Capítulo 5

Abrió los ojos cuando los rayos del sol comenzaron a acariciarle el rostro con suavidad. Parpadeó por unos segundos poco antes de moverse y quedar de costado sobre la cama. Extendió la diestra y buscó la figura que suponía, debía hallarse a su lado: vacío. El omega se encogió durante un instante, sin saber controlar el extraño sentimiento de abandono que le invadió abruptamente. Se sobresaltó en menos de un segundo, terminando por sentarse sobre la cama para buscar con la mirada a su alfa: de nuevo nada.

Se deslizó fuera de la cama con celeridad, colocándose las botas en tiempo récord. El frío de la mañana penetró por las rendijas de la ventana, logrando que el rubio se abrazara a si mismo casi por mero reflejo.

Un poco más despierto, pudo notar la pequeña vela casi extinta que descansaba sobre la mesa de madera, aquella donde Dylan llevaba un pequeño libro con las cuentas de la cosecha que había iniciado con él. El dinero no escaseaba gracias a los contactos de la familia en el pueblo, de igual manera, habían pasado desapercibidos, como criados de la familia O'Brien. Debían hacerlo todo por su cuenta, pero era un pequeño paraíso que había crecido en las pocas semanas que llevaban en el lugar. Probablemente la falta de electricidad y de algunos otros servicios era un poco incómodo, pero se mantenían en contacto gracias al extraño y singular correo convencional, siendo así, que no levantaban ni una sola sospecha para con los suyos.

Un suspiro se escapó de sus labios cuando salió de la sencilla habitación, encaminándose hasta el pequeño comedor, donde de nuevo, se halló con nada más que soledad. Arrugó ambas cejas al tiempo que paseaba sus pardos alrededor de los muebles de madera, apretando los labios al notar el vaso vacío que yacía sobre la mesa. Probablemente, Dylan había madrugado aquella mañana, cuidando de no despertarlo después del percance del día anterior.

No era como si no estuviese acostumbrado a hacer trabajos por su cuenta. Preparar la tierra, así como reparar la cerca no eran tareas que considerara fuera de sus posibilidades, pero al final del día, había terminado tan mareado y acalorado, que habría terminado por ser más una carga para Dylan que una ayuda. De cualquier manera, cuando la época de cosechar llegara, sabía que tendrían que recurrir a un par de manos extras, y confiaba que, para esas fechas, la situación fuese mejor para ambos.

Se apresuró a acomodar la melena rubia detrás de sus orejas, poco antes de regresar a la habitación para mudarse de ropa, buscando algo más apropiado para salir a la fría brisa matinal.

El campo era amplio. Sumaban un par de hectáreas, que, por aquel momento, eran grácilmente iluminadas por los primeros rayos del sol. Se apresuró a buscar algún rastro de Dylan en las cercanías, pero de nuevo no halló más que un vacío que volvió a encogerle el corazón. Odiaba sentirse así. El lazo tirando en su interior le hacía potenciar los sentimientos hasta el grado que, estar sin marca a ese punto, comenzaba a ser sumamente doloroso.

Volvió a apretar los labios al tiempo que echaba a andar por el pequeño camino que daba hasta el exterior del sembradío, percibiendo el aroma del alfa que llegaba a él pese al escaso tiempo que este había pasado en el lugar.
No meditó sus decisiones, no supo exactamente el momento en que su naturaleza volvió a tomar voz y voto, haciéndole transitar por los inusuales caminos de tierra, hasta que finalmente, se halló con los adoquines del camino principal.
Era poco menos de una hora el camino hacia el pequeño pueblo, donde Dylan solía ir de vez en cuando a comprar lo necesario para ambos. Quizá era lo que había estado haciendo aquella mañana, quizá Dylan estaría en el pueblo comprando un par de víveres o enviando una carta más a Tyler. Eso debía ser, por supuesto. Él debía darse la media vuelta y volver a la pequeña casa del viñedo, en espera de pasar un corto desayuno en compañía de su alfa antes de iniciar su rutina matutina.

Pero eso no sucedería. Contrario a lo que su propia razón dictaba, fue su naturaleza omega la que casi aulló de dolor en búsqueda de su alfa desaparecido. Lo necesitaba, lo necesitaba de una extraña manera que ya no podía dimensionar a ese punto.

