¡Que les parta un rayo!

San Carlos de Bariloche, Río Negro, Argentina.

1 de enero de 2020, 4:25 pm.

Kala Althuwr. Realmente habían personas que lograban lo imposible, por ejemplo, odiar más tu nombre. ¿Sabes lo complicado que es crecer en Argentina con un nombre que es más raro que un político honesto? Es horrible, simple y llanamente horrible. Pero bueno, me gustaba, eventualmente llegué al punto en el que hice rebote en el fondo, agarrándole cariño. Ahora, al problema; empezaba a odiarlo en el momento que noté a tres... Bueno, perdón, cuatro dioses insistiendo como Testigo de Jehová en contactarme. Podía fingir no darme cuenta de los tirones que tenía sobre las marcas de mis brazos, había dejado atrás mi vida de nefilim, pero la magia seguía siendo parte de mi naturaleza. Y con la magia, especialmente de una bruja, vienen las consecuencias laterales. Empezando por atender a dioses que tienen un ego más grande que el imperio informático de Estados Unidos que querían saber quién mier... (Mantenlo PG, Kala), se quedaba con el símbolo del rayo como propio.

Nivel de prioridades: dudoso, tirando a trastornado. ¡Que les partiera un rayo! Sinceramente, los mitos se quedaban ridículamente cortos con estas situaciones. ¿Por qué put... diablos no había un manual sobre cómo lidiar con situaciones de diversos dioses convergiendo en un mismo sitio? Aunque... ¿Podía un dios del rayo ser partido por uno? (Pregunta que todavía no encuentro respuesta).

—Será un gran honor para tí, bruja —dijo Thor, mirándome a los ojos. Intenté no rodar los ojos ante el hombre que tenía un cuerpo grande como el de un oso, menos sabiendo de lo que pesaba el martillo que llevaba atado a su cinturón. Pasé una mano por mi cara, conteniendo todas las ganas de decirles que se fueran a la p... a freír mondongo. Si salía viva, iba a ser de puro milagro.

—¿Y todo eso se supone que "compensa" el haber quemado mi computadora? —pregunté, sintiendo que las marcas de mis brazos empezaban a tensarse. El aire se cargaba lentamente de estática y, si no me cuidaba, tranquilamente causaba un incendio. ¿Sabes qué es lo peor? No me molestaba que me hubieran roto mi preciado aparato, no, era que tenía que enviar un puto (carajo, mier... ¡Agh!) documento en una hora. ¡Y ahora no tenía ni documento ni medio para hacerlo! Hijos de su...

—Deberías sentirte halagada, nefilim —dijo Zeus... Júpiter... No tenía idea, el día que tenía clases de mitología me quedé dormida y se me pasó por alto la diferencia entre estos dos. Seguro que si me concentraba (y si no estuviera queriendo mandarlos todos a la puta que los re mil parió... ¡Es complicado no insultar!) podría encontrar las diferencias, a lo clásico "Encuentra las diez diferencias entre estas dos imágenes", pero no, mi paciencia se había ido de vacaciones a China o Atlantis y no pensaba volver por lo pronto. Solté un gemido por lo bajo, tratando de recordar los ejercicios que me habían enseñado en yoga. «Inhala, Kala, inhala y exhala...»

Levanté la mirada, estudiándolos en silencio mientras iba relajando poco a poco mi cuerpo. Thor se parecía poco y nada a la imagen que daban en las películas de Marvel, bueno, sí, era rubiecito, pero los ojos, como todos los dioses, tenían un color imposible de definir, una especie de amarillo mezclado con azul (no, no es verde, sé distinguir los colores, en esa clase sí que presté atención); tenía tatuajes y una armadura antigua, el más listo para la guerra en comparación al resto. Zeus y Júpiter eran, como dije, prácticamente idénticos. Quizás algo de la barba, la toga o la pose los diferenciaba. Por último, estaba Raijin, que parecía una mezcla de Enel y Usopp de One Piece (anime que me obligaba a ver mi compañera de piso, eventualmente le agarré cariño, pero ush...), solo que de piel rojiza y ojos que parecían estar a punto de desatar una tormenta de la linda.

Me removí en la piedra donde estaba sentada. Me habían encontrado en un rincón oculto a orillas del Nahuel Huapi, uno de los recovecos que podía acceder solo por mi magia o por medio de una embarcación, pero no hay sitio para esconderse de un dios. «Al menos no habrán testigos inesperados», pensé mientras intentaba ver qué con... conferencia les daba como reto. Cosa complicada por razones más que obvias.

—El que logre impresionarme con sus habilidades, se quedará con el título.

Mala idea, pero una idea al fin, ¿no?

A ver, teníamos un poco de suerte, es poco probable que alguien estuviera dando vueltas por el Nahuel Huapi, no cuando habían pasado cuatro horas desde Año Nuevo. Con un poco de suerte, podía pasar desapercibido y sin heridos. Sonaba a un buen plan... hasta que recordaba que debía decidir a un ganador entre ellos. Apreté los labios, mirando a las aguas, rogando que el Nahuelito estuviera dormido, porque eso iba a ser realmente un problema tan grande como el dañar el ego de un dios. Temblando por dentro, le dije a Thor que empezara.

—¿Por qué debe empezar el bárbaro y no el Padre de la Humanidad? —preguntó... Zeus con su rayo empezando a brillar en su mano. Tragué saliva, sintiendo un frío mortal crecer en mi interior.

—Cállate. No tienes respeto por tu mujer, diosesucho —gruñó Raijin antes de volverse hacia Thor—. Apresúrate.

Contuve el aliento mientras el nórdico empezaba a hacer girar el martillo en su mano. Es complicado pensar en la cantidad de poder que un dios podía portar, incluso describirlo es algo que me cuesta. Yo era capaz de alterar la estática del aire, sí, pero no con la velocidad ni la capacidad de ese ser. Todo me picaba, podía sentir a mi corazón latiendo con fuerza. Thor gritó y un trueno rasgó el cielo, creando la silueta de Jörmundgander descendiendo hacia el lago.

«Nahuelito, espero que tú también hayas festejado Año Nuevo y estés borracho.»

Con Mjölnir cómodamente apoyado sobre su hombro, Thor se dio vuelta y se sentó pesadamente cerca de donde estaba. Estaba por decir quién seguía, pero Júpiter (suponía que era él, si me guiaba por los laureles y el caminar como de soldado) se adelantó, farfullando algo sobre que él lo podía hacer mejor. De su mano empezó a crecer un rayo antes de lanzarlo como una flecha hacia las nubes que estaban sobre nosotros. Hubo un estruendo y me pareció ver un águila de dos cabezas que extendía sus alas, alzando vuelo.

—Mocoso presumido —masculló Zeus antes de meterse adentro del agua hasta las rodillas. (¿No sentía frío? Tal vez los dioses no tienen sensación térmica). Ya estaba empezando a tejer un escudo a mi alrededor para el momento en el que el dios griego lanzó su rayo como una jabalina, dibujando al Monte Olimpo casi de inmediato en medio del cielo.

Miré de reojo al agua, esperando encontrar cualquier movimiento. «Quizás le teme a los dioses o está bien borracho», pensé. