Doce horas hasta el fin del mundo

Aquel iba a ser un día histórico. Por primera vez en sus dieciocho años de vida Eric Swain había sido invitado a una fiesta; y no a una fiesta cualquiera, sino a la mismísima fiesta de primavera que organizaban las hermandades de la Universidad de Arcadia. Una fiesta legendaria donde podría pillar su primera borrachera y tal vez aprovechar algún juego para conseguir un primer beso por parte de Sarah Davis, aquella preciosa chica tímida y algo friki con la que compartía alguna que otra clase y por la que había estado bebiendo los vientos desde el inicio del curso. Si lo pensabas, era un plan inmejorable, aunque llevaba acarreado un pequeño problema: La fecha de la fiesta coincidía con el efímero paso del cometa Hallen junto a una increíble lluvia de estrellas, dos acontecimientos que no podía perderse un amante de la astronomía como era Eric. Por suerte, el problema no era realmente un problema ya que había planeado junto con Abraham, su amigo de la infancia con el cual compartía el mismo amor por las estrellas, apartar un par de horas para ver una vez más la llegada del cometa. Aquello le hacía incluso más ilusión que la fiesta ya que aquel era el décimo aniversario de la llegada del cometa y de, probablemente, lo que fue el día más extraño de su vida.

Si en aquel momento le contase a cualquier otra persona lo que pasó hace diez años probablemente lo tomarían por un loco, pero no tenía que convencer a nadie ya que la única persona que podía comprender aquella experiencia había vuelto a estar a su lado. Abraham, el mejor amigo de su infancia, su compañero de aventuras, su colchón de lágrimas y alegrías, seguía estando ahí con la misma conexión que el primer día que se conocieron. Si bien era cierto que antes de coincidir de nuevo como compañeros de cuarto en la residencia de la universidad el destino los había separado durante varios años, ahora les había devuelto ese tiempo perdido para volver a forjar aquel lazo que habían dejado atado en el colegio, a la espera de su reencuentro.

Para Eric, poder revivir aquel recuerdo con Abraham le parecía incluso cosa del destino. Después de la mudanza de los padres de Abraham a cientos de kilómetros de su pueblo natal, sentía que no volvería a ver a su amigo en años. Así que, cuando lo llamó contándole en una amarga alegría acerca de su vuelta al pueblo (un acontecimiento provocado por el divorcio de sus padres), Eric no pudo evitar emocionarse un poco. Por una parte, la noticia era horrible y sintió que algo también se rompía en su interior al enterarse ya que los padres de Abraham lo habían tratado de maravilla de pequeño; pero por otro lado, volver a ver a su amigo después de tanto tiempo era casi un milagro.

¡Menudo verano pasaron! Volviendo a ir a pescar al lago, a montar juntos en bici por las anchas y empinadas calles del pueblo y a releer aquellos viejos cómics de superhéroes que la madre de Eric había dejado olvidados en un cajón del desván. Ah, ¡el desván! Cuántas horas habrían pasado allí, tirados sobre la tarima de madera observando las estrellas a través del gigantesco tragaluz. Cuando se reencontraron fue como si el tiempo no hubiese pasado para ninguno (o quizás solo había pasado para Abraham). 

Eric casi no lo reconoció la primera vez que lo vio. Había metido un buen estirón, dejándose crecer una enorme melena rubia recogida en un coletero. También le había crecido la barba y encima la tenía cerrada, aunque la llevaba bien cuidada y bastante corta. En comparación con él, Abraham era bastante alto y corpulento para su edad. De hecho, aparentaba más años de los que en realidad tenía. En cambio, Eric parecía haber dejado de crecer a los trece. Nunca fue de los más altos de su clase y la genética lo había estado guiando para seguir el mismo camino que su padre (aunque creía que aún le quedaban unos años buenos para ganar algún que otro centímetro). Pero la realidad era que le iba a costar y mucho pasar la barrera del metro setenta si es que llegaba hasta ahí en algún momento. Además, se tenía que afeitar a diario porque su testosterona no le proporcionaba más de cuatro pelos rebeldes mal puestos por su cara. Y tampoco podía dejarse el pelo largo porque si ya se metían con él por ser bajito no quería imaginarse lo que ocurriría si además se dejase el pelo crecer y floreciese de la nada un lado andrógino acentuado por su cara de niño. La parte buena era que a Abraham esto no le importaba lo más mínimo, de hecho, insistía en que seguro que habría alguna chica que apreciase esa clase de atractivo. 

