8: La carta del diablo
El zorro miró a Alastor, comprendió con tan solo cruzar miradas que se iba a arrepentir muy rápidamente de haber estrechado la mano que ahora lo ayudaba a levantarse, no tuvo tiempo de asombrarse por la desaparición de sus heridas y la recuperación de su sangre.
-Bien, ahora ayúdame con eso- pidió señalando los cadáveres
El pelirrojo asintió con un nudo en la garganta, tomó entre sus brazos al cordero que realmente nunca hizo nada, presionó su propia frente contra el hombro del cadáver y se permitió llorar en silencio por un escaso minuto. Luego lo cargó al estilo princesa, apoyando la cabeza de su amigo en su hombro para que no quedara colgando, tuvo que aguantarse un grito de rabia al ver como Alastor llevaba al hombro al felino que tomó como rehén anteriormente, como si no tuviera más valor que un estúpido saco de patatas.
-Andando- sentenció Alastor con un tono jovial -oh, cierto, como te llamas?- preguntó mirándolo de reojo.
-...Trevor...- respondió, viéndolo confundido al notar como se tensaba.
-...cambiaremos tu nombre- Sentenció comenzando a caminar.
-??? Creo que voy a negarme- dijo algo molesto sin moverse del sitio.
-No me refiero a eso, tan solo tendrás un nombre por el que te conozcan...que tal...Bastian- dijo con un perfecto acento francés -Sí, suena bien...vamos, no tengo todo el día-
-...quiero que los salves- pidió mirando al río -...¿qué quieres a cambio?-
-Mmmm...bueno, no me vendría mal un ayudante...¿qué tal si eres mi recadero a cambio?-
-Está bien, pero quiero que estén a salvo- zanjó.
Alastor chasqueó los dedos, la hiena y el lobo aparecieron ilesos en la orilla del lago, mirando confundidos a su alrededor, parecían cansados. Le dirigieron una mirada preocupada a Bastian, quien sonrió tristemente, dejó en el suelo el cuerpo de su amigo y les lanzó todo lo que tenía encima, joyas, carteras...
-El grupo se disuelve...suerte, de verdad- sentenció, se limpió la lágrima que escapó de su ojo y volvió a cargar al carnero, apresurándose en ir junto al de ojos rojos.
No tardaron en llegar a la casa en ruinas, Alastor le dijo que dejara a su amigo en una habitación tan en ruinas que ni se reconocía lo que era, apenas quedaban restos de algunos azulejos, tal vez un baño, quiso evitar la opción de que fuera la cocina, de todas formas, ¿para qué querría los cuerpos? Luego Alastor le guió a lo que parecía ser una sala, enorme y relativamente en buen estado respecto al resto de la estancia, había un sillón rojo frente a una mesita gastada y marrón, polvorienta. En esta reposaban un par de libros bastante viejos, un par de velas acabadas al lado de una sin empezar, una caja de cerillas y, por último, una radio medio desmontada.
-¿Tienes donde quedarte Bastian?- preguntó con calma Alastor, acomodándose en el sofá y apoyando los pies en la mesa.
-Sí, hay un lugar barato no muy lejos, podrías ir allí tú también antes que quedarte en esta pocilga...- propuso sin mala intención, mirando el lugar medio derruido.
-Primero, me tratarás de usted a partir de ahora, segundo, esta "pocilga" es ahora mi casa- el ambiente se tensó, el zorro tragó en seco.
-...Sí señor...disculpe- lamentó en un murmuro, tragándose su orgullo.
-Eso está mejor...bueno, veamos...¿qué tal si empiezas por conseguirme una cuchilla de afeitar? Te daré de cenar a cambio- ofreció, persuasivo.
El recién contratado asintió aceptando la oferta, salió de la casa y comenzó la búsqueda, una vez Alastor quedó solo, Souk se acercó con curiosidad al ver como le hablaba, el ex-locutor no tuvo problema en explicarle lo sucedido. Llegó la noche unas horas después, estaban ya los dos demonios en la casa, Alastor servía la cena con calma en dos platos algo agrietados y hasta rotos por las esquinas, los bordes eran azules, la base blanca y tenían la imagen de un diminuto jilguero en el centro. La cubertería de plata parecía bastante gastada, aunque aún podía tener algo de vida útil, la estancia era iluminada con una vela en una base metálica, la comida era carne asada, el olfato del demonio zorro agradeció la manera en la que el otro lo cocinó, olía delicioso. Devoró con hambre la comida, cada papila gustativa de su lengua se deleitó enormemente, al terminar y limpiarse el hocico se le ocurrió preguntar.
-Disculpe...¿qué carne era?- preguntó con curiosidad.
-Una mezcla entre carnero y gato- contestó como si nada, comiendo mientras veía al zorro empalidecer -qué? Prefiero comerlos que desperdiciar la carne...no te atrevas a vomitarla, no sirve de nada- dijo con obviedad.
