Capítulo 29.- Dalias rosas
21 de Junio de 1887
Cuando Hanji se despertó en Tyburnia la mañana siguiente a la subasta, no pudo evitar enrollarse en las sábanas, mirando con nostalgia el espacio vacío junto a ella.
Recordaba la primera vez que estuvieron juntos en esa misma cama, después del susto que le dio Berthold Hoover en Baker Street. El calor de la chimenea y la luz que danzaba sobre la piel marfilada de Levi la había cautivado; el brillo anhelante en sus ojos grisáceos, el sonido de su voz suspirando su nombre... Parecía un sueño, una fantasía lejana.
Pero a diferencia de las fantasías con Erwin Smith, que a veces rondaban su mente en París como algo lejano, como si le hubiesen ocurrido a otra persona, este anhelo no se desvaneció.
Sí, las sábanas habían perdido por completo su aroma a estas alturas, pero el recuerdo perduraba nítido y apasionado en su corazón. No sólo el calor del momento, sino todo lo que siguió después.
Aún podía recordar las noches que siguieron a esa, cada tiempo compartido después de hacer el amor con Levi; su cuerpo pequeño pero robusto contra el suyo, su abrazo a la altura de los pechos y ese precioso cabello negro haciéndole cosquillas en la nariz mientras llegaba el amanecer.
Hanji se encogió, acurrucándose mientras un tenue sonrojo se extendía por su rostro.
Luego vendrían las conversaciones, el roce de sus pies y aquel adorable silencio de Levi cuando ella hablaba durante horas. Porque por muy cansado que estuviera, él siempre la escuchaba. Solía hacerlo con una expresión aburrida, o incluso fingiendo estar dormido, pero luego la sorprendía recordando todo lo que ella había dicho.
El furtivo encuentro que compartieron en aquel callejón de Kensington no había hecho nada para aplacar su necesidad de Levi, sino todo lo contrario. Le recordó cuánto lo deseaba, cuánto reclamaba su cuerpo a su cuerpo, sus labios a sus labios... y su corazón a su corazón.
Ella suspiró, preguntándose cuánto tiempo pasaría antes de volver a verlo.
El domingo era su día libre y después de una fiesta sería normal dormir hasta mediodía. Aún así, decidió levantarse temprano y ayudar a Mikasa en la cocina. Si se quedaba más tiempo en cama, sólo perdería el tiempo suspirando como una colegiala.
─ Buenos días, mamá ─la saludó Mikasa, que en ese momento cocía unos huevos para el desayuno. Hanji pasó por su lado y besó su mejilla─. ¿Cuándo vendrán los nuevos empleados?
Dado que la casa en Tyburnia era mucho más grande que el departamento en Whitehall y no sabían cuánto tardarían en volver, había considerado contratar a una sirvienta de planta y tal vez un lacayo. Sabía que a Mikasa le asustaba un poco la idea, ya que nsi siquiera recordaba si alguna vez había vivido en una casa con servidumbre. Además, parecía que el último año se las habían arreglado muy bien siendo sólo cuatro personas.
Sólo que ahora las cosas eran diferentes, y lo quisiera o no, Hanji debía mantener cierta estabilidad mientras se aclaraban sus circunstancias.
─ Hoy vendrán a instalarse, pero no empezarán sus labores sino hasta mañana ─le dijo mientras alcanzaba una lata de hierbas para preparar el té, sonriendo ante la evidente inquietud de la muchacha─. Tranquila, las cosas no cambiarán tanto como crees. Sólo tendrás menos trabajo y más tiempo para estudiar.
Mikasa le lanzó una mirada de circunstancias.
Ella no iba a la escuela como Eren, sino que recibía clases particulares de la propia Hanji. Había descubierto un gran interés por las ciencias, especialmente la biología y la medicina, aunque dudaba mucho que alguna vez sintiera deseos de abrir un cadáver. También disfrutaba de la poesía y las matemáticas; dos cosas que, según Hanji, no iban bien juntas, pero que Nanaba Zacharius juraba que se complementaban entre sí.