Alfa, alfa.

Negó con suavidad ante sus propios pensamientos, terminando por perder la noción del tiempo transcurrido antes de finalmente hallarse con las primeras construcciones del poblado. El sinfín  de aromas inundó las fosas nasales del rubio, haciéndole sonreír casi al instante. Ahí, mezclado con el aroma del recién horneado pan y algo más, el aroma de Dylan destacaba haciéndole casi saltar de alegría. De nuevo, no se entendía.

Le gustaba estar cerca del castaño, le gustaba la mezcla de cítricos que emanaba de él. Le gustaban sus ojos, sus labios, pero bajo ninguna circunstancia lo había necesitado antes, no a ese grado. Solo quería hallarlo, hundir la nariz en su cuello y mantenerse ahí: a salvo.
Suspiró de manera audible apenas fue capaz de reconocer la pequeña oficina de correos, aquella que solo había visitado un par de veces para poder mantenerse en contacto con su beta. Si bien, no había muchas palabras por parte de ella por temor a que les descubrieran, al menos sabía que su familia continuaba buscándolo, y que Ava habría terminado por asumir el completo control de la compañía.

Dio un rápido vistazo sobre las ventanas apenas abiertas, notando que su alfa, aunque había visitado el lugar, ya no se encontraba en él. Volvió a llenar sus pulmones de aire en un intento de tranquilizarse, repitiéndose a sí mismo lo tonto que se sentía de estar buscando a Dylan de aquella manera.
Alzando una vez más la mirada, pudo notar la tienda de abarrotes, de donde también, pudo percibir el aroma de su alfa emanando con suavidad. Si bien, se apresuró a dar un rápido vistazo al lugar, esta vez no pasó desapercibido, terminando por recibir un extraño saludo por parte de la chica que atendía el lugar.

Aquello bastó para que Thomas diera la media vuelta, ligeramente decepcionado y dolido por su infructuosa búsqueda, pero bastante más decidido que antes de volver a su hogar. Siendo que apenas había dado un par de pasos hacia el camino principal, aquello había bastado para percibir el singular grupo de aromas que se aproximó a su posición, no demorando en notar al par de alfas que se instalaron un par de metros más delante de donde se hallaba.

—Un omega —murmuró el hombre más alto, aquel cuyo cabello negro caía con gracia sobre su frente—, un omega macho —finalizó al tiempo que se cruzaba de brazos y observaba con atención al rubio, quien, por aquel momento, ya había elevado el rostro, mostrándose orgulloso y con seguridad pese a la situación en la que se hallaba.

—Y sin marca —añadió el pelirrojo más bajo, olfateando el aire, olfateando a Thomas.

—Por supuesto, ¿quién se atrevería a marcar algo como eso?

Thomas arrugó el entrecejo, ignorando de buenas a primeras las palabras de aquellos sujetos para finalmente, decidirse a continuar su camino. No, no necesitaba que le recordaran que era una maravilla de la naturaleza el encontrarse con un omega macho. No necesitaba memorizar el aroma que emanaban esos sujetos, en realidad no le gustaba: le perturbaba. Olían fuerte, le lastimaba, le mareaba, le hacía desear alejarse cuanto antes de ellos, y probablemente, aquello no era otra cosa que su instinto actuando a su favor. Debía alejarse, irse de ahí. Bastaron dos minutos para que Thomas finalmente reparara en la desventaja en que se hallaba, terminando por detener sus pasos al segundo en que el hombre más alto le cogió de uno de los brazos cortando abruptamente su andar.

El tacto le hizo gemir al instante, sin entender absolutamente en nada la razón por la que el simple roce de la piel del otro, había causado un sinfín de sensaciones en su sistema. No, no, eso no podía estar pasando. Los pardos de Thomas subieron hasta los azules del muchacho, quien, por aquel segundo, le observaba tan sorprendido como embelesado.

—¿Acaso nadie te ha dicho que no debes salir durante tu celo cuando no has sido marcado? ¿O es que acaso buscas algo como...? —continuó el hombre al tiempo que hundía los dedos sobre la chaqueta café del rubio, ocasionando que un segundo gemido inapropiado brotara de los labios de este—, ¿esto?

