PROLOGUE
│ ✧ ISLE OF BERK ✧ │
❄PRÓLOGO❄
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—¡Te voy a arrancar la cabeza!—advirtió el niño que corría tras ella con una falsa espada de madera, mientras Dhalia solo se escabullía pasando por en medio de los habitantes de Vrede, soltando varias risillas nerviosas al sentir que en cualquier momento podría ser atrapada.
El niño pelirrojo no despegaba la mirada de aquella cabellera rubia casi blanca, tan lacio y largo que sorprendía a quien le viese, pues ninguna mujer en la isla utilizaba el cabello por debajo de sus hombros; les provocaba más calor y resultaba estorbar a la hora de combatir dragones. El pequeño se acercó tanto a Dhalia que con solo estirar su brazo le atraparía, dando fin al juego, sino fuese porque ella tropezó. Al caer de rodillas sobre la tierra cubierta de pequeñas piedras, Dhalia rápidamente se giró para protegerse con sus brazos.
—¡Tú ganas!—chilló la rubia, observando cómo el niño bajaba la falsa espada con un leve gruñido al terminar su juego favorito, mirando al cielo como si estuviese fastidiado. Dhalia bajó la miraba, encontrando su rodilla derecha con un hilito de sangre emanando de la herida provocada por las piedras—No es un verdadero juego si no termino en el suelo.
—Deberías encontrar otra táctica para acabar, me comienzo a aburrir de verte caer. —El pelirrojo, tras bufar, estiró una mano para ayudarle, la cual fue aceptada casi al instante—. Además, siempre gano.
—Te ganaría con los ojos cerrados—replicó la rubia arrebatando la espada de sus manos, para así lanzarla al suelo. El niño abrió los ojos asombrado por la velocidad, pero luego su rostro se cubrió de confusión al ver cómo Dhalia subía ambas manos hasta la altura de su rostro, poniendo sus dedos como si fuesen garras. Arrugó su naricilla respingada y soltó un gruñido parecido a un gato indefenso—¡Soy un dragón!
—Pareces una oveja con una mosca en la nariz—señaló para luego cruzarse de brazos, apoyando su peso en solo una pierna.
Dhalia bufó rodando sus ojos, tomando de nuevo la espada que había soltado, rápidamente apuntando al pecho del pelirrojo.
—¡Corre por tu vida, vikingo inútil!
Sin embargo, antes de perseguir a su amigo que había salido despavorido, sus ojos celestes como el océano captaron a su padre, Ibernòn, quien caminaba no muy lejos con un saco al hombro, acompañado de varios hombres. Ibernòn era uno de los vikingos más fornidos en la Isla de Vrede, para él era casi imposible pasar desapercibido, no solo por su tupida barba negra que por un poco más llegaba hasta su pecho, sino por la enorme hacha que colgaba de su cinturón que brillaba cada vez que daba un paso y el arma se balanceaba.
Ibernòn Hacha Sangrienta, pensó ella pegando varios brincos al dirigirse a su padre, el jefe de Vrede, quiero un sobrenombre así.
—Habrá toque de queda en mi ausencia, quiero a todos en sus casas cuando el sol se haya ocultado—ordenaba el jefe, mientras la pequeña rodeaba la casa por la que su padre iba pasando enfrente.
Al correr, llegó al otro lado más rápido que él y subiéndose a un pequeño banco de madera, se lanzó al aire sabiendo que en cuanto su padre le viese la atraparía antes de tocar el suelo. ¡Bú!, exclamó la rubia apareciendo frente a los tres hombres, siendo agarrada por Ibernòn justo como ella lo presentía. Aquello lo solía hacer todo el tiempo, siempre aparecía de la nada saltando sobre la otra persona, por lo que Ibernòn y su esposa ya lo esperaban en cualquier instante del día.
—Ya me preguntaba dónde se había metido la vikinga más temible de todo Vrede—comentó el hombre aún sujetando a la niña de las axilas, para luego ponerla sobre el banco de madera otra vez. Haciéndole una seña a sus acompañantes, los otros hombres se adelantaron para dejarles solos.
—Jugaba con... —Antes de continuar, recordó lo que había escuchado decir a su padre sobre el toque de queda, por lo que, al detener su habla, puso ambas manos a los costados de su cadera, adoptando una pose indignada—¡Te vas de viaje y no me habías dicho!
Cuando Ibernòn abrió sus labios para explicarle a su hija los motivos del viaje con aquella voz grave que la pequeña Dhalia solo en él había escuchado, la única mujer que provocaba la tranquilidad en él apareció detrás de su hija. Helga Næss caminó con aquella delicadeza que siempre le había caracterizado muy a pesar de ser una vikinga, lo que funcionaba en ella a la perfección cuando luchaba contra enemigos que quisieran dominar Vrede, pues nadie podría esperar que una mujer con tal suavidad al actuar fuese capaz de enterrar una daga en el corazón de alguien.
