Capítulo 27.- Juego de máscaras



Siete días antes de la subasta

"The Times, 13 de Junio de 1887

Después de que fuera revelada la identidad de Jack el Destripador, autor de los brutales crímenes del infame asesino conocido como Jack el Destripador, la buena gente de Londres creíamos estar a salvo por fin. Según Scotland Yard, se trataba de un muchacho de los barrios más bajos de Whitechapel llamado Berthold Hoover.

Qué pudo haberlo motivado a seguir este camino sangriento, sigue siendo un misterio.

Sin embargo, como ya deben saber si son lectores habituales de esta columna, un nuevo homicidio despertó nuestra curiosidad recién la semana pasada, cuando supimos de la muerte de la señorita Anka Rheinberger, una respetable enfermera que trabajaba en el hospital St Bartholomew.

En un principio, el homicidio de la señorita Rheinberger no parecía tener relación con el caso del Destripador, hasta que esta mañana, oficiales de la Policía Metropolitana encontraron cerca de su tumba, ubicada en Highgates Cementery, el cuerpo sin vida de Kenny Ackerman.

Puede que para nuestros lectores más jóvenes el nombre no les resulte familiar, y tendría mucho sentido creer que es una simple leyenda urbana del East End. Pero lo cierto es que este hombre fue, en su momento, la peor pesadilla de cualquier policía o soldado de la armada real. Casi veinte años atrás, a Kenny Ackerman se le conocía como "El destazador".

Pueden ver, entonces, el por qué nos parece tan extraño que su cuerpo apareciera, justamente, tan cerca de la tumba de una víctima de homicidio.

Aunque ni Scotland Yard ni la Policía Metropolitana quisieron hacer ninguna declaración pública sobre la relación entre estos casos, no podemos evitar preguntarnos si quizá no estamos ante una banda criminal, más que un simple asesino.

Y si es así, ¿hay más de estos asesinos sueltos en este momento?"

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El Times yacía arrugado en el suelo cerca de la chimenea, brillando bajo la luz del fuego como un objeto grotesco que se burlaba de él. La madera crujía y el fuego crepitaba sin la protección de una rejilla.

Apático, Uri ni siquiera parpadeó cuando las chispas saltaron y encendieron el periódico. La visión del fuego era casi reconfortante.

─ ¡Señor Reiss!

La voz sobresaltada de Porco Galliard tampoco le resultó inquietante, ignorándolo mientras entraba apresurado a la habitación para aplastar el papel, ya casi hecho cenizas.

A menudo, los modos despreocupados de Uri estresaban a sus sirvientes en Mayfair. A veces se contenía un poco, en otras ocasiones sólo le hacía reír. Pero luego de ser prácticamente arrastrado a Kensington desde las Dársenas y recluido en aquella habitación bajo llave... no podría importarle menos a quién escandalizaba.

De hecho, ¿por qué no quemarlo todo?

Como si comprendiera su estado de ánimo, Porco no intentó regañarlo. Aunque no estaba dentro de su área de visión, lo notaba incómodo a su lado, como si buscara alguna palabra reconfortante.

Uri no pudo evitar reír con amargura, disfrutando cuando el menor se encogió sobre sí mismo.

─ Tú sabías que esto iba a pasar ─le dijo, su voz cansada y gastada por todo el llanto─. Ayer, cuando nos separaste... Sabías perfectamente que Kenny moriría.

Porco no dijo nada. No era necesario.

─ Yo también lo sabía ─continuó Uri, casi en un susurro─. No es como si no supiera que este sería su último trabajo; ya había eludido la muerte muchas veces. En primer lugar, fue mi culpa Kenny cayera en las garras del bastardo de mi prima. De no ser por mí, ellos nunca se hubieran conocido. Nunca debí confiar en él, pero no pensé...

