soixante-dix.

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CAPÍTULO NARRADO X

LO MEJOR DE SUS VIDAS

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—Y ahora prosigamos con la lista de desaparecidos —decía la voz que salía de la radio con un tono serio.

La rubia que la escuchaba detuvo lo que estaba haciendo, desarrollar un artículo para «C'est la vie» en su máquina de escribir, para escuchar los nombres que eran dichos por su amigo Lee en «Pottervigilancia», esperando que ninguno fuera de uno de sus conocidos. Por suerte, ninguno lo fue. Sin embargo, se percató de que la lista había aumentado bastante desde la última vez que había sido emitido el programa días atrás. Las cosas parecían pintar peor para los magos y brujas en Inglaterra, incluso para los propios muggles también.

Retomó la escritura a los pocos minutos mientras seguía escuchando de fondo a Lee y cuando el programa fue a terminar, se apresuró a apuntar en un trozo de pergamino la contraseña para el próximo programa.

Fue en ese momento que escuchó una especie de forcejeo en la puerta de su apartamento. Inmediatamente se puso en alerta, en tensión, y cogió la varita que tenía sobre la mesa. Se levantó y caminó de la forma más sigilosa posible hasta la entrada. Estiró la mano para alcanzar el pomo, pero antes de alcanzarlo la puerta se abrió de un empujón.

La tensión aumentó en el cuerpo de la rubia y apuntó con la varita hacia la persona que había entrado en medio de la oscuridad; pues era de noche y las luces de su apartamento estaban apagadas. Lo primero que vio fue una ladeada y traviesa sonrisa en unos labios que conocía a la perfección y que le encantaba saborear. Lo segundo fue un par de orbes marrones mirándola con intensidad y con cierto brillo de emoción. Y lo tercero fue un rojizo cabello, ligeramente despeinado y corto, el cual le gustaba revolver. Su novio, su Georgie, estaba delante de ella. Y por un momento, creyó que estaba alucinando, que estaba soñando, pues supuestamente él estaba en Inglaterra con su familia.

Sin embargo, confirmó que era real cuando él habló:

—¡Sorpresa, Cléa!

—¡G-Georgie! —tartamudeó ella aun confundida. Bajó la varita y frunció el ceño mientras lo miraba—. ¿Qué haces aquí?

—¿Qué pasa? ¿No puede venir tu novio a hacerte una visita sorpresa para conocer tu nuevo apartamento? —inquirió con sarcasmo.

—Claro que sí, pero tú deberíais estar en Inglaterra, no es un buen momento para que dejes a tu familia sola y...

George sonreía mientras la veía a hablar, pero casi no lo escuchaba, pues solo quería centrarse en que la tenía delante después de tanto tiempo sin verla. No la dejó terminar. Dio un par de pasos, introduciéndose dentro del apartamento y acortando la distancia entre ellos, la tomó por los hombros y la besó, sin más. Cléa pareció no ser capaz de reaccionar por unos segundos debido a la sorpresa, pero en seguida comenzó a corresponder a aquel lento y ansioso beso.

Je voulais te voir, Cléa —susurró él sobre sus labios, tratando de pronunciar bien aquellas palabras en francés—. Quería verte.

Cléa sonrió enternecida y besó sus labios fugazmente.

—Yo también quería verte, Georgie, pero... —iba a volver a mencionar a su familia y lo que estaba ocurriendo en Inglaterra con el Señor Tenebroso, pero él volvió a interrumpirla.

—¿No podemos olvidarnos de todo por esta noche? —preguntó George mientras deslizaba las manos desde sus hombros hasta su cintura—. ¿No podemos simplemente disfrutar de que estemos juntos otra vez, como cualquier pareja que lleva tiempo sin verse?

La rubia pareció dudar, pero la duda solo le duró unos segundos. Asintió y el pelirrojo sonrió totalmente encantado con su respuesta afirmativa. Depositó un pequeño beso sobre sus labios y cerró la puerta del apartamento con una patada.

