Capítulo 13

Había llegado al fin el gran día del baile. A David no le importaba, había decidido no asistir y quedarse en cama todo el día haciéndose el enfermo para que su madre no lo obligara a ir. El año estaba por terminar y David no podía esperar para graduarse y comenzar la universidad; hace unos días había recibido una respuesta positiva por parte de la universidad de artes y letras, una de las universidades más reconocidas en ese ámbito, al fin algo bueno en mi vida pensó al ver el resultado.

—Puedo pasar —preguntó Sylvia tocando a la puerta—. No te hagas el dormido hermanito.

David se sentó y le regaló una corta y forzada sonrisa.

—Hoy es el baile ¿no estás emocionado? —Sylvia entró lentamente a la habitación.

—No pienso ir —murmuró cortante, Sylvia le miró con sorpresa.

—¿Por qué? —en su tono se captaba algo de preocupación—. David, si quieres que nos vayamos lo hacemos, no quiero molestarte más —suspiró—. Si no quieres vernos en tu grado no hay problema, yo le invento cualquier excusa a mamá.

—No, no es eso —respondió en una mueca. Aunque seguía molesto con ella, después de la conversación que había tenido con Victor se había prometido a sí mismo que olvidaría los malos sentimientos y que sanaría su corazón—. Simplemente no tengo ganas de estar allá, ni siquiera tengo con quién ir y no puedo aparecerme solo sabiendo que todos irán acompañados.

—¿No ibas a ir con tu amiga Helena? —inquirió ella a tiempo que se sentaba en el borde de la cama.

—Ya no somos amigos —confesó David con plena tranquilidad—. No te preocupes, todo está bien.

—¿Seguro? —Sylvia no podía entender qué había ocurrido, aquella chica además de ser su mejor amiga, era una parte importante en su vida y que ahora simplemente dijera que no eran amigos, era muy raro—. Me gustaría que confiaras en mí, yo qui...

—Aún es demasiado pronto Sylvia, necesito más tiempo —contestó cortante, la repentina amabilidad de su hermana le seguía produciendo desconfianza.

Sylvia se levantó y se acercó a David para besar su frente, el chico quedó estupefacto al sentir la cercanía y la calidez de su hermana. Él levantó su mirada tímidamente y por primera vez en mucho tiempo le brindó una sonrisa sincera.

—Por cierto, quisiera que me ayudaras a escoger el nombre del bebé —dijo finalmente revolviendo el cabello de David para luego salir de la habitación.

*****

El día comenzaba a oscurecer, David había estado toda la tarde viendo series, jugando y escuchando música, estaba por irse a la cama cuando sonó el timbre de la casa. Al principio no le dio mucha importancia debido a que él rara vez recibía algún tipo de visita.

—David es para ti —gritó Victor desde el primer piso.

¿Para mí? ¿Quién será? se preguntó mientras se ponía las chancletas. Rápidamente bajó las escaleras y se dirigió a la entrada en la que se encontraba Victor, el mayor parecía algo incómodo y miró a David con un gesto de advertencia.

—¿Quién es? —preguntó el chico poniéndose junto a Victor, cuando levantó la vista quedó completamente petrificado.

—Lo mejor será que los deje solos —musitó Victor.

—David... cuánto tiempo... —David abrió sus ojos de par en par y los restregó al no poder creer lo que estaba viendo.

—H-Helena —susurró con la voz cansada, comenzaba a sentir una leve punzada en su pecho—. ¿Cómo puedes venir después de lo que pasó? —se encontraba realmente molesto, era el colmo que se apareciera como si nada, qué quería ¿burlarse de él?

—David... yo... —Helena tragó saliva con dificultad, su respiración era agitada y su boca temblaba al hablar.

—¿Qué es lo que quieres? —replicó el castaño con rabia—. ¿No ha sido suficiente? ¿Qué quieres de mí? ¿Tanto me odias? —cada pregunta era disparada como una bala hacía el corazón de Helena.

—Yo no espero que me perdones, sé que no lo merezco... p-pero creo que debía venir a disculparme como es debido. Si me odias no te culparé, pero para mí siempre serás mi amigo. Aunque no me vuelvas a hablar siempre estaré esperando por verte otra vez. Porque sé que algún día las cosas volverán a ser como antes, que podrás verme y hablarme sin dolor, sin rencor —la rubia mordió su labio inferior mientras las lágrimas comenzaban a humedecer sus mejillas—. Porque te extraño... extraño quienes solíamos ser —sentía como las lágrimas ardientes quemaban sus mejillas.