Era la primera vez que Uri hablaba de su relación con Zeke y Kenny con alguien que no fuera Frieda. No porque confiara en Porco, sino porque ahora se sentía vacío, al borde de su vida. Kenny estaba muerto, y cualquier fantasía sobre huir a España se había consumido como ese periódico hecho cenizas.

El muchacho a su lado seguía en silencio, pero algo en su lenguaje corporal era receptivo y amable. En la pausa que siguió, lo sintió agacharse junto a su silla, entregándole toda su atención.

Uri miró al fuego.

─ Mi prima, Dina, era la madre de Zeke... y media hermana del príncipe Albert ─confesó en voz baja, percibiendo un fuerte sobresalto en el menor─. La reina la adoraba tanto que, cuando supo que su querida cuñada estaba embarazada sin estar casada, hizo todo lo que estuvo en sus manos para "desaparecer el error". ─La sonrisa de Uri se volvió oscura y cruel─. Sí, nuestra amada reina, de moral intachable, intentó que su cuñada abortara para evitar la vergüenza. En mi opinión, tendrían que haber intentado algo mejor que un simple té de orégano y ruda.

Podrían haberse evitado muchos dolores de cabeza, pensó con apatía.

─ De cualquier forma ─añadió, suspirando─, mi prima conservó a su hijo y cierta influencia de la reina, lo crió como a uno más de nuestra sociedad. Asistió a las mejores escuelas y fue educado como un caballero.

A este punto, Uri no pudo evitar resoplar con desprecio, desdeñando esa idea con cada fibra de su ser.

─ No creo que mi prima lo amara, de todas formas.

Porco, a su lado, se removió con inquietud.

─ Pero... ─inquirió en un murmullo, rompiendo su silencio por primera vez desde que entró a la habitación─, ha dicho que Lady Dina y su majestad la reina lo criaron como a un caballero. Incluso heredó aquella propiedad en Windsor de su madre, ¿no es así? ¿Cómo podría no amarlo?

Uri miró finalmente al rubio. Hasta ese momento, había pensado en él como una marioneta estúpida, un imbécil hambriento que no dudaba en utilizar la violencia para obtener beneficios. Sin embargo, Porco parecía contrariado, retorciéndose los dedos mientras observaba el fuego de la chimenea.

Ay, pobre niño.

─ Nuestra sociedad es interesante, muchacho ─le dijo, demasiado vacío incluso para sentir lástima por él─. Puedes odiar a esa criatura que amenaza tu existencia, e igualmente vestirlo de seda y enseñarle cada regla para pertenecer a tu mundo y que no te avergüence.

Esa había sido, después de todo, su razón para cuidar a Zeke después de la muerte de Dina. Había empatizado con él, sabiendo que ambos eran rechazados por la rama principal de la familia, formando parte de la alta sociedad y sabiendo que nunca tendrían su amor o aceptación.

─ "Tenemos una responsabilidad para con nuestras familias" le dije alguna vez a Zeke, cuando él tenía ocho o nueve años. ─Mientras hablaba, Uri recordó aquella época con tristeza. Dina había muerto y Rod no quería tenerlo bajo su techo, así que él se ofreció a cuidar del chico─. "Debemos mostrar la dignidad y el decoro que se espera de nosotros. No importa que estemos a la sombra de un hermano mayor o un apellido, no podemos quejarnos".

─ Eso suena muy solitario ─murmuró Porco, bajando la mirada.

Uri suspiró.

─ Lo es ─admitió─. Pero en aquel entonces era más optimista. Intenté enseñarle que a pesar de todo, formar lazos auténticos es posible. Personas como mi sobrina, Freida, que son capaces de amar incondicionalmente. Incluso pensé que ellos serían amigos...

La idea lo hizo reír. En aquel entonces parecía algo factible, pero no tardó en darse cuenta que Frieda era demasiado joven para Zeke y a ella no le agradaba mucho su personalidad.