Los ojos de Thomas se abrieron al instante en que pudo percibir el deseo manar el alfa, más aún cuando el otro hombre gruñó, en una clara señal de percibir el mismo aroma que parecía enloquecer al primero. Bastó aquello para que finalmente el pequeño omega se encogiera, sabiendo que su naturaleza deseaba hallarse en el medio de los brazos de un alfa, el que fuera. Sus pensamientos le aterraron en menos de un segundo, haciéndole retroceder un paso sin interesarle si el hombre volvía a tirar de él o no. Pero no sucedió. Thomas apenas fue capaz de percibir el tirón que lo apartó del agarre del hombre pelirrojo, poco antes de finalmente, volver a hallarse envuelto en el aroma que tan bien ya había memorizado hasta aquel instante: Dylan.

El omega parpadeó confundido sin entender del todo lo que estaba ocurriendo, al menos no hasta que notó el momento exacto en que Dylan gruñó a los sujetos restantes, quienes, retrocediendo un paso, habían terminado por darse la media vuelta para desaparecer por donde habían llegado.

—Tommy, Tommy, ¿estás bien? —las manos de Dylan recorrieron con desesperación las mejillas del más delgado, quien, saliendo de su trance, finalmente de atrevió a observar al preocupado castaño que estaba frente a él.

—¿Dyl? —el británico parpadeó ligeramente confundido, un tanto mareado. Recordaba perfectamente lo que el otro alfa había mencionado, y sabía perfectamente, que, con los supresores fuera de su sistema, el celo lo devoraría al cabo de un par de semanas. Pero exactamente, era aquello lo que le confundía: faltaban semanas para atravesar el proceso.

—¿Por qué saliste? Jesús, baby Trombone, debiste esperarme en casa —Dylan, aunque alterado por el aroma del omega, se mantenía firme: no quería asustarlo, no más de lo que el pequeño omega ya se hallaba. Y vaya que le estaba costando más fuerza de voluntad de la que le hubiese gustado admitir.

—Lo siento, yo solo... —¿cómo iba a explicar que sintió la necesidad de encontrarlo? ¿Cómo decirle que abandonó su hogar solo con el tenue murmuro de su aroma en el camino atravesado?

—Tenemos que irnos de aquí, Tommy estás... —y no pudo decir más. Dylan sabía que su naturaleza le estaba enloqueciendo, que el olor de Thomas aumentaba a cada segundo y que prácticamente, le sería imposible continuar controlándose a ese punto.

—Dyl, no me siento bien —y no, su cuerpo comenzaba a elevar la temperatura y el mareo constante estaba a punto de enloquecerle. Solo había atravesado dos celos en su vida, y habían sido tanto tiempo atrás, que estaba seguro que había olvidado la mayoría de las sensaciones que ocasionaron en él. El único vívido recuerdo que poseía, se limitaba a las inyecciones de emergencia y al dolor indescriptible que conllevaban.

Y aquello bastó para que el castaño sujetara al rubio entre sus brazos, apresurándose a perderse con premura por el camino de adoquín que marcaba la salida del pequeño poblado. Cada paso dado parecía jugar con su estabilidad, cada escaso sonido de la boca de Thomas, lograba que su naturaleza rasgara desde el fondo, deseando simplemente tomar al omega y perderse en su cuello, en su aroma en su cuerpo. Pero no, no pasaría.

No supo el segundo exacto en que divisó su hogar, el tiempo pasó desapercibido a su alrededor, más aún cuando la piel del precioso muchacho ardía cada vez más ante su contacto. Apenas atravesó el umbral de su hogar, el límite de la cordura le acechó, haciéndole correr hasta la pequeña habitación que compartía con el chico. Depositar a Thomas con suavidad sobre la cama, había sido una tarea titánica, ignorar sus gemidos y los pequeños mechones dorados que ya se adherían a su frente, otra tortura más sin igual.

—Tommy —la garganta le quemaba, Dylan sabía que el aroma del precelo de Thomas le estaba haciendo llegar al límite—, puedes... Te mantendré a salvo, no tienes que...

—Dyl —los ojos llorosos del omega se clavaron sobre los mieles del alfa, quien con el escaso ápice de fuerza de voluntad que aún mantenía, se hallaba a un par de metros de la cama—, no me dejes, Dyl, por favor...