A veces, Mikasa se preguntaba si sería capaz de asistir a la universidad como su madre adoptiva, o si sólo estaba soñando demasiado alto.
─ Sí, bueno... A todo esto, ¿cómo te fue anoche? ─preguntó para cambiar el tema, mientras llevaba a la mesa dos cuencos grandes con avena.
Hanji, que acomodó a su lado un tazón con manzanas picadas y una taza de leche caliente con miel, se sentó junto a ella con aire pensativo.
─ Sucedieron muchas cosas ─admitió. Luego, le contó sobre el estudio de arte y las cartas que robó─. No tengo ni idea de si contienen algo relevante o incriminatorio, pero si estaban guardadas en un cajón bajo llave, tengo la esperanza de que sean importantes.
─ Podemos revisarlas ─sugirió Mikasa con interés─. ¿Las trajiste contigo?
Hanji detuvo su taza de té sobre los labios, recordando con dulzura los besos de Levi. Había tenido sabor a menta, ¿tal vez su intención siempre fue comérsela a besos apenas la tuviera al alcance? Eso explicaría por qué perdieron tanto tiempo devorándose el uno al otro, en lugar de intercambiar información.
Ah.
No se dio cuenta que sonreía hasta que vio la expresión desconcertada de Mikasa.
"Santo cielo".
─ Yo... no las tengo ─admitió en voz baja, conteniendo la risa cuando Mikasa hizo ademán de discutir─. No, espera, déjame contarte. Anoche... Levi se acercó a mí afuera de la casa de Fritz.
─ ¿¡Afuera de su casa!? ─Mikasa se sobresaltó, llevándose las manos a la boca por la sorpresa y la preocupación─ ¿Está bien? ¿E-Está herido? ¿Alguien los vio?
─ Hey, tranquila ─dijo Hanji, acariciando su brazo en un gesto cariñoso mientras la otra bajaba las manos a su pecho, como si quisiera calmar las ansias de su corazón─. Él está bien. ─Tensó los labios, decidiendo que no era necesario darle más detalles respecto a la escena en el callejón─. Me dijo que se está escondiendo con Erwin en Whitechapel.
Hanji se dio cuenta que eso no tranquilizaba mucho a la menor, pero supuso que se debía a que de cualquier forma, su padre era una especie de fugitivo que debía ocultarse en una de las zonas más peligrosas de la ciudad.
─ Él sabe moverse por Whitechapel, cariño.
─ Lo sé ─suspiró Mikasa─. St Anne's estaba en Ellen Street, ¿recuerdas?
A diferencia de Eren, que solía hablar con profundo resentimiento de sus circunstancias, Mikasa no parecía amargada al respecto. Su orfandad era algo que admitía abiertamente y que no le dolía más allá del triste recuerdo de sus padres biológicos, a quienes a veces intentaba honrar con ciertas comidas o costumbres.
Aún así, Hanji pensó que por momentos olvidaba que sólo un año atrás, Mikasa había estado viviendo en aquel orfanato descuidado de Whitechapel, sin una habitación propia, ni libros, ni vestidos nuevos.
Tal vez por esa razón, Mikasa tenía una afinidad especial con Levi. Como si, de un modo u otro, ambos compartieran la misma lengua materna.
─ Papá solía ir al orfanato unas dos veces al mes ─dijo la chica con nostalgia mientras echaba un poco de manzana a su avena─. Nunca hablé con él en ese entonces, pero todos los niños lo conocíamos por los relatos de Nifa.
─ Oh, ¿estaba enamorada de él? ─preguntó Hanji, divertida.
Mikasa rodó los ojos.
─ Eres muy bonita cuando finges no estar celosa ─remató, ganándose un reclamo avergonzado por parte de la doctora. A pesar de la diversión entre madre e hija, no pudo evitar bajar la mirada con pesar─. Como sea, todos saben quién es Levi Ackerman en los barrios bajos. Sé que puede cuidarse en esos entornos y que la mayoría de las personas le tienen miedo, pero ya no es un mercenario de renombre, mamá. Es un policía.
Hanji se tensó, sintiendo que la sangre en sus venas se enfriaba lentamente.
Hasta cierto punto, Mikasa tenía razón.
No había pensado que, después de una vida entera viviendo en aquel pozo sin fondo que era Whitechapel, Levi había dado la espalda al mundo clandestino, buscando una vida honesta en Westminster City.
¿Cómo lo recibirían entonces los maleantes que nunca lograron salir del pozo?
─ De acuerdo, Levi es un policía. Ahora estoy preocupada ─reconoció Hanji, con un suspiro cargado de frustración. Sin embargo, sonrió ante la mirada culpable de Mikasa─. Pero, aunque tengas razón, no podemos hacer nada más que confiar en él. Yo...
Hizo una pausa mientras veía el fondo de su taza de té.
El episodio con Levi había sido tan breve y tan fortuito, un momento robado sin la más mínima anticipación, que Hanji no había tenido tiempo de asimilar lo jodidamente aliviada que se sentía.
─ Por un momento, creí que no volvería a verlo ─admitió en voz baja, acariciando las palabras mientras recorría el borde de la taza con el pulgar─. No sólo estaba preocupada por él. Creo que me estaba volviendo loca. Y aunque me dije que debía aprender a manejarme sin su presencia, pues lo he estado haciendo toda mi vida... No puedo negar lo agradecida que estoy de saber que está bien. Supongo que sólo puedo atenerme a la esperanza de que, esté donde esté, sabe lo que está haciendo.
"Y rezar por que Levi piense lo mismo de mí", pensó Hanji de pronto.
Por alguna razón, le vino a la mente el recuerdo de ambos charlando en la terraza de Scotland Yard, cuando Levi le habló de su pasado. Aquel día, Erwin la había sacado oficialmente del caso del Destripador para protegerla. Ella había estado furiosa con él por tomar aquella decisión y con Levi por secundarlo.
Sin embargo, el detective la había llevado a tomar un poco de aire para enfriar sus ideas, abriéndose y permitiendo ser vulnerable con ella, mostrándole que entendía su frustración y la lucha por ser tomados en serio en aquella sociedad. Le había hablado de su antiguo trabajo como mercenario, y las noches en vela que tuvo que pasar para probar que había cambiado.
Aquella conversación había sido el inicio de un inesperado vínculo entre ambos. Algo que iba más allá de la camaradería, de la amistad o incluso del amor.
Era la confianza que se tenían el uno al otro.
Y a pesar de lo difícil que era tenerlo lejos, debía creer que él no se había dado por vencido, que él sabía que ella siempre volvería a sus brazos. Que una simple palabra, o un gesto pequeño, bastarían para saber que todo estaría bien.
─ Él estará bien ─repitió en voz alta, saboreando las palabras como algo auténtico y no una mentira piadosa─. Además, no está solo.
Por su parte, Mikasa contuvo un suspiro.
No iba a mencionar que no conocía lo suficiente al comandante Smith para confiarle la vida de su padre, pero supuso que la mayor no necesitaba más preocupaciones, así que le pidió que siguiera contándole sobre la subasta mientras tomaban el desayuno.
Hanji le habló de la actitud relajada de Zeke Fritz, de lo cómodo que parecía sentirse rodeado de personas elegantes, lo que podía ser un poco extraño incluso viniendo de un respetado especialista médico. ¿Debían considerar sospechosa su fortuna? También le habló de algunas piezas de exposición y de la galería de arte, pero no entró en más detalles respecto a su misión. No quería incomodarla al hablar sobre el desagradable juego de máscaras y lo cerca que había estado Zeke Fritz de besarla.
Además, cuando tocó el tema de Eren e Historia, se dio cuenta que algunas cosas debía tocarlas con pinzas.
Una vez que terminaron de desayunar, recogieron la mesa y dejaron todo impecable.