"Se toma todo muy en serio", había dicho su querida sobrina cuando recién hacía su primera temporada en Londres. Zeke se había marchado a París recientemente, pero mientras que Uri piensa que Frieda estaría decepcionada, su chispeante y alegre sobrina disfrutó cada fiesta con absoluta libertad.

Ahora nada alcanzaba a describir el alivio que sentía ante la indiferencia de Frieda.

─ Conocí a Kenny cuando era muy joven ─dijo Uri al cabo de un rato─. Gracias a él aprendí que la lealtad va más allá del dinero o la clase social.

─ Era un asesino ─replicó Porco, frunciendo el ceño cuando escuchó al mayor reír a carcajadas.

─ Nunca dije que fuera una buena persona. ─Uri sintió que su pecho se hinchaba de amor al recordar al desgarbado, altanero, grosero y peligroso francés─. Sé que sueno como un hipócrita, muchacho, pero debes entender que no pretendo justificar a Kenny. Ambos sabíamos que tarde o temprano la policía podría llevarlo a la horca. Casi hubiese preferido que el Inspector en Jefe le pusiera las esposas antes que el bastardo Fritz lo mandara a la tumba como un perro con rabia.

No era la forma de hablar de un caballero, pero a estas alturas, no es que importara demasiado.

─ Yo tampoco soy una buena persona, Porco. Y sé que no viviré mucho después de esto. ─Uri sonrió ante la mirada del menor. ¿Le sorprendía más que usara su nombre de pila o que supiera cuál era su destino en aquella habitación?─. No sabría decir desde qué momento me odia Zeke Fritz, o si nunca me guardó aprecio en primer lugar, pero ahora que Kenny está muerto, ya no le sirvo para nada. ─Viéndolo luchar contra la impotencia y la vergüenza, Uri acarició su rostro joven─. Ya lo sabes...

─ P-Podría sacarlo de aquí ─dijo Porco, tomándolo desprevenido por primera vez─. Tendría que ser en este mismo instante, pero puedo encontrar otro barco que vaya a España... o tal vez a América o, o...

El rubio se atragantó con sus palabras al ver como Uri negaba suavemente, mostrando una sonrisa cansada y cargada de resignación.

─ Mi oportunidad ya pasó, chico. ─Con un suspiro, volvió la mirada hacia el fuego de la chimenea─. Además, si me ayudaras a escapar ahora perderías para siempre la confianza de Fritz. Necesito que te quedes cerca de Historia. Algo me dice que en el futuro le hará falta tu ayuda para escapar de sus repugnantes garras.

Porco se paralizó. Había olvidado a la pequeña protegida de Zeke, que a pesar de ser tan lista y gentil, parecía embelesada con el educado médico forense.

No, no podía dejarla sola.

Con el peso de la culpa sobre los hombros y una expresión determinada y penitente, Porco Galliard levantó la mirada hacia Uri Reiss.

─ ¿Qué necesita de mí?

.

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20 de Junio de 1887 - Presente

A Hanji le tomó varios minutos encontrar algo para iluminar la habitación.

Sin velas ni lámparas de aceite por ningún lado, pensó que tendría que fisgonear en la oscuridad, hasta que recordó un comentario de Nanaba, acerca de las modernas instalaciones eléctricas.

No esperaba que, al encontrar un pequeño interruptor en la pared, toda la estancia se llenara de luz con tanta intensidad, demostrando el gusto de Zeke por las comodidades modernas.

No era su trabajo más discreto, pero no tenía nada mejor.

Además, si a Zeke Fritz le parecía raro que ella necesitara encender la luz para calmar su aflicción, siempre podría argumentar que le tenía miedo a la oscuridad después del episodio con Kenny y Moblit en las Dársenas.

Al fin y al cabo, no sería una mentira.

Se trataba de un estudio de arte, una especie de taller con un par de escritorios, un largo librero empotrado en la pared y varias repisas con lienzos, pliegos de papel y toda clase de herramientas que no le resultaban familiares. No entendía por qué un médico forense necesitaba un espacio así, y maldijo al rubio por no haberla llevado, por pura casualidad, a su oficina personal.

