Capítulo 15

—¿Estás despierto? —preguntó el pelinegro, quien no lograba conciliar el sueño—. Supongo que ya se durmió —susurró para sí mismo con la mirada clavada en el techo.

David se encontraba acostado en una colchoneta junto a su cama. Nicolás le había ofrecido la cama pues él era un invitado aquella noche y lo más cortés era que la visita no durmiera en el piso, pero David se había negado. Siendo un invitado no quería incomodar a nadie y, después de discutirlo por unos cuantos minutos, el terco castaño resultó saliéndose con la suya.

¿Estará cómodo? Se preguntó cerrando sus ojos y dándose vuelta hacia donde David se encontraba. Al abrirlos se encontró con un chico mirándolo fijamente. Al verlo se asustó pues no esperaba encontrarlo despierto.

—¿Por qué no me has contestado si estabas despierto? Casi me matas del susto.

—Quería escuchar qué más decías pensando que estaba dormido y no podía oírte —respondió David.

—¿Y qué iba a decir? Yo no me la paso hablando en voz alta.

El castaño se quedó en silencio y se puso boca arriba fijando su mirada en el bombillo apagado.

—¿Lo quieres? —aunque Nicolás había querido dejar el tema atrás y no pensar en ello, las ideas que llegaban a su mente no le dejaban dormir y lo atormentaban. Y si David volvía con aquel chico en su ausencia... pronto se iría del país y no se verían en mucho tiempo, temía que David fuese tan débil como para caer de nuevo en el juego de aquel insensible ser—. Si no quieres responder no lo hagas, pero me gustaría que fuésemos sinceros y honestos entre nosotros.

—Yo —guardó silencio un instante y suspiró—. Yo no sé... no sé qué siento por él. Creo que todo es aún muy reciente como para mentirme diciendo que ya no me importa, o que mis sentimientos por él han desaparecido. Pero sé que no volveré a él, sé que debo olvidarlo y que con el tiempo lo haré.

—Si lo vuelves a ver ¿podrías sólo ignorarlo? —inquirió Nicolás con una voz fría y cortante.

—No lo sé —ambos quedaron en un largo silencio—. No quiero que te vayas —David cambió el tema, su voz cargada de melancolía—. Te voy a extrañar mucho —agregó tapando su rostro con una almohada.

Nicolás, al ver que David tenía el rostro cubierto, se levantó y se acercó a él en silencio. Sin previo aviso se acostó y abrazó al castaño tomándolo por sorpresa, David pegó un brinco y retiró la almohada de su rostro con timidez.

—¿Q-qué haces? —preguntó David con el rostro completamente rojo.

—Sólo aprovecho que estás frente a mí para mirarte más de cerca —dijo Nicolás con una sonrisa dibujada en su rostro.

—¿Me vas a extrañar?

Nicolás guardó silencio un instante.

—¿No? —insistió David.

—Sabes que te extrañaré, te has vuelto una persona muy importante para mí.

Volvió el silencio. La noche se hizo larga. Nicolás seguía sin poder dormir, volvió su mirada hacia el castaño que se hallaba profundamente dormido.

—Pronto estaremos lejos el uno del otro —susurró apretando los labios.

*****

—Mañana es tu cumpleaños, David. ¿Qué quieres de regalo?

Ya había llegado diciembre y aunque ya casi era el día de noche buena, en la casa de David apenas comenzaban a decorar. Su espíritu navideño no era muy grande que digamos, generalmente no ponían nada. David y Nicolás se encontraban decorando el árbol de navidad, estaban pintando las bolas del árbol como pokébolas, algunas rojas y otras azules. Había resultado muy difícil convencer a la señora Sandra de que los dejara hacerlo, pero al final, y después de casi arrodillarse frente a ella, lo habían conseguido.

—Quiero que te quedes —respondió David con su mirada clavada en la bola roja—. Mañana es mi cumpleaños y te irás.

—Lo siento, le pedí a mi madre que cambiara la fecha, pero no se pudo —Nicolás sacó su celular—. ¿Nos tomamos una foto?

—¿Qué? N-no me gustan las fotos —musitó tapando sus mejillas con las manos—. Aleja eso de mí —empujó el brazo del pelinegro.

—Anda David, sólo será para nosotros —replicó Nicolás tratando de alejar las manos de David de su rostro—. Vamos, di que sí. ¿Qué tal mi avión se cayera y esta fuera nuestra última oportunidad de tomarnos una foto?

