VI; entrenamiento contra dragones
│ ✧ ISLE OF BERK ✧ │
❄ENTRENAMIENTO CONTRA DRAGONES❄
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La neblina que cubría a Berk durante aquel día rodeaba a los jóvenes de quince años en medio del inmenso bosque, siendo el único testigo de la escena indignante, incomprensible e inmoral para un ser humano con sangre vikinga. La misericordia hacia un dragón debía ser nula, inexistente para ellos, ni siquiera era posible mezclar las dos palabras en la misma oración sin provocar miradas de repulsión. Los frondosos árboles cubrían la situación con gran éxito, ningún habitante de la isla les veía las miradas abatidas, movimientos inquietantes e inseguros, ni mucho menos se darían cuenta de la angustia que invadía los cuerpos pequeños de los hijos de Estoico el Vasto e Ibernòn Hacha Sangrienta; jefes de Berk y Vrede.
Y aunque ellos eran dos, frente a un "temible" dragón conocido como Furia Nocturna, solo uno de ellos tenía los ojos vidriosos con su corazón latiendo tan fuerte que podría creer en cualquier momento se saldría de su pecho. Dhalia Gorm, a unos pasos detrás de Hipo Abadejo III, estaba aterrada de lo que sucedía con ella, lo cual era incomprensible y poco aceptable en su familia, así como nefasto ante los ojos de su padre. Años deseando crecer para convertirse en una respetable integrante de la familia Gorm, deseando causar la misma sensación que daba su padre con cada paso hacia la victoria, anhelando una oportunidad para llamar la atención de Ibernòn y recibir aquella cálida mirada que solía ofrecerle antes de cumplir los doce años.
Dhalia sabía en el fondo de su ser, que Hipo debía estar pasando por exactamente la misma situación, ese dolor consigo mismo al enterarse de que jamás podría ser como los demás y de que, si su padre o algún integrante de la isla se llegaba a dar cuenta del gran fracaso, lo poco estable en su vida podría ser lanzado por un acantilado con disgusto y furia; provocando un daño irreparable. Pero es que la decepción consigo misma se estaba adueñando de todo su ser, invadiendo sus venas para correr en medio de la sangre, tomando control de su cerebro y pensamientos, así como empezaba a rodear su corazón con el dolor. Sin embargo, su ensimismamiento se desvaneció cuando captó a Hipo acercarse al dragón con daga en mano.
—¿Hipo, qué estás haciendo?—preguntó con su voz temblorosa, dando unos pasos más hacia atrás llevando la mirada hacia el Furia Nocturna, notando la respiración irregular del dragón negro.
—Yo hice esto—dijo señalando al animal, acercándose de pronto para llevar la daga hacia las redes que rodeaban al dragón, y así comenzando a cortar cada una de ellas con rapidez mientras observaba a su alrededor con urgencia de vigilar que ningún berkiano se acercaba. Pero aunque Dhalia pensó que no era una buena idea dejar al dragón libre por creer en el peligro que provocaría, lo que más le llamó la atención fue el tono de voz que utilizó. Parecía contrariado, como si el arrepentimiento en él fuese porque le había cazado y no porque era incapaz de matarlo.
Los ojos del Furia Nocturna se abrieron de golpe en cuanto el sonido de las cuerdas siendo cortadas llegó a sus oídos, así como sus bufidos pesados y gruñidos se detuvieron. Dhalia se llevó la mano hacia la cadera y tanteando el vestido buscó el cinturón donde debía estar el estuche de su espada, pero bajando la mirada se dio cuenta de que no estaba, recordando que la había dejado en la cabaña minutos antes de salir. Con su espada no hubiese intentado lastimar al dragón, ya había comprobado su cobardía, pero al menos la seguridad hubiese tenido y no se habría quedado congelada justo como lo estaba en aquel momento al observar cómo las última cuerda era cortada y caía al césped.
La Furia Nocturna se incorporó con fuerza y agilidad, lanzándose hacia al frente para poner una de sus poderosas patas sobre el pecho de Hipo, quien cayó hacia atrás después de retroceder por el terror que sintió al ver cómo un dragón parecía querer atacar.
—¡Hipo!—exclamó asustada llevando una mano en su dirección, para luego llevársela hacia los labios para tapar su boca y no gritar de nuevo. No pudo hacer más que contener la respiración del asombro y desconcierto que sintió al observar cómo el dragón, intimidante a simple vista, miraba directo a los ojos de Hipo, mientras respiraba aceleradamente. El sonido que provocaba el dragón al inhalar y exhalar con rapidez, parecía un bufido furioso, lo único que se oía en medio de tanta tensión junto con un casi imperceptible gruñido constante.
