Capítulo 17

—¿Tampoco te vas a levantar hoy? —David asomó su cabeza por encima de las cobijas. Su madre abrió las cortinas de par en par y la luz que entraba a su cuarto, de manera tan brusca y repentina, le lastimó los ojos—. Con quedarte en cama veinticuatro horas no vas a cambiar nada. Te vas a enfermar. Te estás echando a morir por algo que...

—Tal vez morir es lo que quiero —le interrumpió el chico, cubriendo su cabeza nuevamente con las cobijas.

Su madre no pudo evitar sentirse preocupada con esas palabras. Temía que su hijo fuese capaz de seguir los pasos de su amiga. Nunca había considerado a su hijo capaz de tales actos, pero a Helena tampoco y de un momento a otro la chica simplemente lo había hecho. "A veces no hay señales o no se ven" se lamentó mentalmente, incapaz de decir palabra alguna.

—Déjame solo, por favor —dijo David totalmente cubierto—. Quiero estar solo.

La mujer se acercó al bulto que sobresalía de la cama y se sentó en un borde junto a él. Puso su mano donde creía estaba el hombro de su hijo. David, al sentir el tacto de su madre, asomó la cabeza y la miró. Sus ojos estaban rojos, al igual que su nariz y el contorno de su boca, y brillaban por las lágrimas que estaban a punto de salir.

—No es tu culpa —dijo la mujer acariciando la cabeza de su hijo.

David giró su cuerpo, dándole la espalda.

—Pude haber hecho algo para evitarlo, pero solo fui un mal amigo.

—Eso no te hace culpable. Tú no sabías por lo que estaba pasando Helena y aún si lo hubieras sabido no puedes culparte por las decisiones de otros. Se supone que hasta estaban peleados, ¿no?

—Sí —el chico se sentó—, pero eso no me hace inocente.

—No se trata de ser culpables o inocentes —la mujer se levantó y miró hacia la ventana. El día era soleado, afuera de la casa todo era juegos, risas y rostros alegres—. No puedes solo quedarte aquí encerrado, ni tampoco pensar en que tu muerte arreglaría algo. ¿No has visto el dolor que Helena ha causado a todos? No sabes cuánto me asusta que digas que quisieras morir, no hay nada más doloroso para un padre que tener que enterrar a sus hijos. Ese no es el curso natural de la vida, no creo que pueda superarse un dolor como ese.

—Yo nunca haría eso —murmuró el chico sobando sus ojos con su muñeca—. No sería capaz de algo como eso, me parece egoísta. Es decir, la vida es difícil para todos, hay problemas por todas partes. Estoy molesto con Helena porque se rindió tan fácil, pero estoy más molesto conmigo porque si la hubiera escuchado ese día, ella seguiría viva.

—Eso no lo sabemos.

—¡Claro que sí! Si la hubiera escuchado, tal vez habríamos arreglado las cosas y ella no se hubiera sentido sola y culpable por nada.

—Helena no estaba bien, tal vez eso no habría sido suficiente. No puedes...

En ese instante el teléfono sonó. David se levantó enseguida y fue corriendo a buscarlo. Habían pasado dos días desde que el caso de Helena había salido en las noticias y ese era el momento en el que todavía no se sabía nada de la chica que había saltado del puente. Todavía no era siguiera seguro que se tratase de Helena. Y David guardaba la esperanza de que un día su amiga lo llamara y le dijera que todo había sido una confusión.

—¿Aló?

Del otro lado escuchó un llanto.

—¿Helena?

—Está muerta —la mujer que hablaba lloraba desconsolada—. Encontraron su cuerpo y es ella. Es mi Helena —David quedó petrificado, fue incapaz de articular palabra alguna, parecía incluso que su respiración se había detenido—. ¿Por qué la dejaste sola?

La pregunta de la señora lo hizo reaccionar.

—Yo no...

—La dejaste sola, tú eras su amigo, ¿por qué no hiciste nada?

—Yo no sabía —contestó con dificultad, su voz temblaba y sentía un dolor punzante en el pecho—. De verdad no lo sabía, yo...

—No vayas al funeral, ni al cementerio.

—¿Q-qué?

Su madre, al verlo pálido, y apunto de desvanecerse, le quitó el teléfono.

—No quiero verte cerca de ella nunca más, ni de nosotros. Tú la dejaste morir.

