Capítulo 6.- Dos forenses en Scotland Yard

En los últimos meses de su vida, desde que había conocido a Levi Ackerman, detective de Scolland Yard, Hanji había conocido la pasión más ardiente en la intimidad. Mordidas, apretones y súplicas habían aderezado el sexo casi desde la primera vez.

Sin embargo, había momentos como ese donde lo único que ambos deseaban era tocarse, respirar sus alientos, sostenerse y no soltarse.

No había prisa, después de todo. Tenían una vida juntos por delante.

Esa era la misma idea que motivaba su lujuria esa noche, haciendo sus movimientos más dulces y suaves. Levi la aplastaba contra el colchón, con un ritmo lento y decadente, empujando dentro de ella mientras susurraba palabras de amor.

Sentirlo dentro suyo, sabiendo que ambos deseaban lo mismo para sus vidas, añadía una emoción desbordante que le arrancó un par de lágrimas. El aroma a limpio de su futuro esposo la llenaba por todos lados, mientras su virilidad ardía entre sus piernas y ella sollozaba su nombre.

Ah, futuro esposo. Eso sonaba bien, pero "esposo" sonaba incluso mejor. Jamás pensó que anhelaría el matrimonio y la maternidad, pero si era Levi... Oh, si era Levi, ella lo quería todo.

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Al día siguiente

La tecnología era una cosa fascinante, pensó el hombre que leía la correspondencia de su escritorio, una nota sobresaliendo de las demás, ya que no había llegado con el correo regular sino a través del telegrama local. Lo que un mensaje urgente tardaba días en llegar a su destino, con precios elevados, ahora atravesaba el país en cuestión de minutos por unos módicos chelines.

Le parecía interesante que la doctora Zöe hubiera optado por aquella vía, pero no le sorprendía en absoluto.

No cuando él mismo había estrangulado a Annie Leonhart para recuperar su atención.

Sabía que la sensible forense no sería capaz de llevar a cabo la autopsia de la pobre huérfana, la misma niña que sin saberlo, había desmoronado el reino de terror de Jack el destripador, y que luego había ido a parar a un orfanato de Ellen Street, en Whitechapel.

Tal vez Hanji Zöe hubiera guardado suficiente aprecio (o lástima) con la pequeña para adoptarla, pensó Zeke Fritz, mirando el cielo despejado a través de la ventana de su estudio. Después de todo, ya había adoptado a dos criaturas solitarias.

No sabía cómo sentirse respecto a esa vena caritativa de la doctora, pero debía reconocer que le había resultado útil en esta ocasión.

— Paltrow, haz mi equipaje. —Ordenó al mismo sirviente que le había llevado el mensaje desde la oficina de telégrafos del pueblo.— Me voy a Londres.

Si el joven mozo se sentía desconcertado por la decisión de su amo de volver a Londres, cuando acababa de llegar unas horas atrás, no lo demostró. Todos los sirvientes del Dr. Fritz habían sido contratados con extremo cuidado, ninguno de ellos sin experiencia o recomendaciones. Todos habían recibido una completa instrucción del mayordomo sobre la discreción, así que nadie se atrevía a cuestionar sus órdenes.

Este mismo proceso de "educación" lo había mantenido ocupado en Londres, unos días atrás, para la contratación de nuevos empleados en la ciudad. Aunque era la señora Marley la que oficialmente se encargaba de la servidumbre, Porco era quien realmente decidía quien pasaba las pruebas de confiabilidad.

Sabía que a su nuevo socio no le gustaba su colaboración, pero después de todo lo que había hecho y las manchas en su expediente, dudaba que tuviera las agallas para delatarlo.

Todo iba bien, en resumen, y sólo quedaba avanzar hacia esa fascinante mujer que lo había cautivado desde París.

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El sonido de una gota cayendo contra el lavabo de metal hizo eco en la sala forense. Con las últimas reformas en la comisaría, era normal encontrar algunos imperfectos en las tuberías. Alguien tendría que llamar al plomero para que viniera a echarle un ojo a la llave de agua.

Tip. Tip. Tip.

El goteo siguió sonando, como marcando los segundos que pasaba la sala en completo silencio.