Una parte de Hanji seguía pensando que tanta limpieza era una pérdida de tiempo, pero los hábitos de Mikasa estaban fuertemente marcados por la influencia de Levi y una parte de ella quería mantenerlo cerca, aunque fuera de ese modo.
─ Dijiste que papá fue a Kensington ─comentó la niña mientras secaba los platos─. ¿Estás segura que nadie lo vio?
─ Um... ─Hanji desvió la mirada─. Creo que no, pero... Es posible que Eren sepa que estuvo ahí.
A menos que el adolescente creyera que ella se besuqueaba con cualquiera en el callejón, lo que, por otro lado, no le sorprendería tanto.
Hanji ya no estaba muy segura del concepto que Eren tenía de ella a estas alturas.
─ Oh ─dijo Mikasa, frunciendo ligeramente el ceño─. Eso... podría ser un problema. Pero estoy segura que no dirá nada.
Hanji se detuvo para mirar a su hija adoptiva.
El cariño que Mikasa le profesaba a Eren no era despreciable ni pasajero, pero sí muy inquietante.
Ambos habían vivido juntos durante varios meses y Hanji no dejaba de culparse a sí misma por la falta de supervisión, demasiado ocupada con su trabajo y el caso del destripador. En el fondo, sabía que nunca pensó que algo podría ocurrir entre aquellos niños, porque tenía la fantasiosa idea de que el cariño entre ambos era meramente fraternal.
Pero ellos no compartían lazos de sangre, y ahora ni siquiera vivían juntos. No eran hermanos.
¿Cómo se suponía que iba a manejar una posible relación entre Eren y Mikasa?
Ni siquiera estaba segura de que le gustara la confianza ciega que su hija le tenía a Eren Jeäger.
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El domingo pasó sin demasiada novedad, y luego le siguió el lunes y el martes, probando que la paciencia de Hanji era más resistente de lo que ella misma pensaba.
Sabía que no podía quedarse en casa esperando, y que no beneficiaría a nadie estar mirando siempre por las esquinas, así que intentó continuar su rutina como si no buscara desesperadamente cualquier contacto de Levi.
Con los nuevos empleados estableciéndose en su casa, Hanji dejó la administración en manos de Mikasa y se volcó como nunca en el trabajo. Se esforzó en mantener una rutina estable, siguiendo el mismo camino de Tyburnia al St Barth y demorándose siempre que podía en algún puesto de flores o mirando el escaparate de una librería.
La sensación de ser observada no dejaba de respirarle en la nuca, lo que a menudo resultaba un poco escalofriante.
Y mientras esperaba que Levi encontrara un modo de entrar en contacto con ella, Hanji añadió a su rutina una visita a casa de los Zacharius para tomar el té.
Nanaba había recuperado gran parte de su vitalidad, así como el brillo de alegría radiante que la caracterizaba antes del último trimestre de su embarazo. Aquel día estaba, sin embargo, muy cansada debido a la noche en vela que había tenido que pasar por los cólicos del pequeño Arthur.
─ Lo amo ─le decía Nanaba mientras escuchaba a la niñera tratando de calmar a su bebé─, con todo mi corazón. Y te puedo asegurar que es un bebé tranquilo y callado la mayor parte del tiempo, pero anoche...
─ Me imagino. ─Hanji sonrió con los labios pegados a su taza de té, sintiendo una fuerte inquietud ante los chillidos de la criatura que venían del piso de arriba.
Suponía que, si a ella le afectaba, Nana debía estar muriéndose por dentro. No dejaba de enrollarse las manos mientras miraba hacia las escaleras, mostrando unas ojeras pronunciadas por la falta de sueño.
─ Mike me pidió que dejara a la niñera hacerse cargo ─añadió Nanaba con una mueca resentida─, que hoy volvería muy tarde debido a no sé qué reunión con el ministro de asuntos del interior. Me dijo que necesitaba comer y descansar, pero... ¡No soporto oírlo llorar!
A Hanji le sorprendió ver a su amiga al borde del llanto.