—Las cosas nunca serán como antes —respondió David frunciendo los labios con amargura—. ¿Cómo puedes reparar un corazón roto cuando las piezas se han hecho polvo poco a poco? ¿Cómo puedes llenar el vacío que queda cuando la persona que amas se va y sabes que no volverá jamás? ¿C-cómo... cómo te sentirías si supieras que fuiste sólo un juguete, un juguete que rompieron y desecharon como si no valiera nada?

—¿Cómo crees que se siente una persona cuando lastima a alguien que quiere? —interrumpió Helena con el rostro nublado de tristeza—. A mí también me duele, David. No pensé que las cosas terminarían así —Se pasó la manga del saco por sus mejillas—. Sé que es culpa mía y por eso estoy aquí, dime lo que quieras, golpéame si quieres, pero perdóname.

David sabía que era muy egoísta pensar en que él había sido el único herido, hasta el momento se había olvidado completamente de Helena. Ignorando, además, el hecho de que ella podía estar rota también. Sin embargo, por más que quería perdonarla, por más que pensara en preguntarle si estaba bien e invitarla a hablar en su casa para arreglarlo todo, le era imposible. Ella había cometido un grave error, había sido muy mala y cruel, y sí, es cierto que como seres humanos todos cometemos errores y merecemos recibir el perdón, pero era muy pronto, la herida era reciente y seguía abierta.

—Acepto tus disculpas —murmuró él con la voz fría como el hielo—. Pero no quiero verte, aún no —agregó mirando hacia el cielo nocturno—. Vete por favor —iba a cerrar la puerta pero el pie de Helena lo detuvo.

—¿Volveremos a vernos? —preguntó la rubia poniendo sus dedos en medio de la puerta.

—Espero que sí... —David quito los dedos de la chica con cuidado—. Adiós, Lena —dijo finalmente antes de cerrar la puerta.

Cuando se dio vuelta para volver a su cuarto Victor tenía sus ojos clavados en él, David lo ignoró y siguió su camino. Victor se acercó a la ventana y corrió un poco la cortina logrando visualizar a una chica de dorada cabellera del otro lado acurrucada en el piso. Preocupado pensó en salir y preguntarle qué ocurría pero él no era la persona indicada para meterse en ello, por lo que se vio obligado a obviarlo. Debería tratar de hablar con él pensó en tanto subía las escaleras.

—¿Estás bien? —preguntó. David se encontraba mirando a Helena desde la ventana—. ¿Quieres hablar?

—¿Crees que un corazón roto puede volver a funcionar como si nada hubiese ocurrido? —Se sentó en la mesa del escritorio—. ¿Perdonarías a quienes te han hecho daño?

—No sé qué ha pasado, David, pero yo creo que el rencor y el odio son como una enfermedad, no podrás estar bien hasta no deshacerte de esos malos sentimientos y entre más los dejes crecer, más difícil será librarse de ellos —suspiró—. Como seres humanos todos cometemos errores, y a veces hacemos cosas egoístas que resultan lastimando a quienes nos rodean. Y así como te han lastimado, tú lo harás en un futuro con alguien más, alguien que tal vez no lo merezca.

—Yo no dañaría a alguien que quiero —dijo cerrando la cortina y alejándose de la ventana.

—Puede que no de forma consciente, pero los seres humanos somos seres egoístas por naturaleza y aunque a veces no lo notemos podemos estar hiriendo a alguien. Aunque no tengamos la intención, aunque a simple vista no parezca, somos seres muy complejos ¿no crees?

David no contestó, no quería hablar con nadie, pero tampoco quería estar solo.

—Gracias por estar aquí —sonrió dejando ver los huequillos en sus mejillas de nuevo—. Ya no me siento tan solo.

—Nunca has estado solo, David, y nunca lo estarás —dijo Victor con voz suave—. Siempre puedes llevar a las personas en tu corazón, piensa en tus seres queridos y la soledad se desvanecerá.

David se levantó y se echó en la cama.

—Las cosas están por mejorar, lo presiento.

Esa noche cenaron como una familia unida y llena de amor, cosa que nunca se había visto en su familia. Hablaron por horas, compartieron historias, secretos, consejos. En fin, eran una familia y no sólo simples compañeros de casa.

A las 12 ya todos se habían ido a dormir. David estaba recostado en su cama, sentía una tranquilidad en su pecho, un sentimiento que le hacía pensar que los días oscuros estaban por terminar. El chico cerró sus ojos y de pronto sintió su celular vibrar.

