forty-one.
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CAPÍTULO NARRADO V
SUYA
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La lechuza marrón que llevaba aquella importante carta, llena de los sentimientos del pelirrojo y del anhelo de que estos llegaran a la rubia, aterrizó en el alfeizar de una de las ventanas de la cocina en el apartamento de las dos francesas, sobre las nueve de la mañana. Hora en la que Cléa ya había partido a la oficina de «C'est la vie» para hacer los últimos retoques al ejemplar de la revista que en los próximos días se publicaría, antes de comenzar a imprimirlos y enviarlos a todos los quioscos mágicos del país.
La única que se encontraba en la casa era la otra rubia, Flora, quien justamente estaba en la cocina, terminándose el desayuno antes de irse a sus prácticas de medibruja, aunque iba bastante sobrada de tiempo, así que no tenía que meterse prisa.
Sus ojos vagaron hasta la ventana, sorprendiéndose al ver a la lechuza; no porque no hubiese visto antes a la lechuza allí, la había visto siempre que el pelirrojo británico le enviaba cartas a su amiga, sino porque el susodicho había estado en su casa hacia tan sólo dos días. ¿Por qué se había dado tanta prisa en enviar una carta? Ni siquiera debía haber mucho que contar, más allá de que había llegado sano y salvo a casa, y además, debía estar bastante ocupado con la apertura de su tienda, así que no entendía porque se había apresurado a escribir una carta, cuando habría sido mejor esperar a que pasase cierto tiempo para tener más cosas que contar.
Se levantó de la silla y tomó la carta. Inmediatamente después la lechuza se marchó y ella se quedó observando el remitente en el sobre. Dudó y meditó por un par de minutos. Sabía que lo que estaba a punto de hacer estaba mal, que era una violación a la privacidad de Cléa y que si esta se enteraba, podría acabar teniendo problemas; sin embargo, no le dio importancia a ello en ese momento. Con cuidado, abrió el sobre y sacó el pergamino de su interior, para después comenzar a leerlo. Nunca había leído algo tan bonito y sin duda, nunca había creído que George era la clase de persona capaz de escribir algo así. No lo parecía para nada. Pero al parecer se había equivocado, aquella carta demostraba que el británico tenía un lado más cursi y romántico del que jamás habría esperado.
Releyó la carta, imaginando que clase de reacción tendría Cléa cuando la leyese. Probablemente, se conmovería y acabaría llorando de felicidad, sobrecargada por aquellos sentimientos que el pelirrojo le había transmito a través de pluma y pergamino. Seguramente, también acabaría sonriendo, con esa sonrisa que sólo el pelirrojo conseguía sacarla; sonrisa que Flora siempre había envidiado porque no iba dedicada a ella. Imaginaba que la rubia no tardaría ni diez minutos, después de leer la carta, en escribir una contestación que sería igual de bonita y cursi. Y probablemente, volvería a llorar mientras lo hacía. Quizás, incluso la rubia le pedía al pelirrojo salir y comenzar su relación aunque fuese con la distancia de por medio.
Imaginar todo eso provocó que las entrañas de Flora se revolviesen, llena de celos. No quería que Cléa comenzase a salir con George. No quería que ella le confesase todo lo que sentía, como él había hecho. No quería que eso sucediese antes de que ella misma le hubiese confesado sus sentimientos a su amiga y tratase de convencerla de que le diese una oportunidad, de que ella le podía hacer más feliz que el británico. Porque sí, porque Flora tenía sentimientos por Cléa desde hacía años, aunque nunca lo hubiese confesado. Y no quería que un chico, que apenas la conocía desde hacía dos años, se la arrebatase. ¡Ella la conocía mejor que nadie, ninguna otra persona tenía derecho a tenerla! ¡Ella siempre había estado a su lado en los buenos y malos momentos! ¡Sin duda, ella era la mejor opción!
Guardó el pergamino de vuelta en el sobre y este en uno de sus libros de medimagia para que la rubia jamás lo encontrase, para que jamás supiese de la existencia de esa carta ni de la confesión del pelirrojo. Y obviamente sabía que estaba actuando fatal, que algún día el karma se lo devolvería y que si Cléa lo descubría, quizás su amistad se terminaría y comenzaría a odiarla. Pero para Flora en ese momento le era más importante que la rubia no se le fuese arrebatada y que no comenzase una relación con el pelirrojo. Incluso si sabía mejor que nadie lo feliz que George hacia a su amiga, no podía permitirlo. Cléa debería ser suya.
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¿Creáis que esto iba a ser una carta de Cléa respondiendo a la confesión de George? ¡Pues no!
Podéis odiarme si queréis, pero todo tiene un sentido, os lo aseguro. Además, no quiero que sea todo ya maravilloso entre ellos porque aun queda mucha historia por delante.
PD: Ayer comencé a publicar una historia de cartas de Peter Pevensie, «Dear Peter», me gustaría que os pasaseis. ♥
Marie Weasley.
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