—Ibernòn es el jefe de Vrede y en su labor está el navegar la mayoría de sus días—recordó la mujer mirando a su hija después de posicionarse al lado del hombre—. Y cuando estés preparada para tomar su lugar, él te contará todo, hasta viajarás con él.
Los labios Dhalia se abrieron, soltando un jadeo en cuanto una maravillosa idea brilló en su cabeza.
—¡Llévame contigo ahora!—chilló pegando un brinco sobre el banco. A pesar de haber escuchado cómo su padre había dicho un rotundo "no", negando con la cabeza que cubría con un casco con enormes cuernos, Dhalia giró sobre su eje estirando ambos brazos—¡Quiero navegar y conocer el mundo entero!
—No es una buena...
—Es una gran idea, Dhalia—interrumpió Helga sin prestar atención al asombro en la cara de Ibernòn—. Pero antes debes darte una ducha y prepárate, porque las aguas no son lo que parecen e incluso podrías encontrarte con dragones en el camino.
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Dos días después navegando sin descansar, Dhalia tuvo la curiosidad de lo que su padre buscaba. El hombre pasaba horas estudiando los mapas que llevaba consigo y no dejaba de caminar de un lado al otro. Él le explicó, en muchas palabras complicadas y con significados extraños para la niña, que el pueblo de Vrede presentaron quejas al no tener dónde huir si el momento llegaba. Nadie tenía intenciones de abandonar la isla, defenderían su territorio así como habían hecho siempre, pero y si algo terrible pasaba, ¿a dónde irían?
Ibernòn recordaba que, años atrás incluso antes del nacimiento de Dhalia, había visto una isla llena de vikingos, una tribu como la suya seguramente. Sin embargo, al no tener necesidad de ellos, pasó de lejos y jamás se acercó. Según uno de sus mapas, aquella isla fue llamada Berk, y él quería conocer a sus habitantes para luego ofrecerles ayuda para el futuro si ellos estaban dispuestos a hacer los mismo por Vrede.
Al arribar a Berk unas cuatro horas después, Ibernòn y varios integrantes de la tribu fueron recibidos por Estoico el Vasto, el mismísimo jefe de Berk, junto a algunos hombres, entre ellos Bocón el Rudo. Aquel hombre, quien lucía como la mano derecha del jefe, le hizo recordar a su mejor amigo, el que fue asesinado por un dragón hacía algunos años.
Dhalia observaba a su padre intercambiar palabras con Estoico, pero sin poder evitarlo comenzó a moverse de manera inquieta, ladeando la cadera de un lado a otro mientras miraba a su alrededor maravillada por la isla.
—¿Papá?—susurró la niña, halando del cinturón de su padre. Ibernòn le hizo a un lado de forma distraída al explicarle a Estoico la razón de su presencia, casi poniendo su enorme mano en la cara de Dhalia. La niña haló de nuevo con más fuerza, pero al ser ignorada de nuevo, alzó su mano, llamando la atención a pesar de su pequeña estatura—¿Señor Vaso, me permitiría jugar en su isla?
—No veo porqué no—respondió el líder de Berk, extendiendo una mano para invitar a la niña a adentrarse en la isla. Él supo que, si aquellos hombres llegaban con una pequeña inocente, que además se equivocaba con su nombre, sus intenciones no eran invadir su hogar. Cuando Dhalia, sin siquiera pedir permiso a su padre, pasó al lado de él, Estoico se inclinó levemente y murmuró—. Soy Estoico el Vasto, no lo olvides.
Al notar su error, Dhalia se cubrió la boca con una mano, soltando una risilla al mismo tiempo que asentía. Tras exclamar, ¡te veo después, papá!, sin mirar atrás se dispuso a recorrer la isla de punta a punta si era posible.
Dhalia caminaba por Berk con sus ojos brillantes, maravilla como si jamás hubiese visto arcos rocosos y acantilados, cascadas, playas, ríos y bosques. Aquella isla era casi idéntica a Vrede, pero el hecho de poder pisar terreno desconocido hacía brincar su corazón de emoción. Corría en medio de las ovejas, perseguía a las gallinas y gallos, hasta que los dueños de las granjas le sacaran de allí por espantar a los animales. Inclusive le amenzaban con presentarle a varios yaks.
Recorriendo un camino de piedra, llegó hasta una casa en una colina rodeada de enormes rocas, para nada interesante, pero lo que llamó su atención fue un par de niños, quizá de su edad, escondidos detrás de una roca. Se cubrían la boca para amortiguar sus escandalosas risas y parecían esperar algo. La pequeña se acercó a ellos, apoyando las rodillas en el césped posicionándose en medio de ambos.
