Eeeeeeel. Fin. Del. Mundo.

Inmediatamente después de leer aquella noticia, a Eric se le cayó el mundo encima. Notaba su corazón totalmente acelerado, latiendo tan fuerte que podía escucharlo resonar en su cabeza. Todo a su alrededor se volvió totalmente insignificante. ¿Qué era una estúpida fiesta comparada con la posible extinción de la humanidad?

Se levantó de sopetón, haciendo temblar la mesa y tirando varios vasos que había encima por el camino, a lo que se sumaron un par de reproches que Eric devolvió como afiladas dagas saliendo de su lengua.

—Me da igual tu puta bebida.

Desde luego, nadie se esperaba aquella respuesta tan contundente, sino más bien algo más parecido a una disculpa. De hecho, aquellas palabras fueron tan extremadamente desconcertantes que generaron una rápida reacción llena de rabia por parte de uno de los afectados, el cual se levantó también sacando pecho cual palomo en celo.

—Repite eso de nuevo—amenazó.

—Déjame en paz—contestó Eric, tratando de salir de aquel pequeño recinto de sofás dispuestos alrededor de una pequeña mesa, llevándose un vengativo empujón por el camino que le provocó dar un pequeño traspiés. Esto último provocó un efecto dominó que le hizo chocar con una chica que también derramó su bebida.

—¿Qué haces, pedazo de retrasado?

Esta vez Eric simplemente ignoró el comentario, esquivando el agarre de la chica que también trataba de encararse con él, apartándose de ella y situándose así en el centro de la sala. Necesitaba salir de allí de forma urgente. ¿Dónde cojones se había metido Abraham? Estaba a punto de tener un ataque de ansiedad y necesitaba a su amigo de inmediato. Sólo él podría comprender lo que realmente pasaba. Lo buscó con la mirada por todo el recinto y luego se dedicó a registrar habitaciones y posibles salidas. Aunque dejó la más obvia para el final.

Abraham se encontraba fuera fumando un cigarro en aquel banco que había conseguido hacer totalmente suyo durante unos minutos. Por fin tenía un poco de paz y podía pasar algo de tiempo al aire libre, llenando sus pulmones de nicotina, mientras dejaba pasar los efectos secundarios de todo lo que se había metido. Obviamente aquella especie de estrella azul que parecía observarle tan de cerca era claramente un efecto alucinógeno. Desgraciadamente, la preciada tranquilidad no duró mucho ya que, mientras perdía su mirada en el cielo, alguien se había sentado a su lado, uniendo sus caladas de humo con las suyas. Y como no podía ser de otra forma, su maldición parecía prevalecer y el dios de la probabilidad hizo que su nueva compañera fuese nada más ni nada menos que la famosa Sarah Davis. Al incorporarse, abrió los ojos de par en par debido a la impresión y se atragantó ligeramente con el humo del tabaco.

—Hola, compañero de adicciones—bromeó ella, sonriente, perdiendo su mirada en los músculos de Abraham que sobresalían entre las anchas mangas de aquella camiseta, acaparando toda la zona superior del banco. Sin duda aquel chico sí que era lo que ella venía buscando. Era inevitable imaginárselo desnudo con la mirada. Probablemente fuese el prototipo de cualquier chica con dos ojos en la cara. Rubio, de ojos azules, con un rostro perfilado, nariz ancha y facciones nórdicas que bien podrían pertenecer al protagonista macizo de una película de vikingos.

—Hola...—contestó él, algo incómodo por la situación. Rápidamente, oteó su alrededor buscando a Eric con la mirada, no quería que malinterpretase la situación.

—Sé que va a sonar muy cliché decirte esto, pero no se me ocurre una forma mejor de entrarte así que ahí va: ¿Qué hace un chico como tú en un sitio como este? —preguntó coqueta, volviendo a jugar con su largo pelo negro entre los dedos. Probablemente en otra situación no se habría atrevido a hacer algo así, pero se había tomado un par de chupitos antes de salir y se había propuesto conseguir un buen polvo antes de que terminase la noche. Así que iba a ir a por todas.

Al escuchar eso, Abraham entró en pánico. No sabía cómo podía salir de aquella situación sin parecer un capullo integral así que su cerebro le proporcionó una respuesta rápida para intentar escapar sin crear heridos.

—Lo siento, pero soy gay—contestó lleno de nervios. ¿En serio eso era lo mejor que se le había ocurrido?

Aquella respuesta hubiese sido un golpe demoledor para cualquier otra persona, pero Sarah era una chica orgullosa para la cual no existía la palabra rechazo.