El alfa tragó con fuerza, sintiendo como si estuviese pasando pedazos de vidrio por aquel instante. El deseo comenzaba a nublarle la razón. Su dulce omega estaba suplicando por su compañía, y él se hallaba en el limbo de la duda. Un segundo, probablemente dos. Los pardos de Thomas volvieron a buscarle, el pequeño omega casi saltó de la cama, en búsqueda de los brazos que el alfa le negaba por aquel instante.

—¿No... No me deseas? —la quebrada voz del omega inundó la habitación, logrando que el alfa casi saltara sobre su lugar, completamente arrepentido por las lágrimas que ya se resbalaban sobre las mejillas del otro.

—¡Jesús! —no más, ya no podía más. Dylan pareció reaccionar ante aquello, terminando por llevar sus manos hasta las caderas del omega, levantándolo, acomodándolo sobre su cintura. Las largas piernas de Thomas se enredaron en el cuerpo del castaño, haciéndole gruñir en consecuencia—. Más que a nada, Tommy, eres lo único que deseo.

—Dyl, Dyl... —los labios del omega buscaron el oído diestro del menor, al tiempo que sus temblorosas manos se aferraban a la espalda de este—, está empezando, Dyl... Dyl... No me dejes. Elígeme, Dyl, elígeme, soy un buen omega, lo soy.

¿Acaso aquel dulce ángel estaba dudando de que no fuese a elegirlo? Dylan se sintió terrible por la impresión causada en el rubio, no, por supuesto que no. Él sabía que antemano, que no quería aprovecharse del celo del omega, no cuando siquiera habían hablado del todo de ello. Habían tocado el tema un par de veces, y Thomas lo había abandonado apenas indagaban en él. No sabía cómo había pasado aquel proceso en soledad, o si quiera, si... No. Le enfermaba el pensar a su dulce omega en brazos de alguien más.

—Voy a cuidarte, Tommy, lo prometo —el dulce susurro brotó de los labios de Dylan al segundo exacto en que percibió los dedos del británico hundiéndose en su piel.

El aroma del omega de disparó de momento a otro, dando la pauta para que el castaño se alejara brevemente del rubio, notando el deseo desbordándose de los dulces pardos que minutos antes, yacían asustados.

—Alfa —las manos inquietas del rubio se deslizaron por la espalda del castaño, quien, en menos de un instante, ya había terminado por volver a llevar el pequeño cuerpo del chico hasta la pequeña cama que solían compartir.

Dylan supo en aquel momento, que ya no podía contenerse, no cuando sus manos ya comenzaban a arrancar las prendas que Thomas vestía por aquel instante. Calor, deseo. El ambiente le enloqueció en menos de un instante, acabando por descontrolarle al segundo en que los ceñidos vaqueros de Thomas abandonaron sus caderas, develando el desastre que su lubricación ya había causado en estos.

—Alfa —Thomas volvió a gemir con suavidad, arrugando sus cejas con desesperación, sintiendo su cuerpo al borde del colapso. Ardía, todo su interior ardía, su piel quemaba ante el más mínimo contacto que se efectuaba contra la piel del castaño—, duele.... Necesito... —sentía la saliva acumulada en su boca, a ese punto, siquiera era capaz de controlar los propios espasmos de su cuerpo. Podía percibir perfectamente como su pequeño agujero se retraía y expandía con celeridad, anhelando ser llenado por aquel magnifico espécimen frente a él.

Y probablemente, Dylan lo sabía, porque, en menos de un momento, las manos del castaño ya se habían posicionado sobre sus caderas, amasando con firmeza la tierna piel de sus nalgas.
A ese punto, el rubio ya se hallaba arqueando la espalda, jadeando, suplicando por Dylan. Fue el sonido seco que las botas del otro hicieron al caer contra el piso, lo que finalmente dio la pauta final. No supo en qué segundo el castaño se deslizó sobre la cama, apresándole contra la suavidad del colchón y el precioso cuerpo trabajado que poseía.

Thomas abrió las piernas como consecuencia, apoyándose en las plantas de los pies para impulsar sus caderas hacia arriba, en búsqueda de más contacto con el alfa.