—¿Y bien? ¿Cómo quieres que disfrutemos de estar juntos? —inquirió ahora Cléa con una sonrisa coqueta y una mirada seductora.

—Creo que sabes perfectamente lo que voy a responder a eso —aseguró antes de terminar mordiéndose el labio y hacer un movimiento de cejas.

—Sí, lo sé.

Justo después de decir aquello, la francesa elevó los brazos y rodeó el cuello ajeno con ellos, a la misma vez que el británico volvía a descender sus manos, ahora por debajo de su trasero para levantarla. Ella no tardó en envolver la cintura de él con sus largas y delgadas piernas. Entonces, se besaron con deseo, con frenesí, pero sobre todo con amor. Sus lenguas parecieron luchar entre ellas por ganar la batalla y los primeros jadeos empezaron a escapar.

Las manos de Cléa permanecían enredadas en aquel cabello pelirrojo y las de George se habían deslizado por debajo de su camisa y habían comenzado a acariciar su suave piel.

Cargándola, George dio un par de pasos hasta hacer que ella entrase en contacto con la pared y así ser capaz de mantener mejor su peso. En ese instante, el beso se interrumpió para llenar sus pulmones de aire y después el pelirrojo comenzó a dejar besos, mordiscos y marcas sobre su pálido cuello, mientras se deleitaba con sus suspiros de placer. La rubia fue incapaz de quedarse quieta y apretó más fuertemente el agarre sobre su cintura, haciendo que sus intimidades entrasen en contacto y ambos dejasen escapar un jadeo.

—Georgie... —lo llamó ella mientras acallaba los gemidos que aquellos mordiscos le producían—, ¿no crees que estaríamos más cómodos en mi habitación?

El mencionado alzó la cabeza y centró sus ojos ya dilatados por la excitación en los ajenos, que estaban en un estado similar. Una sonrisilla asomó en sus labios y asintió. Sin embargo, no parecía muy dispuesto a soltarla. Y no lo hizo, la sujetó con más fuerza y comenzó a caminar a tientas por el apartamento. La risa de la rubia llegó a sus oídos en varias ocasiones, cada vez que él se chocaba con algo a pesar de las indicaciones que le estaba dando.

De alguna forma, consiguieron llegar y tras cerrar la puerta, George dejó caer a Cléa sobre la mullida cama matrimonial. Ella observó como él se desabotonaba y se quitaba la camisa, dejándola caer al suelo, antes de colocársele encima, pero sin dejar que su peso cayera sobre ella al apoyar sus manos sobre la cama a ambos lados de ella. Antes de nada, ella trató de observar su torno desnudo. Ya lo había visto antes, pero siempre era bueno hacerlo de nuevo, ya que parecía una escultura de arte griego por lo bien formados y definidos que tenía sus músculos y sus abdominales. George hizo un sugerente movimiento de cejas al percatarse de que su novia se lo estaba comiendo con la mirada, como diciendo «Te gusta lo que ves, ¿eh?».

Él también quería deleitarse con su cuerpo, así que, después de darle un corto beso en los labios, sujetó con una de sus manos su camiseta por el borde y tiró de ella hacia arriba hasta que salió por su cabeza y pudo lanzarla al suelo. Lo primero que el pelirrojo contempló fue un bonito y sexy sujetador negro con un poco de encaje, semitransparente y un lacito blanco justo en el medio. Cualquiera diría que ella sabía que él iba a ir a visitarla y por eso se había preparado así. Sin embargo, bien sabía él que a su novia le gustaba mucho la lencería y que casi siempre llevaba conjuntos así de bonitos porque se sentía más cómoda y sexy.

—¿A qué ahora agradeces que me guste llevar ropa interior bonita? —cuestionó ella con picardía.

—No sabes cuánto —respondió él, mordiéndose el labio.