—Venga ya, sino te gusto puedes decírmelo directamente.

¿Y herir sus sentimientos? Definitivamente eso NO iba a ocurrir. Había que seguir avanzando con la mentira hasta el final.

—Es verdad, de hecho le tengo echado el ojo a un chico en la fiesta, bajito, castaño y con gafas. Quizás lo hayas visto.

Abraham le estaba rogando a todos los dioses que por favor Daniel apareciese de la nada para corroborar su versión y poder salir de aquel embrollo. Lo último que quería era que Eric apareciese y se encontrase a Sarah tan cerca de él, observándolo como un lobo a una oveja desvalida que no paraba de mentir para salvar su vida. Pero los dioses eran rematadamente retorcidos así que en vez de Daniel, fue Eric quien apareció en escena.

Unos ojos llenos de una furia que se había ido acumulando los últimos minutos miraron a Abraham con instinto asesino.

—¡No me lo puedo creer! —gritó Eric, totalmente fuera de sí—. Eres gilipollas, de verdad.

—Eric, no malinterpretes, por favor. Sabes que no haría nada que te hiciese daño—respondió Abraham, con un tono de súplica, tratando de tranquilizar a su amigo.

—¡Deja de mentir de una maldita vez! Siempre terminas haciendo lo que te da la gana, así que hazlo y déjame en paz. Me da igual todo.

Aquellas palabras envenenadas sin duda calaron hondo en el corazón del rubio. Cómo no, Eric tenía que ser la víctima una vez más. Todo tenía que girar a su alrededor, invalidando por completo sus sentimientos. El rostro de Abraham cambió de repente a un tono más serio y rudo. Si aquel era el juego, iban a jugar a base de bien.

Sarah, observando la tensión en el ambiente y uniendo los hilos que previamente le había dado Abraham, decidió que lo mejor era apartarse de la pelea. No iba a ser ella quien se metiese en temas de pareja. De hecho, ahora que sabía la verdad, se sentía un poco mal por haber despachado a Eric antes de aquella forma. Probablemente el castaño simplemente estaba siendo amable y había desperdiciado una oportunidad de oro para tener un amigo gay, lo cual habría sido una increíble adquisición entre su círculo de amigas. ¿Cómo no lo había visto antes? En fin, sin duda lo del rubio macizo había sido una sorpresa, pero lo de Eric se lo tenía que haber visto venir de lejos. Era algo incluso obvio ahora que lo pensaba.

Poco a poco, la morena comenzó a apartarse del banco, retrocediendo lentamente sobre sus pasos, pero sin perder de vista la escena.

—¿Quieres ver cómo hago de verdad lo que me da la gana?—amenazó Abraham, clavando entonces su mirada en la huidiza Sarah, quien empezó a ver cómo aquella imponente figura comenzaba a dirigirse firmemente hacia ella.

—¡No te atreverás! —respondió Eric, apretando los puños con todas sus fuerzas.

—Ya verás si me atrevo o no—sentenció el rubio, acercándose peligrosamente a la morena, quien no sabía muy bien cómo tomarse aquello que estaba pasando. Estaba más expectante que asustada, especialmente cuando Abraham la acorraló contra la pared y la miró con aquellos intensos orbes azules.

En ese instante Eric no pudo contenerse más y cogió todo el impulso que pudo para arremeter contra Abraham, quien era una roca dura de mover e interceptó el golpe como si de un defensa de rugby se tratase. Aún así, Eric consiguió hacerle retroceder unos pasos, momento que Sarah aprovechó para liberarse y quedarse mirando el espectáculo desde una distancia algo más prudencial. Abraham entonces, tomando ventaja de sus conocimientos de artes marciales y de su clara ventaja física, inmovilizó a Eric con una llave de estrangulamiento para que se tranquilizase. Este, sin embargo, no paraba de resistirse y, finalmente, Abraham decidió liberarlo.

—Venga, échale esos huevos que parecen que te acaban de crecer. ¿O eso también lo tengo que hacer yo por ti?

Eric lo miró, totalmente frustrado. El muy hijo de puta tenía razón, incluso en un momento como aquel, donde se había dejado guiar por la rabia que sentía y el miedo a morir sin haber hecho absolutamente nada en la vida, Abraham volvía a tener razón. Había vivido como un cobarde y seguramente moriría como tal. Y eso que deseaba con todas sus fuerzas no serlo. Quería ser capaz de enfrentarse al mundo, de tener esa fortaleza, de poder hacer todo lo que se propusiese, pero simplemente no podía...

El silencio se hizo durante unos segundos, seguido de una mirada condenatoria por parte de Abraham.