—¡Señora! ¿Qué estupideces dice? —aunque trataba de entender el dolor que debía estar sintiendo aquella madre por la perdida de su hija, le parecía inconcebible lo que estaba haciendo esa mujer con su hijo. ¿A caso quería provocar otra tragedia?—. Más culpa tiene usted que no estuvo pendiente de su hija. Es usted quien vivía con ella —se sintió horrible al decir esas cosas.

Nadie tenía la culpa de lo que había ocurrido, no se trataba de inocentes y culpables. Al final todo era el resultado de las decisiones de una sola persona. De una chica que había sido incapaz de afrontar el primer problema que se presentó en su vida, o al menos así lo veía, no entendía por qué todos comenzaban a culparse entre ellos.

—N-no es culpa suya tampoco, no es culpa de nadie.

Del otro lado solo escuchó un llanto descontrolado y se sintió fatal.

—Yo no...

Ya no escuchó nada más. La mujer volteó a ver a su hijo, quien estaba sentado en el sofá con la mirada perdida y los ojos llorosos. Sin decir una palabra se sentó junto a él y lo abrazó.

—No es tu culpa —murmuró recostando la cabeza de su hijo contra su pecho.

*****

—Te dije que no dejaras la leche fuera de la nevera, ¿acaso eres tonto? —no hubo respuesta alguna—. ¿Me estás escuchando? ¡Te estoy hablando! —la mujer apagó el televisor y se paró frente a su hijo—. ¿Eres idiota o qué? —le empujó la cabeza, el chico se limitó a desviar la mirada hacia el suelo—. No, es que ya no soporto esto. ¡Levántate! —lo agarró del brazo—. Ya me cansé trabajar todo el día para llegar a la casa y encontrar al inútil que tengo como hijo aplastado, sin hacer nada productivo. Lo mínimo que pido es orden ¿y ni siquiera para lavar un plato sirve el señor? Ni para levantarse a fritar un huevo —Allan permanecía callado—. ¿Me estás escuchando? ¿Ahora tras de imbécil sordo? —al no recibir respuesta, la mujer no pudo controlar su ira y le dio una cachetada, seguida de otra y otra. Ni siquiera eso lo hizo reaccionar—. Desaparece de mi vista —caminó hacia su habitación—. No quiero verte más en mi puta casa.

Desde la transmisión de la noticia en la que se presumía que Helena había saltado de un puente, Allan, incapaz de sentir siquiera un segundo de tranquilidad, no había comido ni dormido. Cuando intentaba dormir tenía pesadillas que cada vez se tornaban oscuras y le hacían pensar que en una de esas noches su cuerpo no resistiría y moriría de un ataque cardiaco. La relación con su madre no ayudaba en nada, la mujer no soportaba encontrarlo en la casa, no estaba acostumbrada a eso. Sus amigos tampoco habían servido de mucho, pues al saber lo que había ocurrido con Helena y lo que se hallaba en su diario, habían decidido tomar distancia para que no se les involucrara con las personas que presuntamente la habían orillado al suicidio.

El teléfono sonó. Allan lo ignoró. Volvió a sonar hasta que su madre salió gritando de su habitación.

—En serio no sirves para nada —al pasar junto al sofá para acercarse al aparato empujó la cabeza de su hijo—. Es que de verdad quisiera... —levantó el teléfono—. Lo que faltaba —dirigió el teléfono hacia Allan—. A ver —lo obligó a coger el aparato y le hizo señas de que hablara. Luego tomó su chaqueta y salió del apartamento.

—Hola —dijo en voz baja.

—Debes estar contento —habló una mujer desde el otro lado—. Supongo que lograste lo que querías. Acabar con la vida de mi hija. ¿Estás feliz? —el chico no contestó—. ¿Estás feliz? —masculló entre dientes.

—Claro que no —su voz temblaba.

—Como si fuera a creer en las palabras de un asesino —en medio del llanto la mujer rio, aunque tras su risa solo había amargura—. Yo leí el diario. Lo leí todo. Sé perfectamente lo que hiciste, sé que tú la mataste. Tú hiciste que ella se odiara. Tú la empujaste de ese puente.

—No —las lágrimas comenzaron a escurrir descontroladamente—. Yo no fui. Yo no la maté.

La mujer colgó.

—Yo no fui.

"Tú la empujaste" "La mataste" "Es tu culpa" no dejaba de escuchar las palabras de la madre de Helena en su cabeza.

—No fui yo.