Una pequeña y melosa risa brotó de los labios de la rubia y el pelirrojo no pudo evitar besarla. Esa risa, esa sonrisa, le podían, le encantaban demasiado. Mientras estaban en ello, mientras sus lenguas volvían a enfrentarse, George deslizó su mano hasta el borde del pantalón ajeno y tras desabotonar el único botón, trató de bajarlo; sin embargo, no fue fácil de hacer, así que Cléa terminó ayudándolo y acabó quedando solo con la lencería cubriendo su cuerpo.

George llevó la mirada hacia abajo y observó aquella parte del conjunto que resultó no ser una braguita, sino un ajustado y negro tanga, que al igual que el sujetador llevaba un lacito blanco en el centro. Sonrió como un idiota antes de volver a llevar la vista hasta los hermosos y grandes ojos azules ajenos. Cléa también sonreía, bastante divertida, al notar como él parecía estar disfrutando de la vista.

Lo siguiente que sucedió no fue una sorpresa para el pelirrojo, pues conocía la fuerza de la rubia. Cléa lo empujó y rodó hasta quedar posicionada encima de él. Se sentó justo encima de donde estaba ya su miembro abultado y dolorido por la excitación. Un suspiro se le escapó cuando ella hizo un movimiento sobre sus caderas para rozar ambos sexos sobre la tela. La francesa volvió a sonreír y entonces, se inclinó para empezar a dejar besos sobre su mandíbula, cuello y hombros hasta empezar a bajar por su torso desnudo. Dejó en cada rincón húmedos besos a la vez que sus juguetonas manos lo recorrían y dejaban suaves caricias. Se detuvo justo cuando hubo bajado hasta la parte inferior, hasta el borde del pantalón. Sin embargo, aunque detuvo los besos, no se estuvo quieta. Se deshizo del cinturón, desabotonó el pantalón y empezó a quitárselo con ayuda del pelirrojo, que estaba más que encantado de deshacerse de él. Luego, la rubia volvió a sentarse sobre aquella zona e movió las caderas. Si antes ya habían sentido placer, ahora con menos ropa fue otro nivel.

George se incorporó y colocó con firmeza las manos sobre su cadera, antes de contemplarla una vez más y ser él ahora quien repartía besos húmedos por cada rincón de su cuerpo. Cléa lo rodeó con sus brazos, pegándolo más a ella, mientras notaba como iba bajando hasta el escote de su sujetador y los jadeos se volvían más seguidos.

Fue en ese momento que él deslizó una mano por su espalda hasta alcanzar el broche y con maestría quitarlo, dejando completamente los pechos de ella sueltos. Los observó con detenimiento, los envolvió con las manos y los amasó para comprobar su suavidad y peso. Eran blancos, bonitos y con curiosas pecas decorándolos. También eran pequeños, pero no le importó, porque encajaban a la perfección en sus manos. Le gustaban. Y demostró cuanto le gustaban cuando comenzó a masajear, a mimar, uno de ellos con la mano mientras que atendía al otro con su propia boca. Varios gemidos brotaron de la garganta de Cléa, al igual que el nombre su novio, cuando notó como éste jugueteaba con sus botones dorados; uno mordiéndolo y succionándolo y otro pellizcándolo y tirando de él con suavidad.

Realizó aquella tarea durante unos siete minutos mientras alternaba la forma en que mimaba a cada pecho. Y mientras lo hacía, las caderas de la rubia empezaron a moverse por sí misma de la excitación, provocando más roces entre sus zonas íntimas y de esa manera, obteniendo más placer del que ya sentía. Debido a eso, el pelirrojo se sentía más cerca de explotar, de no poder contenerse por más tiempo e ir al siguiente nivel. Sin embargo, se esforzó por contenerse, pues quería seguir mimando el cuerpo de su novia un rato con los preliminares.

La mano que no tenía ocupada amasando uno de los pechos, se deslizó por todo su cuerpo hasta llegar a su trasero, que estaba descubierto por estar usando un tanga, y lo apretó varias veces, cada vez que ella movía sus caderas y lo hacía enloquecer un poquito más.