—Alfa, por favor, por favor... —con el puente de la nariz arrugado, el pequeño omega ya había hundido la nariz en la curvatura del cuello ajeno, aspirando el magnifico aroma que manaba de la piel del otro. Aquello bastó para que su pequeña entrada volviera a encogerse, a rebosarse—. Necesito...

—¿Qué necesitas, nene? —Dylan murmuró seductor, deslizando sus manos hasta la rosada abertura oculta entre las nalgas del rubio, utilizando sus pulgares para separar la tierna piel. Percibió el desastre que el cuerpo del otro armaba, sintió como sus yemas se empaparon en menos de un instante, como Thomas gimió con necesidad.

Jamás había estado en presencia de un omega en celo. El aroma dulce que Thomas poseía, se había potenciado a un nivel tal, que Dylan casi podía percibir como la boca se le hacía agua, literalmente.

—Alfa... —fue un suspiro de satisfacción, Dylan no supo definirlo, no cuando las inquietas manos del omega ya se habían deslizado hasta su desnuda entrepierna, comenzando a bombear con premura toda su longitud. Los dedos largos del rubio se enredaron en su tronco, subiendo, haciendo escala en su punta, donde el pulgar ajeno se encargaba de frotar con generosidad la sensible área.

Todo el recato del que Thomas era poseedor, había quedado en el olvido a aquel punto. El dulce omega que se sonrojaba ante el más mínimo cumplido, había desparecido en una tormenta que jadeaba y gemía por él. Dylan sabía que no podría soportarlo, no cuando su instinto estaba gritando desde el fondo de su garganta, anhelando satisfacer las peticiones de su bonito chico al pie de la letra.

Basta, demasiado. Sus labios devoraron con gula la boca roja del omega, su lengua se hundió hasta donde el chico le permitió, haciéndole tocar el cielo con los dedos ante la lujuria del beso otorgado. Suyo, suyo, ese chico era suyo. Tenía que ser suyo. El beso agonizando en el medio de contactos rotos, acabó por finiquitarse al segundo en que el alfa llevó su boca hasta el cuello del omega, olfateando, aspirando con fuerza el dulce aroma que Thomas desprendía por aquel momento. Un beso, dos, ahí, justo ahí, donde debía ir su marca. Marcar a Thomas. Era una premisa que si bien, le había pasado por la cabeza, no era algo que estuviese en sus planes de momento. No, no podía hacerlo sin el consentimiento explícito de su omega, ¿no era así? Quizá era estúpido, el pedir el permiso de un omega era estúpido, ni un solo alfa hacía eso... Todos menos él.

Bajó con suavidad, llenó de besos la blanca piel del omega, deleitándose con lo tersa que lucía, lo perfecta que se sentía. Se detuvo un segundo en uno de los duros pezones del rubio, quien, retorciéndose sobre el mueble, habría terminado por echar la cabeza hacia atrás mientras gemía de manera sonora.

—¿Te gusta eso, Tommy? —Dios, ¿de donde mierda sacaba aquella actitud? El celo del omega le estaba afectando, demasiado. Era su alfa dominando al humano, era la parte animal cediendo al instinto.

Thomas pareció reaccionar en menos de un momento, regresando la mirada hasta el hombre que tenía entre las piernas, dejando que los pardos acuosos —y más oscuros— se posaran en la firme mirada color miel que Dylan poseía.

—Alfa —el rubio hizo una pausa, tragando la saliva acumulada, buscando llevar su diestra hasta sus curvas, deslizando sus dedos con lentitud sobre la fina capa de sudor que cubría sus caderas, sus muslos, deteniéndose al encontrar su objetivo. Un suspiro se fugó de sus labios, al tiempo que hundía el índice dentro de su mojada y estrecha cavidad. Necesitaba aliviarse, necesitaba sentirse lleno, y a ese punto no le importaba si él mismo debía hacerlo.

—¿Es esto, nene? —el castaño hundió los dientes sobre el pequeño pezón, ocasionando que el rubio volviera a arquearse, deteniendo momentáneamente la tarea que llevaba a cabo con su diestra. Y Dylan no pasó aquello por alto. Con una sonrisa en los labios, el alfa había terminado por descender completamente, llevando sus labios hasta la firme erección que ya se alzaba entre las piernas del omega.