—Eso me suponía... —susurró Abraham, con una mezcla de satisfacción por haber ganado aquella discusión, pero también de decepción. Eric era un caso imposible.

Ambos se dirigieron entonces de nuevo al interior del recinto, aunque por separado. Necesitaban algo de tiempo para sanar aquellas nuevas heridas, pero Eric sabía que si había algo de lo que escaseaba en esos momentos era precisamente de tiempo. Aunque tampoco pudo pensarse demasiado su siguiente movimiento ya que, una vez entraron fueron arrastrados por un grupo de alumnos mayores hacia el centro del recinto. Parecía que el momento álgido de la noche había llegado: el juego de la botella. Una especie de ritual de iniciación para que los novatos se estrenasen por todo lo alto en la fiesta. Todos se sentaron haciendo un corrillo. Una chica unos cursos mayor que ellos giraría la botella mientras que otros hermanos mayores de la fraternidad decidirían si los dos afortunados tenían que besarse o hacer algún reto juntos.

Eric y Abraham se sentaron uno frente a otro. Habían hablado de aquel momento durante parte de su trayectoria hasta la fiesta y ahora se estaba haciendo realidad, aunque no con los mejores ánimos. Especialmente porque, para más inri, Sarah se había sentado al lado de Abraham.

La botella comenzó a girar, tocaba reto. Un chico tenía que quitarle el sujetador a su compañera sin que se viese nada. Un nuevo giro, tocaba beso. Una pareja de amigas se dieron un pico entre risas. La tensión se podía cortar con un cuchillo. Pronto le tocaría el turno a Eric y, además, tocaba beso. El resto de retos pasaron fugazmente, ninguno de los dos le estaba prestando demasiada atención realmente. Cuando Eric comenzó a girar la botella, pareció que la espera iba a hacerse infinita. Ni siquiera sabía si le hacía especial ilusión que le tocase Sarah después de lo que había pasado. Tampoco es que aquello fuese a suceder, de hecho las posibilidades eran nimias, tan nimias que le tocó emparejado con otra chica que no había visto nunca. Estuvo apunto de salir corriendo de allí. No podía quitarse de la cabeza que aquel iba a ser su primer y único beso. ¿Por qué tenía que ocurrir así? Entonces ocurrió algo inesperado. Antes de que pudiese siquiera reaccionar, Abraham agarró la botella y la situó apuntando a Sarah. Esta parecía bastante sorprendida por aquel gesto. ¿Significaba eso que en realidad le gustaba a Eric y lo de antes había sido una especie de pelea por ella? Se sentía bastante halagada desde luego. Aunque, por otro lado, observó la cara de Abraham y su forma de mirar a Eric y, por un instante, creyó de corazón que lo que le había dicho antes no era del todo mentira. Así que decidió agarrar ella la botella también y moverla ligeramente para que apuntase hacia Abraham. Este observó el recipiente vacío por unos instantes, no era algo que se hubiese planteado desde luego, o quizás era un pensamiento que había estado tratando de bloquear por todos los medios... Tampoco era momento de ponerse a reflexionar sobre ello, no tenía muchos ánimos, estaba realmente cansado y bastante apático. Simplemente se dejó llevar por el momento y pronunció esa frase que terminó por hacer que Eric volviese a estallar de nuevo.

—No me importaría... —dijo arrastrando las palabras en su boca, como si aquello fuese algo que realmente no debiese haber salido de ahí.

Varias personas lo miraron un tanto sorprendido. ¿En serio Abri acababa de decir aquello? Su pequeño grupo de colegas de la fraternidad no pudieron evitar soltar algún comentario al respecto.

—Cuidado con lo que dices, Abri, que quizás tu amigo lo disfrute demasiado—bromeó uno de los chicos mayores, situado tras Abraham, zarandeándole un poco el hombro a modo de complicidad. Abraham no reaccionó en absoluto, estaba expectante de ver la reacción de Eric.

—¿Tan apretado está el armario, Abri? Aún le podemos hacer un hueco al chaval—continuó otro con la broma. Eric apretaba puños y dientes. Abraham lo observaba con una mirada de desafío. Ya se habían tenido que enfrentar a situaciones así en el pasado donde el desenlace siempre había sido una férrea defensa del rubio hacia su compañero, pero esta vez pretendía que se defendiese por sí mismo. Estaba cansado de ser el saco de boxeo de nadie, el idiota que siempre lo da todo a cambio de nada (o de desprecios en el mejor de los casos). Aún así, él también apretaba los puños, no le faltaban ganas de librar esa batalla. Pero se mantuvo firme a su decisión.