—Oye, no digas cosas tan horribles ni en broma —dijo con el ceño fruncido—. Si te pasa algo no sé qué haría.

—Deberías haber visto tu expresión —se burló el pelinegro—. Yo estaré bien, pero por favor dame una foto como regalo de despedida.

—No me gustan esas bromas —él nunca había viajado en avión y la idea de que fuera posible que se cayera lo llenaba de temor—. Está bien tómala —añadió finalmente mirando hacia la cámara y tratando de formar con sus labios una sonrisa. Le resultaba muy difícil después de lo que había dicho Nicolás que, aunque era una broma, podía resultar siendo real.

—Ya, ya, perdóname —Nicolás sonrió y contó hasta tres para tomar la foto—. Veamos —clavó sus ojos en la pantalla del celular y suspiró—. Quedamos bien, ¿no crees? —David asintió con la cabeza.

La tarde se pasó volando. Cuando llegó la noche Nicolás se despidió, su vuelo salía muy temprano, por lo que tenía que dirigirse al aeropuerto desde esa noche.

—Yo quería despedirte en el aeropuerto.

—Mejor aquí. Prométeme que estarás bien y que te mantendrás alejado de ese Allan.

—Lo intentaré.

—Promételo.

El castaño asintió con la cabeza.

—Espero nos veamos pronto. Hablamos por Skype, ¿te parece?

El pito del auto de su madre sonó.

—Debo irme o mi madre se volverá loca —Nicolás se acercó a David y le dio un beso en la mejilla—. Come bien y sal más. Haz amigos nuevos en la u, no te encierres todas las tardes en tu cuarto a jugar.

—Jugaré solo en las noches —contestó David sonriendo y tratando de evitar romper en llanto.

—Eres un adicto.

La bocina volvió a sonar.

—Adiós, David.

—Adiós, Nicolás.

David lo observó subirse al auto desde su ventana y se quedó mirando el vehículo hasta que desapareció de su vista.

—Y así se va el único amigo que me quedaba —se sentó en el borde de su cama.

No pudo evitar pensar en Helena y a su mente llegó aquel día en el que se habían conocido. El primer día de su amistad.

Años atrás...

—David baja los pies de la silla, compórtate por favor —Le pidió su madre en un susurro—. No me hagas sentir avergonzada o tendremos problemas —agregó agarrando sus piernas y poniéndolas como es debido.

El chico hizo una mueca y miró a su hermana, Sylvia se encontraba pegada a su reproductor de música, escuchando y viendo videos, pero nadie le decía nada. Era un domingo al medio día, el cielo estaba pintado de una escala de grises que llenaban el ambiente de melancolía. La familia se encontraba en la iglesia, no era una costumbre familiar asistir a las ceremonias y tampoco hacer cosas en familia, pero aquel día se cumplía un año más desde la muerte de Romelia, la madre de la señora Sandra, y por ende abuela de David.

—Quiero irme —murmuró David haciendo mala cara.

—Te vas a quedar ahí, quieto y juicioso —respondió su madre cogiendo su brazo.

—Pero —David miró a Sylvia, quien no se despegaba de su aparato, y luego miró a su madre—. Quiero irme —dijo a tiempo que se levantaba, se soltaba del agarre de su madre y se abría paso entre las demás personas que se encontraban allí sentadas.

—Este niño —La mujer no hizo más que apretar los puños y dirigir su mirada al cristo crucificado que se encontraba en el fondo del templo—. Perdónalo señor —dijo para sí misma, mientras juntaba sus manos y cerraba los ojos.

David salió de la iglesia y se sentó en las escaleras que había a la entrada. Frente al lugar había un parque, generalmente estaba lleno de familias tomando fotos, abuelos y niños alimentando las palomas, vendedores de dulces, jugos, helados y artesanías. Pero aquel día, probablemente porque se avecinaba una tormenta, parecía muerto.

—¿Por qué tenemos que venir aquí los domingos? —Se quejó tomando piedritas que encontraba en el suelo y tirándolas a la nada—. Estoy aburrido.

—Con quejarte no arreglas nada —escuchó una voz femenina, en seguida giró su rostro y vio a una chica rubia de ojos verdes sentándose a su lado—. ¿Por qué te saliste? —preguntó con total confianza, como si se conocieran desde hace tiempo.

—Porque no me gusta estar allá, es aburrido, ni siquiera le pongo cuidado a lo que dice el padre —contestó David torciendo la boca—. ¿Y tú?

—Mi madre me deja quedarme afuera, generalmente hay más gente y no es tan aburrido como hoy —La chica miró hacia el parque vacío—. Por cierto, mi nombre es Helena —dijo con una dulce sonrisa en sus labios—. Y tú eres —agregó al ver que David no decía nada.

—David —respondió con timidez.

—David —dijo la rubia—. Es un lindo nombre —sonrió mirándolo fijamente.

–H-Helena también —murmuró él con el rojo pintando sus mejillas—. ¿Quieres hacer algo? —preguntó tratando de evitar un silencio incómodo.

—Juguemos a —hizo una corta pausa mientras pensaba—. Juguemos a decir una palabra y cantar una canción que la tenga —propuso con emoción—. ¿Lo has jugado? —David negó con la cabeza—. Yo te digo una palabra y tendrás dos minutos para pensar en el fragmento de una canción que la tenga, si no la encuentras pierdes, y el que pierda cinco veces debe comprarle un helado al otro.

—Me gusta el helado de queso con bocadillo —dijo el castaño estirando su mano para sentir las gotas que comenzaban a caer.

*****

David sonrió y de la nada sintió una tristeza profunda. El chico se acostó, quería dormir temprano. No dejaba de pensar en Helena y eso le entristecía. Las últimas noches había soñado con ella. No eran simples sueños, eran más bien recuerdos. Recuerdos aleatorios que le dejaban un sabor amargo al ver que aquella persona, con la que compartía tantos momentos felices, ya no estaba.

Ahora había en su pecho un vacío. "¿Debería volver a hablarle?" se preguntó, él creía que los sueños, en su mayoría, le advertían o le revelaban algo. Para él eran muy importantes y sentía que si soñaba tanto con ella era porque debía volver a hablarle.

"La llamaré" pensó buscando su nombre en sus contactos. Lo dejó timbrar hasta que el aparato lo mandó a buzón de voz. Colgó.

—Seguramente está molesta por como la traté el otro día —susurró dejando el celular a un lado y recostándose—. Mañana la invitaré a mi cumpleaños —giró su cuerpo, poniéndose en posición fetal—. "Tal vez no podamos ser los de antes, pero al menos no quiero perder tu amistad", pensó, deseando que Helena pudiese escuchar sus pensamientos.

En un parpadear se quedó dormido. Se sentía muy cansado, aunque no entendía el porqué. Tal vez solo quería dormir para no tener que pensar más, quería dejar de preocuparse por un instante. Dejar de pensar en Allan, en Helena y en Nicolás.

A la mañana siguiente, David se levantó muy temprano. Aunque no tenía alarmas, su cuerpo decidió que las cinco de la mañana era una hora perfecta para levantarse en un día en el que no tenía nada que hacer. Pensó en escribirle a Helena para invitarla a su casa, pero pensó que era demasiado temprano y no quería ser grosero.

Como no tenía nada más que hacer encendió su computador, llevaba mucho tiempo sin jugar. Desde que salía con Nicolás no le había hecho falta el juego. Pero nuevamente se sentía solo y el refugio perfecto para él estaba en Azeroth.

Cuando entró en el juego sintió nostalgia, no podía evitar que el juego le recordara a Allan, ya que se habían conocido por ese medio. Sin embargo, no podía permitir que esa persona le quitara algo que había sido importante para él por muchos años. Ya le había permitido demasiado, había dejado que pisoteara sus sentimientos, su dignidad, su autoestima. No permitiría que también le quitara las cosas que más disfrutaba hacer.

Estuvo jugando un par de horas cuando recibió un mensaje de Allan. Al ver su nombre se enojó y por unos minutos lo ignoró. "En serio no tiene vergüenza este tipo" pensó a punto de cerrar el juego. Pero al leer de reojo el último mensaje se asustó.

[Arieth] susurra: Hola.

[Arieth] susurra: Yo sé que no quieres saber nada de mí, pero ¿has hablado con Helena? No contesta y no ha vuelto a su casa desde anoche. Ella no se va así sin avisar. Su mamá me llamó a preguntar si sabía algo de ella, pero no tengo ni idea. ¿No te ha llamado?