Nicolás: ¡Debiste venir, David! Mira :3

El pelinegro había adjuntado una selfie en la que salía abrazando a Sara.

Nicolás: Ha sido una noche genial, iré a llevarla a su casa, hablamos luego.

David: Vale, me alegra que te haya ido bien.

Todo estará bien, se dijo. Miró de nuevo la foto y sintió envidia, no dejaba de imaginar cómo hubiese sido esa noche si siguiera con Allan. Se levantó y caminó a su escritorio para sacar algo del cajón.

—Te olvidaré —susurró mirando la foto en la que salían los tres, Allan, Helena y él haciendo cosplay—. O al menos haré que tu recuerdo no duela —agregó acariciando el rostro de su amor perdido en ese pequeño pedazo de papel.

A la mañana siguiente David se encontraba profundamente dormido, comenzó a sentir que alguien acariciaba su rostro provocando que en sus labios se dibujara una inconsciente sonrisa.

—Eres un pervertido Allan —dijo en medio de sus sueños.

—No soy Allan —susurró el visitante—. Debes olvidarle —añadió besando su frente.

David abrió sus ojos lentamente.

—Estoy soñando —trató de aclarar su borrosa vista para reconocer a la persona que se hallaba frente a él.

—¿Cómo puedes dormir tanto, David? —gruñó apretando con sus dedos la nariz del castaño para cortar su respiración, en seguida el chico se sentó al sentirse ahogado y comenzó a toser.

—Pero ¿qué fue eso? —replicó tratando de recuperar la compostura—. Tú... —levantó la vista para encontrarse con un pelinegro muerto de risa—. Nicolás, ¿q-qué haces aquí? —sus mejillas se pintaron de un color rosa muy suave.

—Quería verte —respondió el pelinegro—. Necesito hablar contigo, David —Nicolás llevaba casi una hora observándolo mientras dormía.

—¿Las cosas salieron bien con Sara? —quiso saber David incapaz de mirarlo a los ojos.

—Bueno pues... —Se quedó en silencio un instante—. No...

—¿No? —preguntó el castaño extrañado, según lo que habían hablado la noche anterior todo iba de maravilla ¿qué podría haber arruinado todo?—. ¿Qué pasó?

—Ella tiene novio —apartó la vista con timidez—. Cuando la llevé a casa, él la estaba esperando y pues ella hizo como si nada hubiese ocurrido entre nosotros. Le dijo que éramos amigos y que yo la había invitado al baile y luego me lo presentó.

—Y ¿pasó algo entre ustedes? —inquirió David, recostándose contra la pared.

—Yo la besé y ella no lo evitó, tampoco me dijo que tenía novio, me sentí tan estúpido —confesó con una sonrisa amarga en sus labios—. Por lo menos me enteré enseguida y no alcancé a sentir más que una simple atracción física por ella.

El silencio comenzó a apoderarse del lugar, ninguno era capaz de romperlo. David no sabía qué decir y Nicolás sólo esperaba que su amigo diera su opinión o dijera cualquier cosa al respecto.

—No pongas esa cara —dijo Nicolás cortando el silencio con sus palabras como si estas fuesen un cuchillo—. De cualquier modo no vine aquí a hablar de eso. Lo que pasó con Sara no me afectó de ningún modo porque sólo fue un beso, no es como que sea algo realmente importante para mí.

—¿Cómo que no es importante? Los besos son al... —El pelinegro le interrumpió sellando su boca con un beso.

El castaño quedó petrificado.

—¿Lo ves? —sonrió Nicolás—. No es nada realmente.

Las palabras habían sido como una puñalada en el corazón de David.

—¿Te estás burlando de mí? —su rostro se tornó serio.

—N-no, no quise decir eso —Su sonrisa se desvaneció—. Yo... sólo quería demostrar que no me afectaba para no romperme frente a ti —su voz temblaba.

David lo abrazó fuertemente como si con ello pudiese protegerlo de todo lo que le hacía daño.

—En unas semanas me voy del país —dijo Nicolás con voz triste.

—¿Qué? —El castaño no podía creer lo que acababa de escuchar—. ¿Por qué? N-no te vayas.

—Mi familia se mudará, no puedo quedarme solo aquí.

—N-no te vayas —suplicó David.

—No estés triste. Nos volveremos a ver.

