C A P Í T U L O N U E V E

‹ CUANDO AÚN ERAS MÍO ›

La mitad del cielo estaba cubierta de nubes negras y grises, la otra hacía gala de un azul lavanda poco acogedor, que el Sol trataba de combatir. Thomas tiritaba cada tanto ante las repentinas ráfagas de viento que llegaban hasta él en su lugar en la mesa de piedra en el patio lateral de la escuela, donde las actividades deportivas solían tener lugar.

Thomas emitió un quejido y soltó un momento el lápiz para llevarse la mano a la parte superior del codo, un dolor extraño estaba pinchándolo desde aquella mañana, aunque no muy fuerte, era suficiente para llamar su atención cada tanto. Sacudió la cabeza y resopló para después concentrarse de nuevo en el cuaderno de química que tenía sobre la mesa, aunque realmente ya se había hartado un poco de estudiar.

Se le ocurría una cosa mucho mejor que hacer en ese momento.

Miró por encima del hombro en dirección a la pista de carreras despintada. Ahí, junto a otros cinco chicos, estaba él.

Minho ganaba todas las carreras, sin excepciones, no era poco sonado que era el mejor corredor de su clase, y desde hacía unos meses entendía el porqué a la perfección. Hasta entonces seguía siendo incapaz de ganarle, a lo mucho le empataba.

Su postura era excelente, como si ni el más fuerte de los vendavales ni la más despiadada tormenta de arena pudieran frenarlo. Sus brazos siempre en la posición correcta, evitaba los movimientos innecesarios que pudieran ralentizarlo. La mirada siempre fija en la ruta, y nunca indigno de admirar.

Instantes después, su carrera se dio por terminada, con él coronado nuevamente vencedor. El chico se permitió apoyarse sobre sus rodillas para recuperar el aliento, gotas de sudor escurrían de su frente, algunas acababan en el suelo, su rostro estaba coloreado intensamente de rojo, notaba como su pecho subía y bajaba con cada respiración, sus labios ligeramente abiertos.

Thomas tomó sus cosas y se acercó a Minho, con una pequeña toalla en la mano.

-Hey, ten, se ve que lo necesitas-Dijo Thomas, extendiéndole la toalla.

-Gracias...-Respondió Minho, jadeando y aceptando la tela mientras su ritmo cardíaco se relajaba poco a poco.

-¿Vamos?-Preguntó Thomas, a lo que Minho afirmó con la cabeza sin meditarlo mucho, entendiendo el pedido a la perfección. Recogió sus pertenencias de donde las había dejado y seguidamente se retiraron a un sitio al que le habían pillado cariño en los últimos días.

Estaba escondido detrás de un montón de arbustos frondosos, que mantenían fuera de la vista de todos el hueco en la reja metálica en el espacio entre dos edificios de una extensión considerable. En aquel rincón se encontraba el árbol más ancho y frondoso de todo el lugar, que ofrecía el cobijo perfecto para cualquiera que necesitara darse un momento a solas, y que, de momento y por suerte, sólo ellos dos conocían.

Allí, el caótico alboroto de las demás personas y los murmullos del viento, que transportaban los agrios sentimientos de la tierra para con los humanos, se veían relegados a un segundo plano y ellos, protegidos por el canto de las aves que reposaban en las ramas del árbol.

Ambos se sentaron debajo del árbol, acomodados sobre el tronco se desenchufaron de cualquier preocupación mundana de la que tuvieran que ocuparse fuera de allí. Thomas volteó a ver a Minho, notoriamente agotado y con los labios resecos. Sacó una botella de agua de su bolsa y se acercó lo más que pudo.

-¿Puedo...? ¿Quieres que...?-Comenzó, sin saber cuando proceder.

-¿Mm? Ah, sí, por favor.

Thomas abrió la botella. Con una mano le dio de beber a Minho, y con la otra le alzaba el mentón para poder humedecer sus labios sin que el líquido se derramara. La botella quedó casi vacía cuando Minho le indicó que ya era suficiente. Después de guardar la botella, Minho dio dos palmadas al césped junto a él, algo que a él no le costó trabajo captar.

Se quitó el bolso para dejarlo a un lado y se dejó envolver por el brazo de Minho, recostando su cabeza en su hombro y sosteniéndole la otra mano sobre su vientre. No pasó mucho tiempo hasta que su novio cayó dormido, emitiendo ronquidos que eran imposibles de ignorar. Verlo en semejante paz le llenaba de alegría y tranquilidad.