Después de unos segundos, los cuales ambos jóvenes sintieron eternos, el dragón se posicionó de forma correcta sobre las cuatro patas y, echando la cabeza hacia atrás mientras extendía las alas, inhaló un poco de aire para luego soltarlo junto a un tremendo y alucinante rugido. Dándose media vuelta, miró a Dhalia, aunque la conexión que hubo no fue nada comparada con la de Hipo, ni en duración ni mucho menos en el sentimiento que transmitió. De repente se giró hacia el bosque, utilizando sus alas para elevarse del suelo y desaparecer en medio de la neblina.
—¿Solo yo creí que te mataría?—cuestionó Dhalia de manera histérica, abriendo los ojos exageradamente mientras señalaba hacia la dirección en la que el dragón había desaparecido. Hipo negó con brusquedad, respirando con agitación y llevándose una mano al pecho, sin poder creer que fuese posible tal situación—¡Ay, Hipo!—exclamó mirando al joven que no lograba regular su respiración—¡Tuviste a un dragón frente a ti y no te hizo nada!
El hijo de Estoico ignoraba las exclamaciones eufóricas que salían de los labios de Dhalia, pues el shock en él era tremendo, y ambos actuaban de manera diferente ante los increíbles sucesos. Hipo miró más allá, captando con sus ojos al dragón que parecía no marcharse de Berk rugiendo de forma desesperada, pero por tantas agitaciones durante el mismo día, prefirió pasarlo por alto y se giró para regresar a Berk. Sin embargo, aunque intentó mantenerse firme como todo vikingo, sus piernas temblorosas de tambalearon y cayó de cara al piso.
Dhalia soltó un jadeo por el susto que se pegó al ver cómo Hipo se desmayaba, pero no pudo evitar soltar una risilla apesar de sentirse mal por hacerlo.
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—Empiezas el entrenamiento mañana a primera hora.
La rubia se cruzó de brazos con cierta indignación, reclamándose mentalmente por no poder negarse ante las peticiones de los demás por más que le disgustara. Aunque no era como que Ibernòn le estuviese preguntando, era una simple orden de la cual ella no tenía el derecho de opinar o reclamar. A la rubia no le gustaba la idea de entrenar con los berkianos porque ya lo hacía en Vrede, desde que tenía diez años se había enfrentado a pequeños dragones de los cuales había recibido uno que otro rasguño, pues las cosas eran diferentes en su isla. Algunos jóvenes asistirían a un entrenamiento porque Estoico había pedido reclutas, pero en Vrede se comenzaba a estudiar y enfrentar dragones desde que el niño tuviese la suficiente fuerza como para sostener un escudo.
—Lo que significa que lograste convencer a Estoico y me quedaré por un tiempo indefinido—adivinó acomodándose en su silla de madera mientras se trenzaba el largo cabello. Ibernòn asintió aún de espaldas a ella, mientras limpiaba su hacha con gran apremio en dejarla reluciente—. ¿Es completamente necesario el entrenamiento? No sé, pensé que al estar aquí podría...
—¿Descansar?—preguntó él girándose sobre su eje para mirarle con una ceja levantada. Cuando ella se encogió de hombros en un gesto de afirmación, Ibernònsoltó una risa sarcástica para luego dirigirse al enorme baúl donde guardaba sus mapas más preciados—Descansar es lo menos que debes hacer, Dhalia. Puede que hayas comenzado las prácticas desde hace cinco años, pero durante el ataque de ayer demostraste lo poco que sabes.
—No volverá a pasar, solo fue un desliz—prometió la rubia acercándose a él sin siquiera terminar su peinado. ¿Acaso había sido un desliz no haber podido matar al dragón en el bosque?, se preguntó a sí misma con una mueca en el rostro, para responderse de inmediato, por supuesto que no—. Me descuidé por un instante, y cuando me di cuenta ya tenía al dragón sobre mí.
—Por un descuido las personas mueren—indicó Ibernòn en medio de un gruñido, tomando todo lo que necesitaba para el viaje con los berkianos y su gente. Al darse vuelta y mirar los ojos de su hija, por un momento se quiso retractar. Dhalia lo era todo para él, no le importaba cuántos años tuviese, él siempre la vería como su pequeña bebé que siempre hacía lo necesario para hacer felices a los demás, quien nunca desobedecía ni reclamaba. Pero por esa razón, porque siempre la veía como una niña, pensaba que su deber era ser un poco duro con ella para formar a una mujer fuerte y que pudiese cuidarse cuando él no estuviera. Dhalia sintió que Ibernón se había tranquilizado de su constante enojo, pero al pestañear, la expresión de indiferencia había regresado—. Debo irme, no te metas en problemas.
—Nunca más—aseguró en un susurró, mirando un punto fijo detrás de Ibernón.