Con suma suavidad, lamió la punta del sexo ajeno, percibiendo el segundo exacto en que la carne palpitó contra su musculo lingual, haciéndole ensanchar la sonrisa que previamente había dibujado en sus labios. Cada beso, cada caricia, cada movimiento, todo lograba que su pequeño se disparara en gemidos, en súplicas. Le encantaba, adoraba esa escena. Quizá había sido por aquello que decidió acabar con la larga espera, terminando por envolver la extensión del rubio dentro de su boca, llevando toda la longitud tan dentro de sí, como su cuerpo le permitió. Su diestra bailó con firmeza, hundiendo las uñas sobre una de las nalgas del rubio, poco antes de atreverse a llegar hasta su pequeño agujero, sin demorarse mucho más en hundir uno de sus dedos dentro del rosado y angosto pasaje.

El gemido de gusto interrumpió durante un segundo sus acciones: Thomas se sentía apretado, mojado, caliente. El dulce aroma volvió a inundar las fosas nasales del alfa, quien, en menos de un instante, ya se hallaba hundiendo su índice con insistencia.

—Alfa, por favor, por favor —la boca del omega se curvó con suavidad, su lengua se deslizó por encima del rojo de su labio inferior, como si estuviera saboreando de antemano el dulce momento que estaba por compartir con su destinado.

Dylan sabía lo básico sobre el celo de un omega. Entendía perfectamente que Thomas se sentía a punto de morir por aquel instante, y que, si no se satisfacía, terminaría por ser en extremo doloroso.

—Calma, nene, aquí estoy —con un tono sumamente suave y armonioso, el alfa había terminado por dejar pequeños besos por el largo del sexo del rubio, bajando, deslizando su lengua y humedeciendo cada vena visible por aquel instante. Se detuvo cuando su boca alcanzó los primeros pliegues de la tierna piel del escroto, atreviéndose a morder con suma suavidad, ocasionando que el agujero de Thomas le apretara al tiempo que la humedad continuaba desbordándose sin mesura.

Con el corazón a punto de salírsele del pecho, el alfa finalmente se atrevió a deslizar su lengua por el tierno puente de carne, alcanzando finalmente la dilatada abertura que Thomas ya ostentaba por aquel instante. La escena fue suficiente para hacerle apartar la diestra, llevándose el índice empapado hasta la boca, devorando cada gota del dulce líquido que Thomas había colocado sobre su piel.

—Delicioso —no pudo evitarlo, no cuando su precioso omega observaba con atención el espectáculo, con sus rojos labios recién lamidos, con sus ojos cristalizados y con la rubia melena hecha un completo desastre.

No más, ya no podía aguantar más. Bastó aquella escena para que Dylan se acomodara en el medio de las piernas de Thomas, terminando por sujetar sus caderas con la diestra, mientras la izquierda se encargaba de alinear su palpitante hombría contra el apenas dilatado agujero del omega.
La descarga de sensaciones fue casi inmediata. La resistencia inicial del cuerpo del británico le hizo gruñir al segundo, instándole a empujar sus caderas, a llegar con tortuosa lentitud hasta el húmedo fondo de su dulce chico. Se detuvo cuando fue capaz de percibir las paredes de Thomas contrayéndose, apretando su sexo con insistencia, obligándole a mantenerse en aquella posición por un momento tan solo para ser capaz de percibir cada milímetro de piel que le envolvía.

—Alfa... —la dulce voz del omega logró que alfa saliera del oscuro abismo de sus pensamientos, terminando por elevar los mieles para perderse en la intensa mirada del rubio—, ¿me... follas? ¿Por favor?

Dylan parpadeó confundido, quizá hasta embelesado. Una sonrisa se pintó en sus labios al tiempo que volvía a inclinarse en dirección del británico, envolviéndole con suavidad entre sus brazos. En aquella íntima posición, finalmente se permitió comenzar a mecer sus caderas, a hundirse una y otra vez dentro del estrecho pasaje. Thomas le recibía con gusto, se abría, se amoldaba a él. Sentía como su chico temblaba, como gemía contra uno de sus oídos. Era perfecto, más que perfecto. Eran dos piezas de un rompecabezas que encajaban. Dylan sabía que no existía otro lugar en el mundo al que perteneciera, porque ahí, con Thomas, todo se sentía correcto, bien.