A su mente llegó el rostro de Helena.

—No —apretó sus puños con fuerza, las lágrimas no dejaban de salir—. No —su garganta quemaba, al igual que su pecho— ¡¿Por qué lo hiciste?! —mandó el puño contra un florero que su madre tenía en la mesa de la sala. El sonido del vidrio rompiéndose lo llenó de ira y comenzó a golpear, patear y destruir todo lo que halló a su paso.

"Tú la mataste"

—No fui yo —se acurrucó en un rincón del salón. Todo estaba en silencio. Lo único que escuchaba eran voces que lo culpaban, no solo la voz de aquella mujer, escuchaba a Helena, a David, a sus amigos, incluso a su madre—. Yo no hice nada —tapó sus oídos para tratar de no escucharlas más, pero fue inútil.

Pasados unos minutos su madre volvió.

—¿Qué es esto? ¿Ni para prender la luz sirve? —cerró la puerta y se acercó al interruptor—. No me digas que ni te has levantado de ese sofá —la encendió y cuando se dio cuenta del desorden en el que se hallaba su departamento, y de todas sus cosas rotas y tiradas a lo largo de la habitación, su rostro se enrojeció de ira—. ¿Qué hijueputas pasó aquí? —miró hacia el sofá en busca del culpable—. Ahora sí lo mato. ¿Qué se hizo este imbécil? —al verlo tirado en el suelo lo agarró de la ropa—. Párese a ver —Allan estaba medio dormido—. ¿El señor cree que el dinero llueve del suelo? ¿Cree que todo esto no valió plata? —Allan se soltó de su agarre—. Venga para acá. Ya me cansé. Ya fui muy paciente —lo agarró del cabello—. ¿No le da pena? Es que en serio no sé cómo fue que parí a alguien tan inútil, tan sucio, tan desagradable. Es que ni para quedarse quieto sirve. Mire —lo obligó a mirar las cosas rotas—. Para esto es para lo único que sirve. Mire bien. La destrucción es lo único que hace bien —soltó una risa—. Qué talento tan bonito, ¿no? Arruinar la vida de las personas.

La mujer encendió el televisor y lo primero que vio fue la cara de su hijo en pantalla.

—Vean no más, mi teoría es cierta —le subió volumen al aparato—. Aquí dicen que la niña esa se suicidó por tu culpa —lo volteó a ver. El rostro de Allan se mostraba pálido, su mandíbula comenzó a temblar—. De verdad que logras convertir hasta la más bella pieza de oro en carbón. Nunca entendí como una niña como ella pudo ser tu amiga. Escuchemos a ver.

Le subió más el volumen.

—Según la información encontrada en su diario, y el testimonio de su madre y algunos amigos, Helena sufría matoneo por parte de algunos de sus compañeros de escuela —mientras la reportera hablaba, en la pantalla seguía el rostro de Allan.

—Al menos no pusieron tu nombre —la mujer suspiró con fastidio—. ¿Y qué le hiciste a la niña? ¿Te aprovechaste de ella o qué? —Allan temblaba y sentía ganas de vomitar—. ¡Respóndeme! ¿Abusaste de ella, maldito cerdo? —le tiró un vaso que había sobre la mesa, Allan apenas alcanzó a cubrirse la cara con sus brazos.

—Yo no hice nada.

Su madre soltó una carcajada.

—Sí, sí. Ya te creí. Será mejor que busques donde quedarte, no quiero verte aquí mañana o yo misma te entrego a la policía. Asqueroso.

La mujer dejó la sala y se fue para su habitación. Allan apagó el televisor y volvió a sentarse en el sofá.

"Tú la mataste" "Es tu culpa"

—No es mi culpa —se acostó en el sofá y cerró los ojos con fuerza. No quería dormir, pero tampoco soportaba más estar despierto. Lo único que quería era dejar de pensar, dejar de sentir, dejar de recordar, dejar de escuchar esas palabras y de ver el rostro de Helena, sabiendo que nunca más volvería a verla de verdad—. ¿Por qué lo hiciste?

Las horas pasaron, cada minuto le parecía eterno. No dejaba de escuchar las voces que lo culpaban, ya no lo soportaba más.

—Es mi culpa. Lo es.

Dijo levantándose del sofá y corriendo hacia el baño.