Y, finalmente, Eric actuó. Se acercó peligrosamente a Abraham, hincando una rodilla en el suelo para agarrarlo de la camiseta y acercarlo hacia él. Estaba tenso, cabreado, frustrado, humillado. Lo miró con los ojos llameantes de ira. Sus rostros estaban separados por unos pocos centímetros.

—A ti no te importa nada, ni que este sea mi primer beso ni que en una hora vayamos a morir todos—susurró Eric, clavando sus pupilas en las centelleantes estrellas azules de Abraham.

El rubio se quedó petrificado ante aquellas palabras, ¿qué significaba aquello? Es cierto que Eric estaba quizás un tanto obsesionado con la llegada del fin del mundo anunciada por el tal Rajah Kumar, pero sus palabras habían sonado realmente serias y escalofriantes. ¿Y si fuesen verdad?

Abraham se quedó totalmente quieto en el sitio, tratando de desviar la mirada hasta que Eric decidió levantarse y retirarse de su lado, colocándose en el centro del corrillo, mirando a su alrededor.

—Y a vosotros tampoco os importa—dijo en voz alta, dirigiéndose a todos los asistentes—. ¿Sabéis que va a impactar un meteorito contra el planeta en una hora? —Todos miraron a Eric con una mezcla de confusión y sorpresa, pero en ningún caso miedo. De hecho, se escucharon algunas risas y comentarios jocosos al respecto—. Eso me suponía... —sentenció, abriéndose paso entre la gente para salir de allí lo más rápido posible. Si solo le quedaba una hora de vida, quería pasarla a solas con sus pensamientos.

Y, como si nada de lo sucedido hubiese pasado realmente, la botella volvió a girar varias veces. Abraham la observaba en silencio. Su mente estaba totalmente en blanco, no quería pensar. Reggie y los otros estaban relativamente cerca de él, así que alargó la mano para pedir una nueva calada de aquella bestia cargada de la marihuana más potente que había probado nunca. Una, dos, tres caladas... Todo comenzaba a darle vueltas. Su turno había llegado. Tocaba reto. Tenía que pasar diez minutos encerrado en una habitación con la chica del chupito, la cual estaba totalmente eufórica por su suerte. Abraham, en cambio, estaba apático y bastante mareado. Aún así, subió con ella. Los hermanos mayores cerraron la puerta, se escuchaban risas al otro lado. Como si de un instinto se tratase, Abraham se dirigió directamente a la ventana, a mirar al cielo. La luz azul seguía ahí, brillando con aún más fuerza que antes, cubriendo parte del cielo con su manto de tonos añiles, rosas y violetas. La chica se acercó al rubio, tirándole suavemente del brazo. Se había desnudado de cintura para arriba. Abraham la observó con cierta indiferencia, como bien había dicho anteriormente, ni siquiera era su tipo. Entonces ella comenzó a acariciarle el brazo, hasta llegar a su mano, guiándola lentamente hasta su pecho, haciendo que lo apretase suavemente. Entonces dejó a Abraham a su libre albedrío, el cual mantuvo ahí la mano, como si de un autómata sin voluntad se tratase. La chica, un poco frustrada por su falta de entusiasmo, llevó una mano hasta su bolsillo, sacando de este una especie de blister con lo que parecían unas pegatinas de caras sonrientes. Inmediatamente, llevó una hasta la boca de Abraham, acariciando sus labios, abriendo sus comisuras con los dedos hasta llegar a su lengua, colocando allí la pegatina. También llevó otra hasta su propia boca y, finalmente, lo rodeó con los brazos, juntando su boca con la del contrario para fundirse en un beso.

—Vamos a pasarlo muy bien—dijo la chica con una voz llena de picardía y sensualidad, deslizando sus manos bajo la camiseta del rubio. No sabía cuántas veces había fantaseado con aquel momento que, finalmente, se había convertido en una realidad.

