Mi madre dio la orden de empezar a eliminar a todos nuestros enemigos, desatando un conflicto implacable.

Cualquier persona que osara cruzarse en nuestro camino pagaría con su vida. Nadie tenía la capacidad de detenernos; nuestro imperio, nuestras reglas, imperaban sin obstáculos.

El miedo se apoderó de todos, nadie se atrevía a desafiarnos. No mostrábamos piedad, eliminando sin contemplaciones a cualquiera que se interpusiera en nuestro camino.

Continuando con el legado de nuestro padre el Rey Rojo; matábamos sin contemplaciones alguna; conquistábamos, territorio tras territorio, apoderándonos de numerosos pueblos y derrocando a reyes.

Sin miramientos, erradicábamos por completo sus linajes, dejando a nuestro paso un rastro de cadáveres y cabezas que quedaban en el olvido.

Un día, mientras mis hermanos y yo estábamos ocupados eliminando a niños ilegítimos, recibí dos cartas una era de mi hermano el Rey Leo y la otra era de.....

Lo que decía la carta de mi hermano era: "Vuelvan a casa de inmediato. Al parecer, han envenenado a..."

Un escalofrío recorrió mis manos. ¿Quién se habría atrevido a cometer semejante acto? Pagarían las consecuencias de su traición.