Bastian tuvo que hacer un esfuerzo enorme para no vomitar lo que hace tan solo un día fueron sus amigos, joder, ¿qué había hecho? No era un caníbal...y aún así disfrutó cada estúpido bocado, le repugnaba, le daba náuseas y ganas de expulsarlo, pero no lo haría, porque Alastor tenía razón.
-Puedes retirarte si así lo deseas- anunció tras terminar de cenar, su plan en ese momento era encender una vela y afeitarse aprovechando la poca luz que el objeto le proporcionaría.
Bastian se giró hacia la puerta, debería volver al día siguiente por la tarde, en el momento solo se centró en salir de la estancia, la puerta rechinó fuertemente cuando la abrió, antes de salir la voz de Alastor lo detuvo.
-Oh, y a ser posible, tráeme un destornillador, es imposible montar una radio sin uno- su voz sonaba ligera y alegre como siempre.
Bastian prácticamente huyó de allí, habían unos cuantos kilómetros hasta donde se hospedaba, siempre tomaba el autobús o un taxi, pero esta vez fue corriendo cada metro de distancia. Por su parte, Alastor se fue a su habitación, esta estaba bastante en ruinas, pero al menos el colchón y las sábanas eran algo decentes, con la vela en una mano y un libro en la otra, se sentó en la cama, intentaría una vez más leer antes de dormir.
-"Lo que daría por unas gafas"- pensó, su presbicia lo fastidiaba bastante, de mala manera podía distinguir las letras de las páginas.
Apoyó la vela en una mesita de noche improvisada, se quitó los zapatos y la chaqueta antes de tumbarse y taparse con las sábanas, alejó el libro tanto como pudo, forzó la vista para leer un par de capítulos. Cuando sintió que el sueño tiraba suavemente de sus párpados hacia abajo, guardó la página y cerró el libro, lo dejó en el suelo, algo lejos de la vela la cual vio unos segundos antes de dar un soplido que apagase la leve llama que aún ardía en el fino cordel.
Tardó un rato largo en poder dormir, fuera, algo similar a los sonidos de los grillos le acompañaba, trató de buscarle un ritmo, una melodía, y cuando la encontró, hermosa y suave, se dejó arropar por ella, y dejó que sonase en su mente hasta que la luz del sol lo despertó. Serían las ocho de la mañana, se levantó y estiró, había mucho que hacer.
Tardó un rato en verse decente, su ropa estaba ya algo gastada y no estaba del todo seguro de que el marrón fuera el color acertado, tendría que pensar en eso luego, pero en el momento solo tenía una idea: leer la carta de Lucifer.
Fue a la sala, no tenía muchos recuerdos de cuando estuvo perdido, pero sí recordaba con claridad el pequeño alijo que tenía escondido en el suelo, bajo la mesa, levantando la tercera tabla. Así lo hizo, tomó el libro que tenía ahí escondido y un pequeño saco de tela con lo que sacó ayer de los cuerpos del gato y el carnero.
Dejó los objetos a un lado mientras colocaba la tabla en su sitio y los tomó de nuevo para sentarse en el sillón. Dejó en el reposabrazos izquierdo el saquito, y el libro lo puso sobre su regazo. Lo abrió y buscó página por página hasta llegar a la mitad, justo donde estaba la carta, impecable, sin un rasguño o una mota de polvo. La abrió con ilusión infantil y sacó lentamente el primer papel que había, se dio el lujo de apartar el sobre para leer con calma, alejando todo lo que podía el papel para ver con más claridad.
La carta decía así:
"Estimado señor Alastor, como rey del infierno (bastante generoso) entiendo que pueda tener algunas dificultades al llegar aquí, no tendrá recursos ni donde quedarse, e intuyo que sus gafas no seguirán con usted. Por ello me he dado el lujo de preparar una compensación por su apresurada muerte, en el sobre tiene un anteojo que le hará ver de nuevo como si tuviera las gafas puestas, una carta de recomendación para, intuyo, la estación de radio que considere usted oportuna, y una pequeña ayuda económica de 64.392,90 souls. A mayores hay una segunda carta para el Lord del anillo, podrá ayudarle enormemente si le da algo a cambio, le deseo la mejor de las suertes.
Att: Lucifer Morningstar"
Los ojos del exlocutor estaban abiertos como platos ante la suma de dinero y la extraña generosidad del rey, ¿pero acaso importaba si resultaba extraño? ¡Tenía más de 60.000$! Imaginaba que la inflación en el infierno no habría sido tanta como en el plano mortal.