Hanji se encontraba ahí, pero no era capaz de escuchar ni siquiera su propia respiración, sólo aquel incesante: Tip. Tip. Tip.

— ¡Hanji!

Cuando Mike se presentó a su lado, finalmente fue consciente de que la había estado llamando sin que ella lo notara. Su amigo se veía más preocupado que molesto por su distracción, así que ella intentó tranquilizarlo, forzando una sonrisa.

— Disculpa, estaba pensando en la boda. —Se excusó, consiguiendo que Mike se tragara aquella explicación, que no era completamente una mentira.— ¿Qué me decías?

— Decía que llegó tu recomendado, el Dr. Fritz.

Entonces la castaña se dio cuenta que Mike no iba solo, sino que le acompañaba un hombre de cabello rubio y anteojos. Zeke Fritz no era tan alto como el Teniente Zacharius, ni imponía con una fuerza agresiva o intimidante. De hecho, siempre le había parecido un hombre más bien distinguido y elegante, de hombros cuadrados y una sonrisa serena debajo de aquella barba tupida.

De algún modo le recordaba a su propio padre, aunque un poco menos loco.

Los serenos ojos de Zeke no vagaban por toda la habitación, como si examinara hasta el más mínimo detalle. En cambio, su mirada se posaba sobre ella con suavidad, con un saludo caballeroso.

— Lo lamento, Dr. Fritz, como se dará cuenta, mi vista es mala en más de un sentido. —Ella se disculpó, extendiendo la mano hacia él como haría con cualquier otro hombre.

Sin embargo, aunque Zeke le devolvió el saludo como correspondía, lo hizo con delicadeza.

— En absoluto, Dra., creo que su vista es maravillosa. —Él replicó con una leve reverencia.— A veces los mejores genios se abstraen dentro de su mente. ¿Y qué es usted si no una genio, después de desenmascarar al destripador de Londres?

La sonrisa de Hanji tembló, sintiéndose halagada y culpable a partes iguales. Si ella no hubiera escarbado hasta las últimas instancias, tal vez Annie seguiría con vida.

— Me temo que no fui yo quien desenmascaró al asesino, Dr. Fritz. —Ella se lamentó, conteniendo un suspiro de lástima hacia sí misma. Ese no era el momento para ponerse emotiva.— Annie Leonhart era una huérfana de las calles de Whitechapel, particularmente del área de Florence Street y los clubes de jugadores. Gracias a su información, pudimos resolver el caso. Sin embargo, no pudimos protegerla.

La sala quedó en silencio unos instantes, una muestra de respeto hacia los difuntos pero también en deferencia a la tristeza de Hanji. Luego, ella tomó la carpeta que tenía a un lado y se la entregó al otro médico.

— Aquí está el informe que presenté al Teniente Zacharius el día de ayer. —Le dijo, viendo cómo él la abría para inspeccionar sus páginas y las fotografías.— Verá que sólo es una observación general, así que se requiere de su colaboración para realizar la autopsia interna de la víctima.

— En su telegrama mencionaba que necesitaba mi ayuda para una autopsia —Asintió Zeke, aún observando el documento—, sin embargo, me cuesta entender por qué. Usted ha hecho un gran trabajo hasta ahora.

— Gracias. —Hanji murmuró, más bien incómoda con la situación.— Pero esto supera mi capacidad.

Zeke levantó sus ojos claros hacia la castaña, intrigado con aquella elección de palabras. Sospechaba que pocas cosas estaban por encima de la capacidad de la doctora.

— Si fuera un estudiante de medicina... O incluso un médico recién graduado —Comenzó a decir, como quien no quiere la cosa—, me bastaría abrir el expediente para declarar que la niña murió por asfixia.

Como lo esperaba, Hanji se enervó, sus ojos brillando por la furia como dos piezas de ámbar.

— ¡Esa sería la salida fácil! —Exclamó, una nota más alta de lo que era apropiado.— ¡No podemos conformarnos con la primera hipótesis, sólo porque es menos trabajo! ¡Eso sería como abandonarla de nuevo!

Una vez más se hizo el silencio, con Mike mirando a ambos doctores, preguntándose cómo y cuándo debía intervenir.

