Capítulo 2

No lo comprendía. Su alfa interior aullaba de gusto, recordaba cada dulce nota del olor que aquel rubio omega emanaba. Olía bien, olía demasiado bien. Era consciente que había acudido a aquella fiesta con la esperanza de encontrarse con la dulce beta que había ocupado sus sueños, la doncella de los Sangster, la dama que le robaba el aliento, pero jamás había imaginado que su destinado se hallaría en ese mismo lugar, ni mucho menos, que podría conocerlo de aquella manera.
Labios rojos, cabello dorado, ojos chocolate. Thomas, Thomas, de todos los que podían llegar a estar ligados a su alfa interior, tenía que ser el hijo de la familia enemiga de sus padres.

Dylan apretó los labios e ignoró al alfa que se hallaba a su lado hablando de manera atropellada, halándolo fuera de la fiesta. Debían irse cuanto antes, estaban casi seguros que uno de los Sangster había notado su presencia y que por supuesto, no eran para nada bienvenidos. Pero Dylan no planeaba irse de ahí, no cuando la hermosa imagen de su rubio omega continuaba acribillando inclemente sus pensamientos.

—Necesito verle —fue un murmuro con decisión, no fue una pregunta. Dylan anunciaba que se iría, y probablemente estaba demostrándolo al preciso instante que sus pasos regresaban al interior de la mansión, al barullo, a la gente.

—¿Vas a arriesgarte una vez más por la dulce Kaya? Oh, Dylan, estás jodido. Debes dejar de suspirar por ella. No te notará, no somos más que bastardos a los ojos de esta familia. Debemos irnos, no llegarás lejos. Olvídala, busca a otra dulce beta a o una bella omega. Redime tus deseos y ahógalos en las piernas de otra persona —Tyler le observó fijo durante unos segundos al tiempo que acomodaba el disfraz de capitán que portaba por aquel instante. Hoechlin no demoraría en llegar con el auto, tenían los minutos contados.

—No, no lo comprendes, no lo harías. No puedo, necesito verle —no, Dylan no hablaba de la dulce beta, Dylan continuaba pensando en su omega, su bello omega.

Sus pasos fueron precisos, veloces. Se alejó con premura del moreno, quien, ignorando las acciones de su primo, habría terminado por abandonar el lugar, sintiendo la culpa de dejar al menor de los O'Brien vagando solo en la cueva de los lobos británicos.

Dylan no reparó en ello, no cuando ya estaba siendo guiado por su alfa interior, por el dulce aroma que se esparcía con tenues notas en el aire a su alrededor. Thomas, todo ahí olía a él. Arrugó el puente de la nariz y olfateó un poco más. Caminó por los alrededores, hasta que sus pasos lo llevaron a una enorme pared recubierta con enredaderas. El aroma del rubio pululaba, tiraba, le llamaba. El dulce omega estaba preocupado, angustiado, Dylan lo sabía, el lazo tiraba, la sangre clamaba. Llevó sus manos hasta los troncos más firmes, escaló sin demora. Cuando descendió al otro lado de la enorme pared, pudo notar que se hallaba en uno de los jardines traseros de la enorme mansión de los Sangster. Dio otra olfateada y continuó dejándose guiar por su alfa interior.

Bastaron apenas unos minutos antes de poder ser capaz de notar los enormes ventanales que se alzaban no muy lejos de donde estaba. Las luces iluminaban el interior, las sombras atravesaban las cortinas de encaje y develaban el ajetreo que vivía la servidumbre dentro del enorme lugar.

Dylan ignoró aquello cuando sus mieles finalmente hallaron el preciso lugar del que manaba el aroma de su dulce omega. Se deslizó con premura por la hierba recién cortada, deteniéndose al segundo exacto en que el cristal del enorme ventanal se abrió, revelando la figura del rubio quien le había robado la razón apenas unos momentos atrás. El antifaz había desaparecido, y en su lugar, podía deleitarse con las suaves facciones que se pintaban en el rostro del bonito muchacho. Thomas estaba inquieto, olfateando, arrugando sus pequeñas cejas, haciendo un pequeño puchero que a Dylan logró arrancarle una escasa sonrisa. Bastó aquello para que los ojos del pequeño omega fueran a parar en su dirección, logrando que la expresión del rubio se tornara aterrada y confundida.

—No puedes estar aquí —fue un murmuro, fue la dulce voz que Dylan recordaba haber memorizado. El aire se impregnó con las feromonas del rubio, el alfa del castaño volvió a tirar desde su interior, obligándole a ir, a calmar a su pequeño omega.