Chicas... otro tema de conversación recurrente entre dos adolescentes que acababan de reencontrarse. Abraham se sentía cómodo hablando del tema ya que había vivido alguna que otra experiencia relacionada. Eric, por otro lado, se mantenía bastante reservado con respecto a eso. Era un tema del que no quería hablar demasiado. Aunque, tras unos meses compartiendo habitación, Abraham le había conseguido sonsacar ese secreto que Eric guardaba con recelo a cerca de la atracción que sentía hacia una chica de su clase, llegando a la conclusión de que, por supuesto, la fiesta de primavera era el momento perfecto para un primer acercamiento.

Ah, la fiesta. Eric no podía quitarse de la cabeza cómo sería. Nunca había sido un chico demasiado popular, de hecho, era todo lo contrario a un chico popular. Era bastante tímido e introvertido y había tenido la mala suerte de ser escogido como un blanco perfecto para las burlas de sus compañeros. Al menos en la universidad la gente parecía algo más madura, aunque siempre había algún que otro capullo aburrido con ganas de que otros capullos aburridos le riesen las gracias. Se preguntaba seriamente si podría encajar y pasárselo bien. Abraham le había dado cierta seguridad con respecto a esto. Le había prometido que estaría a su lado para que tuviese una buena experiencia.

Cuando tan solo quedaban un par de horas para el gran acontecimiento, los jóvenes decidieron prepararse. Como Abraham era de los que tardaban diez minutos en estar listo decidió observar cómo sería el ritual del metódico Eric, quien había gastado ya media hora en elegir qué camisa ponerse. El rubio lo observaba tumbado en la litera inferior de su habitación, intercalando su vista entre su antigua nintendo DS y la nueva camisa que Eric había decidido probarse. Su pelo caía grácilmente desde el borde de la cama hacia el suelo y sus piernas se apoyaban a duras penas en el trozo de pared que quedaba entre su cama y la litera superior, una postura que podría parecer incómoda, pero que Abraham había redescubierto como una suerte de ejercicio de yoga para fortalecer sus articulaciones mientras jugaba a la consola.

—Deja de pensártelo tanto. Te quedan bien todas—comentó con cierta desgana, estaba cansado de la indecisión de Eric. Entonces decidió incorporarse, dejando la consola sobre la cama, sentándose normalmente para mirar a su amigo de frente—. Mmm... ¡Esta! —decidió improvisadamente, eligiendo de forma totalmente aleatoria una de las muchas opciones que su amigo había dejado sobre la silla del escritorio.

—Esa ni siquiera me la he probado—rechistó Eric, tratando de arrancarle la prenda de las manos al rubio, el cual opuso cierta resistencia para poder terminar con el problema.

—Pero seguro que te queda genial—contestó Abraham, con una sonrisa de oreja a oreja, la cual no podía inferirse si era amistosa u ocultaba ciertos instintos asesinos detrás.

—Creo que primero voy a ver otras opcio... —De repente, Abraham se levantó y una de sus manos acalló la boca de Eric sin ningún miramiento mientras que con la otra apretó la camisa que había escogido contra su pecho, manteniendo la sonrisa.

—Permíteme insistir... —repitió el rubio con un tono tan animado que daba miedo.

Eric se quedó de piedra, con una mezcla de sorpresa, miedo y vergüenza inundando su cuerpo. Abraham solía ser una persona bastante sosegada y paciente así que aquel comportamiento le chocaba un poco. ¿Tan pesado estaba siendo con el tema de la ropa como para que se pusiese así? Eric miró al suelo con cierta tristeza, tomando la camisa que Abraham le había entregado, desabotonándose la actual para proceder a vestirse con lo que parecía la última decisión que le iba a permitir tomar. Al ver que su amigo se lo había tomado tan a pecho, Abraham se volvió a sentar, suspirando.

—Perdona, no quería ser un capullo. Simplemente creo que eres demasiado indeciso y no deberías porque hablo en serio cuando te digo que todo te queda bien. —Esta vez Abraham mostró una sonrisa franca, mirando a Eric un tanto arrepentido. Unas palabras sinceras y también inesperadas que hicieron que esta vez el joven respondiese con cierto rubor.

—Gracias, supongo... —respondió Eric casi en un susurro, mientras se ponía la prenda. No estaba acostumbrado a ese tipo de comentarios. Era un chico bastante inseguro y que le dijese aquello alguien como Abraham, la viva imagen de un dios griego, hacía que no supiese si tomárselo como una broma o un halago.

—Ya verás que hoy Sarah caerá rendida ante tus pies —dijo el rubio lleno de energía, golpeando el hombro de su amigo a modo de camaradería.

Eric sonrió forzadamente, de nuevo, era incapaz de creerse aquellas palabras.

—No sé yo, si hasta ahora no se ha fijado en mí dudo que lo vaya a hacer en la fiesta.