Para su sorpresa y la de Hanji, Zeke Fritz sonrió con simpatía, cerrando la carpeta para guardarla bajo su brazo derecho.

— Tiene razón, Dra. Zöe. —Él habló con una calma envidiable.— Es por eso que me alegra no ser un médico novato... y que usted tampoco lo sea.

Hanji se sintió extraña, con los nervios todavía sacudiendo la punta de sus dedos.

Comprendió que como en el pasado, Zeke no estaba presionándola a tomar decisiones apresuradas, sino que exponía los hechos tal y como eran antes de brindarle su ayuda incondicional.

O casi incondicional.

Fue un desastre que Mike estuviera ahí para presenciar la manera en cómo ella se sonrojó, aunque agradecía que no supiera del beso que el doctor le pidió en el baile del duque de Brighton. No tenía idea de cómo lo iba a interpretar su amigo, pero esperaba que no sacara una interpretación errónea.

Afortunadamente, Mike no dijo nada mientras ambos forenses se ponían al corriente con las últimas actualizaciones del laboratorio y la morgue.

Zeke sabía cómo funcionaba la estación después de años de trabajar ahí, pero Hanji quiso hablarle de la nueva tubería que habían instalado en los primeros días de enero, ubicada estratégicamente debajo de la mesa de operaciones para agilizar la limpieza y desinfección del área. También le habló de los últimos cuerpos que habían llegado al centro, de los cuales se ocuparía ella misma.

— Supongo que eso significa que trabajaremos juntos. —Le dijo el rubio mientras terminaba de revisar los últimos informes. La sonrisa hacía brillar sus ojos azules.

— Sí, creo que sí. —Hanji sonrió, un poco más animada que antes, hasta que una conveniente tos llegó desde el otro lado de la sala.

— Bueno, entonces creo que será todo por ahora. —Intervino Mike, mostrando un entusiasmo inusual en él. Hanji ya sospechaba a qué venía eso.— Doctor Fritz, me alegra volver a trabajar con usted, y le agradezco que volviera con tanta diligencia. Sin embargo, me veo en la obligación de despedir a la doctora Zöe para que atienda los asuntos de su boda, de otro modo, su prometido se desquitará conmigo por retenerla en la estación.

— Nadie me está reteniendo. —Replicó Hanji, lanzando a su amigo y superior una mirada asesina.

Pero mientras Mike levantaba una ceja, mirándola como si dijera "vete a casa", el hombre a su lado inclinó la cabeza en un gesto curioso.

— No sabía que estaba comprometida, doctora. Felicidades. —Le dijo Zeke con una sonrisa.— ¿Quién es el afortunado?

— Ah, usted conoció al detective Ackerman, me imagino. —Respondió Mike en su lugar, molestando más si cabe a la castaña de lentes.— La doctora Zöe y él se comprometieron hace un par de meses, pero no hubo oportunidad de ofrecer una fiesta de compromiso.

— Oh, Levi Ackerman. —Zeke asintió, acariciando la punta de su barba mientras asimilaba el nombre.— Sí, lo recuerdo. El mejor detective que haya conocido, aunque recuerdo al Comandante Smith en sus tiempos como un excelente policía. —Viendo la manera en que las expresiones de los otros se ensombrecían, el rubio agachó la cabeza en señal de disculpas.— Lamento lo que le ocurrió.

Una disculpa tan genuinamente cortés como todas sus otras palabras. Sin embargo, Zeke sabía que Hanji estaría recordando la última vez que vio a Erwin, en su casa de campo en Wraysbury. Él también lo recordaba, pero probablemente sus memorias eran un tanto diferentes.

La sensación de satisfacción con dicho recuerdo no fue nada comparado con la vista del rostro contrito de la morena.

— Debo suponer que un evento tan alegre como lo es una boda, con sucesos tan sombríos, pueda parecer banal. —Le dijo a Hanji con una calidez controlada, viéndola reaccionar de a poco, atenta a sus palabras de confort.— Pero, ¿por qué no permitirse un poco de felicidad? Estoy seguro que encontrará tranquilidad si vuelve a casa con su prometido.

Hanji sabía que las palabras del doctor Fritz pretendían tranquilizarla, pero sólo la hicieron sentir más inquieta.

¿Cómo podía volver a casa y planear una boda mientras el asesino de Annie Leonhart andaba por ahí suelto? ¿Cómo podía elegir flores y probarse vestidos cuando alguien más realizaba su trabajo?

La oleada de objeciones que había tenido desde joven con respecto al matrimonio la golpeó de repente, recordando que durante mucho tiempo había estado renuente, por el riesgo que corría de ser relegada al papel de esposa.

Casi sin darse cuenta, había tomado una decisión que iba en contra de los planes con los que se había levantado aquella mañana.

— En realidad, creo que me quedaré a apoyar con las demás autopsias. —Dijo, levantando la barbilla cuando Mike frunció el ceño en un gesto reprobatorio.— Aún hay mucho trabajo que hacer para mañana.

— No es necesario que te quedes, Hanji. —Replicó el Teniente, olvidando los formalismos.— Tenemos todo bajo control por el momento, ¿no es cierto, doctor Fritz?

Hanji desvió su mirada rabiosa hacia Zeke, pero él sólo asintió con una sonrisa apenada.

— Claro, pero yo...

— Solicité el apoyo del doctor Fritz para un caso en particular. —Hanji no lo cortó de tajo, intentando rescatar algo del orgullo que Mike había pisoteado.— No le pedí que me sustituyera en mi trabajo, el cual soy perfectamente capaz de hacer a pesar de estar comprometida.

Mike no estaba nada contento, pensó Hanji, pero no podía importarle menos. Ya había tenido que defender su posición durante los casos del destripador, con Erwin anunciando que ella se saldría del caso por su seguridad. No deseaba que la hicieran a un lado de nuevo.

— Doctor Fritz. —Llamó al forense de cabello rubio, el cual la miró con serena curiosidad.— ¿Le molesta si trabajamos juntos el día de hoy?

— En absoluto, doctora.

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A diferencia del caótico piso del detective Ackerman en Whitehall Street, la residencia del matrimonio Zacharius en Marylebond era bastante tranquilo.

Magda Winner, la madre de Nanaba, había ido a hacerle compañía a su hija durante la merienda. A Mike no le caía demasiado bien su suegra y sabía que el sentimiento era mutuo, pero intentaba ser lo más amable que podía desde que su esposo había muerto el año pasado.

Los Winner siempre habían sido personas severas y con altos estándares, ya que la señora Winner era nieta de un Vizconde y el señor Winner, hijo menor de un Conde. Ninguno había poseído una gran fortuna, pero habían esperado casar a su única hija con alguien de mayor rango.

Sin duda, un simple policía como Mike, hijo de un tendero, no había sido su primera opción.

El inicio de su relación había sido un desastre, al punto de tener que mentir sobre un embarazo para eliminar las objeciones de sus suegros. Por fortuna, las cosas habían mejorado con el tiempo, sobre todo cuando Mike fue ascendido a Sargento y finalmente a Teniente. Había comprado una bella casa en un barrio tranquilo y ahora esperaban un hijo.

Mike deseaba que aquello fuera suficiente, pero el recuerdo de los meses pasados, cuando aquella nota llegó a sus manos, seguía dándole pesadillas.

Nanaba se encontraba descansando la espalda en un diván orejudo, leyendo unos versos mientras su madre terminaba de tejer una pequeña chaqueta de punto para bebé.

Ellas no lo notaron cuando se aproximó al salón desde el pasillo.

— Oh, Nanaba, no otra vez eso. —Exclamó de pronto Magda, bajando sus ganchos para lanzar a su hija una mirada de reproche.— Sabes que no soporto la poesía. ¿Por qué no retomas el Salmo que leías hace rato?

Desde su posición, Mike no era capaz de ver el semblante de su esposa, pero por su silencio pudo suponer que estaba guardando toda su paciencia. Ella siempre había tolerado el carácter ácido de su madre, pero incluso ella debía tener problemas para soportarla después de unas horas en su compañía.

— ¿Leyendo versos de amor, querida? —Preguntó Mike, revelando su presencia con una sonrisa ladina. Nanaba se levantó como impulsada por un resorte y llegó a su lado en menos de un segundo.— Tranquila. —Le susurró al oído mientras acariciaba su espalda.