Cléa tampoco dejó las manos quietas. Cuando no estaban enterradas en su cabello, estaba recorriendo su espalda, casi clavándole sus largas uñas. Pero en ese momento, bajaron incluso más y colocó una de ellas sobre su miembro abultado sobre la tela. Lo acarició y escuchó como su novio gruñía. Repitió aquella acción varias veces hasta que George no pudo soportarlo más y la sujetó por la muñeca, para luego con fuerza y con un brusco movimiento tumbarla sobre la cama y quedar él encima. La rubia sonrió, pues había conseguido su objetivo.

—¿Quieres volverme loco, verdad? —gruñó él.

—Puede ser —contestó ella con un tono inocente, pero seductor—. Es que no puedo aguantar más, Georgie.

Las hormonas del mencionado se descontrolaron al escuchar aquello y los latidos de su corazón empezaron a ir más rápido de lo que ya iba. Sintió como la excitación empezaba a ganar a su conciencia. Si ella le decía aquello, ¿cómo podría contenerse por más tiempo? ¿Cómo? ¿Cuándo estaba claro que ella ya deseaba que la hiciera suya? ¿Cuándo realmente él también se estaba muriendo por hacerla suya?

Estuvo a punto de deslizar la mano para quitarle el tanga; sin embargo, no lo hizo. Había algo que necesitaba hacer primero por precaución. Se separó y deslizó por la cama, para luego estirar un brazo y coger su pantalón en el suelo. Rebuscó en uno de los bolsillos traseros y sacó el pequeño paquete cuadrado donde iba el preservativo. Lo rompió con los dientes, pero no se lo puso ni terminó de desnudarse. Volvió a colocarse encima de la rubia y con el paquetito aun sujetado entre los dientes y una sonrisa ladina, le quitó finalmente el tanga.

Se tomó su tiempo para contemplar el cuerpo completamente desnudo de Cléa y acarició ciertas zonas con las manos, como sus caderas y muslos. Era tan jodidamente preciosa que estaba a punto de enloquecer por la vista o morirse de felicidad porque ella fuera su novia.

Llevó la mano hasta lo que había entre sus dos muslos y lo acarició con suavidad por encima. En seguida, escuchó a Cléa gemir y él acabó indagando más, comprobando lo húmeda que ya se encontraba. Incluso metió uno de los dedos y jugueteó un poco en su interior. Cléa volvió a gemir e incluso susurro su nombre en un hilo de voz que a él se le hizo lo más sexy y provocador del mundo. Se sintió satisfecho al saber ante su reacción, ante el hecho de haberla puesto así, aunque esperaba excitarla muchísimo más con lo siguiente.

—Vamos, Georgie, no me hagas esperar más.

Aquella queja y el adorable mohín que hizo solo provocaron que él se excitará más, pero también que quisiese jugar un poco más con ella. Así que siguió moviendo aquel dedo en su interior hasta que empezó a notar como su cuerpo se tensaba, ante el inminente orgasmo. Sin embargo, fue tan cruel que retiró el dedo antes de dejarla venirse.

Cléa le propinó un golpe en el pecho y él rio divertido.

Finalmente, decidió que ya era hora de pasar al siguiente nivel, pues no solo era ella quien no podía esperar más; él tampoco podía. En realidad, iba a volverse loco si no la hacía suya de una vez. Así que se apresuró a deshacerse de los calzoncillos y mientras que Cléa se deleitaba con la magnifica vista y se relamía los labios, se puso el condón.

George se posicionó justo en la entrada de ella, pero no tenía intención de moverse más hasta que Cléa le diese permiso. Ella buscó su mano y la entrelazó con la suya. Luego asintió, indicándole que podía continuar.

—¿Seguro?

—Seguro, estoy lista.

