Todos quieren ganar la lotería
¿A qué se dedican las criaturas sobrenaturales los fines de semana?
Para Jax, lo único que tomaba precedencia era el ritual de jugar a la lotería. Lo hacía por costumbre más que por necesidad. Dinero, tenía de sobra. Es increíble la fuente de trabajo ilícito en la que los muertos en vida suelen emplearse. Contacto humano, eso si podría considerarse escaso y si bien es cierto que la muestra de humanidad que se puede encontrar en el supermercado local no es exactamente la crema innata, Pelman no era lo que se dice exigente.
El problema principal consistía en que la mayoría del tiempo Jax solo se cruzaba con los de su clase de forma casual y casi siempre con agenda. Esto, unido a la propensidad de los revenant a ser un poco... desentendidos de la realidad, provocaba que, en casos imprevistos, estos momentos pasaran desapercibidos.
Tal fue el caso del caballero con el que se cruzó en la fila de la lotería ese fatídico sábado en el área conocida como el mango del sartén de la Florida.
Muchas cosas se pueden decir del Estado del Sol, comenzando porque tal mote es pura propaganda. Llovía, como en cualquier mañana de noviembre, lo que provocó que en un apuro más de uno de aquellos que soñaban en convertirse en millonarios salieran a comprar sus billetes en pantalones de pijama.
Tal vez por eso, el hombre de tez morena tan elegantemente vestido se le hizo curioso. ¿A caso familiar? Con Jax era imposible saber.
—Disculpe, ¿esta es la fila donde se compran los billetes? Ando de paso y este supermercado es algo confuso. —El moreno sonrió, mirando un poco azorado.
La vida puede sacar a un hombre del sur, o hacerlo vagar por el mismo durante más de siglo y medio, y algo seguirá siendo constante: nunca se desperdicia la oportunidad de charlar. Muerto o no, Jax no era la excepción.
—Confuso es poco. Aquí está la lotería, allá el servicio al cliente y esa es la ventanilla de la farmacia. Si abrieran un espacio para renovar licencias de conducir, ya pasaría de supermercado a ser un condado propio. Si es que anda de paso, le cedo mi lugar. Tengo una eternidad para comprar.
El extraño agradeció el gesto y Jackson no pudo evitar preguntar algo que, tras una conversación coloquial, podía interpretarse como cualquier cosa.
—Su rostro me es algo familiar. Podría decir que nunca olvido una cara, pero, por el contrario, suele escapárseme todo últimamente.
—No creo que nos hayamos visto antes. Como dije, estoy de paso.
Lo que Jackson interpretó como una forma de esquivar un malentendido de parte del desconocido no fue tal cosa. Estaba en lo correcto, y por un minuto el recién llegado experimentó algo de pánico. Su plan no cubría la posibilidad de que Pelman recordara su rostro.
Después de todo, los revenant suelen tener un revoltijo en la cabeza, producto del restante de las vidas de aquellos que han asesinado. De hecho, se sorprendió de encontrarlo tan lúcido. Cuando llegó su turno, compró los billetes y luego esperó en el estacionamiento preguntándose qué rayos podía hacer Pelman en la pastelería. Luego entendió que en alguno de esos momentos entretenidos, Brigitte le había metido en la cabeza gusto por el dulce.
El revenant tardó unos quince minutos más en salir del establecimiento; llevaba consigo media docena de cupcakes y lo que parecía ser una pinta de sangre de cerdo.
—¡Ey, amigo! —Llamó la atención del rubio con un gesto de mano—. Permíteme pagarte la bondad. Junto con los billetes compré un raspadito y quiero regalártelo. No me digas que no. Ya sabes que entre jugadores de Lotto, negar un billete es espantar la suerte a quien lo regala.
En lo que llevaba establecida la lotería de la Florida, Jax, asiduo fanático, nunca había escuchado de tal superstición. Pero encontró imposible negar la insistencia del hombre, quien aprovechó para acercarse y murmurar algo a su oído.
Los demonios son expertos en susurros, y lamentablemente no era la primera vez que uno le metía una idea a Jax en la cabeza. Esta, sin embargo, no fue tan horripilante. Por el contrario, lo suficientemente sutil como para confundirse con un pensamiento propio.
