Adelanto Inédito: En el principio
¡Hola, sivergüencitas!
Para no perder la costumbre, y en lo que me hacen una portada decente, quiero presentarles, un adelanto de lo que estoy escribiendo.
Cuando terminé "Jax", dije que iba a divorciarme completamente del universo de Brigitte y compañía. Entendí que Brigitte y Wedo habían contado todas sus historias. Sin embargo, una conversación con uno que otro lector me trajo la conclusión de que había personajes los cuales todavía tenían cosas que decir.
Esta historia gira en torno a alguien que, alguna manera, otra provocó las otras tres, pero de quien no sabemos mucho, excepto lo que vimos a través de los ojos de otros personajes.
Para hacerlo más interesante, he dejado que sea él quien cuente la historia en primera persona. Porque es tan antiguo que no hay forma de que yo me imagine qué sucedió allí:
1.
Quien se compromete a comenzar una historia con la frase "en el principio", tiene ante sus manos un riesgo.
No existen palabras más icónicas. La frase apela al colectivo humano, se asoma entre las sombras, el desorden y el vacío, para establecer un punto de partida.
Está demás decir, la cautela no es una de mis virtudes.
Con tal de no afectar sensibilidades, estableceré que, en una infinidad de comienzos y caminos, mi punto de partida lleva hasta un cielo y un infierno que tal vez no sean reales para quien lee esta confesión. Pero en mis más grandes anhelos y mis peores pesadillas, ambos están presentes, ardiendo bajo la tierra sobre la cual la caída me ha forzado a caminar por milenios, o asomándose inalcanzable tras el velo que se oculta al moverse más allá de donde los medios humanos registran estrellas.
En ese principio, mi principio, solo se escuchaba el desplazar de la rueda, haciendo orden del caos, formando lo que sería una copia barata de un cielo el cual nuestros ojos todavía no atestiguaban.
Estábamos ciegos. Desprovistos de luz, el primer y más agudo de nuestros sentidos nos permitía solo escuchar la frecuencia de la creación, lo que en el futuro, ángeles y caídos conocerían como misericordias y fidelidades.
Por un instante, en un abrir y cerrar de ojos, la frecuencia se convirtió en música, la música a su vez en voz y entonces, se nos brindó la oportunidad de escuchar los planes del relojero.
Cada pieza en su lugar, hasta que el universo se convirtió en una joya de perfecto engranaje.
No fue hasta entonces que nuestros ojos fueron abiertos. La intensidad de la luz quedó grabada en nuestras iris, por siempre plateadas. Sí, antes de que lo pregunten, cada demonio que camina sobre la tierra, si alguna vez cierra sus ojos, sigue viendo el cielo. Estamos marcados por la visión ineludible de aquello que perdimos.
La Tierra giraba ajena, pero sujeta a nuestra existencia. Y por lo que el recurso narrativo cuenta, fueron siete días, aparentemente todo se manejó de maravilla.
Tal vez la más grande decepción en esta historia es la corta duración de la garantía, pero me adelanto.
A nadie le gusta repetir elementos en la trama, y por eso poco saben que después de la primera caída, hubo una segunda.
Cuando el que ustedes los humanos conocen como el diablo cayó como rayo desde las alturas, quedamos varios ángeles simpatizantes con la causa, danzando en el precipicio. De primera intención no fuimos juzgados, después de todo, la curiosidad no es un delito. Es simplemente un deseo que carcome, el cual eventualmente provoca la caída.
Y el relojero, ante todo, es paciente. Es un punto indiscutible a su favor.
El llamado del interés a descubrir es más fuerte que el de la rebelión; la motivación no es política. La razón de la segunda caída nada tuvo que ver con recrear el cielo. Fue más bien el colateral de la obsesión con el producto creado.
¿Alguna vez leyeron un pasaje sobre la culpabilidad de las mujeres? Existen en todos los libros sagrados. Les juro que no es un acto de misoginia universal, más bien... una cierta falla en la forma en que se interpreta el texto, vacíos de trama que complicaron la intención.
No se trata de todas las mujeres, ni siquiera fue la tal mentada Eva la que trajo la perdición y a la vez la redención al mundo.
Fueron ellas, las hijas del principio.
Las brujas.
Verán, el universo, al menos, la versión a la que pertenecen todos aquellos que viajan en mi historia, tiene reglas muy claras.
Cielo, Tierra, Infierno. Entidades separadas, destinos únicos, escondidos tras puertas insondables.
El primero es la fuente de todo y no es nada de lo que imaginan. El segundo es el destino de unos tantos billones de almas creadas menores a los ángeles y el tercero es una prisión elegante, en donde el primero de los presos, por alguna razón, se ha convencido de que es el alguacil del recinto.
Fueron ellas las que lograron conectar por primera vez, de forma única, estos tres niveles. Las brujas cambiaron la historia establecida cuando descubrieron la magia.
