Capítulo 46: Atardecer.
Continué ascendiendo hasta alcanzar el final de las escaleras, sólo para descubrir que el balcón del ala de mi habitación también estaba completamente abierto. La brisa marina volvía a deslizarse por el corredor, acariciando mi cabello y mi vestido con suavidad, mientras la luz dorada del atardecer iluminaba mi rostro de manera sutil y envolvente.
Al mirar al frente, sólo encontré la soledad de un corredor desierto. Sin embargo, algo extraño llamó mi atención: la puerta de mi habitación de duquesa estaba completamente abierta.
Yo no la dejé así, y de seguro mis doncellas tampoco...
Con cuidado, crucé el umbral de la habitación. Una vez más, fui envuelta por ese aroma a océano que tanto atesoro, pues, para mi sorpresa, el balcón que había permanecido cerrado todo este tiempo, ahora se abría al mundo exterior. Y no sólo eso: una presencia conocida se encontraba allí, de pie, contemplando el paisaje que se desplegaba ante nosotros.
Aquel enorme y corpulento cuerpo se mantenía erguido, con una postura imponente y serena, de pie, de espaldas a mí, observando el majestuoso océano. Estaba vestido con unos pantalones azul marino ceñidos, haciendo contraste con una camisa blanca que le quedaba algo holgada, encima traía un chaleco de un color azul igual a sus pantalones, y esta vez sí traía zapatos puestos. Sus manos; grandes y fuertes, reposaban con firmeza en la baranda de hierro forjado. Mientras que sus ojos grises contemplaban con intensidad, el horizonte dorado del atardecer que impartía una magia especial al paisaje marino que tanto ansiaba ver.
—¿Ansel? —caminé hacia él, con cuidado —¿Qué es todo esto?
Él se volteó lentamente, con una sonrisa a boca cerrada adornando sus labios. El viento jugueteaba con su cabello negro desordenado, meciendo sus oscuros mechones con delicadeza, despeinando de manera rebelde su cabellera.
—Me pediste hechos, no palabras. —miró su vestimenta, mientras hacía un ademán para que yo también lo hiciera —Y espero esta vez no estar hecho un desastre para milady.
Sonreí con disimulo, mientras caminaba hasta su lado, y finalmente pude ver aquella maravilla de paisaje. Ahora estábamos los dos, uno al lado del otro, en silencio, observando cómo el sol se sumergía lentamente en el horizonte marino. La suave brisa acariciaba nuestros rostros, despeinando nuestros cabellos, mientras que la luz dorada del atardecer nos envolvía en una atmósfera mágica y serena.
—¿Qué tal tu almuerzo en el invernadero? —habló luego de un largo silencio, mientras que yo lo miré al instante.
—¿Cómo supiste...? —mi expresión fue de sorpresa, pero la de él fue de placer absoluto.
—¿Creyó que no sabía dónde se escondía para evitarme? —sonrió a boca cerrada —Yo sé todo lo que ocurre en este palacio, milady.
—No pensé que le preocupara mi paradero en lo más mínimo.
—Siempre me preocupo por usted. Todo lo que la rodea me concierne.
—¿Hemos vuelto a las formalidades?
—Si me lo permite, quiero comenzar de nuevo, y esta vez haré las cosas bien.
—Entonces, ¿debo volver a presentarme, milord?
—Preferiría que me llame su excelencia. —sonreímos con complicidad.
Ansel, volteó a verme. Su cuerpo quedó frente al mío, dejando en evidencia esa gran diferencia de tamaño, por lo que yo tuve que alzar la mirada para verlo directamente a los ojos. Luego, me extendió su mano con caballerosidad.
—Permítame presentarme, milady. Soy Ansel Dagger, duque de Whingbury. —este juego sacó varias sonrisas de mis labios, pero aún así le extendí mi mano para corresponderle el saludo.
—Mi nombre es Jane Chadburn, su excelencia, hermana del vizconde Theon Chadburn.
Ansel, besó el dorso de mi mano; delicado y con detenimiento.
—Es un gusto conocerla, señorita. ¿Cuál es su color favorito?
—El verde, ¿y el de usted?
—El rojo...
Mi ojos se abrieron a más no poder. Los recuerdos regresaron a mi mente: aquella vez en el puente; el día de mi cumpleaños, cuando tuvimos esta misma conversación. Luego recordé mi visita al sastre, a James buscando con apremio un vestido de su agrado... no, no de su agrado precisamente.
—James... —dije en un murmullo.
—No, ese no es mi nombre, milady. —bromeó, pero entonces lo miré a los ojos.
—James fue quién escogió mi vestido, el del teatro.
Ansel entendió cada palabra que le dije, pues su sonrisa fue ampliándose cada vez más.
—Si algo debes saber de James, es que nunca pertenecerá a un solo bando.
—Ahora lo sé... —reímos, para luego continuar observando en silencio el océano.