— Nanaba ya no está en edad de andar leyendo esas tonterías, Michael. —Replicó la señora Winner, mientras guardaba su trabajo inacabado en una cajita de mimbre.— Aunque si me lo preguntas, ninguna mujer respetable debería. Sólo le llenan la mente de pájaros y para colmo, sé que hay algunas bastante inapropiadas.

— No osaría pensar que tú ya has leído alguna de esas poesías, Magda. —Dijo Mike, con lo que parecía una inocente sugerencia.

Sin embargo, su comentario surtió el efecto deseado cuando su suegra se sonrojó violentamente, musitando para sí misma. Después de una rápida despedida, Mike abrazó a su esposa tan delicadamente como era capaz, aunque lo único que deseaba era estrecharla con fuerza contra su pecho, como si de ese modo pudiera atraparla bajo su piel.

Puede que Hanji tuviera razón y él fuera un maldito posesivo, pero la patológica necesidad de proteger a su mujer lo superaba.

Como si Nanaba pudiera sentir su angustia, lo tocó cariñosamente en el cuello, deslizando las manos hasta acunar su fuerte mandíbula.

— Llegaste temprano. —Le dijo con voz suave.— Aunque no lo suficiente. ¿Qué pasó?

Él sacudió la cabeza en negación, bajando hasta absorber el tierno aroma de su esposa en la base de su garganta.

Nanaba sabía que Mike nunca había querido el puesto de Comandante en Scotland Yard, y mientras que muchos veían su ascenso como un avance en su carrera, sabía que su marido sólo se veía a sí mismo ocupando el lugar de su mejor amigo de toda la vida. Él y Erwin se habían conocido desde muy pequeños, y de no ser por el profesor Smith, quien fuera como un segundo padre para él, jamás habría tenido las oportunidades con las que contaba ahora.

Además, sospechaba que intentaba cargar no sólo con sus responsabilidades, sino también con las de Erwin.

— ¿Cómo te fue con tu madre? —Él le preguntó, un poco más repuesto, mientras se incorporaba para besar su frente.

Nanaba no iba a tragarse ese cuento, pero decidió dejarlo estar por ahora. Mike debía estar exhausto.

— Como de costumbre, mortalmente aburrido. —Ella suspiró, llevándolo a la sala de estar para sentarlo junto a ella en el diván. Luego tomó una campanilla para llamar a Riko, quien apareció casi de inmediato con una respetuosa reverencia.— Riko, ¿te molestaría traernos un poco de té y los bizcochos que preparamos esta tarde?

— Sí, señora. ¿Quiere que también traiga la mermelada?

— Sí, perfecto.

Una vez que la doncella se fue a la cocina, Nanaba se dedicó a sacarle a su esposo la chaqueta y la corbata.

— Te juro que si debo pasar un día más con mi madre leyendo versículos, voy a volverme loca. —Ella suspiró.

— Tu madre no es de las que juegan twist. —Él le dijo.

— No. —Nanaba sonrió a su pesar.— Tampoco mi padre lo era. Ambos eran tal para cual. Supongo que por eso sigo pidiéndole que venga, aunque me vuelva loca. No tiene más amigos ni familia.

— Lo sé. —Mike tomó la mano de su esposa para besar el dorso de su muñeca, donde podía sentir su pulso. Ese sencillo latido era como un milagro para él.— Pero detesto que te haga sentir incómoda. Sobre todo ahora, que estás esperando.

Nanaba le dirigió una sonrisa resignada a su protector marido.

Habían cosas que no podían cambiar, como el hecho de que su madre era un incordio o que un asesino demente la hubiera capturado cuatro meses atrás... Pero saber que Mike siempre haría todo lo que estuviera en sus manos para cuidarla, le daba una seguridad que no cambiaría por nada.

Luego de unos instantes, sus ojos se abrieron de par en par, movidos por la sorpresa.

— ¿Nana? —Mike se sobresaltó, preocupado.— ¿Qué ocurre?

Nanaba tomó una de sus manos y la llevó hacia su abultado vientre, con una sonrisa radiante.

Luego de esperar unos segundos, sin saber qué ocurría, Mike conformó la misma expresión.

— ¡Se ha movido!

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