Muñequita rota

El timbre sonó dos veces, y Lizzie, con la insistencia que solo le es dada a los niños, le hizo saber a Saundra, como si la mujer careciera de oídos. Su madre levantó el teléfono, para mostrarle que el sensor de la cámara de la puerta no arrojaba señal alguna.

  —Debe ser un gato de vecindario, linda, tengo que bajar la intensidad del detector.

Estaba lista para proseguir con su sagrado tiempo en redes sociales. En los últimos días, las teorías de conspiración se presentaban en alzada y era deber casi religioso el mantenerse al tanto.

El timbre sonó por tercera vez. La diferencia: en lugar de una interpretación robótica de Claro de Luna, escuchó su nombre.

Se dice, por los parajes del sur, que no es conveniente contestar a quien te llama, si desconoces de dónde viene la voz. Aquellos que han cometido el error de hacerlo y vivir para contarlo, confiesan que es imposible detenerse.

Nada que ver con el deseo de reconocimiento, la inclinación al narcisismo, el sentirse necesitado, o algo así, por el estilo. Es que la voz desencarnada se cuela en las fibras más profundas del ser y reclama una respuesta que solo puede describirse como visceral.

Saundra Johnstone se puso en pie.  Dejando el teléfono atrás, cruzó la sala de estar y abrió la puerta. Lizzie decidió seguirla, después de curiosear en la pantalla, y ver de quien se trataba. La persona a la puerta no le era particularmente simpática, pero probablemente sabría dónde encontrar a alguien que de seguro haría su aburrida mañana más interesante. 

   —Hola, señor profesor de Maggie...   

No recordaba el nombre del individuo, pero sintió que debía hacer algo. Después de todo, Saundra parecía congelada. Le tomó apenas unos segundos para entender la sensación de extraños peligrosos de la cual tanto le habían advertido. Trató de cerrar la puerta sin éxito; su madre terminó abriéndola de par en par.  

—Saundra Johnstone —Rashard se detuvo a saborear las palabras—. Existe un gran poder en las brujas de maleficium, pero, por miedo a ascender, cerraste los caminos a tu hija. ¿Qué se siente ser tan cobarde? Escoger, por voluntad propia, quedar desprotegida. No vale la pena cerrar tu boca. No tienes el mínimo conocimiento de cómo utilizar la palabra. Por ser inútil, me eres un estorbo—. Rashard la empujó hacia el pasillo, cerrando la puerta tras de él, siempre pendiente de Lizzie, para quien un momento de angustia podía desencadenar una manifestación de poder considerable. Presionó la palma de su mano contra los labios de la mujer, al punto de provocar que la misma se cortara con sus propios dientes—. Es una pena que no te arriesgaras. Se trata de una magia prolífica, poderosa, que imita la gestión de los mismos ángeles. ¿Quieres experimentarla?

Se acercó al oído de la mujer y pronunció algo inaudible para su hija, pero que aceleró el terror en la niña. Al retirar su mano, Saundra cayó al suelo, convulsionando y ardiendo en fiebre. El virus, que hasta entonces estuvo incubando en su persona, se multiplicó de forma exponencial, saturando sus pulmones. Para cuando su cuerpo tocó el suelo, ya estaba muerta.

—¿Qué voy a hacer contigo?— Su atención se concentró en Lizzie, quien quedó petrificada ante lo que se desplegó frente a sus ojos. La pequeña no podía conciliar lo que en apariencia era un ángel, envuelto en luz, de cuyo centro se desprendía una oscuridad insondable, dotada de vida propia. Una inteligencia que hablaba a su alma con imágenes violentas. Una mano negra se introdujo en su cráneo, abriéndose camino a través de sus ojos y nariz, cerrando los pasos de aire en su garganta con un líquido espeso.

Lizzie pensó que Rashard la había cegado, pero eso no fue el caso, solo se introdujo en su cabeza. Ambos caminaban por el sendero verde, no de la manera gentil como lo hizo una vez con Magnolia. El hombre de negro continuaba arrastrándola, aun cuando sus pies trastabillaron y sus rodillas dieron a ras del suelo.

—Debí haberlo supuesto —continuó Rashard—. Algo traía entre manos Magnolia. Mientras mantenía mi atención en Jackson, estaba manejando algo tras bastidores. Malditos revenant y sus intentos de conexión humana. Ella te ve como a una niña, cuando en realidad debe verte como lo que prometió serías; un conducto. Es por eso que nunca se debe enviar a nadie a hacer el trabajo que puedes hacer por ti mismo.

Una vez llegaron al árbol de serbal, la levantó del suelo, tomándola por el cabello y llamó a la bruja que guardaba la conciencia ancestral de la pequeña.

—Escúchame, hija de tres que es una. Traigo conmigo a la última de tu línea. A mí no puedes convencerme con palabras. Magnolia llegó ante mí con el teatro de que la habías vencido, pero mi amada bruja solo demostró que dentro de ella reside un poder del cual la Corte de Luz me privó el día que Brigitte del Cementerio, maldita negra entrometida, decidió meter su palmo de nariz entre el cielo y el infierno. Yo no necesitó una nueva bruja. Necesito un nuevo cuerpo para la bruja que me fue prometida.

El árbol de serbal comenzó a abrirse desde la raíz hasta el tronco. Sangre supuraba entre los surcos profundos de la corteza, descubriendo una membrana que cubría a las tres brujas ancestrales, la que llevaba sobre si la imagen de la madre estaba completamente fundida con el árbol, alimentando con su savia a las otras dos, las cuales fueron destrozadas por Magnolia. En su crueldad, Rashard permitió que la pequeña Elise hablara. Sabía que no podía pronunciar palabra que le hiciera daño.

—¡Por favor, por favor! —sus manitas hacían lo posible por zafarse—¡juro que no he vuelto a hablar con las mujeres del árbol!

—Puede que en algún momento se te dé ser buena bruja. Las mentiras te quedan. Pero estando tan cerca de ti puedo escuchar las palabras de Magnolia. Las que pronunció para que yo escuchara, y las que te advirtió en tus sueños.

—Hermanas, son hermanas. —La bruja cuya esencia estaba diluida en el árbol comenzaba a despertar—. Magnolia prometió protegerla cuando vio su amargo futuro, lo que debia pagar por encontrarse con Jackson Pelman... Todo lo que ha de pasar, lo que ni siquiera imaginas, pues desconoces y no entiendes. ¿Quiere el diablo escuchar su suerte?

—De todo lo que pensé escuchar de tu boca, intentar tentarme merece un premio a la originalidad.

Rashard pegó con un puño cerrado contra el suelo y la tierra respondió resquebrajándose entre gritos, la salvia que se llegó a derramar en el suelo ardió bajo la voluntad del hombre de negro y pronto, el árbol y las brujas que lo utilizaban como protección fueron sometidas a las llamas.

—¿Vas a... matar...me? ¡Por favor, no... lo... hagas! —Lizzie estaba destrozada, era incapaz de entender que la destrucción que presenciaba era producto de una ilusión, sentía a las mujeres retorcerse de dolor, ahogarse entre bocanadas de humo, como si fuera su propio castigo. Rashard era consciente de esto.

—¿Matarte? No, cariño. No de la forma rápida en que temes que lo haga. Tienes mucho que aprender, pequeña bruja. Existen entre ustedes aquellas que son excepcionales, y otras que solo merecen arder.

Con esto, la levantó en peso y la tiró justo al centro de la conflagración.  

En una casa que una vez pretendió ser un hogar feliz, el hombre de negro admiraba aquello que podía declarar un logro. Una madre muerta y una hija en la agonía de un coma inducido por espectros de pesadilla. La pequeña tembló ante su toque, batallando una fiebre que la consumía desde adentro, obligándola a perderse en los recesos más profundos de su subconsciente. Sin embargo, a estas alturas de la historia, declarar un cuerpo vacío un logro era engañarse a sí mismo. Por más que hurgó en los pensamientos de una chiquilla aterrada, la pregunta que le trajo hasta la puerta se mantenía pie: ¿Dónde estaba Magnolia?

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