Entre más revisaba dentro de cajas llenas de pinceles, carboncillos y óleos, más segura se hallaba de estar perdiendo el tiempo, valorando otras formas de que Zeke la dejara entrar a otros espacios privados.

Las opciones no eran, desafortunadamente, muy apetecibles.

Mientras buscaba entre los grandes pliegos de papel, tuvo que ahuyentar la sensación de remordimiento por todas aquellas veces que se sintió cómoda a su lado, admirando su experiencia y bebiendo de su conocimiento. Incluso atraída por su magnetismo natural.

Sí, se sentía culpable, pero no había tiempo para eso.

No le tomó mucho tiempo darse cuenta que quien fuera que usaba aquel estudio de arte, era joven y talentoso, seguramente un aprendiz.

Llegó a la conclusión de que el artista había tenido un progreso exponencial en su aprendizaje, con dibujos planos y deformes junto a otros mucho más refinados y de trazo definido, con apenas unos pocos meses de diferencia en las fechas marcadas en las esquinas superiores.

Entonces encontró un par de hermosas acuarelas que mostraban el paisaje de un jardín lleno de rosas. A diferencia de la última vez, Hanji logró hacer la conexión entre aquella pintura y los jardines de Ransom Manor, la casa veraniega de Zeke Fritz en Wraysbury.

Ella jadeó, sorprendida, al reconocer la similitud con la única pintura que decoraba la casa de Eren Jeäger.

El chico había dicho que su padre había recibido la obra como obsequio de un familiar, pero eso sólo abría más preguntas. ¿Qué maldita relación podía existir entre Grisha Jeäger y Zeke Fritz?

Con el corazón acelerado, Hanji examinó más a prisa los pliegos y los lienzos. Algunos mostraban sólo dibujos sencillos de muebles y pequeños animales; otros, sin embargo, lograba reconocerlos como escaleras y corredores de Ransom Manor. Luego encontró algunos bocetos de Hyde Park y los jardínes de Kensington.

¿Zeke sería el artista?

Aunque se le agotaba el tiempo, su instinto le decía que había algo más en ese estudio.

Luego de guardarse en el bolsillo de su falda la acuarela de Ransom Manor, indagó en los cajones de los escritorios. Ahí encontró algunos retratos, reconociendo a la señora Marley, el ama de llaves de Ransom Manor, y a Porco Galliard. Éste último retrato era precioso, casi emocional, con el hombre sentado perezosamente en una cornisa, mirando al horizonte.

Para su sorpresa, encontró algunos retratos de Zeke hechos en carboncillo. En la mayoría de ellos, se le veía leyendo o escribiendo algo, con una expresión concentrada. En uno, levantaba la mirada hacia el artista con una ligera sonrisa burlona. De cualquier forma, todos estos dibujos del rubio compartían un trazo más cuidado y profundo, destacando sus rasgos más bellos y enfatizando detalles como el tabique de su nariz, la línea rígida de la montura de sus anteojos, su barba tupida, su postura perfecta e incluso la forma exacta de sus nudillos.

Fuera quien fuera el artista, dedujo Hanji con incomodidad, adoraba a Zeke Fritz.

Empezaba a pensar que no le quedaría más remedio que volver a la fiesta cuando encontró el último cajón cerrado con llave.

Fue en ese momento que Hanji, casi saltando de alegría, agradeció que Mikasa usara tantas horquillas para peinarla. "Y que Levi considerara oportuno enseñarme a forzar las cerraduras con ellas", pensó con una oleada de emoción mientras se quitaba algunas del cabello.

Luego de un par de intentos, la cerradura saltó ligeramente con un "clic" y Hanji sintió que una lluvia de fuegos artificiales ascendía por su pecho cuando encontró un gran fajo de cartas.