—Necesitaba verte de nuevo. ¿Acaso ese es un terrible pecado? —Dylan no pensaba, no cuando ya estaba buscando la enredadera que yacía debajo del enorme ventanal, escalando como lo había hecho minutos atrás, esta vez con el propósito de poder embriagarse una vez más con el dulce aroma de aquel hermoso muchacho.

—Podrían matarte, no debes... Tú... —la lengua se enredó dentro de su boca. Thomas apretó los labios y negó de manera repetida, tratando de ignorar que el castaño estaba escalando, yendo directamente hasta donde se encontraba por aquel instante. Su omega suspiró en su interior, el olor de aquel alfa lo calmaba y le enloquecía por partes iguales. Quería sentirlo cerca, quería volver a sentir el suave tacto de su piel contra la propia. Había algo en su interior que se removía inquieto y que le obligaba a tirar por la borda todo pensamiento racional que se presentaba por aquel instante.

—Moriría feliz en todo caso. Me iré, lo prometo, solo concédeme unos minutos más a tu lado, niégame esa dicha y volveré justo por donde he llegado —las palabras brotaban como río sin cauce. Dylan no lo comprendía, desconocía todo el dulce tono que estaba brotando de sus labios por aquel instante, ignoraba que era su alfa empeñándose con cada ápice de su ser para poder conquistar al dulce omega, aquel bello chico que le observaba con un gesto que no sabía descifrar.

—Estás siendo irracional, Dylan —Thomas hizo una pausa al momento exacto en que el alfa alcanzó el balcón. Cerró los ojos durante un instante y cuando sus parpados se abrieron de nueva cuenta, fue la figura de Dylan a lado de él la que terminó por recibirle. La angustia desapareció en menos de un segundo, su omega se regocijó al cuando las feromonas del alfa llegaron hasta sus fosas nasales.

—¿Acaso no lo comprendes, Thomas? —Dylan mantenía las manos aún ancladas en el barandal, descansando las botas de metal sobre la base del mismo. Sus mieles acechaban los chocolates que se mantenían fijos en él, totalmente absortos por la escena—. ¿No lo sientes en tu interior?

¿Sentir? Thomas arrugó sus pequeñas cejas con confusión al tiempo que su omega volvía a tirar de manera incesante. Ahí estaba ese extraño cosquilleo, esa alegría irracional que había comenzado a hacerse presente cada que el fuerte aroma de aquel alfa le merodeaba de aquella manera.

—Es el lazo, Thomas, nuestro lazo. Está tirando, nuestras naturalezas se llaman. No puedes negarlo, no puedes pelear contra ello. Eres tú —Dylan habló rápido, sin pausas, sonriendo, regocijándose por el simple hecho de entender que finalmente había hallado a su otra mitad, a su alma gemela.

Thomas se llevó una de sus manos hasta los labios, negándose a creer ello. Destinados, almas gemelas, mate. Lo había leído cientos de veces en los libros, lo había memorizado y había supuesto que aquello se había extinto tantísimas generaciones atrás. Eso era de antaño, pasado, en la actualidad era prácticamente imposible el concretar un lazo destinado de aquella manera. Solo eran alfas y omegas, solo era sexo, marcas, uniones. La idílica idea de encontrarse con aquella persona creada para uno mismo, no era más que una leyenda barata que las omegas se contaban entre ellas.

—No, no podemos, no digas cosas absurdas —el pequeño omega bajó la mirada completamente aturdido, desorientado. Dylan reaccionó de inmediato, terminando por apartar una de sus manos del firme agarre de la estructura, para posarla sobre la perfecta barbilla del rubio frente a él.

Su alfa interior aullaba de dolor, se sentía rechazado.

—¿Has elegido a alguien más? Sé sincero conmigo. Olvidaré este absurdo cuando tú así lo decidas.

Thomas volvió a observar al castaño completamente confundido. Su omega interior se encogió al tiempo que percibía la tristeza manar del alfa que se hallaba frente a él. No, no quería que Dylan sufriera, no quería que esa expresión se pintara en el rostro de bellos lunares. Si bien seguía sin comprender el arranque irracional que estaba experimentando por aquel instante, tenía bastante claro que necesitaba mantenerse cerca de aquel humano.

—No puedes dejar de ser quien eres, ni yo ser quien soy. Un apellido, solo es un apellido —Thomas murmuraba perdido, balbuceaba para sí mismo. No, no. Era un O'Brien, él era un Sangster, la palabra prohibido no dejaba resaltar cada vez que esos dos apellidos eran pronunciados en una misma frase.