David se sintió triste, Nicolás se había convertido en su mejor amigo, solo pensar en su partida le hacía sentir una profunda tristeza.

*****

El tan esperado día llegó. Aquel día en el que David estaría obligado a ver por última vez a sus molestos compañeros de escuela. Espero no volver a ver sus caras en mi vida, pensó a tiempo que trataba de arreglar inútilmente su corbata.

—Déjame ayudarte —dijo Victor acercándose a él, David no pudo evitar que sus mejillas se tornaran rojas—. Primero debes cruzar la parte ancha sobre la estrecha —siguió sus propios pasos, David era incapaz de mirarlo, así que clavó sus ojos en el piso—. Luego la doblas por encima de la parte estrecha y pasas la parte ancha por arriba detrás de la corbata colocando tu dedo sobre el nudo que se forma —sonrió al ver lo nervioso que se había puesto David—. Retiras tu dedo y deslizas la parte ancha en el interior del nudo ¿me has entendido? ¿O he hablado muy enredado?

—N-no —negó con timidez moviendo su cabeza de lado a lado—. Así está bien.

—Vale —dijo sin soltar la corbata—. Finalmente, sostienes la parte estrecha y con delicadeza tiras de la parte ancha para cerrar el nudo, luego lo ajustas y lo subes hasta el último botón del cuello —arregló el cuello del chico y alejó sus manos de él—. Listo, fácil ¿no?

—S-sí, c-claro.

Victor soltó una carcajada.

—Entonces ahora tú ata la mía —desamarró su corbata.

—¿Qué? —El castaño levantó su mirada—. N-no, y-yo no puedo —Lo miró fijamente, inconscientemente dejó escapar una sonrisa.

Se ve tan elegante, pensó David. Su viejo amigo tenía un traje color azul oscuro. Era de esos que vienen con chaleco, por lo que bajo este tenía una camisa manga larga de un azul muy claro, con las mangas arremangadas y una corbata gris que ahora se encontraba desarreglada. Al verlo así un recuerdo invadió sus pensamientos llenándolo de nostalgia.

Años atrás...

—Qué guapo te ves —dijo su madre en tanto arreglaba el moño que portaba con elegancia su hijo—. ¿No estás feliz? —inquirió sonriente—. Tu hermana se va a casar.

David no respondió, sólo dibujó en su rostro una falsa sonrisa que lejos de mostrar algún tipo de alegría, escondía una gran tristeza.

—Cuando llegue el día de mi niño —La mujer lo abrazó con fuerza como queriendo mantenerlo siempre entre sus brazos—. Cuando mi niño se vaya de casa me sentiré muy triste —sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Aquí están —Su padre entró a la habitación—. Vamos que se nos hace tarde, Sylvia ya está lista y nos está esperando.

La señora Sandra limpió sus ojos y tomó de gancho a su hijo. Salieron de casa y se subieron en un automóvil negro que les esperaba. En el interior se hallaba Sylvia, quien lucía un hermoso y largo vestido blanco que combinaba a la perfección con su cabello recogido en un elegante peinado.

—Te ves hermosa mi niña —La madre la abrazó—. Deberían quedarse.

—Mamá, hablamos de eso luego ¿sí? —dijo Sylvia en un tono un tanto frío—. No te pongas tan sentimental que terminaré llorando y no quiero arruinar el maquillaje.

El camino a la iglesia no duró más de quince minutos, todos estaban nerviosos y ansiosos. Al bajar del auto el señor de la casa tomó a su hija del brazo y le sonrió con nostalgia. David y su madre se adelantaron para tomar asiento.

Pasaron unos cinco minutos antes de que la novia entrara, los invitados se pusieron de pie y la típica melodía que acompañaba las bodas, marcha nupcial, se hizo presente dando inicio a la ceremonia. La mente de David dejó el lugar, comenzó a imaginar a los músicos tocando The Rains of Castamere mientras el cura sacaba un cuchillo y se lo enterraba fríamente a su hermana en el vientre, generando que todos los invitados comenzaran a matarse entre sí.

—¿De qué tanto te ríes? —La voz de su madre lo sacó de sus pensamientos—. Silencio David.

David rodó sus ojos y suspiró haciendo mala cara antes de tomar asiento.

La ceremonia duró unas dos horas y de allí se dirigieron a una cabaña que habían alquilado a las afueras del pueblo. David se bajó del auto, todos los invitados estaban detrás de los recién casados, pidiéndoles fotos y dándoles sus más gratas felicitaciones y bendiciones. Su madre lo agarró del brazo para ir a felicitarlos, pero David se soltó y comenzó a correr. Victor lo vio y aunque quiso, no pudo ir tras él.