En ese mismo instante, un suave golpeteo en la puerta le avisó que su tiempo de fisgonear se había terminado, así que sin pensarlo dos veces tomó las cartas y las guardó en su bolsillo, acomodando la falda de manera que el satín verde pudiera cubrir el bulto.

─ ¿Doctora?

Eren se asomó tímidamente por la puerta, observándola con inquietud cuando ella se aproximó con una sonrisa tensa. Esperaba que su rostro no revelara ninguna señal de lo que había estado haciendo en el estudio, ni del retumbar en su pecho, pero Eren parecía lo bastante preocupado para darse cuenta de nada.

─ Lo lamento ─murmuró el chico─, el doctor Fritz me dijo que estaba un poco disgustada y necesitaba algo de espacio a solas. Yo... estaba preocupado por usted.

Toda la emoción que había estado sintiendo un minuto atrás comenzó a desinflarse como un globo de aire caliente, siendo reemplazada por una amarga sensación de remordimiento y vergüenza.

─ Ahora estoy bien ─le aseguró al menor con una sonrisa que intentaba verse auténtica─. Ya sabes cómo soy, a veces... No soporto estar rodeada de tanta gente, sobre todo en una fiesta.

─ ¿Quiere que la lleve a casa?

Hanji se detuvo a pensarlo. Después de coger lo que podrían ser pruebas incriminatorias contra Zeke Fritz, lo último que quería era permanecer un segundo más en esa casa; sin embargo, que Eren la acompañara a Tyburnia lo obligaría a marcharse de inmediato a Baker Street, y tomando en cuenta la expresión en su rostro, lo dejaría profundamente decepcionado.

Y mientras que una parte de ella deseaba arrancar de raíz la relación de Eren con Zeke, otra menos noble le susurraba al oído que esperara un poco.

Con Eren cerca, Zeke no sospechaba tan fácilmente de sus acciones, ni tampoco le resultaba tan sencillo cruzar el límite de la decencia. Por la razón que fuera, Zeke tenía algún tipo de debilidad por el adolescente... Y por mucho que Hanji lo adorara, por mucho que decía querer protegerlo, lo cierto es que no podía abandonar aquella ventaja.

─ Sería grosero irme tan temprano ─dijo al final, sufriendo ante la expresión aliviada del castaño.

Antes de que pudiera añadir otra cosa, una figura pequeña se aproximó a través del pasillo.

─ Oh, ¿doctora Zöe? ¿Todo está en orden?

Hanji reconoció al instante a Historia, aunque sólo fuera por su carita de ángel y sus enormes ojos azules.

A diferencia de la última vez que la vio en Ransom Manor, no usaba un sencillo vestido de día arriba de los tobillos y con un lindo delantal infantil; aquella noche, Historia lucía mayor, destacando con un precioso vestido de noche perlado que cubría sus pies. Su cabello no estaba recogido con severidad sino en hermosos bucles juveniles, brillando como una moneda de oro nueva.

La imagen fue tan impactante que a Hanji le costó trabajo recordar que no se suponía que estuviera ahí.

─ Ah, um... Sí, todo está bien ─dijo, intentando recuperar la compostura. Para su sorpresa, Eren también parecía atontado a su lado─. Tuve un pequeño sofoco y el doctor Fritz me permitió tomar un pequeño respiro en... eh...

─ ¿En el estudio de arte? ─terminó Historia con una sonrisa gentil. Hanji asintió y salió de una vez al pasillo─. Espero que se sienta mejor. En realidad, el olor del óleo suele marear a las personas.

─ Oh, ¿de casualidad el estudio es tuyo?

Parecía una locura imaginarlo, tomando en cuenta que en Ransom Manor Historia apenas parecía la hija de alguna sirvienta. Sin embargo, empezaba a entender que esta niña era mucho más de lo que parecía a simple vista, sobre todo con un cambio tan grande en pocos meses.

─ ¿Mío? ─exclamó la niña, viéndose ligeramente avergonzada─. No, en absoluto. Sólo es que el doctor Fritz me permite usarlo de vez en cuando. Dice que es bueno que me interese el arte.

