C A P Í T U L O T R E S

‹ DEBERÍAS ODIARME ›

Dio vueltas en su hamaca durante toda la noche, incapaz de conciliar el sueño. El rato que pasó junto a Thomas en el bosque, aunque lo sabía corto, lo sintió como aparte del tiempo normal y casi deseó no haberle metido prisa para ir al comedor, pero una vocecita le convenció de que eso era lo mejor que podían hacer. Esa misma voz le reprochó haberle ofrecido la mano para levantarse y mantenérsela sostenida hasta que salieron de entre los árboles. Algo en ese gesto se sintió como lo más incorrecto y correcto en el mundo a la vez. Se separó de él en cuanto entraron al comedor, y se aseguró de no acercarse al rincón en el que lo vio quedarse junto a Newt y Chuck el resto de la noche.

Había dormido muy poco, todo por no conseguir sacárselo de la cabeza. Si tenía suerte, el trabajo que debía hacer ese día no le dejaría espacio entre sus pensamientos, y más valía que así fuera. Lo que había encontrado la mañana anterior podría cambiarlo todo para todos en el Área, no podía joder la situación. Un Penitente muerto, nada más y nada menos, era lo que había aparecido en uno de los corredores, era la oportunidad perfecta para estudiar mejor a uno de ellos y ver si encontraban algún punto débil con el fin de evitar más bajas. Muchos de los que habían perecido por una de esas bestias lo habían hecho sin dejar rastro alguno. Ya era hora de que torcieran el juego si tenían posibilidad.

Esa mañana, Minho salió algo más temprano de lo habitual, con Alby acompañándole, puesto que era esencial que el encargado general se hiciera con la información de primera mano. Tuvieron que hacer muchas pausas en el recorrido, debido a que Alby no estaba acostumbrado a correr del modo en que él lo hacía. Cuando llegaron donde la bestia, fue sólo para descubrirse engañados.

El Penitente volvió a la vida en cuanto lo tocaron y enloqueció, agitando sus agujas y cuchillos de un lado a otro, como una máquina descompuesta apunto de explotar. Debió haber pinchado a Alby, ya que soltó un fuerte grito de dolor y en pocos segundos perdió la consciencia. Puede que Minho también hubiera sido pinchado, pero no iba a darse cuenta hasta que le pasara lo mismo que a su amigo.

Sin perder más tiempo, Minho colgó uno de los brazos de Alby sobre sus hombros con la intención de llevarlo de regreso al Área lo más pronto posible.. Tenían que volver antes del atardecer, de lo contrario sería demasiado tarde para los dos; Alby necesitaba el suero si quería sobrevivir al ataque y ambos debían evitar estar alrededor cuando todos los otros Penitentes salieran al acecho.

Cada paso representó para él una lucha agotadora, el peso de Alby era mucho como para poder ir siquiera a una velocidad moderada. El sudor se abrió paso sobre su frente y todo su cuerpo en cuestión de minutos y desesperado rogaba porque ninguna bestia apareciera para llevárselos al infierno a los dos.

La luz fue disminuyendo, y con ella las fuerzas de Minho, alimentadas únicamente por su total negativa a dejar que el mundo en el que él desaparecía sólo para sembrar desesperanza entre sus amigos se hiciera una realidad. Tenía que volver, era su deber y no iba a fallar.

Tras giros y vueltas cargadas de agobio y agotamiento infernales, al fin vio las puertas del Área todavía abiertas, en donde esperaban Newt, Chuck... y Thomas, justo unos pocos centímetros atrás de donde la piedra iba a clausurar el claro dentro de unos pocos segundos. El terror reflejado en los ojos del castaño le hizo creer en su fuero interno que debía regresar sano y salvo a su lado. No sabía por qué, sólo sabía que tenía que volver junto a él. Con eso en mente, soltó un grito que contenía su determinación y apuró el paso lo más que pudo, un metro era todo lo que impedía que las puertas fueran cerradas.