Su carácter se había vuelto más emocional durante el embarazo, pero pudo comprender, con una empatía que incluso a ella la tomó por sorpresa, que la maternidad era algo a lo que ninguna mujer podía prepararse del todo. Comprendió el estado de alerta, la preocupación y la necesidad casi fisiológica de proteger a esa criatura indefensa.
Inconscientemente, su mano bajó hacia su propio vientre, sintiendo una punzada de ansiedad que había logrado ignorar la última semana.
Sin importarle un comino las normas sociales, Hanji se levantó de su silla y fue a abrazar a su amiga contra su pecho, quedándose ahí un buen y sonriendo al sentirla desahogarse entre suaves sollozos.
A pesar de su plan de mantener una rutina constante y fácil de memorizar, Hanji decidió quedarse aquella noche con Nanaba, enviándole a Mikasa un mensaje para evitar preocuparla.
La niñera, una mujer mayor que sin duda tenía una gran experiencia con niños, lo estaba manejando bien con Arthur, pero agradeció la ayuda de Hanji cuando fue a llevarle un poco de infusión de manzanilla para la inflamación del bebé.
Finalmente se ocupó de Nanaba, asegurándose de que comiera apropiadamente en la cena y ayudándola a relajar la tensión con un baño caliente.
Ya bien entrada la noche, cuando se acomodaron en el salón descalzas y en camisón, la calma reinó la casa de los Zacharius.
─ ¿Escuchas eso? ─preguntó Nanaba, señalando al techo. Luego de un breve instante, se respondió a sí misma:─ Silencio.
Hanji contuvo una sonrisa.
Ambas yacían recostadas en los sillones del salón, con el cabello suelto y los camisones blancos cubiertos por batas modestas, tal como solían hacer de jóvenes cuando Hanji visitaba la casa de los Winner. A menudo parecía una época lejana, pero descansando juntas al lado de un fuego reconfortante, volvían a tener diecisiete años.
Como en aquel entonces, Nanaba había apilado a su lado varias novelas y libros de poesía para mantener una lectura relajada y amena para ambas.
Hanji no solía leer ficción ni nada tan sentimental, pero disfrutaba muchísimo escuchar la suave voz de su amiga mientras leía a las hermanas Brontë o recitaba los versos románticos y a veces trágicos de algún poeta anónimo.
─ ¿Recuerdas cuando fingíamos hacer una visita social a casa del profesor Smith? ─le preguntó Nanaba en voz baja, mientras Hanji echaba un vistazo a la colección para elegir la lectura de esa noche─. Y en realidad, sólo éramos nosotras asaltando su biblioteca y comiendo las galletas de tu madre sobre su alfombra.
─ Sí, lo recuerdo. ─Hanji rió con suavidad, no queriendo despertar al bebé con su risa estruendosa y nasal─. Pobre profesor, era tan indulgente con nosotras. Erwin era el que siempre se quejaba. Decía que éramos unas amigas horribles y que lo ignorábamos a favor de sus libros.
─ Era demasiado dramático para ser un abogado ─replicó Nanaba con una sonrisa divertida mientras se recogía el pelo rubio en una trenza─. Por otro lado, siempre acababa regalándonos algunos libros de su colección.
Hanji miró distraídamente el fuego de la chimenea, recordando con nostalgia las veces que Erwin dejó en sus manos algún libro en el que ella había puesto mayor interés. A pesar de sus bromas respecto a que no le ponían ninguna atención cuando iban a visitarlo, nunca le reprochaba aquellos obsequios. Ni siquiera hacía alarde de ello.
Hanji nunca le había dicho a nadie que, de no ser por ese impulso, es posible que no hubiese logrado mantener la entereza durante sus años en la carrera de medicina.
Y no era exactamente un secreto ahora, Levi y Mikasa lo sabían, pero al arribar a Londres desde París, había cargado consigo varios de los libros que Erwin Smith le obsequió tantos años atrás.
─ Oh, mira... aquí tengo uno de ellos ─dijo Nanaba.
A Hanji no debería haberle sorprendido que su amiga, una amante de la literatura, también conservara los viejos libros del profesor Smith.