—Es mi culpa —recordó el diario de Helena— Soy un monstruo —recordó las palabras que ella había escrito, lo culpable que se sentía—. Si Helena no merecía vivir yo tampoco —encontró las pastillas para la depresión de su madre y las vació en su boca—. Nos volveremos a ver hoy mismo, ¿verdad? —cerró sus ojos y volvió a ver el rostro de Helena. Las voces se detuvieron.

Un fuerte ruido despertó a la mujer que apenas y había logrado conciliar el sueño. De mala gana se levantó. "Y ahora qué hizo este pendejo" se lamentó mentalmente en tanto buscaba sus chanclas. "¿Qué karma estoy pagando con todo esto?". La mujer salió de la habitación, todo era oscuridad.

—¡¿Qué es el escandalo?! —gritó tirando la puerta de su habitación.

Al llegar a la sala la encontró vacía. Miró hacia la puerta y pensó que el ruido que la despertó había sido causado por su hijo al salir del apartamento.

—Por fin hace caso en algo —caminó hacia la puerta y corrió el pasador—. Ni vuelvas por acá.

Se sentía molesta, pero al mismo tiempo triste y asustada. ¿Su hijo realmente se había ido? ¿La había abandonado? La mujer se sentó en el sofá y se sintió preocupada. Algo en su interior dolía, que su hijo se fuera no era lo que ella realmente quería.

—Mejor así —se levantó con rabia y se dirigió al baño—. A ver si así se arregla mi vida.

Cuando abrió la puerta su corazón casi se detuvo, sus piernas temblaron y su cuerpo por poco se desplomó.

—¿Qué haces? —su hijo yacía en el suelo convulsionando y había una mancha de sangre en el borde de la bañera.

La mujer se acercó enseguida y al poner su mano cerca de la cabeza de su hijo sintió algo húmedo. La sensación la llenó de pánico, por lo que retrocedió. Al ver su mano halló sangre. Sin hacer nada más, salió de la habitación corriendo y fue en busca del teléfono.

Sus manos temblaban, por lo que se le dificultó marcar el número de urgencias. En el momento en el que recibió respuesta pidió una ambulancia, explicando que su hijo estaba convulsionando y que al parecer se había golpeado la cabeza. Luego de colgar la mujer volvió al sofá y comenzó a llorar, no era capaz de regresar al baño. No quería ver a su hijo muriendo, o peor, muerto.

Por fortuna la ambulancia llegó en pocos minutos. Todo pasó tan rápido que la mujer ni siquiera notó en qué momento ya estaban llegando al hospital. En todo el camino no fue capaz de dirigir la mirada a su hijo.

Cuando se separaron una enfermera se acercó a ella.

—Tranquila, mamita. Su hijo está en buenas manos —dijo agarrando su mano y sonriendo.

La mujer se sentó en la primera silla que encontró. "Esto debe ser una pesadilla" cerró los ojos, esperando que al abrirlos apareciera en su cama, y que al levantarse de ella encontrara a su hijo sentado en la sala, sin hacer nada. Sin embargo, cuando los abrió no encontró más que el caos que había en el hospital.

—¿Qué hice? —se lamentó en un murmuro—. No te mueras —se acurrucó en la silla y se puso a llorar.

*****

—Alguien quiere hablar contigo —David se hallaba escondido bajo las cobijas—. Dice que no contestas el celular y que está preocupado.

—No quiero hablar con nadie.

—Al menos díselo tú —la mujer ya no sabía qué hacer para animar a su hijo—. Él ni siquiera sabe lo que está pasando, hasta puede pensar que lo estás evitando quién sabe por qué.

David escuchó el sonido de la puerta al cerrarse y salió de su escondite. Dirigió su mirada hacia la mesita de noche, en la que se hallaba su celular y lo agarró. Cuando revisó sus mensajes se encontró con que Nicolás había intentado llamarlo varias veces y además le había dejado un par de mensajes. Como David tenía el celular en silencio, ni siquiera se percató de todo ello.

David: Hola. Perdón por no contestar, no he estado pendiente del celular. He estado un poco enfermo.

En la pantalla apareció que Nicolás estaba escribiendo, sin embargo, ningún mensaje llegó. David estaba por poner el aparato de nuevo en la mesita, cuando en la pantalla apareció la foto de Nicolás, quien nuevamente lo estaba llamando. Antes de contestar trató de cambiar la expresión de su rostro.