Ambos sabían que no era la primera vez de ninguno, ambos tenían experiencia (aunque tampoco fuera mucha), así que realmente no había necesidad de tomar tantas precauciones. Cléa no iba a sufrir y George sabía lo que hacer. Estaba todo bien. Ninguno de los dos tenía que preocuparse porque aquella fuera una mala experiencia, ambos sabían que sería perfecta. Aunque, probablemente, pese a que no lo dijeran, les hubiera gustado ser la primera vez del otro. Sin embargo, aunque no pudieran ser la primera, podían ser la última. Pues ninguno de los dos pensaba en estar con otra persona que no fuera el contrario.

George unió sus labios en un cálido y tierno beso y entonces, se introdujo dentro de ella de un solo movimiento, pero con la mayor suavidad posible. Ambos gimieron al unísono en los labios del otro y cuando se acostumbraron a aquella placentera sensación, él comenzó con las suaves, pero certeras, embestidas, que nublaban todos sus sentidos y empezaron a llevarlos al mayor éxtasis. 

Los gemidos, los jadeos, los suspiros y los nombres del otro no dejaban de escaparse de sus labios, sobre todo a medida que el pelirrojo comenzó a aumentar los movimientos y la rubia lo aprisionó rodeando su cintura fuertemente con las piernas. Las manos de George se movían sin control y sin pausa por cada rincón de su cuerpo, solo deteniéndose un momento cuando masajeaban los pechos ajenos. Mientras, las manos de Cléa tiraban de su cabello, arañaban ligeramente su espalda o incluso apretaban ligeramente su trasero de vez en cuando.

Cléa sentía como si pudiera tocar las nubes con la punta de sus dedos cuando recibía cada una de sus embestidas por el increíble placer que la envolvía o cuando él susurraba su nombre entre gemidos. George sentía como se moría de la más pura felicidad y excitación cada vez que ella gemía su nombre o le decía que lo quería entre en su oído.

Sin duda, esa estaba siendo mejor experiencia que la que habían tenido por primera vez. Ya no solo porque tuvieran más conocimientos, sino porque estaban en los brazos del otro, porque era la persona a la que amaban y con la que querían pasar el resto de sus vidas, la que gemía su nombre y se estremecía de placer por aquel contacto tan íntimo que era hacer el amor. Sin duda, esa noche era la mejor de sus vidas.

En algún momento, tras un muy largo rato, llegaron a su límite. George explotó en su interior y Cléa se estremeció de pies a cabeza mientras sentía llegar el orgasmo.

George dejó caer su cuerpo a un lado de la cama, después de salir de ella, y unos minutos más tarde, se pusieron de costado para poder observarse mutuamente. Sus respiraciones seguían ajetreadas y sus corazones desbocados, pero ambos se dedicaron una radiante sonrisa.

—Georgie —lo llamó entonces ella.

—¿Si?

—¿Sabes que eres lo mejor de mi vida, no?

—Lo sé —aseguró y estiró una mano para retirarle los mechones de cabello rubio que tenía en su rostro y entorpecían su visión—. Lo sé, porque tú también eres lo mejor de mi vida, Cléa.

—¿Lo soy? —inquirió con una ceja alzada. Él asintió y ella sonrió—. Perfecto, estaría preocupada de que no fuera así —rio entre dientes, aunque realmente nunca había tenido esa preocupación. Sabía perfectamente lo que sentía él por ella—. Te quiero, Georgie.

—Yo también te quiero, no lo olvides.

Cléa colocó una mano detrás de su nuca y se aproximó un poco más a él. Con una sonrisa en los labios, lo besó y lo arrastró con ella, para que volviese a posicionarse encima. George tuvo más que claro lo que buscaba y no pudo evitar reír. Pero, obviamente, no tenía ningún problema de ir por una segunda ronda, como si no dormían en toda la noche. Esa era su noche, su noche para disfrutar como pareja, su noche para intercambiarse tanto amor como pudieran, su noche para olvidar los peligros que acechaban en el exterior, su noche para no pensar en todo lo malo que podría ocurrir en aquella noche... Era su noche para centrarse únicamente en el otro, para amarse hasta la saciedad, hasta quedar rendidos, como si el resto del mundo no existiese.


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