llorar la perdida de Fred. Sin embargo, seguramente, ella todavía tenía muchísimas más lágrimas que derramar.
—Ya estamos aquí —le comunicó.
Con mucho cuidado, la soltó y depositó en el suelo. Cléa se limpió las lágrimas y se rascó los ojos enrojecidos e hinchados. Inspiró hondo, trató de buscar coraje y se giró para llevar por fin la vista hasta el interior del comido. Las entrañas se le revolvieron cuando vio las decenas de cuerpos en filas que había por allí y percibió el hedor a muerte.
Enfocó rápidamente a la familia de pelirrojos, acompañada de Lee, Hermione y Fleur. Se le rompió un poco el corazón al ver sus caras tristes, demacradas, desorientadas, por la perdida. Sus ojos se centraron primero en Lee. Su amigo no dejaba de tirarse de las rastras de su cabello o de mordisquearse el labio inferior, probablemente en un intento de no llorar más y desahogar el dolor de otra forma. Luego buscó a George y lo encontró arrodillado en el suelo, con la cabeza enterrada en el pecho de un cuerpo inerte que, aunque no pudo ver bien, imaginó que era el de Fred, mientras que temblaba.
Un gemido de dolor escapó de sus labios y Oliver, detrás de ella, palmeó su hombro tratando de darle valor y fuerzas. Volvió a inspirar y comenzó a caminar hacia el interior. Sin embargo, solo pudo dar un par de pasos porque sus piernas comenzaron a flaquear y temió caerse si daba un paso más. La impotencia la dominó. Quería llegar hasta George. Quería abrazarlo y no soltarlo nunca más. Quería estar con él, porque sabía que él la necesitaba, igual que ella lo necesitaba a él. Quería no volver a separarse de él jamás.
—¡Cléa! —gritó Fleur al verla.
Inmediatamente, todos los Weasley más Hermione y Lee giraron sus cabezas hacia donde miraba la francesa y el alivio los invadió cuando vieron a la otra francesa allí. Estaba bien, aunque herida. Pero estaba viva, que era lo que realmente importaba.
Lee se dispuso a correr hacia ella, pero cuando fue a dar el primer paso, vio como George se le adelantaba. Su amigo se había levantado nada más ver a la rubia, nada más comprobar que realmente estaba allí, que era real y estaba viva, y sin más dilación, había corrido hasta los brazos de su novia. Cléa lo había recibido con los brazos bien abiertos y lo había estrechado entre ellos con toda la fuerza que pudo sacar. La cabeza de George se hundió rápidamente en su cuello mientras estrechaba su delgada cintura, pegándola a él, buscando sentirla todo lo posible, porque necesitaba su calor, su calidez, su aroma. La necesitaba a ella, simplemente.
Cléa no tardó en notar como las lágrimas de George mojaban su hombro y cuello, y tuvo que luchar por mantener las suyas en sus ojos.
—Cléa, Fred... Fred... ha... —la voz de George se quebró en el intento de decirlo y el corazón de Cléa se rompió por ello.
—Lo sé, Georgie, lo sé, no hace falta que lo digas.
—Y creí que tú... —un sollozo lo interrumpió—, creí que tú también me habías dejado... Estaba tan asustado.
Cléa tembló, tragó saliva e inspiró hondo, antes de hablar.
—Estúpido pelirrojo británico —lo llamó como solía hacer en las cartas—, yo no voy a dejarte nunca, ¿me escuchas? Voy a estar siempre contigo, siempre estaré para ti —comenzó a decirle con voz suave y tierna, tratando de que no se le notase lo mucho que le temblaba—.
» No moriré hasta que hayas conocido a mis padres y nos hayan dado su bendición para nuestra relación. No moriré hasta que «C'est la vie» sea la revista más famosa del mundo y hasta que «Sortilegios Weasley» sea la tienda de bromas número uno. No moriré hasta haber recorrido cada rincón del mundo al que queramos ir contigo. No moriré hasta que la distancia por fin deje de separarnos y vivamos juntos. No moriré hasta que seamos dos viejos llenos de canas y con un montón de nietos de nuestros diferentes hijos —tomó una gran bocanada de aire—. ¿Lo recuerdas, Georgie? Tú me escribiste eso en una carta.
Por un momento, pareció que el pelirrojo había dejado de sollozar para escuchar con nitidez sus palabras y había comenzado a sentirse muy agradecido con que al menos ella estuviese viva, con que ella siguiese a su lado, con haberla conocido en su día.