—Dios, Thomas —fue más un gruñido, fue más una queja para sí mismo que contra el omega. Sus caderas aumentaron el ritmo, sus labios buscaron el cuello de Thomas por segunda ocasión: sí, justo ahí, ahí donde él debía decirle al mundo que ese hermoso ángel era suyo.

—Marca... Alfa, marca... —el jadeo del omega acompañó el segundo exacto en que terminó por hundir sus uñas en la amplia espalda del castaño, trazando un inexacto camino rojizo que cesó al momento en que Dylan se apartó de este.

Los pardos de Thomas se perdieron durante un instante en los mieles del castaño, al tiempo que este salía de su interior, dejándole vacío, al borde de la ansiedad y de la angustia.

—¿Hice...? —fue un murmuro ahogado, una súplica desesperada. Los ojos del omega se inundaron en lágrimas de un momento a otro—, ¿hice algo mal?

Dylan tragó audible ante aquella escena, terminando por inclinarse en dirección del bonito rubio para poder besar con lentitud cada uno de los párpados de este. Cuando se alejó, Thomas le miró aun con aquella angustia pintada en sus pardos, con los labios separados volvió a emitir un segundo gemido, mismo que fue callado por el dulce beso que los labios de Dylan le otorgaron por aquel instante.

—En cuatro, Tommy —murmuró el castaño tras alejarse, terminando por tragar de manera audible al notar como el pequeño omega asentía, poco antes de girar grácilmente su cuerpo, acabando de rodillas contra la cama poco antes de apoyar sus antebrazos de igual manera. Las caderas del rubio se elevaron al acto, poco antes de que Thomas ladeara el rostro, esperando haber complacido la orden de su alfa.

Dylan apretó los dientes, sintiendo como su mandíbula se tensaba antes de finalmente, terminar por abalanzarse contra el rubio, sujetándole de las caderas para volver a hundirse una vez más dentro de su dilatado interior. Thomas gimió al instante, empujándose contra el sexo del castaño terminando por completar la tarea que este había dejado a medias.

El calor volvió a inundar cada centímetro de piel de ambos, poco antes de que el alfa finalmente acabara por hundir los dedos en la blanca piel de las caderas de Thomas, terminando por impulsarse contra su trasero para poder disfrutar la totalidad del apretado interior de este. Podía escuchar sus caderas chocando contra sus nalgas, podía escuchar el obsceno chapoteo de sus pieles. Sabía que su orgasmo estaba cerca, sentía el nudo formándose en la base de su sexo.

—Alfa... Alfa ... —Thomas se revolvió contra la cama, sintiendo como su orgasmo arribaba y le obligaba a deshacerse contra las firmes manos del castaño. Bastaron apenas un par de estocadas más, para que el rubio acabara por derramarse sobre las sabanas, dejándose ir durante un instante, disfrutando de su abusada cavidad aun siendo llenada por el sexo cada vez más inflamado de su alfa—, Alfa ... Marca, por favor —fue un jadeo contra la almohada, que murió al segundo exacto en que el nudo del alfa explotó en el interior de su cuerpo. Thomas se retorció contra las sábanas, disfrutando de los chorros de semen que inundaron su interior por aquel instante. Caliente, saciado, exhausto.

El omega se quedó quieto durante un instante, disfrutando del momento de satisfacción que el nudo disparaba en ambos. El silencio inundó la habitación cuando Dylan se echó a su lado, abrazándolo contra su cuerpo, manteniéndose unido a él. Thomas se permitió cerrar los ojos durante un momento, dejándose llevar por las suaves caricias que su alfa le otorgaba en la piel de su estómago, subiendo hasta su pecho.

El tiempo dejó de existir al segundo en que el nudo cedió por primera vez, ocasionando que el omega se revolviera y buscara colocarse encima de su alfa, empalándose en su sexo, buscando volver a unirse a él.