David se sentó en una enorme roca frente a un lago, el paisaje era hermoso. El cielo estaba iluminado por millones de estrellas, cuyo reflejo parecía pinceladas en el agua.

—¿Por qué tuve que enamorarme de él? —susurró dirigiendo su mirada al cielo—. ¿Por qué duele tanto? —Su pecho dolía y unas cuantas lágrimas comenzaban a asomarse por el rabillo de sus ojos—. ¿Por qué se va?

En medio del llanto se abrazó las rodillas contra el pecho y cerró sus ojos, mientras la brisa jugaba con su cabello y el frío penetraba cada célula de su cuerpo.

—¿David? —escuchó la voz de Victor llamándole—. David, te he buscado por todas partes ¿estás bien? —Se acercó al chico que ocultaba su cabeza entre sus piernas.

El castaño ni se movió, no quería levantar su rostro, no quería que Victor lo viera en ese estado. No quería que viera lo importante que era en su vida, no quería que viera su dolor y que pensar en su ausencia le carcomía el corazón.

—¿Qué ocurre? —Victor se sentó junto a él—. Puedes hablar conmigo, dime si algo te está molestando o lastimando, yo puedo ayudarte.

El chico negó sin levantar su rostro y Victor lo abrazó, haciendo que David comenzara a llorar descontroladamente.

—No llores —dijo Victor, David levantó su rostro—. No llores, me duele verte así. Eres el hermanito que nunca tuve —paseó su dedo pulgar por el rostro del castaño, tratando de limpiar sus lágrimas.

—No quiero ser tu hermanito —replicó en llanto—. Tú no lo entiendes, tú... nunca lo entenderás.

—¿Cómo voy a entender algo que no sé? —contestó con el rostro cargado de preocupación—. Confía en mí, yo no te haré nada malo, David.

—Te vas a ir y me dejarás aquí, solo —sollozó tratando de calmarse—. Me duele pensar que no te veré, que no escucharé tu voz, que estarás lejos de mí con mi hermana.

—David, vendré a verte cada semana, es una promesa —sonrió tristemente—. Podemos hablar por teléfono todos los días también.

—Estarás con ella —dijo con una tristeza que no podía expresar con sus palabras—. Estarás con ella, la amas a ella y yo... yo te amo a ti —le confesó en susurros.

Victor abrió sus ojos con sorpresa y se alejó un poco del castaño, un silencio sepulcral se apoderó del lugar. No sabía qué decir, estaba en shock y no quería terminar hiriendo los sentimientos de su amigo.

—¿Q-qué cosas dices David? —inquirió con la voz temblorosa—. Tú eres sólo un niño... no puedes hablar de amor y menos hacia alguien de tu mismo sexo —tomó un profundo respiro—. David, estás confundido, crees quererme sólo porque he cuidado de ti.

—No creas saber más de mis sentimientos que yo —respondió con rabia—. Tú no sabes nada de mí, yo...

—Tú no eres gay, David —lo interrumpió—. Eres muy pequeño para pensar en eso. Sólo estás confundido porque pasas mucho tiempo conmigo, pero en cuanto conozcas a la chica indicad...

David lo calló con una cachetada.

—No estoy confundido, no hagas como si lo supieras todo —Se levantó—. No te preocupes, vive tu vida feliz con ella, yo estaré bien.

—David... hablemos de esto luego ¿sí?, ahora debo pensar —Victor no quería decir algo que terminara empeorando las cosas, debía pensar con cabeza fría en todo lo que estaba ocurriendo.

—No es necesario, ya hice lo que tenía que hacer y ya escuché lo que tenía que escuchar —David comenzó a alejarse del lugar.

—L-lo siento, David —dijo en voz baja, haciendo que el chico se detuviera un momento—. Esto es demasiado...

*****

—Hey, ¿hay alguien ahí? —dijo Victor chasqueando sus dedos frente a los ojos del castaño–. ¡David! ¡Oye! Mi corbata, está bien la ataré yo.

—¿Eh? —David volvió en sí—. L-lo siento, estaba en las nubes —agregó sobando su nuca.

—No lo noté —bufó terminando de arreglar su corbata—. ¿En qué pensabas?