Lo habría logrado, si no hubiera tropezado en el último momento y caído de cara contra el suelo con el cuerpo de su amigo encima. Alzó la cabeza, sólo para encontrarse con la imagen de Thomas lanzándose a través del espacio de sesenta centímetros dentro del Laberinto. Los muros se cerraron detrás de él y ambos se vieron sumidos en la oscuridad.

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"¿Por qué lo hiciste, Thomas?"

Thomas miraba los muros cerrados, tirado de espaldas sobre el suelo. Su pecho subía y bajaba ante el vendaval en el que se encontraban sus emociones en ese instante.

Minho se sintió terrible. Si hubiese llegado a tiempo, Thomas no habría tenido que hacer uso de su boleto gratis a la muerte.

-Buen trabajo, Thomas, acabas de matarte tú solito. Excelente.

Minho se recargó sobre una de las paredes y se dio un momento para descansar.

-No podía dejarlos así como así, tenía que ayudarlos-Dijo Thomas, ya de pie frente a él, con bocanadas de aire interrumpiendo cada palabra.

Minho forzó una sonrisa.

-¿Ah, sí? ¿Y cómo piensas hacer eso, eh?

Thomas ignoró el comentario y en su lugar fue a revisar el estado de Alby, claramente sin tener idea de lo que le pasaba.

-¿Qué sucedió?

-¿Tienes la cabeza hueca o qué? Lo pincharon. Ya está muerto, sin el Suero no tiene ninguna posibilidad, igual que nosotros de salir vivos de aquí.

-No puedes hablar en serio, tenemos que sacarlo de aquí y esconderlo. Debe haber algún lugar seguro al que podamos llevarlo o donde nosotros poda-

Exaltado, Minho soltó un gemido de frustración y tomó a Thomas de la camisa para dejarlo contra la pared, mirándolo con furia.

-¿Es que no has entendido una mierda, garlopo? ¡No hay a donde ir! ¡Ya estamos muertos!

Thomas lo miró entre confundido y asustado, lo que le hizo arrepentirse de su actuar y soltarle de una vez por todas. Retrocedió y se pasó las manos por el cabello, intentando recobrar la compostura. Estaba más asustado que nunca en su vida.

-¿Minho?

Un quejido escalofriante y el repiqueteo del metal contra la piedra los sobresaltó a ambos. Una ráfaga de viento helado sacudió el pelo de Thomas al igual que la hiedra colgando de las paredes. El eco resonaba por todo el Laberinto, cubierto ya por el cielo nocturno y por la débil luz de la luna.

Si quería que sobreviviera, sólo había una opción.

-Tenemos que separarnos.

-¡¿Qué?!

-¡Es nuestra única posibilidad!

-¡No! ¡Minho, espera!

Hesitó durante unos segundos, pero no pudo hacer frente a aquel impulso creciente de alejarse.

"Es lo mejor. Lo único que harás será arrastrarlo hasta su perdición."

-Corre y no te detengas.

Dio media vuelta y la oscuridad lo engulló.

Entre más se alejaba, la fuerza del silencio era tal que le lastimaba los oídos. Con cada corredor que giraba, más se arrepentía de su decisión ¿De verdad Thomas estaba mejor solo en el Laberinto? Llevaba allí apenas tres días ¿En qué demonios estaba pensando? Lo mínimo que debía haber hecho después de que se tomara ese riesgo por él, era acompañarlo, y en lugar de eso le había dejado a su suerte. Era un maldito cobarde. No merecía que nadie se pusiera en peligro por él.

En cierto punto, cuando el muro detrás de él iba a cerrarse, hizo a un lado las voces que le ordenaban seguir su propio rumboy emprendió el camino de regreso. Tan sólo esperaba que no fuera demasiado tarde.

Aguardó por indicios de vida hasta que escuchó un grito desde las alturas. Miró hacia arriba y unos diez metros adelante vio a Thomas saltar de un saliente con un Penitente pisándole los talones. La bestia y él golpearon contra el muro frente a ellos tapizado de hiedra y lucharon por aferrarse a la planta, arrancándola del muro y cayendo hasta el suelo. Una pared más baja le impidió ver lo que sucedió a continuación.