—El lazo tira, pero el humano decide —Dylan continuaba mirándole absorto, embelesado. A Thomas le bastaba con memorizar ese gesto para sentirse el humano más especial en todo el endemoniado planeta—. Permíteme demostrarte que soy digno de ti.

¿Dylan estaba hablando en serio? Thomas bajó la mirada durante un instante. Su omega gritaba con repetida afirmación en su interior, saltaba, gritaba de gozo. Pero era absurdo creer que aquella decisión no traería consecuencia alguna: estaba prometido, sería entregado en su próximo celo. ¿Qué clase de ser irracional sería si se dejaba envolver por aquel hombre?

—Huéleme.

La voz de Dylan inundó los sentidos de Thomas en menos de un instante: había sido firme, autoritario. El rubio no pudo desobedecer, no cuando su pequeño omega interior se encogió confundido, tirando de él, haciéndole obedecer. Había mantenido sedada su naturaleza durante tanto tiempo, su instinto, su verdadero ser, y ahora, justo ahora, estaba actuando como jamás lo hubiese imaginado que lo haría. Se inclinó en la dirección del cuello de Dylan y olió con sumo cuidado. La explosión de emociones lo aturdió en menos de un instante, se sintió mareado, confundido. Su vientre bajo cosquilleó, su ser enteró colisionó. Sintió su entrepierna endurecerse, su agujero palpitar. Alfa, alfa, alfa. La palabra martilleó sus pensamientos y le impidió pensar con claridad.

—Dyl... —la voz que brotó de los labios de Thomas fue dulce, sumisa. Se desconoció por aquel instante. Le gustaba lo que tenía enfrente, lo deseaba, lo necesitaba.

—Sé que lo sientes, Thomas, pero no soy un maldito bastardo, no podría aprovecharme de la ventaja del lazo —el castaño se alejó de inmediato, logrando que el rubio gimiera agobiado, buscando de nuevo el aroma que había quedado flotando en el aire por aquel instante—. Permíteme hacerlo de la manera correcta.

Thomas salió de su aturdimiento por un instante, mordiendo su labio inferior, reprimiendo su instinto con la fuerza de voluntad que creía olvidada. Dylan estaba siendo respetuoso, estaba solicitando su permiso. De acuerdo, probablemente los O'Brien no resultaban ser como sus padres los habían pintado hasta ese momento.

—Estás solicitando cortejar a un omega prometido. Al omega de la familia enemiga de la tuya. Un Sangster y un O'Brien —Thomas sonrió por un instante, dolido ante la verdad que había manado de sus labios por aquel instante—. Moriríamos antes de lograr siquiera reforzar el lazo que nos une. Mi padre no lo permitiría.

Dylan sintió el segundo exacto en que los ánimos del pequeño omega decayeron. El dulce aroma que había manado de él por aquel instante ahora se tornaba turbio. Su alfa volvió a tirar, sus piernas se movieron, logrando que se deslizara dentro del reducido espacio del balcón que albergaba al rubio por aquel instante. No supo en qué segundo sus brazos envolvieron el pequeño cuerpo del otro, y probablemente no le importó. Su alfa clamaba por consolar al omega, su aroma se liberó con la única tarea de lograr aliviar la pena que había envuelto al rubio por aquel instante.

—No me interesa si solo comparto estos minutos contigo o si logras concederme un segundo encuentro. Si tú así lo decides, buscaré la manera de hacerlo posible.

Aquello se sentía tan bien que probablemente, debía calificarse como pecado. Thomas comprendía lo que aquello significaba, comprendía perfectamente que ir contra las reglas de su casa acabaría con ambos. Lo comprendía a la perfección y, sin embargo, se hallaba asintiendo con suavidad, dejándose llevar por la calidez que le envolvía por aquel instante.

—Enviaré a mi beta a encontrarse contigo mañana por la mañana. Nos veremos en donde ella te lo comunique —fue un murmuro suave, Thomas finalmente pudo relajarse en los fuertes brazos del castaño. Se sentía a salvo, perfecto, bien. Era como si hubiese hallado el lugar al que había pertenecido siempre—. Antes de que digas algo, no se me es permitido comunicarme de ninguna manera al mundo exterior. Es ella, solo ella, confía en Kaya, ella nos ayudará.

Dylan suspiró contra la curvatura del cuello del rubio, aspirando el dulce aroma que continuaba brotando de los dorados cabellos que de momento le recibían. Kaya, la dulce Kaya. Sonrió solo de pensar que había sido por aquella beta que se habría atrevido a irrumpir en la fiesta de los Sangster, y justo ahora, se encontraba estrechando al pequeño omega al que la chica tenía a su cuidado.