Los tonos cálidos del crepúsculo pintaban el cielo de tonalidades anaranjadas y rosadas. Las gaviotas volaban por por todos lados, adentrándose en el océano en busca de peces. Las olas, rompían con fuerza en los cimientos del palacio, esparciendo pequeñas partículas de agua por el aire.
—Ese libro… —señaló el libro que aún tenía en mi mano —¿De dónde lo has sacado?
—Estuve en la biblioteca. Mientras buscaba algo de misterio para leer, me encontré con esta historia de amor inconclusa.
—Por eso estaba en el área de misterio, porque quien la escribió no pudo darle un final… —noté tristeza en su mirada.
—No dice quién es el autor.
—La escribió Rose —lo miré sorprendida —mi...
—Tu difunta esposa… —hablé en un hilo de voz mientras admiraba la rosa en la tapa del libro, y luego volví a verlo a él. Su rostro estaba siendo iluminado por los últimos rayos del sol, co trastando la tristeza que acababa de envolverlo —Nunca me has hablado de ella.
Estaba sorprendida, pues el que Ansel mencionara a su difunta esposa significaba un gran paso. Sentí como si estuviera depositando en mí toda su confianza.
—No me gusta revivir su recuerdo...
Y entonces, tensó su mandíbula. Luego volteó a ver hacia el océano mientras sus manos envolvían la baranda del balcón en un fuerte apretón que dejó sus nudillos blancos. Y así permaneció, en silencio. Pero yo no estaba dispuesta a permitir que retrocediera, por eso, decidí confiar en él y contarle todo:
—Cuando era pequeña, mi padre me golpeaba y luego me encerraba en mi habitación totalmente a oscuras. Todo eso porque nací mujer y poco atractiva para la sociedad —dije de repente, y él volteó a verme sorprendido —No permitía que encendieran ni una vela para que yo pasara horas hundida en la oscuridad.
—Lo sé... —esta vez era yo la sorprendida —Soy amigo de Theon, ¿recuerdas?
—Claro, era de suponer.
Nuevamente hubo silencio entre nosotros, hasta que:
—Tu padre era un maldito que no merecía los hijos que engendró... ¿sabes por qué? —lo miré al instante —Porque nunca valoró al magnífico hijo que tuvo. Y porque vio que en lugar de tener un diamante para presumir y vender al mejor postor, tuvo un trozo de madera.
Fruncí mi entrecejo.
—Que me comparen con la madera es algo nuevo... —no sabía si estar molesta o feliz, pero de seguro estaba confundida.
En medio de mi confusión, Ansel sonrió con sutileza.
—¿Sabías que la madera es uno de los materiales más raros e importantes que existen en el mundo? —preguntó, mientras que yo negué con mi cabeza —Tanto así que nosotros la estamos exportando hacia la India, en un navío que ahora lleva tu nombre. La madera es única e indispensable, así como hermosa y fuerte, tal y como tú lo eres para mí. En cambio, el diamante es tan común que incluso hay planetas donde llueven.
Miré mis manos, nerviosa. En ese instante sentí sus dedos alcanzar mi barbilla con delicadeza, para así alzar mi vista hasta sus ojos.
—Nunca creas que eres menos, porque tú lo eres todo, Jane.
Asentí, sintiendo mi corazón latiendo desbocado. En cambio, Ansel inspiró profundo, y luego expulsó el aire contenido.
—¿Jane, puedo confesarte algo?
—Claro. —lo miré, expectante.
—Desde que te conocí, traiste la luz que había perdido mi vida.
—Ansel...
—Mereces que sea sincero contigo, aunque eso reviva una parte de mí que he intentado enterrar.
—Si no quieres hablar...
—Es momento de hacerlo. Es momento de hablar de ella y cerrar ese capítulo de mi vida.
Colocó sus manos sobre la baranda del balcón, y sin apartar la mirada del océano, dijo:
—Me casé enamorado… Rose era la luz de mis ojos —una sonrisa triste adornó sus labios —Luego de disfrutar nuestro matrimonio, decidimos intentar tener un hijo. Después de tantos intentos fallidos y dolorosos yo ya había desistido. No necesitaba de un hijo para ser feliz con ella. Si ese era nuestro destino yo estaba dispuesto a asumirlo... pero ella ansiaba tanto tener un bebé —una lágrima corrió por su mejilla —Al cabo de los meses, finalmente quedó embarazada. Fue un embarazo tranquilo, ni siquiera tuvo tantas náuseas. Y cuando llegó el día del nacimiento, vimos un bebé, pero nunca escuchamos su llanto... —unas lágrimas abandonaron sus ojos, y mis labios temblaron ligeramente al escuchar su dolor.
—Yo… lo siento.