Movido por el terror, se apresuró en llegar al sitio en donde la escena había ocurrido. Dio una vuelta a la izquierda, una a la derecha y nuevamente a la izquierda, chocándose con Thomas, que abrió los ojos al cruzarse con su mirada.

-¡Estás jodidamente loco!-Fue lo primero que se le ocurrió decirle, tomándolo por los hombros.

El rugido del Penitente a sus espaldas les devolvió a la realidad. La bestia batallaba para liberarse del enredo vegetal que tenía encima.

-¡Vámonos, vámonos! El Laberinto está cambiando, sé a dónde ir.

Se aseguró de que Thomas fuera justo detrás de él, decidido a no permitirse separarse de él hasta que estuvieran seguros. Atravesaron un pasillo cuyo suelo estaba casi invadido por la maleza que conseguía hacerse paso a través de la piedra, hasta llegar a un ancho corredor que empezó a cerrarse lentamente en cuanto estuvieron frente a él.

-¡Sígueme, podemos perderlo por aquí! ¡Corre!

Minho iba a la mitad del corredor cuando dejó de sentir la presencia de Thomas y devolvió la mirada atrás, el castaño observaba por donde habían venido con expectación, en una posición de batalla.

-¡¿Qué estás haciendo?! ¡Tenemos que irnos!-Gritó, dándole un golpe en el brazo para espabilarlo.

-¡Tengo una idea! ¡Confía en mí!-Thomas le sostuvo por los hombros, logrando que se relajara un poco. El Penitente apareció nuevamente y emitió otro rugido, para después agarrar carga y lanzarse contra ellos.

-Thomas...

-¡Ahora, Minho! ¡Vamos!

Thomas lo agarró por la mano y se lanzaron de lleno al corredor. Avanzaban casi como si se hubieran vuelto uno solo, compartiendo sus fuerzas y alejando de ellos todo lo que no fuera coraje mientras las paredes a sus costados se hacían cada vez más estrechas. En el último momento, ambos saltaron y cayeron a poca distancia del corredor, ahora clausurado. Detrás de ellos escucharon sonidos viscosos y un gemido de dolor que les heló la sangre. El Penitente estaba hecho puré. Sangre verde y asquerosa manchada el muro de piedra y las agujas y cuchillas yacían sin vida frente a sus ojos.

Atónitos, ambos permanecieron sentados unos segundos, intentando asimilar lo ocurrido. Estaban vivos. Habían sobrevivido al ataque de un maldito Penitente, cuando nadie más lo había hecho.

No supo cómo, pero se encontró a sí mismo abrazando fuertemente a Thomas, refugiando su cabeza en el hueco de su hombro, feliz de que siguiera allí. Esperó a que lo apartara y los pusiera de pie, pero eso no sucedió, al contrario, Thomas lo abrazó de vuelta e hizo círculos con su mano sobre su espalda, reduciendo así la tensión que había acumulado.

"¿Por qué esto se siente tan natural?"

Una vez que se sintió lo suficientemente tranquilo, se separó para mirarlo a la cara.

-Lo siento, Thomas. No debí abandonarte así. Soy un estúpido cobarde. Te aventaste aquí sabiendo lo peligroso que era y así es como te pago. Debes odiarme ahora mismo.

Un silencio corto se hizo presente, las respiraciones de ambos eran lo único audible y aún así, no fue incómodo; lejos de aumentar la distancia entre ellos, parecía haberla disminuido.

-No te sientas culpable por tener miedo, eres humano, Minho-Bajó la cabeza y tragó saliva antes de continuar-.Escucha: sé que puede que no te conozca de hace mucho, pero algo me dice que no podría odiarte ni queriendo.

Minho no contestó, solamente le mantuvo la mirada hasta que el movimiento de los muros en la distancia les recordó dónde se hallaban. Así, decidieron buscar un sitio con mucha hiedra que les sirviera de escondite para pasar el resto de la noche.

















https://youtu.be/TVZSm9Nevf8





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