¿Debería alejarse de Hipo, al menos un poco, para no provocar más líos?
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Dhalia se restregó su ojo derecho con una mano, al mismo tiempo que un bostezo se escapaba de sus labios. No había dormido, no lo logró hasta cinco minutos antes de que el sol saliera, haciéndole recordar que tenía Entrenamiento de Dragones y no podría descansar como tanto su cuerpo lo anhelaba. Estaba acostumbrada a estar fuera de la cama incluso cuando aún el cielo estaba oscuro y la mayoría dormía, pero el agotamiento, tanto en su cuerpo como en su mente, comenzaba a llegar a un nivel demasiado alto. Estaba tan cansada que por esa misma razón no lograba descansar, no podía relajarse al menos cinco minutos, la tensión en sus músculos era la compañía insoportable que no encontraba la forma de quitársela de encima.
—¿Quién es ella?—preguntó el joven rubio detrás de sus compañeros, quienes se acercaban a la zona de entrenamientos más que entusiasmados. A lo lejos, justo al lado de la entrada, la chica proveniente de Vrede tenía su espalda apoyada contra la pared, así como su cabeza echada hacia atrás. Al tener los ojos cerrados, no se enteró del grupo de adolescentes que se aproximaban a ella—Nunca la había visto antes.
—Yo sí—saltó a decir Patán, apresurando su paso para encabezar al grupo y avanzar rápidamente para llegar a la entrada de la zona de entrenamientos. Al ver que la joven ni le había escuchado, se posicionó frente a ella y abrió los labios para saludar de una forma muy usual en él. Pero Brutacio le apartó al poner una mano en su cara y empujarlo hacia atrás.
—Como nosotros la adoptamos, nosotros ponemos las reglas aquí—aclaró el rubio señalando hacia a Dhalia para luego hacerlo con el suelo, marcando las palabras con tal seriedad que Astrid no pudo evitar soltar un bufido acompañado de una ligera risa. Dhalia se sobresaltó al escuchar la voz de Brutacio, abriendo los ojos para encontrarse con cinco jóvenes vikingos, quizá de su edad—. Tú no te acercas a Dhalia...
—Y nosotros no te arrancamos la cabeza. —Terminó diciendo Brutilda, volteando hacia Dhalia para guiñarle un ojo y articulando con los labios "lo tenemos controlado". La joven no pudo evitar sonreír divertida, sacudiendo una mano con desdén para posicionarse al lado de Patán.
—Está bien, chicos, Patán no me molesta. —Y no mentía, pues cada uno de los berkianos que conocía les fascinaba en cierto modo. Cada vikingo en Vrede era igual, no había muchas sonrisas porque todos vivían en su propio mundo como para compartir risas, ni existían momentos de disfrute, al menos no durante muchos años. Helga le había contado que, cuando ella era una niña, la isla cantaba y bailaba con alegría, muy apesar de los ataques de dragón. Pero al crecer los ataques crecían considerablemente, dejando a las familias sin nada para comer y desprotegidos al acabar con su casas. El padre de Ibernón, aunque todo lo dio por su pueblo, Vrede fue consumido por el enojo y el rencor, dejando que sus corazones enfriaran hasta con el prójimo.
—¿Lo ven, par de cabezas huecas? Dhalia dijo que no la molesto, no soy como ese tal Ibernón Hacha Sangrienta que anda respirando en la nuca de todos—Patán se burló, pero al girar hacia Dhalia se encontró con una expresión seria, mientras ella solo negaba con su cabeza. Él se encogió de hombros—¿Qué?
—Lindo atuendo—alagó la chica rubia luego de suspirar fastidiada ante la espera de Bocón, quien sería su entrenador, acercándose al grupo después de haberse alejado para buscar al hombre. Dhalia volteó hacia abajo, mirando lo único que había quedado del viejo vestido que Helga le dio. Cuando Dhalia despertó aquella mañana, se enteró de que aún tenía el incómodo vestido y claramente no podría entrenar con aquello puesto, por lo una idea apareció en su cabeza. Ella había sido inteligente al ponerse uno de sus pantalones cortos, que llegaban poco más abajo de la rodilla, debajo del vestido. Por lo que tomó el vestido y le quitó la mitad para dejarlo un poco corto, así como cortó la tela de los hombros para dejarlos descubiertos. Dhalia le sonrió en modo de agradecimiento—. Soy Astrid, tú debes ser la hija de Ibernón .
—¿La hija de Ibernón?—preguntó un sobresaltado Patán, dando un par de pasos atrás.
—Él es mi padre, sí, pero prefiero que me conozcan más como Dhalia; sencillo y más corto que "la hija de Ibernón". —Astrid asintió con una sonrisa ladeada, mientras Dhalia recordaba que ella había sido mencionada por Hipo sobre pedirle ropa prestada. Al instante vio a un joven rubio detrás de ellos, por lo que ladeando la cabeza para verle mejor, sonrió amigablemente—¿Y tú eres?