A veces Abraham no podía con tanto pesimismo. Él que era la alegría de la casa, el típico chico con el que todo el mundo quería salir de fiesta: carismático, bromista, extrovertido y con ese aire ligeramente dejado y pasota que volvía locas a las chicas. En resumen, un amigo modelo, alguien que cualquiera querría tener a su lado ya que dispararía su popularidad. Cualidades que Eric, por desgracia, no apreciaba de ninguna de las formas. A veces, aunque lo quería a morir ya que se habían criado juntos, sentía que necesitaba escapar de la vorágine de negatividad que se formaba a su alrededor ya que no quería verse arrastrado a ella. Aunque también deseaba con todas sus fuerzas que Eric escapase con él. Era una pena que no mostrase ese lado tierno, interesante y a veces bromista al mundo. El Eric que él conocía era muy diferente al Eric con el que llevaba conviviendo los últimos meses. Si bien era cierto que la amistad y la conexión seguían ahí, a veces Abraham no sabía si valía la pena luchar por ello.

—No voy a insistir más—respondió el rubio un poco más seco—. Créeme o no me creas, pero nos tenemos que ir ya. La gente ya estará llegando. Venga, termina de prepararte.

Tras aquellas palabras algo más cortantes, Abraham comenzó a rebuscar en su cajón algo para ponerse él. No tenía demasiada ropa y la que tenía estaba cortada por el mismo patrón: camisetas y pantalones anchos de colores sobrios. Todo conjuntaba con todo así no tenía que pensar demasiado. Así que escogió un conjunto totalmente al azar compuesto por unos pantalones cargos negros llenos de bolsillos y una camiseta marrón tierra, quitándose rápidamente la sudadera y los pantalones cortos de chándal que usaba para estar cómodo por la habitación para sustituirlos por las nuevas prendas. Eric lo observó de refilón mientras lo hacía, comparándose inevitablemente con él. Desde que lo conocía, Abraham siempre había sido un chico muy deportista. Siendo su padre instructor de artes marciales no era para menos, por lo que su cuerpo reflejaba todos sus años de entrenamiento. Era inevitable sentir cierta envidia. 

Inmediatamente después de vestirse, Abraham fue directo a la cómoda a peinarse, recogiéndose el pelo en una especie de moño que dejaban varios mechones sueltos por su cara, los cuales le quedaban excepcionalmente bien. A esto lo siguió un rápido spray de perfume y ya estaba listo. Se dirigió a la puerta y miró a Eric, quien a su parecer ya estaba perfectamente preparado para irse después de dos horas de espera.

—Vamos, en marcha—sentenció Abraham, haciendo un gesto con la cabeza hacia el exterior de la habitación mientras entreabría la puerta. Eric asintió cabizbajo, cogió una mochila con algunas cosas y salió. Abraham daba un poco de miedo cuando se ponía en esa actitud pasivo-agresiva y Eric no sabía dar un no por respuesta.

El camino hacia la fiesta fue algo violento. Mientras a su alrededor el ambiente era increíblemente animado, lleno de universitarios dando gritos, bebiendo, bailando y, en algunas ocasiones, mostrando sus partes pudendas; para Eric y Abraham fue una caminata de silencio incómodo. El rubio había decidido sacar un paquete de tabaco de su pantalón y encenderse un cigarrillo mientras que su compañero decidió ponerse a mirar el móvil durante el trayecto.

¿Se sabe algo sobre Rajah Kumar? Parece que las últimas noticias sobre él son un par de posts en Reddit de hace unas horas. Hay un par de randoms que se acuerdan de la fecha que anunció como el final del mundo hace diez años y coinciden con el día de hoy. LOL, no puede ser verdad. ¿Ha predicho en serio qué día volvería a pasar el cometa? ¿Qué cojones? Vaya panda de trolls. Seguro que dijo otro día y están metiendo miedo. No hay muchas noticias sobre él tampoco. Parece que la gente en su momento no le dio mayor importancia. Más argumentos para pensar que claramente se lo están inventando, pero... ¿Y si es verdad? En fin, lo que pasó hace diez años fue bastante real...

Eric miró a Abraham, tirando de su camiseta para llamar su atención. No quería mantenerse así por más tiempo. Uno de los dos tenía que romper ese cabreo estúpido digno de una pareja de colegiales.

—Por favor, vamos a terminar con esto, quiero hablar contigo.

Abraham lo observó de soslayo, suspirando mientras soltaba el resto de humo que mantenía en la garganta.

—Yo también prefiero hablar a estar mirando al infinito—comentó tranquilo, tirando lo que le quedaba de cigarro al suelo para concentrarse en lo que sea que le iba a decir Eric.

—He leído algo un poco preocupante... —dijo Eric algo consternado, mostrándole la página de Reddit que había estado mirando a Abraham, el cual comenzó a leerlo tranquilamente, alzando parcialmente las cejas a modo de tenue sorpresa.