Dylan observó al rubio con cierto asombro, pero no se atrevió a detenerlo, no cuando el omega se movía con gracia sobre su entrepierna ya despierta, subiendo, bajando, meciéndose en círculos para hacerle tocar la cima del éxtasis en repetidas ocasiones. Estaba caliente, de nuevo deseaba volver a follar a Thomas hasta el cansancio, aun cuando hacía cinco minutos, había sentido su energía desaparecer.

—Tócate, Tommy, tócate para mí.

Los pardos del omega bajaron hasta posarse en los mieles de Dylan, quien con una sonrisa en los labios, comenzó a disfrutar del segundo exacto en que las manos de Thomas descendieron, hasta posarse sobre su propio sexo goteante y dispuesto. Los largos dedos del rubio se cerraron sobre la base, subiendo, bombeando con suavidad e insistencia. Dylan apretó los labios ante ello, poco antes de terminar por llevar sus manos hasta el trasero del británico, sujetándole con firmeza para comenzar a moverle contra su sexo. Aquello disparó la sinfonía de jadeos de los labios del omega, quien torpemente, continuó tocándose, satisfaciéndose, no demorando absolutamente nada en volver a derramarse sobre el marcado abdomen del castaño.

—Alfa, alfa, por favor... Por favor —con los dedos aun manchados por su reciente orgasmo, el rubio habría terminado por llevar la diestra hasta su cuello, ladeando el rostro, mostrando la dulce piel de este, aquella donde se suponía, Dylan debía colocar el lazo que los uniría para siempre—, ¿marca?

Dylan volvió a apretar los labios, cerrando los ojos durante un instante poco antes de hundir los pulgares contra el abusado agujero de su omega, en un vano intento de calmar la necesidad que le devoraba por aquel instante. Lo sentía, de nuevo podía percibir el nudo formándose, amenazando con poner un punto y coma a su encuentro, a silenciar las dulces suplicas de su destinado. Su destinado, su alma gemela, su ángel. Suyo, solo suyo. Las feromonas le nublaron la razón por un instante, su alfa aulló desde el fondo de su pecho poco antes de permitirse girar el cuerpo del rubio, sin abandonar su interior.
Thomas acabó en la posición inicial: sobre la cama, con Dylan entre sus piernas. Las embestidas del alfa se endurecieron, sus caderas arremetieron contra su trasero, logrando que el pequeño cuerpo acabara contra la cabecera de la cama.

—Alfa... Alfa —Thomas parecía ahogarse con sus propios gemidos, sus ojos vagaban por la habitación, su cuerpo volvía a entrar en tensión, preparándose para el siguiente orgasmo de la jornada.

Dylan le observó durante un segundo, admirando la dulce forma en la que el omega se enrollaba contra su cuerpo, dejándose ir en el medio de su celo. ¿Era posible que lo amara más?
El hilo de sus pensamientos se interrumpió al segundo exacto en que las manos del omega subieron hasta las mejillas del alfa, buscando un beso, desesperado, torpe, abrupto, pero Dylan correspondió, porque su pequeño lo necesitaba, lo exigía.
Se separaron con lentitud, obligándose por un instante a menguar el exabrupto ritmo que ambos habían marcado. 

—Dyl...

Fue un murmuro, fue su nombre brotando escasamente de los rosados labios de su omega, pero aquello había bastado para que el castaño se perdiera por un instante: no lo pensó, no lo razonó, no cuando su boca ya se hallaba sobre el dulce cuello de su omega, no cuando sus dientes se encajaban en la tierna piel de este.
El metálico sabor de la sangre se mezcló con el delicioso aroma que ya había probado de su omega, al tiempo que el nudo volvía a explotar dentro de este, quien, tembloroso entre sus brazos, acabó por derramarse una vez más en el medio del cuerpo de ambos.

El alfa se separó para lamer las pequeñas gotas carmín que sus dientes dejaron sobre el cuello del rubio, aliviando el ardor de la zona, disfrutando aun de los pequeños gemidos que su chico derramaba cerca de su oído. Cerró los ojos y hundió la nariz en el medio de los mechones dorados, percibiendo el dulce latir del corazón de su omega contra su pecho. La sensación de bienestar le invadió casi al instante, toda duda se disipó, cualquier otro sentimiento negativo se desvaneció: era uno con Thomas, lo había hecho, lo había marcado. 

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