—Patapez—dijo con simpleza, sacudiendo una mano en forma de sacudo.
Los jóvenes fueron interrumpidos por Bocón, quien se acercó a la puerta después de dar los buenos días, levantándola para abrirla. La zona de entrenamientos no era muy diferente a la que tenían en Vrede, pues consistía de lo mismo al ser lo único que se necesitaba; mucho espacio y enormes puertas alrededor de ellos, de las cuales salían los dragones.
—¡Bienvenidos al entrenamiento!—exclamó Bocón con gran alegría, adentrándose al lugar mientras era seguido por los jóvenes vikingos. "No hay vuelta atrás", había dicho Astrid admirando la zona de entrenamiento, así como Brutacio decía después de ella "Espero llevarme quemaduras graves", a lo que Brutilda soltaba "Yo espero mordidas. Como en el hombro o la espalda baja".
—Solo es divertido si te llevas cicatrices—dijo Astrid mirando a Dhalia, pues quería comprobar qué clase de chica era. Dhalia sonrió, recordando que Sigrid, la chica con la que nunca se pudo llevar bien, había dicho exactamente lo mismo que Astrid durante un entrenamiento cuando la golpeó. La gran diferencia era que Astrid parecía mucho más agradable que Sigrid.
—Sí, es verdad, dolor. —La voz de Hipo hizo que el grupo girase sorprendido por su presencia, pero el joven parecía tan fastidiado con estar allí que no le importaba las miradas. Utilizando un tono sarcástico, luego de rodar los ojos, los abrió para hacer énfasis en: —. Me encanta.
—¡Es hora de empezar!—Intervino Bocón antes de que alguien soltara algún comentario para burlarse del joven—El recluta que lo haga mejor, ganará el honor de matar a su primer dragón enfrente a toda la aldea.
¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?, se preguntó Dhalia con frustración al escuchar las últimas palabras de Bocón.
—Hipo ya mató a un Furia Nocturna, ¿eso lo descalifica?—habló Patán, fingiendo seriedad ante el tema. Provocando la risa de los presentes, mientras cada uno se formaba en una hilera frente a la primera puerta que sería abierta, Dhalia se apresuró en posicionarse al lado de Hipo, quien le regaló una pequeña sonrisa escasa de ánimos.
—¿Qué haces aquí, Hipo?—preguntó en un murmuro mientras Bocón explicaba sobre los dragones que estaban por combatir durante los entrenamientos, al mismo tiempo que Patapez musitaba cada dato que se sabía sobre los dragones mencionados. Estar allí no era la gran cosa para Dhalia, había entrenado cientos de veces, pero le preocupaba ver a Hipo en un lugar del cual no pertenecía.
—Papá me obligó—dijo en voz baja, con disgusto al recordar la conversación que habían tenido la noche anterior, donde Hipo aseguraba que no podía matar dragones y que quizá se podría dedicar a otra cosa. "Tenemos bastantes vikingos que pelean con dragones, ¿pero tenemos suficientes vikingos panaderos?", había dicho con la esperanza de que su padre cediera ante sus deseos. Pero su presencia allí era muestra del gran fracaso.
—¡Ya cállate!—exclamó Bocón interrumpiendo a Patapez, quien muy ansioso no paraba de hablar sobre los dragones. Con la ayuda de su única mano, Bocón se dispuso a abrir la puerta—Y el Groncle.
—Oye, ¿no nos enseñarás primero?—preguntó un Patán asustado, mientras Dhalia inclinaba un poco el cuerpo y levantaba su antigua espada con ambas manos, pues al no haber practicado antes con la de su abuelo, temía que sería utilizada dentro de mucho tiempo.
—Soy un firme creyente de aprender en la marcha. —Con aquellas palabras, Bocón abrió la gran puerta, dejando libre al dragón con el cual debían luchar. Todos salieron corriendo para alejarse del animal—. Hoy aprenderán a sobrevivir. Si el dragón los quema, se mueren. Rápido, ¿qué es lo primero que necesitan?
—¿Un doctor?—preguntó Hipo, provocando una ligera risa en Dhalia.
—¿Rapidez cinco?—Patapez cuestionó.
—Un escudo. —Aquella fue la respuesta que Astrid dio al mismo tiempo que Dhalia lo decía.
Ambas compartieron miradas mientras se sonreían una a la otra, pero cuando Astrid fue en busca del escupo y, en medio de tanto lío, Hipo miró a la rubia de forma significativa; una confusa desilusión cayó sobre Dhalia Gorm, ¿Hipo gustaba de Astrid?
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