( II )

31 de octubre de 1727

Y todas las puertas eran decoradas con esas tontas calabazas talladas, la cera iba siendo derretida poco a poco mientras que las sonrisas de aquellas calabazas se iluminaban a más no poder, relamí mis colmillos sintiendo ese filo ligero en ellos, los humanos son completamente unos idiotas, la luz no impide que las criaturas se vayan es mucho más atrayente de lo que creen, a las criaturas como yo... nos atrae lo brillante, lo que reluce con solamente un paso, lo que llama por completo la atención y hace que cada mirada se coloque encima... lo que te hace sentir atraído, como enigmático y suave aroma de las rosas en primavera, te atrae como a una abeja hacia el polen, te llama y no entiendes el por qué, pero quieres acercarte tanto que ni siquiera te importa que aquella bella flor tenga espinas en su tallo para lastimarte, eso fue lo mismo que me paso con aquel esclavo.

—¡Camina, pedazo de mierda! —exclamo mi padre dándole un fuerte empujón a aquel delgado y frágil cuerpo, los eslabones de las cadenas que mantenían unidos a los grilletes que apretaban sus muñecas y sus tobillos se escucharon tintinar debido al choque, el suelo fue el destino de aquel chico.

Sus ropas harapientas, llenas de tierra, húmedas por la lluvia que había caído hace un par de horas, sus cabellos negros empapados miraban hacia abajo, sus manos malteadas en los nudillos, su camisa se alzó ligeramente, permitiéndome ver las rojizas costras frescas de la sangre seca, aquel humano había llegado a nosotros el año pasado, y mi padre ya lo había hecho un asco. Jamás me ha gustado que la piel se viera sucia, ni siquiera un poco, me repugnaba el sabor de la piel salada de los humanos a la hora de morderlos para tomar su sangre, detestaba el aroma de la piel terrosa y llena de porquería, pero por alguna extraña razón aquella piel... esa blanca piel impregnada en suciedad de aquel esclavo no me parecía nada asquerosa, sino que, todo lo contrario, me atraía en demasía.

Un suave sollozo me hizo bajar la mirada y prestar más atención a aquel humano.

—Eso es lo único que sabes hacer —la voz de mi padre se escuchó—, lloras y lloras como un pobre e indefenso niño pequeño, ¡sé un hombre, carajo!

—¿Ahora que ha pasado? —pregunté, y esta vez dirigí mi mirada a mi padre quien a pesar de mantener un semblante serio demostraba claramente su enfado hacia aquel bello espécimen.

—Esté saco de sangre intento escapar —mi padre descubrió su brazo derecho, mostrándome una herida fresca, su piel estaba casi por completo destruida—, le pedí que fuera a la cocina, y me arrojo aceite hirviendo cuando regreso —volvió a cubrir su brazo—, debí matarlo cuando tuve oportunidad.

Volví a mirar hacia el bulto frente a mí, aquel humano no se atrevía a colocarse ni siquiera de pie, agachaba la cabeza y permanecía encorvado, recostado en el suelo.

—¿Vas a matarlo?

—Lo haré —dijo mi padre—, estoy harto de tenerlo aquí —no aparte mi mirada de aquel humano y mi padre no tardo en mencionarlo—, desde que llegó, no dejas de prestarle atención —regrese mi vista hacia él—, ¿qué? ¿Lo quieres? —unas cortas risas escaparon de su garganta.

Tentador...

Una oferta que por supuesto no pude rechazar. Es tuyo... esas fueron las palabras que mi padre dijo antes de retirarse, y en cuanto el humano escucho aquello, no evito elevar su mirada para encararme, su cuerpo tembló al verme, sus pupilas casi desaparecen... y ese dulce aroma... el miedo, el terror en su mirada, el pánico en su alma me alimentaba a más no poder.

Lo tome con fuerza por la camisa y lo obligue a ponerse de pie, las cadenas chocaron con los grilletes y él soltó un chillido al sorprenderse por mis acciones, logré levantarlo y él trastabillo con sus pies, el temblor en su cuerpo era tal que hasta podía percibirlo, sonreí mostrándole mis afilados colmillos, lo que lo hizo quedarse sin aliento.

—¿Tienes miedo, belladona? —él me miro sin responderme nada—. A partir de ahora estarás bajo mi mando, no harás nada que no me guste que hagas, si descubro que intentas escapar, me encargaré de darte un castigo... no me importa si tengo que romperte las piernas, lo haré con tal de que no puedas escapar, ¿entendiste?

Él me regalo un asentimiento.

—Y una cosa más —relamí mis labios, mi boca estaba completamente llena de saliva, quería morderlo, deseaba probar ese aroma que desprendía su sangre—, cada que te lo pida, me dejarás morderte...