Se trataba de un tomo pequeño y femenino, con flores bellamente pintadas en la portada.
─ ¿"El lenguaje de las flores"? ─Hanji leyó el título en voz alta─. ¿Es otra recopilación de poesía?
─ No ─dijo Nanaba─, a decir verdad, es un libro de criptología. ─La rubia se echó a reír al ver la expresión sorprendida de la forense, entregándole el libro para que le echara un vistazo─. Vamos, no es la primera vez que te hablo de él, Hanji. ¿No recuerdas todas las veces que estuve leyéndolo debajo de tus narices cuando éramos jóvenes?
A decir verdad, Hanji lo recordaba muy vagamente, pues no solía mostrar interés en los libros con flores pintadas en la portada. Sin embargo, ahora que revisaba el interior de sus páginas, se dio cuenta que le resultaba familiar.
"Todas las flores pueden transmitir un mensaje único, según el contexto de la situación", le había dicho Erwin una vez, mostrándole el dibujo de una dalia rosa pintada en acuarela. En aquel entonces Hanji no le había puesto mucha atención, pero al encontrar ese mismo dibujo en el libro de Nanaba, dio con el significado al pie de la página.
Dalia rosa: Intentaré siempre hacerte feliz.
Un sentimiento punzante que creía haber dejado atrás le atravesó el corazón, dejándola sin aire.
─ ¿Erwin conocía este sistema de comunicación? ─le preguntó a Nanaba con la voz temblorosa por la urgencia.
Su amiga la miró con notable desconcierto.
─ Sí, fue él quien me enseñó ─le dijo─. A decir verdad fue bastante útil, pero no es tan fácil como lo parece en un principio. El mensaje dependerá completamente de quién lo envía, dónde e incluso si a la otra persona le gustan o no dichas flores. ─Con un suspiro cargado de nostalgia, Nanaba descansó la mejilla en su mano, sonriendo como si recordara algo realmente absurdo─. Mike intentó mandarme varios mensajes, pidiéndome permiso para cortejarme, pero yo no entendí nada hasta que Erwin me regaló el libro. Durante semanas, yo sólo veía a un pobre idiota llevando flores exóticas a todas partes; a veces en la solapa del abrigo, en el bolsillo, en la mano e incluso detrás de la oreja.
Más allá de la conmovedora anécdota, Hanji sintió que su corazón se aceleraba ante la comprensión de que había encontrado finalmente la respuesta a uno de sus problemas más urgentes.
Sólo debía pensar muy bien lo que haría a partir de ahora.
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Era pasada la medianoche cuando Mike llegó a casa.
El cuello le dolía como siempre que debía atender una reunión con algún secretario o ministro, sólo que esta vez fue mucho peor.
El ministerio del interior parecía preocupado por la filtración en el caso del destripador, lo que era absolutamente estúpido, en opinión de Mike. Scotland Yard tenía jurisdicción sobre sí mismo en las inmediaciones de Londres, y aunque había ocurrido un desafortunado error en la cadena de mando con respecto a ciertas pruebas, nada de eso había comprometido al caso.
El ministro no estaba de acuerdo, señalando la desaparición del detective Levi Ackerman, y del ex comandante Erwin Smith, como casos que debían tratarse con la más absoluta prioridad a partir de ahora.
Incluso si no hubo ninguna advertencia verbal, Mike sintió la amenaza implícita de lo frágil que era su propio puesto en Scotland Yard, si no arrestaba a sus propios amigos.
Para empeorar las cosas, esperaba llegar a casa y sentirse un completo estorbo mientras su esposa lidiaba con su hijo recién nacido. La noche anterior, Mike había intentado ocuparse de su bebé sin ningún éxito, sintiendo el peso de haberle fallado tanto a su hijo como a su esposa.
Sin embargo, al cruzar el umbral de la puerta, sólo encontró silencio y calma.
La cocina estaba limpia, salvo por una cacerola en la estufa que debía contener su cena, y el fuego de la chimenea iluminaba el salón, donde encontró a su esposa dormida contra el hombro de Hanji Zöe.