David sonrió levemente, no sabía si sacar el tema de la última vez que hablaron antes de que él se fuera y lo olvidara por completo. Se supone que dicho tema había quedado cerrado, se supone que ya había dejado los malos sentimientos atrás, pero el hecho de ver a Victor vestido así le hacía imposible no recordar aquel amargo día.

—Sólo recordé algo —respondió apretando los labios—. Nada importante en realidad.

—¿Seguro? Porque tu mirada cambió de la nada —insistió preocupado—. Te conozco David, aunque no nos hayamos visto en años conozco esos ojos, sé cuándo algo te agobia.

—Pues, déjame decirte que estás equivocado.

—No, no lo estoy —Su rostro se puso serio—. ¿Quieres hablar? puedo escucharte David, soy tu amigo, confía en mí.

—No quiero hablar de ello —Lo miró con seriedad—. Hay cosas que sólo quisiera olvidar, cosas que desearía dejar atrás.

—David, no puedes dejar que los recuerdos duelan —Le aconsejó en susurros—. No puedes vivir en el pasado, pero tampoco puedes borrarlo, por lo que debes aprender a vivir con él. El pasado de cierto modo siempre hará parte del presente porque por más que quieras olvidar, los recuerdos llegan a ti en cualquier momento —suspiró—. Lo que debes hacer es no dejar que te afecten, no puedes permitir que los fantasmas del pasado te atormenten. Mira el pasado como algo que te permitió ser más fuerte, como algo que te dejó una enseñanza y no sólo como un evento doloroso.

—Tienes razón —David le regaló una sonrisa—. Puede que el pasado deje cicatrices y que estas te marquen para siempre, pero las cicatrices no duelen.

David sabía que aquellas heridas ya habían tardado demasiado en cicatrizar y era hora de simplemente dejarlas desaparecer. Recordar sin que duela... sí, eso era lo que debía hacer, aferrarse a los buenos recuerdos y restarle importancia a los malos.

—Así es —Victor desordenó el cabello del castaño.

—¡Oye! No me despeines —Le replicó ordenando su cabello de nuevo—. Debo verme presentable o mamá se enojará.

Victor soltó una carcajada.

—Cómo has crecido, David. Ya el otro año comenzarás a estudiar en la universidad, te irás a vivir solo, ¿no tienes miedo?

—¿Miedo? ¿De qué? —preguntó David clavando sus ojos en él.

—No lo sé —Victor se quedó pensativo un instante—. El futuro siempre es aterrador, conocerás nuevas personas, nuevos lugares, vivirás nuevas cosas —Se detuvo un momento—. Ten cuidado, David, la ciudad es un mundo completamente diferente.

—Estaré bien —Se miró al espejo por última vez—. ¿Vamos? De seguro mi madre querrá tomar un montón de fotos antes de irnos.

Bajaron las escaleras y allí estaba su madre, resaltando por su elegancia. Junto a ella estaban Sylvia y su mejor amiga, la señora que vivía al lado. La señora Sandra no sabía maquillarse muy bien por lo que la había llamado para que le ayudara.

—Hijo ¿cuántas invitaciones te dieron? —preguntó en tanto la vecina aplicaba un poco de rubor en sus mejillas.

—Sólo tres —respondió el castaño contándolas—. ¿Papá vendrá?

—No hijo, él vuelve hasta dentro de un mes —se miró al espejo—. No pudo conseguir el permiso para venir hoy, pero estará para tu cumpleaños.

—Eso si no le resultan más asuntos importantes —dijo David con una sombra de duda en su voz—. Bueno, no importa, igual sólo hay tres invitaciones.

—Hijo... —La señora Sandra no sabía cómo responder, podía percibir la tristeza de su hijo en su voz. Su padre siempre estaba ocupado y cada vez tenía menos tiempo para ellos.

—Nicolás me pidió que fuera a su casa antes de la ceremonia.

—Él vendrá un rato esta noche ¿verdad? —inquirió la mujer con el rostro lleno de tranquilidad y alegría—. Me cae bien.

—Sí —una sonrisa se dibujó en su rostro inconscientemente—. Bueno, yo me voy adelantando —dijo despidiéndose de todos.

*****

Faltaban menos de dos horas para el gran evento, David se encontraba frente a la gran puerta de madera de la casa de Nicolás. Después de arreglar su cabello, tomó un profundo respiro y acercó su tembloroso dedo índice al timbre.

—Un momento —escuchó decir del otro lado de la puerta, la voz era la de una mujer.

De pronto la puerta se abrió y frente a él se encontraba una mujer alta y elegante.