—Curioso...—respondió sin más, encogiéndose de hombros. Eric no podía creerse aquella reacción, esperaba algo más... efusivo.

—¿Eso es todo lo que tienes que decir? —preguntó un tanto indignado.

—¿Y qué quieres que te diga? —contestó el rubio, respondiendo también indignado a la indignación de Eric.

—¿No estás mínimamente preocupado?

—No lo sé. Estoy aún raro por lo de antes.

Eric abrió los ojos de par en par, parándose en seco. No se lo podía creer. ¿Cómo que estaba raro por lo de antes? ¿Qué cojones importaba eso? Acababa de enseñarle lo que probablemente era un hecho increíblemente extraño y escalofriante. Y, teniendo en cuenta lo que habían vivido, el escepticismo no era una respuesta.

—Por favor, no. No quiero estar mal, de verdad. De hecho, no sé cómo quiero estar, porque llevo diez años preguntándome qué pasó ese día y me siento raro siguiendo sin más con mi vida. Porque sé que no estoy loco, sé que tú no estás loco y sé que toda la gente que escuchó algo no está loca. Y hoy, lo que más deseaba en el mundo era sentarme ahí contigo y volver a ver ese maldito cometa sin que nada extraño pasase para poder pasar página... —Las gafas de Eric comenzaron a empañarse ligeramente al mismo tiempo que su cara se enrojecía cubriéndose de lágrimas. 

Abraham inmediatamente respondió acercándose a su amigo, rodeándolo con los brazos, acariciando su pelo mientras apoyaba su barbilla contra su cabeza.

—Tranquilo, no va a pasar nada y, si pasa, no podemos hacer nada para evitarlo. Así que, simplemente, limítate a disfrutar. Nos adaptaremos a las circunstancias.

Eric asintió, devolviendo con fuerza aquel tranquilizador abrazo, hundiendo la cabeza en el pecho de Abraham, impregnando de lágrimas su camiseta. No sabía muy bien cómo lo hacía, pero el rubio tenía una capacidad increíble para encontrar las palabras adecuadas en las peores circunstancias. Tenía una increíble fortaleza interior, siendo capaz de mantener la calma en todo tipo de situaciones. Una cualidad muy útil para lidiar con alguien como Eric, quien se hundía a la primera que hubiese cualquier mínimo problema que resolver. Una cualidad que, además, tenía un límite. Desde el divorcio de sus padres, Abraham se había roto en mil pedazos: Lo que pensaba que era una relación idílica de amor eterno se había acabado sin más. Por no hablar de que se había visto forzado a elegir entre sus padres, a los cuales quería con todo su corazón, debido a que ambos tenían a sus familias en sitios muy distantes y necesitaban espacio para sanarse. La ruptura también había quebrado aún más lo que ya era una situación económica bastante inestable, forzando a Abraham a tener que esforzarse el triple de lo que ya lo hacía para traer dinero a casa al mismo tiempo que trataba de conseguir una beca para la universidad. Era él quien necesitaba a alguien con fortaleza interior, porque la suya no aguantaría mucho más; algo de lo que Eric parecía no percatarse. Su vida era demasiado perfecta y sus problemas demasiado estúpidos. Solo tuvo que chasquear los dedos para pedir entrar a la misma universidad que él ya que sus padres siempre le habían dado todo lo que quería. Nunca había tenido que esforzarse más allá de tener una pataleta para conseguir algo.

Esto había sembrado una pequeña semilla de envidia dentro de Abraham, quien daría lo que fuera por tener la vida de su amigo. Aunque esto, por supuesto, nunca se lo diría a la cara. Valoraba más su sentimiento de amistad que esos pequeños pensamientos intrusivos que, poco a poco y sin quererlo, desgastaban lentamente su vínculo.

—Tienes razón... en todo. No podemos hacer nada y lo único que puedo hacer yo es echarle un par de huevos y decirle lo que siento a Sarah.

Y ahí estaba de nuevo, aquella sonrisa proveniente de ese rostro endemoniadamente dulce que traía consigo la imperiosa necesidad de protegerlo. Por mucho que a veces quisiese odiarlo con toda su alma era incapaz, le rompía demasiado el corazón verlo llorar y disfrutaba demasiado cuando lo veía sonreír.

—Esa es la actitud—dijo Abraham más animado, limpiándole las lágrimas de los ojos con el pulgar, sorprendiéndose a sí mismo sonriendo también. Ese era el poder que ejercía Eric sobre él.

Y finalmente, volvieron a retomar el camino hacia la fiesta hablando de lo verdaderamente importante: estúpidas estrategias de ligoteo para hacer que una chica se fije en ti, porque, en fin, la llegada del fin del mundo era demasiado normie.

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