Hanji quiso señalar que, por lo que pudo ver adentro, el estudio le pertenecía casi en su totalidad, pero por razones obvias decidió guardar silencio. Además, no podía ignorar la mirada inquieta de Eren, que parecía debatirse entre observar a la rubia o fingir que le interesaban los cuadros expuestos en la galería.

Hanji deseó estar en cualquier otro lugar ahora.

─ Eso es genial ─dijo, sintiendo la mentira como si la estrangularan con un alambre de púas─. Um, Historia, me gustaría presentarte a Eren Jeäger, mi acompañante esta noche. Es... ─Hanji se dio cuenta que, desde que el chico se había mudado de casa, no tenía ni idea de cómo referirse a la relación que los unía. Luego de una larga reflexión, frunció el ceño─. Es el hijo de un colega médico.

Eren la miró, sin duda decidiendo que no podía juzgar su patético intento por darles algún contexto diferente al de un asesino serial.

Historia, por otro lado, no parecía ver nada extraño en su interacción.

─ Es un gusto conocerte, Eren.

─ El... El gusto es mío, Historia.

Hanji observó su incomodidad con cierta resignación. No podía ayudarle mucho, cuando ella tampoco sabía qué hacer. No era habitual que dos chicos tan jóvenes se conocieran en una fiesta formal y menos en tales circunstancias. Le hizo gracia pensar que, si su madre estuviera ahí, recordaría al pie de la letra el protocolo adecuado y en el caso de no existir, lo inventaría.

Sin embargo, no hizo falta montar una escena o inventar excusas raras para no caer en un silencio incómodo, pues Historia se apresuró a invitarlos a ver el resto de la galería, señalando el título de los cuadros y el nombre de sus autores.

Hanji no pudo evitar sentirse desconcertada por su confianza y sonrisa deslumbrante, recordando que en Noviembre hubiera jurado que se trataba de una niña pequeña, de no más de siete u ocho años. Quizá fuera el vestido o un par de zapatos altos, o la forma que tenía de moverse como si supiera exactamente lo que hacía, pero ahora parecía más o menos de la misma edad que Eren y Mikasa.

─ Ahí están.

La voz de Zeke hizo saltar su corazón, demasiado ensimismada para recordar que debía salir de ahí lo más pronto posible. De pronto, a pesar de las palabras corteses y la mirada amable del rubio, sintió el peso de su bolsillo como si cargara piedras al rojo vivo.

Por primera vez, mientras el recuerdo de Alessa Porter desangrándose volvía a su memoria, sintió terror de Zeke Fritz. Si él descubría lo que ella tenía en el bolsillo, si descubría lo que ella había estado haciendo en el estudio de arte... ¿También le cortaría la garganta?

El miedo, a pesar de ser como una especie de plomo líquido en sus venas, quedó aplastado bajo una inesperada fortaleza en forma de sonrisa.

─ Doctor Fritz. ─Ella lo llamó con alegría, sorprendiéndolo como siempre que fingía abrirse a sus avances─. Me gustaría acusarlo por no mencionar la asistencia de Historia a la subasta, pero viéndolo en retrospectiva, usted no sabía que nos conocíamos, ¿verdad?

Como de costumbre, la expresión de Zeke fue indescifrable, pero Hanji logró identificar una mezcla de satisfacción con curiosidad y cautela.

─ En realidad, ella me habló de usted después de su desafortunada visita a Ransom Manor ─admitió, usando la cantidad exacta de remordimiento para resultar encantador─. Según recuerdo, le dejó una gran impresión. Lamento no haberle hecho llegar sus saludos.

"Serpiente astuta", pensó Hanji, sonriendo mientras el forense los conducía a los tres al resto de salas donde se llevaban a cabo las exhibiciones. Empezaba a entender parte de su estrategia, usando la verdad a su favor, retorciéndola hasta que uno no podía sino aceptar cualquier cosa que él dijera.