Se apresuró a tomar el ancho sobre y rebuscar hasta dar con una diminuta lente, un monóculo para ser exactos. Lo puso frente a su ojo derecho y se asombró al comprobar que veía bien por ambos ojos, de hecho, veía mucho más de lo que jamás vio, y no era por distinguir lo que antes eran manchas precisamente. Veía las cosas como eran, como realmente eran, no podría describirlo, pero lo entendía, vio a Souk y lo entendió en cuestión de segundos, vio toda la casa, los muebles, las grietas, todo tenía más sentido de lo que jamás pensó que tendría.
Una vez estuvo algo más calmado tomó el sobre, pero no trató de entenderlo, así que no lo hizo. Rebuscó entre la suma de billetes hasta dar con las cartas, ese día sería ajetreado. Leyó brevemente ambas, y las entendió, pero entendió mucho más que lo que estaba escrito. Entendió cada letra, escrita a mano por el rey, entendió su intención, bondadosa y extraña de compensar su sentencia, rio al entender que también agradecía la divertida noche que tuvieron.
Era sencillamente maravilloso, con que empeñase las joyas le bastaría para poder adquirir todo lo que necesitaba, se permitió fantasear con una maleta de cuero, ropa relativamente nueva, ¡y hasta un micrófono! Dios, ¿cuanto daría por un micrófono? Posiblemente cada centavo que quedase en su cartera inexistente.
-Tal vez hasta pueda comprar una pastilla de jabón- dijo ilusionado, riendo después -vaya, nunca pensé que diría algo tan simple tan ilusionado...-
Primero, aprovechando la luz del día, fue al baño y, reflejado en los restos del espejo roto, se afeitó la contundente y molesta barba, no quería tenerla con el calor que hacía, a mayores de eso, sencillamente no le agradaba el bello facial.
Tomó una parte del dinero al terminar, no mucho, iría a comprar una maleta y ropa, recordaba que Souk le había dicho días atrás que el Lord de la zona podría aportarle una cama cómoda, comida caliente y hasta algo de seguridad. Entusiasmado con la idea, se calzó y salió de la casa con el dinero oculto en un bolsillo, no tardó más que unos minutos en llegar a la ajetreada ciudad. Paseó la mirada por barios demonios, buscando el que le pudiera dar indicaciones, el primero no estaba interesado en nada más que conseguir drogas, pasó la vista al siguiente, un ser honesto, sería perfecto, solo que este tan solo hablaba japonés.
Pasó así un buen rato hasta que dio con una demonio perfecta, una abeja, trabajadora y que tan solo quería acabar la jornada repartiendo periódicos, si le compraba uno no tendría problema en decirle donde podía ir. Se acercó con calma hasta el pequeño puesto donde estaba la demonio.
-Disculpe, ¿cuánto cuesta?- preguntó amablemente.
-1,10 souls- dijo con serenidad.
Alastor le dio el dinero y ella le extendió un periódico, el de pelo rojo trató de intercambiar una sonrisa con ella, pero su seriedad era inquebrantable, optó por ir directamente al grano.
-Oh, una pregunta, ¿podría decirme donde está la tienda de ropa más cercana?-
-Le va a ser difícil llegar, tiene que atravesar lo que queda de anillo hasta el territorio vecino, allí hay tiendas a montones, pero parece ser que hay un homicida más y bastante peligroso, es por...un momento...- rió -¿ha gastado dinero para pedir indicaciones?-
-Señorita Tasha, estoy seguro de que no me las hubiera dado de otro modo- la risa de la abeja cesó, ahora quien reía era él -¿sería tan amable de señalar hacia donde tengo que ir?- pidió, causando un escalofrío en la contraria, que señaló hacia donde estaba su casa.
-Todo recto- dijo -pero como ya dije alguien anda por la zona, mató a dos demonios considerados de alto rango muy fácilmente, otros dos volvieron de milagro con el rabo entre las piernas, el líder del grupo no se sabe donde está- advirtió
-¡Ah! Creo que ya sé de quien me hablas...no me resultará un problema en absoluto- aseguró, luego tuvo una idea -...¿darían algo similar a una recompensa por el paradero del líder?-
-Bueno, posiblemente los supervivientes soltasen algunos souls, pero no creo que sea gran cosa-
-De acuerdo...muchas gracias señorita, a cambio creo que puedo recomendarle levantarse y ofrecer los periódicos a ese grupo de allí- señaló un grupo de demonios, parecían recién llegados
-¿Cómo sabe que les iba a interesar?-
-De la misma forma que sé su nombre, además, fíjese bien, son británicos por el acento, parecen perdidos, seguro que agradecen con propina algo de orientación aquí abajo-
Se despidió con un gesto y se retiró, escuchando a sus espaldas como su recomendación resultaba exitosa, prefería eso a pagar más por la información. Por el momento haría que el paradero de su contratista siguiera como una incógnita, a fin de cuentas, no le beneficiaba que se averiguase que fue él quien dio caza a esos matones de pacotilla.
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