¿Helena no aparecía? Por supuesto que se sentía preocupado, Allan tenía razón. Ella no era el tipo de persona que se va de casa sin avisar a donde, y que no da pista de su paradero durante toda una noche. Ya podía imaginar a su madre muerta del susto.

Llamó a su celular, no contestó. Lo intentó al menos cinco veces, sin obtener respuesta alguna. Luego le escribió por chat que llamara a su madre, le dijo que estaba muy preocupada, también le preguntó dónde estaba y le dijo que si quería ir en la tarde a su casa. Que le iban a partir una torta por su cumpleaños. Los mensajes no le llegaban.

Salió de su cuarto a buscar el teléfono de la casa. Al encontrarlo marcó el número de la casa de Helena, su madre contestó enseguida, pensando que podía tratarse de ella.

—Hija, ¿dónde estás? —dijo la mujer con la voz cargada de preocupación.

—H-habla David.

—David, lo siento. Hola, estaba por llamarte. ¿Helena está contigo? ¿Has sabido algo de ella? Anoche discutimos y le dije cosas horribles, creo que por culpa mía huyó de casa, o no sé. Ella nunca se había ido así. No contesta el teléfono, no sé dónde está. He estado llamando a sus amigos del colegio y nadie sabe nada, estaba por llamarte —su voz temblaba—. Dime que está contigo, por favor.

David sentía que su corazón se arrugaba.

—N-no. Helena no está aquí, he tratado de llamarla también, pero no contesta.

Pudo escuchar a la mujer sollozar del otro lado del aparato. La llamada se cortó segundos después.

—Tengo que ir.

David se cambió de ropa, agarró sus llaves y estaba por salir cuando su madre lo detuvo.

—¿A dónde vas? ¿Ya te bañaste? No escuché la ducha.

El chico negó con la cabeza, su madre notó la palidez de su rostro y se acercó a ver si estaba bien.

—¿Qué ocurre?

—Tengo que ir a donde Helena, no aparece desde anoche.

—¿Helena? ¿Cómo así?

—Tengo que irme.

La mujer no dijo nada más y lo dejó partir. David agarró su bicicleta y emprendió camino hacia la casa de Helena. El día era oscuro, cuando estaba por llegar comenzó a llover, como no llevaba paraguas llegó empapado. David se bajó de su bicicleta, la recostó contra la pared, sacudió un poco su ropa y se acercó a la puerta.

—Viniste —la mujer se acercó y le dio un abrazo—. Pasa —el chico entró. En la casa se encontraba el papá de Helena y algunos compañeros de su colegio. Estaban organizando una búsqueda por el pueblo—. Estoy muy preocupada, David. Tú eres su mejor amigo, ¿ella no te dijo nada? —al escuchar esas palabras el chico se sintió muy triste. Él era su mejor amigo y de la noche a la mañana todo había parecido romperse, qué frágiles eran los vínculos.

—No hablamos mucho últimamente, estábamos un poco distanciados —confesó el castaño con la cabeza abajo.

—Es que —la voz de la mujer se quebró y un par de lágrimas se escaparon de sus ojos. Se notaba que la mujer había llorado porque tenía el contorno de ojos y la nariz roja—. Yo la había sentido muy rara estos días, pero no le puse mucha atención porque creía que ella necesitaba su espacio. Pensé que cuando estuviera lista para hablar me buscaría como siempre, ella siempre me habla, me pide consejo, pero cada día estaba más lejos de nosotros. Parecía que nos odiaba. No sé qué habrá pasado, pero nunca la había visto tan enojada y amargada —David no pudo evitar sentir un poco de culpa. "¿Habré exagerado con todo lo que pasó?" llegó a pensar. Luego reconoció que lo que había pasado no era cualquier cosa, que el dolor que sentía era real y no podía ignorarlo en ese momento—. Cuando salió le pregunté a donde iría y ella fue tan grosera que no pude aguantarme la rabia y le respondí igual. Nos peleamos horrible, David. Nunca nos habíamos tratado así. Al final la grité y le dije que se fuera para donde se le diera la gana y no volviera —su llanto se hizo más fuerte—. Y ahora no vuelve. Ahora no sé dónde está, ni sé si está bien. ¿Qué tal le haya pasado algo? No debí decirle esas cosas —la mujer se sentó a llorar—. Es que si algo le pasa a mi nena yo nunca me lo voy a perdonar. Sin mi niña yo me muero.

En ese instante se acercó su esposo.

—Buenas tardes, joven. Gracias por venir.

—Estoy seguro de que Helena estará bien —dijo David con voz temblorosa.

—En la estación de policía no nos quisieron ayudar —el señor no dejaba de mirar el suelo—. Dijeron que teníamos que esperar al menos 72 horas antes de poner la denuncia. No han pasado ni siquiera 24, pero en una sola pueden pasar mil cosas.

—Esos hijos de puta dicen que mi niña debe andar con algún tipo haciendo quién sabe qué —la mujer levantó su mirada—. Hablan como si conocieran más a mi hija que yo, mi Helena no es así. Ellos dicen que debió volarse con el novio, ¿cuál novio? O que debe estar de fiesta con las amigas, todas sus amigas están aquí. Ella no se voló, a ella le pasó algo y esos malditos inútiles no quieren mover un dedo para encontrarla. ¿Cómo vamos a esperar 72 horas? Ellos quieren esperar a que aparezca muerta o quién sabe cómo.

—Cálmate, por favor. No digas esas cosas —su esposo se acercó para abrazarla—. Eso no pasará. Vamos a salir a buscarla nosotros mismos.

—Es que yo lo siento. Lo siento aquí —la mujer puso las manos en su pecho—. Algo malo le pasó o le va a pasar. Me lo dice mi instinto de madre, tenemos que encontrarla ya —volvió a acurrucarse a llorar.

—¿Puedo mirar su habitación? Tal vez en su computador encuentre algo —inquirió David.

No podía seguir escuchando lo que los padres de Helena decían, se sentía asustado e impotente. Ambos padres asintieron con la cabeza. David se dirigió al cuarto de su amiga, también había en su pecho una sensación extraña que le decía que algo no andaba bien. Cuando llegó a las escaleras vio a Allan, quien estaba junto a los demás compañeros de clase. Allan lo vio también y dio un paso para acercarse a él, pero David subió las escaleras corriendo, como si tratase de huir.

Al entrar en la habitación de Helena sintió un escalofrío recorriéndolo de pies a cabeza. No pudo evitar recordar la última vez que había estado allí, recostado en su cama, mirando el techo y hablando con ella. Todo era risas y felicidad. ¿Esos días no volverían?

Su mirada se dirigió casi involuntariamente hacia el tocador. Allí Helena tenía algunas fotos pegadas en el marco de madera del espejo. Sonrió al reconocer desde lejos una en las que salían ambos. Sin embargo, cuando se acercó se sintió inquieto al notar que en todas la chica había tachado su cara con un esfero negro.

—¿Qué es lo que haces, Lena? —murmuró.

Luego recordó que ella llevaba un diario y él sabía en donde lo guardaba. Aunque sabía que no estaba bien esculcar entre las cosas ajenas y menos leer un diario ajeno, esa era una ocasión que lo ameritaba. En su diario podía haber alguna pista de su paradero, ya que ella escribía en él cada noche.

La última página estaba llena de palabras desconectadas unas de otras, muchas de ellas eran insultos: Monstruo, zorra, mal, asco, asco, asco, asco, muérete. ¿Eran palabras dirigidas hacia ella misma?

Buscó la entrada del día anterior y lo que leyó solo lo hizo sentir más intranquilo.

"Hoy fui a ver a David, no quiso hablar conmigo bien. No quiere verme, entiendo que no quiera ver a un monstruo como yo. No quiero volver a verlo, ni ver a nadie. No merezco la vida que llevo..."

Retrocedió unas páginas más y comenzó a leer por fragmentos.

"A veces siento que soy un monstruo. No me reconozco al verme al espejo, si miro de reojo sigo igual, pero si miro fijamente hay algo diferente. Algo horrible, algo que no está bien. Siento que me estoy transformando en un monstruo, no quiero ser un monstruo. ¿Qué puedo hacer para evitarlo?"

"No debí haber nacido. ¿Cómo hago para desaparecer sin causar más dolor a quienes quiero? Quiero desaparecer, pero no puedo. No sé cuánto más pueda seguir con esto."

"Todo es mi culpa, no soy una buena persona. Mi madre me regaló un lindo vestido y la grité porque no quiero que me hable. No quiero hablar con nadie, no merezco a nadie. ¿Por qué me tocaron padres tan buenos si soy un asco de persona?"