Él se giró hacia mí, sus ojos recorrieron cada detalle de mi rostro con una intensidad que me hizo sentir mariposas en el estómago. Lentamente, aproximó uno de sus dedos y, con un gesto delicado, limpió las lágrimas que comenzaban a desbordarse de mis ojos. La conexión entre nosotros era palpable; nuestras miradas se encontraban sin esfuerzo, como si el mundo a nuestro alrededor hubiera desaparecido. Con la misma delicadeza, yo también me incliné hacia él, secando las lágrimas que surcaban su rostro, creando así un instante de intimidad que parecía congelar el tiempo.
—Pensé que Rose sería fuerte, pensé que ella lo afrontaría… pero no fue así… Acabó lanzándose de este balcón —mi corazón dio un vuelco cuando lo escuché.
—Por eso los cerraste… —murmuré, pero aún así él me escuchó.
—Vi su cuerpo desaparecer entre las olas y rocas…
No me contuve más y lo abracé fuerte, para darle mi apoyo, para intentar protegerlo con mis pequeños brazos y evitar que se desmoronara.
—Lo siento tanto… —murmuré en su oído.
—Nunca he sido tan sincero con nadie, Jane. Muy pocos han visto esta parte de mí. Me alivia que finalmente estoy cerrando este capítulo de mi vida.
—Me alegro que me hagas parte de tu vida al contarme todo —sonreí con tristeza, mientras quitaba de su frente uno de los mechones de su cabello.
—¿En verdad te gustaría ser parte de mi vida? —me miró, expectante.
—Lo soy desde que decidí no salir corriendo de aquí.
—Que bueno que no lo hiciste. —sonreímos, entonces él se acercó un poco más a mí.
Me quedé hipnotizada, admirando sus facciones marcadas resaltando bajo la tenue luz. Con sus ojos grises brillando intensamente con el reflejo dorado del sol poniente, los cuales recorrían mi rostro en silencio, y los míos, no eran capaces de apartarse de los suyos ni por un instante.
Hasta que no pude contener el impulso de acariciar suavemente su rostro con anhelo y ternura. Mis dedos trazaron con delicadeza los contornos de sus facciones, sintiendo la suavidad de su piel bajo mi tacto. Mientras que él cerró sus ojos frente a mis caricias, yo era capaz de escuchar el palpitar acelerado de mi corazón.
Luego de un instante, volvió a abrir sus ojos y se quedó inmóvil y contemplativo, permitiendo que mis ojos marrones y sin gracia se encontraran con el gris de los suyos, para luego alzar la comisura derecha de su labio en una sonrisa casi imperceptible.
—Tus ojos... —habló en un susurro.
—¿Qué, hay algo malo con ellos?
—¿Alguna vez te he dicho lo increíblemente hermosos que son?
—No... —sonreí —Aunque no se comparan con el gris de los tuyos. Ellos simulan al cielo cuando está nublado.
—Creeme, los míos se quedan en el olvido frente a los tuyos.
—No lo creo.
—Pues créelo —colocó unos dedos en mi barbilla, obligándome a alzar la vista, para así observar a detalle mis ojos mientras arrugaba su entrecejo, como si estuviese analizando algo —¿Sabías que tienen un ligero color esmeralda en el centro? es como si estuviera contemplando un hermoso jardín en primavera.
La sorpresa fue evidente en mi mirada, y eso, él lo notó al instante, pues nuevamente estaba sonriendo con sutileza.
—No sabía.
—Por supuesto que no... —sonrió.
—¿Por qué sonríes?
—Porque me siento afortunado de poder perderme en ellos cada vez que estamos juntos.
En ese momento, el mundo a mi alrededor se desvaneció. Acaricié su mejilla, permitiéndome sentir la calidez de su piel. En medio de aquellos sentimientos abrumadores, ambos nos acercamos lentamente, al punto de que podíamos sentir nuestras respiraciones agitadas. Nuestros labios quedaron tan cerca que podía percibir aquella sensación electrificante al rozar su delicada piel.
—No volveré a besarte en los labios... —murmuró, su piel rozando la mía, sus ojos viéndome con determinación. —A menos que me lo pidas... dime, Jane, ¿quieres que te bese?
Sus palabras me recordaron la noche en el teatro, donde casi acepto su beso y olvido todas nuestras diferencias. En cambio, en este instante, lo único que deseaba era probar nuevamente su sabor, y sentir sus manos sobre mi cuerpo. Ya no servía de nada que me siguiera conteniendo; él fue sincero conmigo, me contó su pasado. Si bien faltaban muchas cosas por confesar, en ese instante no las sentí, importantes, pues solo estaba pensando en la cercanía de su cuerpo, en sus labios rozando los míos con apremio. Ya no había motivos por lo que seguir resitiéndome a mis deseos de besarlo nuevamente, por eso respondí:
—Si...
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Ahhh.
Espero que este capítulo les gustara tanto como a mí. Finalmente estos dos están abriendo sus corazones pero, ¿todo está dicho?
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