Nanaba parecía agotada, pero su rostro reflejaba tal relajación que el propio Mike sintió que un gran peso se le caía de los hombros.
─ Hey. ─Saludó a Hanji, inclinándose para quitar del rostro de su esposa unos mechones rubios de la frente. Su amiga sonrió al verlo─. No sabía que vendrías hoy.
─ Fue una visita sorpresa ─dijo ella, encogiéndose de hombros─. Lamento invadir tu hogar como una especie de pájaro Cucú, pero vi a Nana tan estresada por el bebé...
─ Por favor, Hanji, no te disculpes. ─Mike suspiró, mirando a la mujer dormida como si fuera algún tipo de divinidad al que él hubiera ofendido gravemente con su herejía─. En realidad, estoy en deuda contigo. Yo debería haber estado con ella para darle un respiro, pero ya sabes cómo se pone todo en la comisaría...
Oh, Hanji lo sabía bastante bien. En realidad, había intentado calmar un poco la ansiedad de su amiga al asumir la culpa de aquella reunión. Sabía que Mike seguía pagando los platos rotos de su imprudencia, lo que al mismo tiempo, la hizo mirarlo con remordimiento.
─ Lo siento... ─susurró, llamando su atención─. Sé que te metí en problemas. No esperaba que la policía metropolitana se involucrara en el caso.
─ Para ser justos ─replicó Mike─, nadie lo esperaba. Cuando encontraron el cuerpo de Kenny Ackerman en Highgates, ni siquiera esperaron antes de declarar a Levi como desaparecido, y por tanto sospechoso de corrupción. ─Suspiró, arrodillándose en el suelo delante de las dos mujeres con una mirada turbada─. Alguien de nuestra unidad tuvo que dar el chivatazo, sabiendo lo que sucedería en el cementerio y que encontraríamos algo comprometedor en tu departamento.
La sangre de Hanji se heló.
Tenía que haber sido Zeke, ¿qué otra opción había? Pero, ¿cómo sabía que ella y Levi guardaban pruebas del caso en Whitehall?
─ ¿Tienes alguna idea de quién podría ser el soplón? ─preguntó prudentemente, sosteniendo la mirada de su amigo cuando él la miró con extrañeza.
─ Tal vez ─dijo él al cabo de un momento, casi con la misma cautela─, pero no tengo ninguna prueba para acusar a nadie de manera oficial. Es más difícil demostrar una corrupción interna que la culpabilidad de un asesino.
"Y casi imposible cuando el asesino en cuestión es un corrupto", pensó Hanji con amargura.
Luego de que Mike tomara en brazos a Nanaba y la llevara a su habitación en la segunda planta, el teniente fue a echarle un ojo a su hijo, que dormía plácidamente en su cuna, junto a una niñera cansada e inconsciente.
En el pasillo, Hanji lo detuvo antes de volver con su esposa.
─ ¿Y si yo pudiera demostrar la identidad del soplón? ─le preguntó ella en voz baja, apenas un murmullo.
Mike no se sorprendió tanto como esperaba que Hanji supiera más de lo que parecía a simple vista, pero inhaló lenta y profundamente para mantener la calma.
─ Tendría que ser algo realmente tangible ─respondió él con gravedad─. Algo más que una pista circunstancial, ya que incluso un testimonio podría no ser suficiente. ─Conteniendo un suspiro, Mike sacudió la cabeza con aire pesimista─. Me bastaría tener una razón justificada para sacarle de la comisaría...
Bueno, no sonaba como algo fácil, pero al menos le daba algo por dónde comenzar.
─ Puedo hacer eso ─dijo Hanji con un brillo febril en los ojos castaños.
Mike no parecía muy convencido, pero tampoco pudo evitar ceder ante su firme determinación.
─ De acuerdo ─dijo─, ¿qué necesitas?
Hanji ni siquiera tuvo que pensarlo.
─ Déjame volver a Scotland Yard.
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