—¿Qué estamos esperando?—cuestionó llamando la atención de los dos, quienes voltearon hacia ella mandando a callar al poner un dedo sobre sus labios. Dhalia descubrió que no eran dos niños, sino un niño y una niña; tan parecidos que pudo comprender que eran gemelos.
—¿Y esta cabeza de algodón de dónde salió?—cuestionó el niño mirando a su hermana, quien se volteó con una mirada fulminante por tan pésimo sobrenombre por su cabello casi blanco.
—Pudiste pensar en un apodo mejor—reclamó Brutilda dándole un golpe en la cabeza con la mano, recibiendo uno ella de regreso.
—Pudiste pensar en un apodo mejor—repitió él de forma burlesca, sin enterarse de la sonrisa divertida en el rostro de Dhalia—. Al menos yo sí pienso, cabeza de carnero.
La pequeña miró hacia el vikingo que los gemelos parecían vigilar, comía pacientemente arrancando pedazos de lo que parecía el muslo de una gallina. Hasta que tomó el vaso que tenía frente a él, bebiendo casi la mitad del espeso líquido que los gemelos habían vertido hacía unos minutos antes. El hombre abrió los ojos a más no poder, abriendo la boca para sacar su lengua verduzca y mover las manos en su dirección como si estuviese necesitando aire dentro de su boca.
La víctima de los gemelos salió corriendo gritando "¡agua, agua!, mientras Dhalia y los otros dos reían observando cómo el hombre corría de un lado al otro con la lengua afuera de la cual comenzaban a aparecer ampollas.
—¿Qué le pusieron a su bebida?—preguntó fascinada por la broma.
—Nuestra receta secreta—contestó Brutacio, chocando el puño con su hermana, quien miraba al niño con una mirada cómplice.
—¿Pueden hacerla de nuevo? Quiero llevarla a Vrede y dársela a papá después de la cena.
—Te adoptaremos, eso es lo que vamos a hacer. —Un Brutacio emocionado de tener un nuevo cómplice de bromas restregó sus manos una contra la otra, con una sonrisa malvada en su rostro.
—No creo que eso sea posible. —La voz de un niño más se sumó a la conversación, provocando a los tres voltear, pero solo los gemelos pusieron una mueca en sus rostros. El niño castaño de enormes ojos verdes les observaba desde arriba, aunque su altura no fuese mucha—. ¿Eres Dhalia? Ibernòn te está buscando, nuestros padres nos quieren allí para la cena.
—Agh, Hipo siempre arruinándolo todo—gruñó Brutacio disgustado, levantándose para ser acompañado por su hermana y alejarse del lugar.
El hijo de Estoico se balanceó sobre la punta de sus pies al notar que él y Dhalia quedaron solos, y él no era precisamente muy bueno haciendo amistades. Por lo que señalando con el índice, le hizo saber a Dhalia cuál camino tomar y ella le siguió en silencio.
El frío que hacía usualmente en la Isla de Berk, comenzó a calarle hasta los huesos a Dhalia. Sabía que corriendo entraría en calor, pero el niño no parecía muy cómodo y lucía bastante contrariado con tener que caminar a su lado. Sin embargo, Hipo solo era un niño tímido.
En cuanto llegaron a las puertas dobles del enorme comedor, Dhalia se detuvo en seco, por lo que Hipo volteó hacia ella confundido. Su estómago comenzaba a reclamarle por la falta de comida y sentía un ligero dolor por no haber almorzado aquella tarde.
—¿Tienes hambre?—preguntó tomando el valor a pesar de que Hipo no parecía como un niño dispuesto a saltarse las órdenes de su padre—Porque podríamos olvidar la cena e ir a jugar un rato.
Hipo se pasó una mano por la cabeza, posando la vista en el comedor de donde emanaba el —no muy delicioso— aroma a comida. Moría de hambre, tanto que sentía que podría comerse un dragón entero, pero el hecho de alguien quisiera jugar con él aún sin conocerle, hizo a su corazón latir de emoción.
—La verdad ya comí, creo que podríamos jugar un rato. —Terminó de decir con una tímida sonrisa, encogiéndose de hombros. Dhalia volvió a subir las manos como si fuesen dos patas con garras afiladas, arrugando la nariz y según ella gruñendo como un dragón. Hipo levantó sus pequeños puños—¡Huye mientras puedas!
Dhalia jamás pensó que el único niño que le haría caso al "lucir" como un dragón y fingía que lo mataría tal como lo haría su padre, se convertiría en el futuro el primer amigo de aquellos animales. Y que además ella le acompañaría en sus estúpidas y alocadas decisiones hasta el final.
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