Diría en este instante, pobres de nosotros, los ángeles curiosos que quedamos danzando en el precipicio, cuando nuestros ojos vieron lo que las hijas del principio podían hacer con sus voces, sus manos, sus cuerpos... pero nunca he sido uno de esos seres que suelen convertirse en víctimas a conveniencia.
He tenido muchos nombres y más rostros de los que recuerdo. Para efectos de esta historia, mi nombre es Nick Rashard, príncipe de la segunda caída, demonio por elección, al momento inconvenientemente detenido en una prisión forjada por oráculos.
Demos la vuelta a la página, y llenemos los espacios.
2.
¿Quién eres? ¿Cuál es tu misión? ¿Quién eres? ¿En qué puedes servir?
Justo en el instante en que el tiempo vio la luz, comenzaron las preguntas. Seguíamos siendo eternos, pero ya no éramos atemporales. La primera caída, la de Lucifer, marcó una nueva era.
Muchos de nosotros no teníamos asignaciones a nuestro cargo. Él nació siendo el lucero de la mañana. Suya era la perfección, la estética elevada que exigía que su rostro estuviese por siempre cubierto, por dos alas finas y traslúcidas. Las mismas se enraizaban en la base de su cuello, curvándose en ascendente hasta descansar contra su cabeza como corona de laureles. Cuando no ejercían la función de escudo, se posaban desdobladas sobre sus hombros, como una membrana fina bañada en polvo de diamante.
Hubo un instante en el que no existía sensación tal como el terror, por el hecho de que su luz estaba siempre presente.
Y entonces, cayó, llevando consigo la tercera parte de las huestes celestiales. Si están interesados en el parecer de otros, pueden leer cualquiera de sus libros sagrados.
Yo solo recuerdo la impresión en su rostro, esa marcha vertiginosa en la que su expresión pasó de sorpresa a angustia a odio. Una emoción tan intensa que hizo bajar una lágrima. La primera, la única derramada por un ángel a las puertas del cielo.
Cayó de forma aparatosa, indigna, con un grito ahogado ante la espada de un arcángel que, hasta momentos antes, había estado por debajo de su rango.
El infierno se abrió ante nuestros ojos para recibirle. Aquellos que quedamos al borde del abismo, no pudimos evitar cuestionar lo sucedido.
El averno era tan perfecto en su diseño y propósito que fue imposible no considerar que todo había sido previsto por el relojero.
No hubo momento para la duda. De manera inmediata, las preguntas que nos hicieron olvidar nuestras divagaciones ocuparon todo.
¿Quién eres? ¿Cuál es tu misión? ¿Quién eres? ¿En qué puedes servir?
Las preguntas tomaron el lugar de nuestra voluntad, limitando la expansión de nuestros pensamientos a algo más allá de lo asignado. Fue la primera vez que el cielo exigió fidelidad, y con ellas, comenzó la primera de muchas noches.
Quisiera decir que mi parecer se impuso, que tuve el mismo atisbo de rebeldía de Lucifer, pero mi caída, como la de todos los hijos de la segunda, estuvo atada a mi destino y función.
—¿Quién eres?
—Soy Nathanael —contesté sorprendido de pronunciar un nombre que hasta ese momento no existía.
—¿Cuál es tu misión?
—Ver que todo en la Tierra sea tal cual en el cielo. Ver sobre el orden de lo creado.
—¿Quién eres? —La pregunta me retorció entre las sienes como la voz de una potente caída de agua.
—Nathanael, arcángel de segundo rango, bajo el servicio de Mihael, aquel que expulsó el mal de la ciudad sagrada.
—¿En qué puedes servir?
—En siempre y en todo momento, seré consciente de la historia, sin ser parte de ella. Mi lugar es en la encrucijada, donde la voluntad de lo creado está conectada con el plan de la creación. Por siempre y para siempre, atestiguar y notificar...
¿Qué puedo decir? Fui la primera consecuencia de la explotación laboral.
Mi trabajo era uno solitario y algo tedioso. Nunca he estado por debajo de ofrecer uno que otro comentario sarcástico, así que podrán entender que no me sentía enteramente feliz con mi comisión. Podía ser un arcángel, pero eso no quitaba que en esencia no fuera más que un guardia de seguridad glorificado.
Y fue, en una de esas rondas, cuando encontré a alguien con quien muchos dicen, no debí cruzar. En el cielo, mi antigua residencia, se dice que no hay casualidades, solo causalidades. Y cuando se viaja incesantemente por los caminos de la tierra, persiguiendo la maldad, a veces, no hay ni que moverse. La maldad nos encuentra.
Recién bajaba desde las esferas, bañado en misericordias. Mi piel resplandecía áurea ante los primeros rayos del alba, el castaño rojizo en mi cabello repetía tono por tono, el destello del sol justo en el momento en que se abre paso entre las tinieblas. Los arcángeles viajan de esa forma entre el cielo y la tierra, camuflados por eventos naturales. Uno que otro con alma de poeta dirá que es la expresión más sublime de la creación, una prueba más de la armonía que gobierna el universo.