Durante los siguientes minutos Abraham cerró los ojos y, simplemente, se dejó llevar. Acarició aquel cuerpo delgado, pequeño y caliente y lo cubrió de besos. Le gustaba la sensación de fragilidad que le transmitía, como si pudiese partirlo en cualquier momento si no tenía el suficiente cuidado. Trató de concentrarse en el placer del momento, de vez en cuando abría los ojos para observar la expresión de su acompañante, pero los volvía a cerrar inmediatamente. Su cabeza estaba en otra parte, pensando en otra persona... Entonces, los efectos de la droga comenzaron a hacer efecto y la siguiente vez que abrió los ojos, el rostro de la chica se volvió ligeramente diferente, algo más parecido a lo que tenía en mente. La observó sorprendido y, en parte, rabioso. De repente, la giró bruscamente. La chica no pareció resistirse a aquello, de hecho le pareció un cambio a mejor en la actitud del rubio. Le gustaba que la tratase con aquella violencia e intensidad, que la agarrase del pelo y se la follase así de fuerte. Sus gritos de placer llegaron a oídos de los guardianes de la puerta, quien comenzaron a gritar animando a su compañero. Abraham los ignoró por completo y se limitó a seguir hasta terminar con aquello. Ambos jóvenes cayeron rendidos sobre la cama, exhaustos por la actividad. La chica lo miró sonriente.

—Si quieres podemos quedarnos aquí un rato más hasta que se vayan.

Abraham asintió, dejando que su acompañante se acurrucase junto a él en la cama. Y, una vez más, se tomó la libertad de volver a cerrar los ojos.

No sabía cómo, pero había quedado rendido ante un soporífero sueño. En el sueño se encontraba en la misma habitación, se había levantado de la cama y se había puesto a mirar por la ventana. Todas las personas que veía estaban completamente quietas y, en el cielo, lo que parecía un gigantesco orbe azulado estaba flotando sobre sus cabezas. La gente lo observaba hipnotizada. Una voz robótica volvió entonces a su cabeza. Le resultaba familiar.

—Pooooor. Fin. Hemos. Llegado.

—¿A dónde hemos llegado? —preguntó Abraham con naturalidad.

—Aaaaaal. Fi-nal.

—Así que era verdad... Vas a matarnos a todos.

—Exaaaaaacto. Es-tás. Contemplando. La. Absoluta. Y. Completa. Destrucción. De. La. Humanidad. Tal. Y. Como. Pediste.

—¡Yo no pedí eso! —respondió Abraham en un rabioso grito.

—Sí. Lo. Hiciste. Este. Es. Tu. Deseo.

—¡Mentiroso! Yo nunca pediría algo así.

—Yo. Nunca. Miento. Ahora. Contempla. Su. Belleza.

Y, antes de que Abraham pudiese decir nada, de repente se vio flotando en el cielo. El ser le estaba mostrando las caras de horror de la gente en diferentes partes del mundo, observando la inminente llegada del meteorito, sus últimos segundos de vida. También le mostró otras caras, más inocentes, las cuales no se habían percatado de su inminente final: niños jugando, parejas follando, animales cazando, gente llorando en un funeral a aquellos que por azares del destino se habían conseguido adelantar al acontecimiento. Y, finalmente, y como última puntada digna de un ser sin ningún tipo de empatía y un sentido del humor bastante sádico, Hallen decidió mostrar cómo sus padres pasaban sus últimos instantes de vida, gritándose por teléfono por algún tipo de pelea que Abraham desconocía. El recorrido terminó en el campo de fútbol del campus, donde un solitario Eric observaba el meteorito con la determinación y la valentía de alguien plenamente consciente de su final.

—Si. Quieres. Puedes. Estar. Aquí.

Abraham observó a su amigo. Se preguntaba cómo Hallen podía preguntarle eso después de todo lo que le había enseñado, como si de repente tuviese un mínimo de compasión. Sin darse cuenta, Abraham se descubrió así mismo llorando, retirándose las lágrimas con la palma de la mano. Asintió ante la propuesta del ser y se quedó al lado de su amigo, sujetando su mano mientras miraba al cielo con la misma determinación que él.

—Ojalá todo hubiese sido diferente, ojalá yo hubiese sido diferente, ojalá pudiese convertirme en aquello que buscabas, darte lo que necesitabas... —dijo Abraham casi en un susurro con la voz totalmente rota. De alguna forma sintió que, al decir aquello, la mano de Eric se movió ligeramente, acariciando sus dedos de vuelta. Abraham sonrió por última vez—. Estoy listo...

Tras decir aquello, el tiempo volvió a transcurrir con normalidad. Al menos, en los últimos segundos, Eric tuvo la sensación de que, finalmente, no moriría solo. 

Entonces, una última palabra cruzó por su cabeza en aquellos últimos instantes, mientras su mirada desafiante se cruzaba con el gigantesco cuerpo celeste recordando aquello que había marcado su existencia hasta aquel momento, una promesa rota tras diez años de espera, unas palabras que no había resuelto hasta ese instante, donde la fantasía finalmente se había convertido en una realidad. Si el fin del mundo realmente había llegado entonces él había sido totalmente engañado.

MENTIROSO.




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