—¿Q-qué? —su voz apenas fue audible, y me quedé en silencio, aquella sola palabra, temblorosa, en esa voz suya, suave, elegante, me hizo querer seguir escuchándolo de por vida.

—¿Pensabas que no te probaría? —deje de sonreír—. Desde que llegaste en lo único que he pensado es en arrebatarte de las manos de mi padre para hacerte completamente mío... —sus ojos me miraron fijamente—, el aroma que tu piel desprende es como el de las rosas más frescas, y apuesto que será un deleite llenar mi boca de tu delicioso elixir —solté su camisa, pero tome su cintura para acercarlo a mí—, te deseo como no tienes idea, belladona...

Escuché como tragaba saliva con pesadez y solté una risa, burlándome de su temor, amo cuando los humanos temen, porque su sabor se vuelve agresivo, lleno de vida, tan exquisito como probar la más dulce y jugosa de las frutas en el mundo.

Ya no podía resistir más a la tentación que todo su cuerpo me provocaba, sin más lo acerque por completo hacia mí, pegándolo a mi cuerpo como si quisiera que nos uniéramos en uno solo, tome con fuerza su cintura y con mi mano libre tome el cuello de su camisa y tiré de aquella podrida tela, desgarrándola un poco y dejando al descubierto la unión de su cuello y hombro, la piel estaba levemente húmeda, y había pequeños rastros de gotas de sudor combinadas con agua de lluvia, mi boca salivo y acerque mi rostro hacia aquella blanca piel.

Mi musculo bucal dio un largo paseo por aquel blanco cuello, limpio, sin marca alguna que dijera que ya había sido mordido alguna vez, una piel tan virgen que me excitaba en su totalidad, lamí, importándome poco el ligero sabor a sal de su sudor, lamí, cerrando mis ojos y disfrutando del frescor de su sedosa piel bajo mi lengua, lamí tantas veces que ni siquiera me percate de cuando ese horrible sabor a sal se fue de su piel, sentía su cuerpo estremecerse por cada una de mis lamidas, cuando termine solté un suspiro sobre su húmeda piel.

—Tu piel sabe tan bien —me acerque a su oreja para que mis palabras lo hicieran estremecer—, es tan suave como los pétalos de las flores, y tan dulce como la miel... si tu piel sabe de esta manera, tu sangre —su respiración se corto cuando mencione aquello, y sonreí—, seguramente sabrá al mejor de los vinos...

Dejé de hablarle y volví a concentrarme, relamí mis labios y abrí mi boca, mis colmillos cosquillearon, el deseo de profanar su cuello con una mordida, de succionar y chupar su sangre se hizo más fuerte que nunca, pero justo cuando mis colmillos estaban tan cerca de encajarse en él, me interrumpió.

—P-por favor... —su voz volvió a llamar mi atención, cerré mi boca, pero no lo miré—, no lo h-hagas —su cuerpo tembló, y su voz era un lamento tan delicioso—, h-h-haré... c-cualquier c-cosa, p-p-pero... por f-favor n-no...

Una risa burlona no tardo en escapar de mis labios, no podía dejar de reírme, ¿acaso ese humano había perdido la cabeza? ¿Hacer otra cosa? Seguía riéndome de sus palabras, porque eran una estupidez, cuando por fin la euforia abandono mi cuerpo me aleje para mirarlo.

—¿Acaso mi padre te dio gusanos para comer? —sus ojos me miraron con suplica—. No quiero nada más de ti, humano... lo único que me importa ahora es tu sangre.

—P-por favor... —suplico de nuevo—, n-no quiero que... —lo interrumpí.

—Me importa un carajo lo que quieras —sonreí ladino—, ahora eres mío... y lo que me pertenece debe obedecerme...

No quise decirle más, deje de prestar atención a sus suplicas, a sus gritos, aferre mi agarre con fuerza y acerque mi rostro hacia aquella zona virgen de su piel, pronto mis colmillos se encajaron con fuerza sobre su piel y el grito que dio por el dolor fue desgarrador, fascinante melodía que me hizo querer escucharlo una y otra vez. El espeso y caliente líquido empezó a llenar mi boca, chupe y succione aquella zona con parsimonia, disfrutando del sabor, abrí mis ojos en grande al percatarme de lo bien que sabía, era como probar una buena bebida de frutas y alcohol, embriagante, sumamente dulce, y provocadora, cuando me sentí saciado me aleje de allí, y mire la marca de mis colmillos en su cuello, sonreí, la sangre brotaba un poco y no dude en lamer aquella zona, disfrutando de las ultimas gotas.

—Ahora me perteneces —murmure por lo bajo—, mi dulce belladona.

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