—B-buenas tardes —saludó tímidamente.

—Tú debes ser David —dijo la mujer con una sonrisa amable en su rostro—. Pasa, Nicolás ya baja —agregó a tiempo que entraban ambos al lugar.

—Permiso —murmuró el muchacho antes de entrar.

—Nicolás me ha hablado mucho de ti —dijo la mujer en tanto se sentaba en el sofá más grande de la sala, David se sentó junto a ella—. Mi nombre es Emilia, soy su madre —estiró su mano hacia el chico.

—M-mucho gusto —respondió David juntando su mano con la de la mujer y apretándola con suavidad.

—¿No estás emocionado? La vida se pasa tan rápido. Siento como si hubiese sido ayer cuando mi Nicolás andaba por ahí corriendo sin pantalones por toda la casa —soltó un suspiro.

La forma en la que le hablaba la madre de Nicolás le parecía extraña. Era como si fuese una amiga más, como si tuviese su misma edad, era tan informal y se veía tan juvenil.

—Cuando me dijo que le gustaba un chico me sentí muy emocionada —confesó entre sonrisas—. Con mi hermana nos gustaba reunirnos a ver películas de temática homosexual cada sábado.

¿A Nicolás le gusta un chico? David no entendía nada de lo que la mujer estaba diciendo.

—Madre —la voz avergonzada de Nicolás se escuchó—. No comiences con tus locuras, asustarás a mi amigo.

—No he dicho nada malo, cariño. Sólo le daba la bienvenida a David a la familia, tu novio es muy adorable —agregó pellizcando los cachetes del castaño.

—¿N-novio? —murmuró David mirando a Nicolás con sorpresa.

—¡Mamá! —dijo en voz alta—. Me estás avergonzando —Su rostro se había puesto como un tomate.

La señora Emilia parecía divertirse viendo cómo se sonrojaba el par de chicos frente a ella. Después de soltar una risita, se levantó y caminó hacia el baño.

—Me voy a alistar hijo —se detuvo—. No hagan maldades —Les guiñó el ojo antes de continuar con su camino.

Nicolás cerró sus ojos e hizo un gesto que reflejaba su incomodidad.

—Mi madre es un poco... rara —masculló sobando su nuca e incapaz de mirar a David.

—¿De qué hablaba tu mamá? ¿Por qué dice que somos novios? ¿Y por qué dijo que te gustaba un chico?

—¿Qué dijo? —Nicolás estaba colorado—. Sinceramente no sé de dónde saca esas ideas ella. Está un poco loca.

—Sí porque a ti te gusta Sara, ¿cierto?

Nicolás asintió incómodo.

—Te ves bien —dijo el pelinegro.

David estaba por responder cuando la señora Emilia apareció de nuevo.

—Señores —se paró frente a ellos—. Lamento interrumpir, se ven divinos juntos, pero debemos irnos.

Ambos pegaron un brinco.

—V-vamos. ¿Tienes las llaves del auto? —preguntó a su madre.

—Sí, bebé —respondió ella, a tiempo que abría la puerta—. Tu hermana dijo que llegaba allá junto con tu padre.

—Vale, vamos David.

Dejaron la casa y se subieron al auto, Nicolás se sentó en la parte de adelante junto a su madre, mientras que David se quedó solo en la parte de atrás. El pelinegro sacó un cd de la guantera y lo puso en el reproductor. David cerró sus ojos y se visualizó flotando en medio de un cielo nocturno, lleno de estrellas brillantes e impasibles, estaba tan cerca a ellas que podía tocarlas y sentirlas, tan frías...

Cuando abrió sus ojos notó que Nicolás lo había estado viendo por el espejo retrovisor, tenía una dulce sonrisa en su rostro, cuando vio que David había abierto los ojos desvió su mirada torpemente con rapidez. Como si no lo hubiera visto ya, pensó el castaño dirigiendo sus ojos hacia la ventana.

*****

—Llegamos —anunció la señora Emilia, al no recibir respuesta alguna giró su rostro hacia sus acompañantes para encontrarlos plácidamente dormidos—. Estos niños —susurró con la voz llena de melancolía—. Crecen tan rápido —una lagrimita se asomó por el rabillo de su ojo izquierdo, la limpió enseguida.

La señora vio que los estudiantes estaban entrando primero para cambiarse y organizarse, así que después de contemplar al par de chicos que yacían en su auto, se miró en el espejo, se puso un poco de labial, cerró sus ojos y comenzó a pitar.