Le enfermaba estar adquiriendo experiencia en ese juego de máscaras, fingiendo reír y disfrutar aquella velada; como si Zeke no fuera un asesino, como si no quisiera agarrar a esos dos niños y llevarlos lo más lejos posible de su influencia.

Como si no temiera por su propia vida.

Lo peor de todo, fue que la conversación que se sucedió a las siguientes horas no era en absoluto desagradable.

Zeke Fritz no era el tipo de hombre que optara por la charla trivial, aunque se considerara una cuestión de modales. "Ningún tema de interés absorbente puede ser admitido en una conversación educada", le había dicho alguna vez su madre, "podría dar lugar a una discusión".

Pero a Zeke no le preocupaba si los demás diferían con sus ideas. En realidad, parecía cómodo al ser cuestionado, escuchando atentamente a los otros y reflexionando sus ideas antes de lanzar un contraargumento. Tampoco le molestaba admitir cuando se equivocaba en algo o, por lo menos, decidía que valía la pena estudiar la cuestión más a fondo.

Era terriblemente agradable discutir con él, aprendiendo de su experiencia empírica y sus conocimientos teóricos.

─ Son como un par de profesores ─dijo Eren a modo de queja, cuando Hanji dio una tercera razón por la cual la cremación ritual, aunque fascinante, no resultaba muy conveniente para un médico forense─. Profesores raros y perturbadores.

─ Yo creo que es muy interesante ─replicó Historia con una sonrisa.

─ Gracias. ─Zeke hizo un gesto hacia la chica rubia, como si Eren necesitara reorganizar sus opiniones completamente equivocadas─. Ella lo entiende. Somos interesantes. Ahora, volviendo al tema de la disección...

─ Son raros ─insistió Eren, aunque parecía bastante divertido con la pulla─. Además, ¿no se supone que es de mala educación ser tan explícito en presencia de las damas?

─ A mí no me importa ─dijo Historia, que llevaba un rato disfrutando de un delicado sorbete de limón sin perder el apetito.

Hanji sólo escuchaba a medias. De pronto, fue como estar debajo del agua, con un recuerdo distante haciendo eco en su memoria. "No te atrevas a seguir hablando, cuatro ojos", la voz de Levi era una advertencia seca, mas no carente de cariño, "es asqueroso y ya es hora de ir a dormir".

Ella sonrió para sí misma, meciéndose en el recuerdo.

"Ya es hora de ir a dormir".

─ ¡Hanji!

Eren la sacó de sus pensamientos, dándose cuenta que los demás esperaban que dijera algo.

─ Eh...

Su sonrisa fue decayendo a medida que se daba cuenta de lo fácil que había sido dejarse llevar por la calidez del ambiente. Algo en las luces, en el aroma almendrado que flotaba en el aire, en el sabor de la champaña y en las largas anécdotas de Zeke sobre temas tan fascinantes... Era una especie de sueño extraño, una versión inquietante de la isla de Circe.

Sacudiendo la cabeza, contuvo un suspiro pesado y miró a Eren con una expresión de disculpa.

─ Lo siento, querido ─dijo, haciendo más notorio su cansancio─. Creo que me ha entrado el sueño temprano. Sé que querías quedarte más tiempo, pero...

─ No, no. ─Por fortuna, esta vez el adolescente no intentó retenerla más tiempo─. Entiendo, no debe disculparse.

─ Es verdad ─intervino Zeke, con una mirada que Hanji decidió ignorar activamente─. Ha sido un enorme placer tenerlos como invitados esta noche. Además, Historia también debe retirarse a dormir.

La niña no parecía muy entusiasmada con la idea de retirarse, pero tampoco discutió con el doctor. Luego de una breve despedida y la promesa de recibir alguna visita pronto, Historia se marchó hacia el piso superior de la casa.