—¿Qué más me queda por sugerir? —Gerard se cuestionó antes de dejar a Jax libre de su influencia—. Los cupcakes, ¿están rellenos de frutilla? ¡Me los llevo! Y la sangre también. ¡Por Dios, Pelman! No sé qué andas comiendo estos días, pero esto no va a resultar si no te pones al día, ¿entiendes? Te aconsejo que desaparezcas por un par de meses. Entiérrate, si es necesario. Cuando despiertes, vas a estar suficientemente cegado por el hambre como para alimentarte adecuadamente. Y una vez lo hagas, vas a escuchar la voz de quien te conjura con total claridad. Solo responde.
Gerard dio una vuelta y subió a su vehículo.
Jackson, por su parte, se encontró en medio del estacionamiento del supermercado, experimentando una sensación inexplicable de vacío. Sintió la urgencia de abandonarlo todo, de perderse en algún lugar del noreste.
Era el tiempo perfecto. Las lluvias de noviembre alejaban a los turistas de esos parajes naturales que tanto ansiaban en verano. Necesitaba sentir la caricia de la tierra húmeda y fragante, huir de los recuerdos, comprar algo de tiempo antes de aceptarlos como necesidad imperiosa...
***
En la conexión interestatal entre Florida y Georgia, a Gerard se le ocurrió abrir la caja de pasteles y mojar la suave confección en la sangre semi aglutinada. Había probado mejores combinaciones, pero no podía quejarse, tratándose de una merienda de viaje.
Mientras conducía, pensaba que pocas cosas son más satisfactorias que un trabajo bien hecho. Fue entonces cuando notó nubes de tormenta en el horizonte hiriendo el perfecto azul del cielo con zarpazos grises y ráfagas de viento que recordaban el grito de un millón de almas, sumidas en la condena. Estacionó el auto a la orilla del camino, esperando que la teatralidad de la introducción ameritara la conversación que se acercaba.
No fue hasta que la luz que se aproximaba a una velocidad vertiginosa se detuvo frente a él, girando sobre un eje imperceptible, que el demonio bajó del auto, con gran cautela.
—¡Uf! ¿Qué puedo decir? Hace un tiempo considerable que no cruzábamos camino. —A pesar de lo informal de sus palabras, el tono fue solemne. El constante adular que por lo general le acompañaba desapareció por completo, y se registró algo de temblor en su voz cuando dijo—: Bien dicen que no es lo mismo llamar que ver venir. Espero que estés satisfecho. No te pido que me pongas en mucho, pero que consideres que en lo poco he sido fiel, tomando en cuenta el papel que estoy condenado a interpretar...
¿Qué hacen los demonios los fines de semana? Lo mismo que hacen a diario. Trabajar sus propias agendas, sin preocuparse a quienes puedan traicionar. Eso, y, tras perderse a sí mismos frente a incomprensibles revelaciones, conducir de camino a Savannah, con un paquete de buenas excusas.
***
Los sábados para Magnolia eran algo diferentes. Ser inmortal y no tener la capacidad de moverse de un lugar a otro le hacía la vida imposible. Estaba anclada en Georgia y eso la obligaba a mudarse de localidad cada diez años. Este era uno de esos fastidiosos fines de semana en los que debía inventar una nueva vida.
Su equipaje no constaba de mucho, solo lo suficiente como para hacer creer a uno que otro vecino curioso, que quien se movía junto a su casa era una persona de la cual no debían sospechar.
Después de casi un siglo de ausencia del casco de Savannah, Maggie volvía a residir en la ciudad. Si bien le resentía el hecho de que la casa que una vez perteneció a su familia fuese ahora un museo, su modesto apartamento en el parque Forsyth tenía todo lo necesario para hacerla sentir como en casa.
Para Magnolia, los dejos de nostalgia eran peores que para Jackson. Donde su ex, ya fuera por voluntad propia o no, se dedicó a vagabundear, sabrá Dios dónde, para ella, la única manera de preservar algo parecido a la razón era mantenerse en Georgia.
Los primeros años de su existencia fueron un infierno.
A unos tres días de haber muerto se encontró resucitada con un hambre voraz y una sed de sangre imperecedera. Esas primeras víctimas, incluyendo al reverendo Grady, murieron de la peor manera. El matar para ella era perderse en una neblina de confusión solo para despertar cubierta de todo tipo de desperdicio humano, experimentando sensaciones que podían ir entre el asco y el éxtasis, dependiendo de la vida a la cual puso fin.
A eso se le sumaban los fantasmas.
Las brujas Devereaux siempre contaron con la capacidad de traer de vuelta el espíritu de aquellos que se convertían en sus familiares. Durante seis generaciones, el cuerpo y alma de Magnolia se preparó para tales capacidades. Ese aspecto de la magia era oscuro, y para poder cumplir su cometido, las Devereaux guardaban consigo un memento de aquellos a quienes en vida designaron para servirles tras la muerte. Y que mejor recuerdo que carne y sangre haciéndose una con la piel.
