( III )
¿Cuánto más debo soportar? ¿Cuánto tiempo debo esperar para que alguien se digne a sacarme de esté lugar? No lo sé... ¿hay salvación? ¿Alguien puede detenerlo? ¿Alguien es capaz de escuchar mis suplicas? Nadie, jamás hay una respuesta a todas mis preguntas, porque en realidad no la había. Desde un inicio la desgracia me ha perseguido en los más grandes confines, no nací en cuna de oro, ni siquiera en casa de un humilde campesino, no... fui el producto de una deshonrante y aberrante arrebato hacia una humilde esclava a la cual trataron como basura, alguien como yo ya tenía su destino escrito.
Cuando un niño nace y su madre es esclava... olvídate de mirar la luz del día como algo esplendoroso y lleno de vida, te acostumbrarás a las sombras porque ellas serán las encargadas de aliviarte de las miradas de asco y burla sobre ti, mi madre no era la mujer más dócil, y podía comprenderla, mis quejas por el hambre, por la sed, por el frío, por enfermarme no valían la pena, ella siempre me miro con desprecio por el hecho de que tenía algún parecido con el hombre que había abusado de ella. Y por ese hecho no tardo mucho en deshacerse de mí.
Su mirada fría y la negativa de que soy su hijo me partieron en dos el corazón, pero lo acepte, lloré aceptando mi cruel y espantosa realidad, y no pude más que resistirme a las terribles ganas de correr hacia ella. Hombres más fuertes me escoltaron hacia un mercado en donde se vendían personas, la comida era escasa y las condiciones de todos deplorables, ni siquiera un cerdo podía decirse digno de vivir allí, los corrales de humanos, eran asquerosos, aromas nauseabundos abundaban por todo el rededor, miradas de miedo y cuerpos temblorosos, en ese punto me creí realmente perdido y la idea de morir no tardo en pasar por mi cabeza, estrangularme, terminar con mi vida, sentirme realmente libre al cerrar los ojos para siempre, pero eso no fue posible, no aquella noche del treinta y uno de octubre del año mil setecientos veinte.
La noche había caído sobre nosotros, y la única luz que podíamos permitirnos se encontraba justo afuera del establo, el viento traspasaba las paredes agujeradas de madera, silbando a su paso recordándonos lo escalofriante que puede ser sentirse solo, encerrado, empapado hasta los hombros, sucio y totalmente presa de la oscuridad. Aquella noche en particular no pude conciliar el sueño, ni siquiera cuando los últimos rayos de luz diurna abandonaron el cielo, mi boca estaba completamente seca y en lo único que pensaba era en agua, pero no sabía ni siquiera como obtenerla, y si la pedía seguramente recibiría latigazos a cambio, así que lo mejor para ese momento era mantener la boca cerrada.
Esa noche alguien apareció, no estaba seguro que hora era, pero estaba completamente seguro de que esa no era una hora habitual para abrir las puertas del granero, las puertas chirrearon tan delgado que sus ecos lograron que mi piel sintiera un enorme escalofrío. Vi al comprador y al vendedor ingresar al lugar, y jamás pude estar más agradecido de no quedarme dormido.
—Esto es inusual, pero por la cantidad ofrecida, puede llevarse a los que quiera —el vendedor lo dijo con tanto animo que parecía que había obtenido el dinero suficiente para vivir por una década entera—, adelante.
—Gracias —mire hacia el comprador, un hombre de apariencia joven que definitivamente tenía una pinta de ser millonario, sus ropas estaban confeccionadas con las más finas telas, sus botas de piel de animal y ese abrigo de piel de zorro dejaban más que claro que se trataba de alguien que podía comprarse cualquier cosa que le gustase con sólo mirarlo.
La mirada de aquel hombre además de sus pasos fueron inspeccionando a cada momento a las personas que se encontraban allí, por supuesto todos se encontraban profundamente dormidos a excepción mía. Él miraba los rostros enloquecidos, admirando facciones sin mucho detalle, viendo cuerpos con ropas destruidas, observando semblantes de salud, y quizás mi mirada fue lo suficientemente pesada para llamar su atención porque cuando menos lo espere, él me miro.
Sus ojos cafés reflejaban cierto color rojizo incomprensible que logró llamar mi atención.
—Lo quiero a él —esas fueron las palabras que lograron helarme la piel.
...
13 de noviembre de 1720.
—¿No te gusta? —sentí como una resbaladiza lengua lograba extenderse a lo largo de mi cuello, me estremecí al momento de sentir ese toque. Mis manos se ofrecieron a impulsarme para alejarme de su anatomía, y cuando lo logré lo mire.
Desde que llegué a este lugar el hijo de aquel hombre al que debía llamar amo, no dejaba de fastidiarme, sus miradas afiladas lograban acariciarme tan profundamente que lo único que quería era desmayarme, el miedo que sentía en su presencia no era comparable con el que sentía por su padre. Park Jimin... ese era su nombre y lo había memorizado tan bien desde el momento en que lo vi, pero él siempre había logrado mantener sus manos lejos de mí, hasta ahora.
Una risa suya logró sacarme de mis pensamientos.