Los chicos abrieron sus ojos llenos de miedo.

—¿Q-qué ha sido eso? —preguntó Nicolás con el corazón latiendo sin control—. Casi me matas del susto mamá —se quejó.

—¿Ya llegamos? —inquirió David medio adormilado, frotando sus ojos con suavidad—. No quiero bajarme —dijo en un bostezo, dejando caer su cuerpo en el cómodo asiento.

—¡Oye! ¡Oye tú! Ni se te ocurra dormirte otra vez —replicó Nicolás girándose hacia él—. ¡Oye!

El pelinegro abrió la puerta del auto y se bajó, luego abrió la puerta trasera y jaló al chico de los pies, este abrió sus ojos con sorpresa y se agarró de lo que pudo.

David se movió bruscamente haciendo que Nicolás cayera sobre él, golpeando su frente con los labios del pelinegro.

—¡Ouch! —se quejó el pelinegro llevando sus manos a sus labios—. Creo que me he mordido —Los sobó para cerciorarse de que no hubiera sangre.

Al ver que no había ningún rastro rojo o húmedo en sus dedos dirigió su mirada hacia David, el chico se encontraba paralizado con el color rojo cubriendo todo su rostro, sus ojos se desviaron enseguida a los labios del tímido chico.

El pelinegro no desviaba su mirada y acercaba cada vez más su rostro al del castaño, David lo vio tan cerca que cerró sus ojos.

De pronto Nicolás recordó que su madre se hallaba en el auto con ellos y se volteó hacia ella. La mujer los miraba como la espectadora de una romántica telenovela, en sus ojos se veía el deseo de que los protagonistas, o sea ellos, se juntaran en un tierno y dulce beso.

—¿Q-qué haces? Vamos —se levantó enseguida.

David abrió sus ojos y Nicolás ya había salido del auto, se sintió avergonzado al ver que le había demostrado que esperaba algo más de él, algo como un beso.

Cuando entraron al lugar les entregaron las togas y los birretes. Después de cambiarse se unieron al grupo, debían ensayar la ceremonia por última vez antes de dar paso a los invitados y acompañantes de cada estudiante.

No invirtieron más de una hora en ello y después los llevaron a un pequeño salón en el que debían esperar a que se les indicara la entrada. Todos estaban ansiosos, aquel era el último día en el que estarían juntos como grupo, el último día en el que verían a muchos de sus compañeros y profesores. Se ordenaron en fila por orden alfabético y comenzaron a entrar cuando escucharon la música de fondo y los aplausos.

Entraron muy ordenadamente y se ubicaron en sus asientos, la ceremonia dio inicio y todos se sentaron. Cuando comenzaron a llamarlos para recibir sus diplomas David se puso muy nervioso, pensaba en que podía tropezar y caer de la tarima.

Cuando su nombre fue pronunciado David se levantó de su silla y camino con cuidado hacia la tarima. Recibió su diploma y extendió su mano hacia los profesores y directores que estaban entregándolos. Al bajar por el otro lado, sonrió para una foto y miró hacia el público en busca de su familia. Al hallarlos entre la multitud quedó en shock, allí se encontraba alguien que llevaba tiempo sin ver, sus ojos se llenaron de lágrimas y sin detenerse a mirarlo caminó rápidamente hacia su asiento. Nicolás lo miró preocupado sin saber lo que ocurría, se encontraba sentado dos filas más atrás de la de David por lo que no pudo acercarse a preguntarle.

Después de hacer la entrega de todos los diplomas y de unas bellas palabras por parte de algunos profesores, los directores y representantes de los estudiantes, se les dio la señal para lanzar sus birretes al aire.

Los aplausos no dejaban de sonar, los chicos se abrazaron entre ellos como despedida, y las lágrimas empapaban sus rostros.

—Siento mucho las cosas que te hice pasar —la bestia pelirroja abrazó con fuerza a David—. Cuídate, espero nos volvamos a ver —agregó palmeando su espalda.

David dejó escapar una sonrisa y dirigió de nuevo su mirada hacia su familia, todos estaban aplaudiendo con la felicidad reflejada en sus ojos.

—¿Estás bien? —Nicolás puso su mano sobre el hombro de David.

—Mi padre vino a verme —murmuró el castaño con nostalgia y al mismo tiempo alegría, la voz le temblaba, no podía creerlo—. Vino a verme —lo abrazó con fuerza.

https://youtu.be/fn7g0SByIEU

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