No, no se trata de algo tan sublime. ¿Alguna vez han visto una de esas fotos donde aparecen depredadores tan precisos que se confunden con su entorno? Esa es nuestra misión. No intervenir, pero a la hora de hacerlo, de ser necesario, nuestra llegada es tan súbita y nuestro ataque tan certero que aquellos que mueren a nuestras manos ni siquiera lo perciben. Invisibles, infalibles, expuestos solo a aquellos cuyos ojos han visto cara a cara al relojero.
—¿Cuál es tu nombre? No voy a pensar que te enviaron por mí, al menos supongo que, de ser así, tendrías una mínima idea de quién soy...
Nunca había escuchado una voz que penetrara mi pensamiento al mismo nivel que la del relojero. Fue suficiente para sobresaltarme.
La criatura que me llamaba desde adentro de mi propia consciencia estaba sentada en el tope de un promontorio rocoso a la orilla del camino. Al voltearme a verlo, mi rostro se deformó de manera súbita. No fue terror. Hasta ese momento, nunca había temido. Más bien fue sorpresa, un sentimiento desconocido hasta ese instante.
Su apariencia era familiar y foránea al mismo tiempo. Reconocí la forma y la estampa de una creación del relojero, a excepción que su cuerpo estaba cubierto con una oscuridad tangible, endurecida sobre cada músculo, marcando cada expresión en un rostro cubierto por una máscara. Lo único en el que emanaba luz era la herida que marcaba un surco en su pecho. Cada lugar donde tocó el filo de la espada de Mihael reventó como fino cristal y el espacio vacío fue cubierto con oro, plata y piedras preciosas.
—Soy Nathanael —contesté, obligado por un aura mayor a la mía —. Y tú, eres Lucifer, si es que la caída no te ha obligado a ocultar tu nombre.
—Yo estoy destinado a llevar mi nombre por siempre. Tú, sin embargo... —Sus ojos, de una ardiente turmalina, brillaron con interés, unos dientes de perfecto perlado se aprestaron sobre sus labios negros, resquebrajando la protección con la que estaba investido. Fue entonces que entendí que utilizaba la oscuridad como se lleva una armadura. —¿Quieres saber cuántos nombres puedes llegar a tener?
—No me interesa lo que puedas ofrecer. —Mi respuesta fue tan cortante como sincera. Quería desvanecerme de su presencia, reanudar mi labor. Algo en mí tenía la convicción de que si el serafín podía hablar desde mis adentros, también podía adivinar esos pensamientos momentáneos que cruzaban mi mente y desvanecían con el ciclo entre la declaración de las fidelidades y el amanecer de las misericordias.
Sentí un espasmo en el pecho, el cual, con el tiempo, descubrí que era temor. No fue agradable, aborrecí el asomo de náusea que hizo sentir mi cuerpo tan débil como el de un humano.
—Tic, toc, tic, toc —Lucifer se burlaba del latido errático de mi corazón, que alteró el ritmo impuesto por el relojero—. ¿No es acaso liberador? Te aseguro que hay todo un catálogo de emociones que descubrir. Puedo, por ejemplo, sugerir un nombre para eso que sientes cada vez que sales a dar tus rondas y te topas con las hijas del principio. Establecer definiciones es importante, ayuda a poner todo en perspectiva.
No hizo falta mucho para entender que nuestro encuentro no fue casual. Sus palabras indicaban que compartimos intereses.
—Las hijas del principio no son tuyas —respondí posesivo y protector.
—¡Ah, ah, ah! —Lucifer pareció disfrutar al corregirme—. Son hijas de Lilith, no vas a negarlo. Es por eso que se te han dado la encomienda de ver sobre ellas. El relojero está esperando que sigan los pasos de su madre y, si te interesa saber, los pasos de su madre, terminan en las puertas del infierno... ¿Quieres que te cuente una historia, una que solo yo conozco?
Fue el lugar perfecto en el momento adecuado.
¿Alguna vez han escuchado la historia del hombre que se encuentra con el diablo en una encrucijada? El demonio le invita a conversar, y el individuo queda prendado de cada palabra, hasta que su alma desaparece en el cierre. Me encantaría decir que fui el primero con semejante idea. No importa, me resta presumir de que mejoré la fórmula. Pero volviendo al caso, lo que hace esa conversación tan importante, tan diferente, es que, fue el primer momento en que sentí que estaba adquiriendo una destreza que podía hacer mía.
A través del tiempo, la repetí miles de veces, condenando almas con cada palabra.
Pero esta, la primera, no fue un intercambio entre criaturas superiores y efímeros humanos... fue un secreto entre ángeles.
N/A:
Espero que hayan disfrutado de este capítulo inicial. Voy a comenzar a publicar en algún momento durante principios de marzo. Mientras tanto, ruéguenles a las misericordias que, como siempre, el arte conceptual que estoy presentando, se convierta en una portada decente, porque hasta ahora, esto es lo que tengo:
¡Ay, Diossssssss!!!! Los quiero un montón.
-Lynn
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