—Al fin apareces —Nicolás se encontraba al aire libre—. En serio pensé que me odiabas y ya no querías saber más de mí. Estaba tipo: "¿y ahora qué hice?" —la sonrisa de su rostro se desvaneció al ver a David—. ¿Cómo estás? Te ves pálido y ojeroso, ¿qué tienes?

—No es nada, solo he estado un poco enfermo del estómago.

—¿Seguro?

David no pudo evitar que sus ojos se aguaran. A pesar de ello, se limitó a asentir con la cabeza.

—Sabes que puedes hablarme de lo que sea.

—Es que es difícil, no sé ni cómo comenzar —David apagó la cámara—. Es que... —su voz tembló.

—Si no estás preparado podemos hablar después. No te preocupes —Nicolás no pudo evitar sentirse intranquilo. Aunque en el pasado había visto a David triste, ahora parecía estar mucho peor—. Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea. Si puedo ayudar en algo me dices.

—Helena murió —cuando Nicolás escuchó esas palabras su rostro palideció y lo único que pudo hacer fue desviar la cámara de su cara—. Ella se suicidó y yo no hice nada para evitarlo.

Nicolás no sabía qué decir. ¿Helena había muerto? En qué momento las cosas se habían puesto tan oscuras. Para él siempre había sido difícil expresar su pena a las personas cuando habían perdido a un ser querido, pero que una noticia como esa lo tomara de sorpresa nunca le había ocurrido.

—N-no es tu culpa —fue lo primero que se le ocurrió.

—Sí lo es. Yo debí ser un buen amigo y estar ahí para ella.

Lo único que quería era estar frente a David, abrazarlo y decirle que no era su culpa, que no era culpa de nadie.

—Ella te lastimó, tú no tenías por qué estar ahí para ella en ese momento.

Ambos se quedaron en silencio.

—Quisiera verla y hablar con ella. Si pudiera devolver el tiempo no habría sido tan duro con ella. Le habría dicho que la perdonaba y que podíamos seguir siendo amigos. Quisiera poder jugar con ella otra vez, salir, ir a su casa. Pero ahora nunca más volverá a estar. ¿Sabes lo aterrador que es pensar en eso?

—Pero no es tu culpa. No puedes minimizar lo que pasó entre ustedes. Tus sentimientos también son importantes, estabas en todo tu derecho de no querer hablar con ella.

—Si le hubiera dado la oportunidad entonces estaríamos riéndonos de todo.

—Eso no podemos saberlo —Nicolás se sentía impotente, preocupado y molesto. En ese instante odiaba a Helena, la consideraba egoísta, ¿por qué había tomado una decisión así de manera tan precipitada? ¿Por qué no se había detenido a pensar en todo el daño que podía causar a todos sus seres queridos?—. Fue su decisión. No puedes culparte por eso. Además tú no hiciste nada malo, apuesto a que el tal Allan hasta estará riéndose con todo esto y tú sí culpándote por algo que no tiene sentido.

—Yo era su amigo.

—Sí, pero no podemos saber todo lo que pasa por la mente de los demás —Nicolás se sintió terrible al pensar en que hasta ahora se estaba enterando de lo que estaba pasando con David. Se imaginó estar pasando por una situación similar y sintió terror—. Lo único que podemos hacer es tratar de ser amables y de no hacer sentir mal a los demás —ser amables no bastaba, lo sabía. Pero no era justo culparse por cosas que era imposible controlar—, pero si nos hacen sentir mal a nosotros, no tenemos porqué sacrificar nuestro bienestar por evitar lastimarlos. No estoy diciendo que debamos vengarnos de los otros por el daño que nos causan, pero al menos debemos ser justos con nosotros mismos y si nos hacen daño alejarnos —sabía que dijera lo que dijera, nada ayudaría a que David se sintiera mejor en ese momento. Pensaba incluso que tal vez era mejor no decir nada, pero por alguna razón las palabras solo salían de su boca—. ¿Por qué tenemos que sacrificar nuestra felicidad por la de los demás? ¿Y más aún si nos han hecho daño? Sabes que no tiene sentido.

—No lo sé.

Ya no quería decir nada más sobre el tema. Pensaba que con cada palabra solo lo arruinaba más.

—¿Si voy podría quedarme en tu casa? Estoy mirando los vuelos y no están tan costosos.

—No tienes que venir, no malgastes el dinero así. Yo estoy bien, solo necesito tiempo para asimilar las cosas.

—Pero...

—Debo colgar.

David oprimió el teléfono rojo enseguida.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top