Thomas no tenía sueño, pero moverse de allí no le apetecía en lo más mínimo. Lo único que hizo antes de intentar dormirse también fue besar tiernamente la mano de Minho para después dedicarle una sonrisa, aunque este no pudiera verla. Despertaron alrededor de una hora después, con Minho acariciando el cabello de Thomas mientras este se preguntaba si es que ese momento era real y si no estaba insertándose a sí mismo en una escena de alguna película cuyo nombre no podría mencionar.

En cualquier caso, ambos se pertenecían, y esperaba que aquello no cambiara en ningún momento. Era improbable, por supuesto, pero sabía que haría todo lo que estuviera en su mano para proteger lo que tenían, que por poco tiempo de iniciado que tuviera, tenía el poder necesario para mantenerlo vivo.






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Con una mano, Thomas pasaba las páginas del libro de química que reposaba sobre la hierba, mientras que con la otra pasaba los dedos por el cabello de Minho, con la cabeza descansando en su regazo y los ojos cerrados para no ser molestado por el sol, pues de sueño no tenía casi nada, excepto quizás por la dulce sensación que le daba estar al lado de Thomas, como si flotara envuelto por polvo de ángel y aromas como el de la canela y la madera ardiendo. Todo un paraíso.

"Ojalá mantenernos así para siempre."

Una hoja cayó sobre la boca de Minho. Inmediatamente este sopló con fuerza y movió la cabeza de lado a lado para sacársela de encima, lo que le pareció adorable y gracioso a partes iguales.

A veces resultaba un poco inquietante lo mucho que las más pequeñas acciones le conmovían, pero prefería sacudirse esos pensamientos de encima y disfrutar de aquello.









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La noche casi se desvanecía por completo, el silencio de la calle era débilmente combatido por las pisadas de algún gato callejero y alguna actividad desconocida que tenía lugar en la lejanía.

El otoño estaba próximo a iniciar, más el estado actual del clima dificultaba tener certeza de cuanto más podría extenderse el sofocante calor del verano. No iba a quejarse de más, de todos modos.

-¡Hey, Thomas!-Dijo una voz conocida no muy lejos de él, a sus espaldas.

Se detuvo un momento antes de doblar la esquina, y tras cerciorarse de que su mente no le estaba jugando chueco, se dio la vuelta, encontrándose con esa familiar melena castaña y aquellos llamativos ojos azules que siempre parecían estar maquinando algo.

-¿Teresa?

-¿Parezco alguien más?-Dijo ella, alzando las cejas intentando fingirse ofendida.

Corrió hasta ella y la abrazó por primera vez en un año, después de que tuviera que marcharse de la ciudad por el trabajo de su padre, un profesor de ciencias a quien le habían ofrecido un puesto mucho mejor en una de las grandes urbes, de las cuales quedaban pocas en el mundo después de los desastres.

Estaba muy contento de poder ver a su mejor amiga nuevamente, esos doce meses sin la persona con la que había crecido como si de una hermana se tratase parecían haberse esfumado sin más.

-¿Cuándo volviste? No tenía idea de que regresarías.

-Ayer por la tarde. También fue una sorpresa para mí.

-¿Cuánto piensas quedarte?

-Quién sabe. Tal vez hasta que termine el año.-Vaciló ella, mostrando sus brillantes dientes.

Thomas se mostró feliz. Ahora estaría rodeado por todas las personas que le importaban, solo hacía falta introducir a cierto par.

Esa mañana, en la entrada de la escuela lo dio por realizado. Minho apareció unos minutos tarde, tendrían que correr para llegar a sus respectivas clases, pero poco importaba. Presentó a Teresa ante su novio como su mejor amiga, que regresaba temporalmente y aprovecharía para compensar el tiempo perdido. Minho aceptó su saludo de la misma manera en que lo habría hecho con él cuando tenían unos días de conocerse. Teresa le ofreció su mejor carácter y estrechó su mano, bromeó sobre lo tonto que debía de verse Thomas estando enamorado y expresó su felicidad por la situación de los dos. Thomas no pudo haber pedido una mejor resolución a su propósito, o eso creía.

Desearía haber sabido todo lo que ocurriría después.

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