Esa acumulación de vidas, sumada a las presencias fantasmales que se negaban a abandonarla, la volvió completamente desquiciada. No fue hasta que Rev. Grady, en ese empeño de salvarla, entendió lo que estaba sucediendo. Noche tras noche, el fantasma trataba de hacerla entrar en razón. Era el único de los espíritus que no parecía odiarla.
«Mi mejor consejo es que entregues tu alma, Magnolia. Pero si no puedes hacerlo, entonces al menos haz el esfuerzo de recordar dónde y cuándo comenzaste».
Una noche, entre lágrimas, y tras haber destrozado a un miserable vendedor ambulante llegado de New York, los ojos de su víctima le permitieron ver una casa en la calle Jones. Un espacio de paredes pintadas en suaves tonos de azul, con un gazebo cuyas columnas se cubrían de pequeñas flores aromáticas en otoño. Su víctima llegó a pensar que ese lugar era perfecto para una declaración de amor y Magnolia recordó por primera vez a Jackson.
Esa misma noche exorcizó a todos sus fantasmas, menos a uno. Solo dejó a Rev, no sin antes advertirle que buscara refugio en un bar llamado La Escalera.
A la mañana siguiente, invocó a Nicholas Rashard, presentando como regalo la turba de espíritus que habían estado atormentándola por años. Cada uno de ellos, culpable o inocentes en vida, fueron ofrecidos para alimentar la boca del infierno. Magnolia no lo reflexionó dos veces, si acaso Rashard tenía la intención de desecharla, llamó su atención manipulando el tiempo, utilizando el tormento de los espíritus y de su propia alma para crear tornados.
Cuando Nick Rashard apareció a su puerta, Rev Grady perdió su apuesta con el cielo, Sage dejó de creer en el amor y Gerard se guardó sus impresiones, por asuntos de contrato.
Transcurrieron casi cien años desde que su mente se aclaró lo suficiente como para hacer un pacto con Rashard. Su promesa la trajo hasta un apartamento en el parque Forsyth, donde ahora se encontraba sacando de su auto algunas cajas con el nombre «Maggie» escrito en marcador.
—¡Hola! —Una niña de apenas unos siete años se asomó entre el espacio de la verja de la casa vecina—. Me llamo Elise. Me dicen Lizzy. ¿Te vas a mudar a la casa de la señora Price? ¿Cómo te llamas? ¿Tienes hijos de mi edad?
Magnolia sintió una ola de afecto por la pequeña. Después de todo, había consumido a la señora Price, con tal de conocer mejor a sus vecinos. La buena señora Price aún permanecía en la que fue su casa. Si bien su espíritu voló al más allá, sus despojos estaban envueltos en delicadas sabanas de seda, sobre las cuales se dibujaban pétalos de sangre, aguardando el momento de desaparecer a manos de Tommy Riordan.
No dejaría ir el cuerpo o el alma de la anciana hasta que se aclarara su mente por completo, incluso si esto implicaba romper cada uno de sus huesos y succionar hasta la médula.
No era la primera vez que mataba a una dulce anciana, pero por alguna razón, el acto la dejó divagando, cosa que la amedrentó en gran manera. No podía darse el lujo de caer en las garras de la locura. Debía centrarse en su misión, y la misma, estaba frente a ella, exhibiendo la más inocente de las sonrisas. Le costó unos segundos encontrarse a sí misma y recordar lo que le trajo a ese lugar.
—Hola, cariño, me llamo Maggie. Lamentablemente, no tengo hijos, pero la señora Price dejó conmigo la receta de galletas de chispa que tanto te gustan. Me aseguró que eso garantiza que seamos amigas.
Observó a la pequeña, la cual dejaba asomar una marca de nacimiento roja, visible porque su cabello estaba arreglado en forma de coleta. Nacida con una marca de bruja. Su línea de sangre era diferente a los Devereaux, pero el potencial era el mismo. Prometió a Rashard una bruja a cambio de una bruja, siempre y cuando el hombre de Cassadaga la liberara de su agonía.
«Nada más cercano a ganar la lotería», pensó, mientras terminaba de bajar la mudanza.
N/A:
Ustedes saben que soy muy mala haciendo TikToks pero no pude evitar subirme a este tren porque ¡la cara de Pedro Pascal vale un millón de dólares!!!
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