─ Oh ─añadió Zeke después de unos instantes, dirigiéndose hacia Eren─, eso me recuerda. En unos minutos tendrán listo el resultado de esa subasta.

Sin comprender a qué se refería el rubio, Hanji vio a Eren sacar del bolsillo de su chaqueta un boleto blanco con números rojos.

─ Ah, cierto, casi lo había olvidado ─dijo él, entregando el boleto al mayor─. ¿Debería...?

─ ¿Por qué no sales a buscar un carruaje? ─sugirió Zeke─. Yo me ocuparé del premio.

─ Vale.

Hanji no pudo evitar sentirse inquieta cuando Eren los dejó solos, siguiendo su figura a través de la multitud para no tener que enfrentarlo.

─ ¿Pujaste en una de las subastas? ─preguntó, fingiendo curiosidad─ ¿Cómo estás tan seguro de que ganarás?

─ Oh, sé que gané ─respondió él con absoluta confianza, una sonrisa filtrándose a través de su voz─. Le pedí a Eren que hiciera la puja al inicio de la velada sólo por diversión.

─ Qué extraño ─murmuró Hanji─, no me parecías el tipo de hombre que confía en su buena suerte.

─ Ah, no me malentiendas. ─Zeke rió a su lado, mostrando una expresión depredadora cuando ella finalmente lo miró─. No creo en la suerte. Es sólo que yo labro mis propias opciones.

.

.

.

La sensación de asfixia aumentaba a medida que se movía entre los demás invitados, cruzando la marea de gente sin la fingida disposición de antes. Necesitaba respirar aire fresco y lo necesitaba ahora.

Zeke se había apartado de ella sólo un instante para ir a comprobar el resultado de la subasta. Aunque le había dado la impresión de que esperaba que ella lo siguiera, Hanji no lo pensó dos veces antes de ir en la dirección contraria.

El esfuerzo de contener, compartimentar y poner buena cara la estaba sobrepasando. Había sido una noche interminable y quería que acabara de una vez por todas.

Afuera, aunque era muy temprano para algunos invitados, empezaba a formarse el tumulto típico después de un evento formal. Los hombres intentaban desesperadamente coger un carruaje de alquiler o conseguir un espacio para sus carruajes privados, y las damas aguardaban a un lado, junto a la jardinera de rosas y los pilares del pórtico de la casa.

Hanji intentó alejarse un poco, buscando a Eren entre tanta gente. Tal vez pudiera convencerlo de pasar la noche en Tyburnia, pensó cuando creyó divisarlo entre un grupo de jóvenes elegantes.

Sin embargo, antes de que pudiera acercarse a él, Hanji sintió que algo tiraba con fuerza de su mano hacia un callejón y le cubría la boca.

El terror brotó de inmediato, burbujeando a través de su pecho como una botella de champán demasiado agitada.

Su primer pensamiento fue que todo este tiempo había sido sólo un sueño, y en realidad nunca había logrado huir de aquella esquina en Baker Street. Que Berthold Hoover estaba vivo y esta vez lograría matarla el callejón.

En contrapunto, se le ocurrió que Zeke había notado los sobres en su bolsillo, o tal vez sus sonrisas no habían sido lo bastante convincentes para hacerlo bajar la guardia. De algún modo, la había seguido afuera con la intención de matarla.

Pero el hombre que la acorraló al fondo del callejón, no se parecía a ninguno de ellos.

No era lo bastante alto para levantarla del suelo por detrás, ni le hacía daño en su agarre. De hecho, apenas la tuvo fuera del alcance de la multitud, soltó su boca y la empujó suavemente de espaldas a la pared de ladrillos, sosteniendo su rostro entre las manos como algo de valor incalculable.

Respiraban agitados, emocionados uno contra el otro, temblando ante la expectativa.

El miedo, la sorpresa y la adrenalina se sintieron tan familiares que Hanji pensó que lloraría.

En su lugar, se inclinó para besar los labios de Levi Ackerman como si la vida se le fuera en ello.

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