—No moriré hasta entonces, no voy a irme a ninguna parte, lo prometo, así que tú... —su voz tembló y se rompió. Un nudo ya se había alojado en su garganta—, así que tú tampoco te vayas a ninguna parte, quédate conmigo, por favor.
Incluso si lo intentó, no pudo retener las lágrimas más. Salieron de sus orbes azules como si de una lluvia torrencial se tratase. George sollozó de nuevo al escucharla llorar, al notar como su precioso y delgado cuerpo temblaba entre sus brazos, al saber que ella estaba sufriendo, quizás no tanto como él, la muerte de Fred como si fuera lo peor que le hubiera pasado, al darse cuenta de que ella tenía el mismo miedo que él, separarse; que él la dejase sola y la abandonase, tal y como había hecho Fred con ellos, sin realmente quererlos.
—Lo prometo —susurró, finalmente, en su oído.
Y entonces, ninguno fue capaz de aguantar más de pie, pues sus piernas flaqueaban tanto y tenían tan poca fuerza que no eran capaces de mantener el peso de sus cuerpos. Se dejaron caer al suelo, se abrazaron con todavía más fuerza y siguieron llorando en los brazos del otro.
La familia Weasley, en la que ya se incluía Fleur, más Lee, Hermione y Oliver se habían acercado hasta ellos minutos atrás y habían escuchado claramente las palabras de Cléa. La señora Weasley no había podido sentirse más conmovida, al igual que su marido, tanto que habían vuelto a llorar desconsolados, pero felices de que su hijo George hubiera encontrado a una chica como aquella, a una chica tan maravillosa y que, además, parecía ser la única capaz de hacerle la pérdida de su gemelo un poquito más llevadera.
Los ojos de Cléa vagaban de aquí a allá. Los cerraba, miraba al suelo y luego al techo, mientras se sentía impotente por no poder calmar el llano. En uno de eso momentos, en el que llevaba la vista del suelo al techo, sus ojos se encontraron con los de Lee. El moreno había comenzado a llorar de nuevo y sus labios temblaban por estar acallando los sollozos a la fuerza.
La rubia separó una de sus manos del cuerpo del pelirrojo y la tendió hacia él. Lee no tardó en tomarla y dejarse arrastrar por ella hasta arrodillarse también en el suelo y fundirse en un abrazo con sus dos preciados –y destrozados– amigos.
Lloraron como si no hubiera un mañana, se abrazaron con toda la fuerza que tenían y lamentaron hasta la saciedad el estúpido error que había cometido. El dichoso error de separarse. Si no hubiesen tomado esa errónea decisión y hubiesen permanecido juntos, quizás y solo quizás, Fred seguiría con ellos, Fred seguiría vivo. Pero no, se habían separado, habían tomado una mala decisión y habían cometido un estúpido error, porque ninguno de los cuatro, incluyendo a Fred, había imaginado en lo más mínimo que algo así sucedería. No habían visto venir que a mitad de la batalla, ya no serían cuatro amigos, si no tres.
Todo lo que sucedió después no tuvo verdadera relevancia para los tres amigos. Principalmente, porque su dolor les impedía concentrarse en cualquier otra cosa. No fue hasta que los ataques comenzaron de nuevo y se vieron rodeados por varios mortífagos, que se centraron una vez más en la batalla.
Cléa y Lee sacaron sus varitas de inmediato, rodearon a George y comenzaron a lanzar hechizos y maleficios sin ton ni son, y con una clara rabia e ira reflejándose en sus ojos. Parecían dispuestos a proteger con uñas y dientes al pelirrojo si hacía falta –y con lo largas, bien cuidadas y duras que tenía la rubia las uñas realmente podían servir como arma–. ¡Como si fueran a permitir que les arrebatasen a George también! ¡No iban a perder a ambos gemelos el mismo día! ¡Lo protegerían a como diera lugar y con todas sus fuerzas! Pero no como si les fuera la vida en ello. No arriesgarían hasta ese punto sus vidas. Porque ellos también tenían que vivir, no solo por ellos mismos, ni porque le causarían más dolor a George o a sus seres queridos, sino porque eso es lo querría Fred para ellos, porque tenían que vivir también por él. Para que su existencia, su alma, permaneciese por siempre en este mundo con ellos, a través de sus recuerdos de él, incluso si ya no tenía una presencia física.