—En la plaza, a medio día. Estaré esperando por ella —Dylan sonrió apenas se alejó de la lechosa piel del otro, terminando por aproximar sus labios hasta la roja boca que ostentaba el rubio frente a él. Deseó besarlo, probarlo. Su alfa reclamó en el segundo exacto en que sus acciones cesaron.

—Es un beso, no una marca —Thomas susurró muy quedo, sintiendo sus ojos cerrarse, su instinto tirar con fuerza. No hubo más que un efímero roce, que un escaso beso. Fue superfluo, irreal. El sabor de Dylan apenas y quedó impregnado en su piel.

—Si tu alfa me huele en ti, tendrás problemas —Dylan apretó los labios molesto por el momento de lucidez que había tenido por aquel instante. Deseaba devorar la pequeña boca del omega, reclamarlo y memorizar el sabor que apenas percibía por aquel instante.

—¿Sabes lo terrible que suena eso considerando que estás solicitando cortejarme? —Thomas sonrió pequeño, escaso. El instinto cedía, el humano recuperaba la cordura y volvía coquetear a su modo.

—Suena a que estás momentáneamente prometido. Pero que te haré cambiar de decisión, y no solo por el lazo —Dylan devolvió el gesto al segundo exacto en que en un segundo roce de labios se hizo presente. El cálido aliento de Thomas dando de lleno contra su rostro le hizo suspirar de inmediato.

—Hay muchas cosas que ignoras de mí, Dylan —Thomas volvió a arrugar ambas cejas, pero mantuvo las comisuras elevadas, ladeando ligeramente el rostro al segundo exacto en el que Dylan le observaba confundido. Probablemente el alfa estaba a punto de cuestionar sus palabras, pero la voz de su madre sonando desde el interior de la mansión, le hizo separarse de manera abrupta del castaño—. Debes irte, ahora.

Dylan sonrió en consecuencia, terminando por asentir con suma suavidad poco antes de atreverse a depositar un último beso sobre la blanquecina frente del rubio. Sintió como el pequeño omega tembló en sus brazos, poco antes de que su razón le dictara finalmente el darse la media vuelta y deslizarse hasta tierra firme. Cuando las botas de metal dieron de lleno contra el piso, se permitió mirar una última vez hacia el balcón por el que aquel par de iris chocolate continuaban observándole, aún cuando la preocupación se disfrazaba bajo la faz matizada de felicidad que por aquel momento hacía acto de presencia en el bello omega.

—Mañana a medio día.

—Mañana a medio día —repitió Thomas por lo bajo, observando como el castaño se deslizaba con sigilo por el extenso jardín, perdiéndose con premura entre la oscuridad de la noche. Apenas a unos segundos de aquello hubo sucedido, la puerta de su habitación se abrió sin cautela, develando la figura de su angustiada madre que daba pequeños tropiezos por el alfombrado de su alcoba.

—Te he estado buscando por todo el lugar, Thomas, debes volver la fiesta. Tu padre está a punto de anunciar el compromiso y Ki está anhelando tu compañía.

Thomas observó a Tasha por unos segundos poco antes de agachar la mirada, complemente resignado de que al menos por el resto de aquella noche, debía continuar con la línea que se le había marcado, aun cuando todo su interior clamaba por aquel alfa de ojos color miel.

Dylan bajó la mirada y observó el reloj de su diestra por décima ocasión. Apenas pasaba de medio día, eran solo unos cuantos minutos, y aun así, todo su ser entero se estremecía ante la remota posibilidad de que Kaya no hiciera acto de presencia en aquel lugar.
Trató de serenarse poco antes de dar un último vistazo a su alrededor, ignorando por completo la pintoresca escena que se presentaba en el entorno. La gente iba y venía, los pequeños jugaban, corrían, reían. Si lo pensaba con detenimiento, se había pasado gran parte de su vida metido en las oficinas de su padre, tratando de memorizar cada mínima enseñanza que este le otorgaba, ignorando el exterior, la vida. Todo menos a la beta que había conocido apenas unas semanas atrás, justo en las cercanías de aquel lugar. Suspiró de nuevo ante la ironía poco antes de cerrar los ojos por un par de segundos. Cuando abrió de nuevo los parpados, notó como una mujer tomaba asiento en la banca que se hallaba justo frente a él, al tiempo que extendía un enorme papel periódico y se disponía a leer.