"David estaba ahí y escuchó todo. Ahora sabe lo que soy, debe estar triste por haber confiado en alguien como yo. Me siento horrible, nunca debí hacer eso, ¿por qué soy tan mala? Soy una mala persona, ¿soy peor que Allan? Él dijo que yo era peor porque no lo admitía, pero ahora que lo admito ¿no es peor? Porque la naturaleza de las cosas no cambian y si soy mala..."

"Le pedí a Allan que se detuviera y no quiso. ¿Qué haré ahora? David está en peligro, no quiere escuchar. Todo es culpa mía. No debí pedirle nada a Allan"

"Allan es la peor persona que conozco. Lo odio, no quiero que siga jugando con David, pero David no me escucha. Piensa que son celos y aunque los celos son los que me llevaron a pedirle a Allan lo que le pedí, ya no quiero ver a David sufrir"

No quiso leer más.

—No eres un monstruo —murmuró limpiando las lágrimas que rodaban por sus mejillas—. No hagas nada tonto —sacó su celular e intentó llamarla de nuevo—. Por favor —no recibió respuesta alguna.

—¿Está todo bien? —la madre de Helena se encontraba en la puerta.

—Encontré su diario —el chico se lo mostró.

La mujer enseguida se lo quitó y comenzó a leerlo. Leídas un par de páginas, la señora levantó su rostro y gritó el nombre de su esposo. El hombre llegó corriendo.

—Algo le pasó, estoy segura que algo le pasó. Tenemos que llevar esto a la policía, así ellos verán que no está en donde ellos piensan. Tienen que buscarla ya.

—Los chicos acaban de salir, nos dividimos en zonas para abarcar todo el pueblo, nosotros debemos ir también.

—Debemos mostrarle esto a la policía. Mira lo que dice —ambos ojearon el cuaderno—. Aquí te nombra a ti —dirigió su mirada a David—. ¿Qué le hiciste a mi hija?

—¿Qué estás diciendo? —el marido la agarró, pues la mujer pareció a punto de lanzarse sobre David.

En ese instante llegó Allan a la habitación. Cuando la mujer lo vio rompió en llanto.

—Vete —le dijo—. Váyanse ambos, no los quiero ver si quiera cerca de esta casa. ¡Váyanse! —gritó soltándose de su marido y empujando a Allan.

—¿D-de qué está hablando, señora? —inquirió Allan sin entender palabra alguna.

—Esto es culpa tuya, aquí lo dice —le mostró el diario—. No sé qué le habrán hecho a mi hija, pero si algo le pasó juro que no descansaré hasta que paguen por ello.

—Detente —el hombre a su lado la abrazó—. Por favor, váyanse —les dijo a los chicos que miraban a la mujer estupefactos.

Al hallarse fuera de la casa David se giró hacia Allan.

—Es culpa tuya —le dijo—. Si algo le pasa a Helena es culpa tuya.

—Culpa mía, ¿por qué? —inquirió Allan molesto—. ¿A caso yo la obligué a irse de la casa? No me vengas a culpar por estupideces que no tienen nada que ver conmigo.

—Ella se sentía horrible por lo que pasó.

—Sí, sí. Se sentía culpable. ¿A caso yo la obligué a sentirse así? Le dije: ¿vete de tu casa y preocupa a todo mundo? Yo no me hago responsable por decisiones ajenas. Ella aparecerá cuando ella quiera hacerlo.

—Tú no sabes lo que había en ese diario.

—No me interesa saberlo. Además, tú eras el mejor amigo, ¿no? ¿Qué clase de mejor amigo no está pendiente de su amiga? ¿Qué clase de amigo no perdona un error? Sinceramente creo que eres más culpable tú que yo.

David sintió esas palabras como cuchillas que le cortaban por dentro. Por más que quisiera negarlo, las palabras de Allan tenían cierto nivel de razón. Él no había sido un buen amigo y, de algún modo, había tratado de terminar la amistad, negándose incluso a escuchar a Helena cuando ella había ido a buscarlo.

—No quiero volver a verte nunca —dijo David apretando su puño con fuerza y dejando el lugar. 

https://youtu.be/8AHCfZTRGiI

"¿En qué me he convertido, mi amigo más dulce? Todos los que conozco se van al final" (Johnny Cash - Hurt)

Hola a todos, espero les haya gustado el capítulo de hoy. Se aproxima mucho drama en esta historia. ¿Qué les pareció? ¿Qué creen que pasará? Gracias por leerme. 

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