Estaban tan cegados por la rabia y el dolor, pero también por el urgente deseo de proteger a George, que ni siquiera eran conscientes de los hechizos que lanzaban. No los pensaban siquiera. Así que cuando Cléa quiso darse cuenta, cuando fue a pensarlo, una de las maldiciones imperdonables ya había sido pronunciada por sus labios y el chorro de luz había salido directo hacia el mortífago que tenía en frente. Éste cayó al suelo retorciéndose y gritando de dolor. Y aun así, cuando se dio cuenta, no se detuvo, mantuvo la maldición sobre él, deseando que ese mortífago fuera el que les había arrebatado a Fred para hacerle sentir una mínima parte del dolor que ellos sentían, que George sentía.
Entonces, George reaccionó. Reaccionó al ver como su novia le lanzaba aquel «Crucio» al mortífago. Reaccionó al ver como parecía estar disfrutando con ello. Reaccionó al ver que sus ojos no lucían como siempre, llenos de vida y joviales, si no vacíos y sombríos. Reaccionó al ver que la sonrisa que tanto le caracterizaba y de la que él se había enamorado, no era más que una mueca en esos momentos. Reaccionó al ver como apretaba la varita con tanto daño que se estaba haciendo daño. Reaccionó al ver, al notar más bien, que su corazón estaba roto y estaba tratando de desahogarse torturando a aquel mortífago.
Posó su mano sobre la de ella, sobre la que sostenía la varita, y la otra la posó sobre su cintura con delicadeza y por la espalda, mientras Lee los cubría, porque el moreno también se había dado cuenta de la situación, de que la rubia estaba cruzando el límite de lo que estaba bien y lo que estaba mal por la tristeza y la ira que sentía. La maldición dejó de salir de su varita en ese mismo instante y ella volteó la cabeza con los ojos vidriosos para mirar a George. A éste le pareció escuchar un «lo siento» y él simplemente la sujetó con más fuerza y firmeza.
—Está bien —dijo con voz suave—. Porque yo habría hecho exactamente lo mismo, o incluso habría usado la maldición mortal, si alguien tratase de matarte.
Porque sí, porque el motivo, por el cual Cléa le había lanzado aquella maldición al mortífago de forma inconsciente, era que el enmascarado había tratado de matar a George, había tratado de eliminar su vida en un momento de distracción. Por suerte, ella había reaccionado a tiempo.
Después de aquello, Oliver y Charlie se les unieron y se protegieron entre sí hasta que los primeros vítores que daba por finalizada la batalla empezaron a escucharse.
Por un momento, George, Lee y Cléa parecieron realmente sorprendidos y miraron a su alrededor sin entender lo que sucedía hasta que escucharon como algunos celebraban la caída de Voldemort y la victoria de Harry, hasta que vieron a los mortífagos tratando de huir y siendo detenidos por los pocos aurores que quedaban de pie y con vida.
Se miraron, respiraron en paz por primera vez en aquella batalla y se fundieron en un fuerte abrazo para celebrar que ya todo había terminado. Sin embargo, para ninguno de ellos, aquello se sentía como una victoria. Era una derrota, una tragedia, una masacre, una pesadilla, donde incontables vidas se habían perdido, donde su inigualable e insustituible Fred se les había sido arrebatado, donde sus corazones se habían roto, donde un trozo de sus almas se había desvanecido y donde los tres cometieron un error que lamentaría toda su vida.
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Podéis maldecirme todo lo que queráis, pero no me arrepiento en absoluto de haber matado a Fred en esta historia, porque, aunque duela, es el mejor final que le podría dar para que tuviera sentido.
Debo confesar que os mentí. Os mentí cuando me empezasteis a pedir que no matase a Fred y os dije que aún no tenía claro lo que iba a hacer. Lo tenía decidido desde el mismo principio, pero obviamente no os lo podía decir. En realidad, es rara la historia en la que no tengo decidido su final porque sino no sé como orientar bien los capítulos, porque dirección llevarlos.
Mi intención con esta historia era narrar lo que habría sucedido si George hubiese tenido una relación a distancia durante los sucesos de los libros y por eso no tenía sentido que cambiase nada. Si os dais cuenta, Cléa no tiene verdadera relevancia en la trama de HP. A diferencia de otras protagonistas de fanfics de HP, su existencia no cambia en absoluto el trascurso de la trama. Ella es simplemente un personaje más y la única importancia que tiene gira en torno a George, Fred, Lee y el resto de Weasley, eso es todo.
Dicho esto, os dejo llorar tranquilos. Dejaré los agradecimientos y despedidas para el epílogo que subiré en unos días.
Marie Weasley.
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