La foto a todo color que inundaba la primera plana fue la que llamó su atención: ahí, con la mirada baja, sonriendo, ignorando el lente de la cámara, se hallaba su hermoso omega, mientras que a su lado, había un fuerte alfa de rasgos definidos, saludando a la cámara, sonriendo dichoso de poseer a tan precioso ser justo a su lado.

El compromiso era público a ese punto. Dylan comprendía las consecuencias de tratar de cortejar a un omega prometido. Peligro, su alfa aulló adolorido, confundido. No comprendía como era posible que su destinado estuviese atravesando esa situación, como si la vida los estuviese retando a darlo todo o nada.

—Dylan —la dulce voz que brotó a su lado lo hizo abandonar sus pensamientos de manera abrupta. El aludido giró levemente la cabeza, encontrándose con la bella figura de la beta que antaño, había sido la dueña de más de uno de sus pensamientos.

—Pensé que no...

—Antes de que hables, voy a advertirte algo —la voz de la beta sonaba firme, con decisión, sus ojos azules estaban fijos hacia al frente, como si le estuviese negando la mirada al alfa que yacía a su lado—. Thomas es un ser puro y único. Toda su vida ha vivido encerrado, subyugado por su condición. Es la primera vez que lo veo reaccionar así por alguien, y si te atreves a utilizarlo, te juro que no van a encontrar ni un solo pedazo tuyo por el resto de la existencia de este planeta. ¿Comprendes?

Dylan parpadeó confundido ante la amenaza de la beta. No era un reto, probablemente era una advertencia disfrazada, una escasa petición que se dejaba entrever en el medio de la frase que la chica había soltado por aquel instante.

—No soy el lobo feroz que va detrás de caperucita roja. Si lo hubiese querido, simplemente habría utilizado al alfa para someter al omega. Comprendo tus palabras Kaya, y puedo asegurarte que mis intenciones distan de tus más profundos temores.

—Thomas ha solicitado visitar a una de sus primas en ausencia de su alfa. Viajará a París por un par de semanas con la excusa de prepararse para su compromiso. Sé que tu familia tiene filiales en ese lugar. Arregla un vuelo para hoy. Él partirá mañana —la beta deslizó su delicada mano hacia uno de los bolsillos de los ajustados jeans que llevaba por aquel instante, sacando un pequeño papel del mismo—. Esta es la dirección. Se encontrarán mañana por la noche, cuando Katherine lo lleve ahí. Todo está arreglado, no lo arruines.

Dylan cogió el papel ligeramente confundido ante el cúmulo de información que había recibido por aquel instante. Thomas y él estarían lejos de la ciudad que los conocía como enemigos, lejos de las miradas curiosas, exentos del compromiso al que apenas unas horas atrás, su pequeño omega se había sometido.

—Yo también iré. A como hagas alguna estupidez, O'Brien te juro que...

—No lo haré —Dylan se apresuró a tomar la mano de la chica, apretándola con suma dulzura, como si temiera causar el más mínimo daño con tan solo el roce de su piel—. Te lo prometo, Kaya. Cuidaré de Thomas.

Los ojos azules observaron con un atisbo de duda al alfa. Un suspiro y fue todo, la beta finalmente se relajó, dejando escapar un pequeño resoplido que estaba inundado de resignación. Le bastaba con recordar el rostro lleno de ilusión con el que Thomas le había hablado la noche anterior, para saber que probablemente, no se estaba equivocando. Destinados. El pequeño omega había utilizado aquella palabra una y otra vez.
Probablemente, de todos los endemoniados alfas que existían en planeta, el maldito destino se había encargado de colocar a su pequeño omega con el alfa menos indicado. Pero estaba hecho, se habían encontrado, y la chica entendía que la necesidad los consumiría, que Thomas no podría soportar estar demasiado tiempo lejos de aquel sujeto.

—No lo arruines —repitió la chica poco antes de deshacerse del agarre del otro, terminando por ponerse de pie para marcharse justo por donde había llegado. 



Notas finales: Romeo se enamora de Julieta apenas la ve y ya se están besando en la escena del balcón como mil veces. Quise usar el lazo para solventar un poco ese hecho, aunque no quiero ir rápido y quiero darles tiempo para enamorarse como es debido. Si hay alguna falta de ortografía, espero sepan perdonarme, es un poco tarde y me ando durmiendo, pero quise actualizar antes de hacerlo. El capítulo es corto en relación al primero, pero solo quiero establecer la situación antes de meternos de lleno al Dylmas cursi, meloso, lleno de smut y drama. 

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