—¿Q-qué cree que hace? —pregunte en voz baja, porque si hablaba más alto era posible que volviera a recibir unos azotes con las espinas de los rosales, y no quiero volver a sentir mi piel siendo desgarrada por aquellas espinas.
—Responder con otra pregunta no es muy inteligente —paso su lengua por ese par de afilados colmillos adornando su sonrisa—, deberías responderme, a menos que... —ensancho su sonrisa—, quieras que mi padre vuelva a darte una lección.
La piel de mi espalda pico al sentir la posibilidad de unos nuevos azotes, no deseo que esto vuelva a ocurrir, trague con pesadez y mire a ese hombre frente a mí.
—No me gusto... —respondí.
—No te gusto... —di un asentimiento—, admito que no esperaba una respuesta así ¿sabes, belladona?
—¿Belladona? —él me dedico una sonrisa al escucharme hablar.
Sus pasos comenzaron a aproximarse hacia mí, llevo sus manos detrás de su espalda, su andar era elegante y me dejaba escuchar con claridad el eco de sus pasos, me rodeo, en un circulo con sus pasos, ni siquiera lo seguí con mi mirada, pero podía sentir su mirada encima de mí, casi tocándome por completo.
—La belladona es toxica —menciono él mientras seguía caminando—, para los humanos ingerirla sería un suicidio... pero para un vampiro... —casi podía verlo sonreír—, es un elixir sin igual, el aroma de la belladona es un excelente perfume para una piel sin vida, es la dosis perfecta para que la necesidad del bello sabor de la sangre no sea un bienestar total, es... —soltó un largo suspiro—, es lo único que necesita un vampiro para ser completamente controlado.
—Soy un humano, no soy belladona —mencione, aunque claro recibí una risa burlona por mis palabras, la esperaba, pero el miedo me hacía sentir irracional, porque tenerlo rodeándome me estaba haciendo sentir tan pequeño como una hormiga atrapada en una telaraña.
—Sé lo que eres, esclavo —dejo de caminar, deteniéndose justo frente a mí—, y tu nombre no es para nada digno de tu sangre.
—¿Qué?
—Desde que llegaste —se aproximo un paso más hacia mí, su rostro de igual forma fue a dar hacia el mío—, lograste que mis sentidos se pusieran de cabeza como un murciélago descansando en su cueva, mis colmillos no dejan de suplicarme carcomerte la piel por completo, el deseo de mi boca por probar el elixir que emana de tu cuerpo es insoportable, y el deseo carnal que tengo por poseer tu cuerpo... —el tacto frío de sus dedos fue a dar a mi mejilla—, es tan inmenso que puede que ni siquiera me controle al momento de tenerte para mí.
Sentí un inmenso escalofrío cuando su mano comenzó a bajar a mi cuello, y él lo sostuvo, y comenzó a apretarlo, trague pesado, sintiendo como aquella mano tan fría como la nieve se iba cerrando alrededor de mi cuello, apretándolo con ganas, y pronto la necesidad de aire me comenzó a faltar.
—E-e-e-espera —apenas y aquella palabra logró escucharse salir de mis labios, lleve ambas manos a su muñeca, tratando de detenerle, pero fue un intento inútil de mi parte pues un humano no tiene la misma fuerza que un chupasangre.
—Escúchate... —relamió sus labios y sus ojos se entrecerraron complacido de verme sufrir—, es tan exquisito, la calidez de tu cuello es tan magnifica y sensual, apuesto a que tu corazón no deja de latir en este momento, porque estás asustado, tus ojos reflejan tan bien el miedo —acero cu rostro hacia el mío—, eres todo un deleite, belladona... me encanta como poco a poco esos ojos tuyos piden con desespero vivir.
El aire ahora se volvía una necesidad, abrí la boca, jadee buscando tener acceso aunque sea a un poco de aire, pero era inútil, y aquella mano en mi cuello seguía apretando con fuerza.
—Eso es, belladona —murmuro por lo bajo, haciéndome sentir sus labios chocar con los míos—, suplica, gime y pídeme que deje de ahorcarte, hazlo, dime lo mucho que deseas vivir, deléitame con tu voz...
—D-detente —un hilo de voz salió apenas de mi garganta, ahogado, y casi sin vida, pensé que esté sería mi fin, y estaba agradecido, porque al menos no sufriría más, no más azotes, no más castigos, no más hambres, mis ojos estaban a punto de cerrarse, pero el agarre dejo de ser fuerte, y aire me golpeo de inmediato.
La necesidad de respirar se volvió única, y el leve mareo que sentí era la recompensa que me decía claramente que estaba con vida, tosí un par de veces e inhale profundamente unas más, mis rodillas flaquearon y caí al suelo, justo frente a sus pies.
—Eres muy exagerado, belladona —no le mire, no quería hacerlo, porque seguramente estaría sonriendo—, fue poco el tiempo que te tuve así, no es para tanto, pero... —trate de regular mi respiración—, si quieres más...
Y lo mire, eleve la mirada y esa sonrisa suya me hizo saber que no estaría a salvo y que viviría el tiempo suficiente para sufrir, porque eso es lo que le gusta a Park Jimin, le gusta mi sufrimiento, le deleita que grite por ayuda.
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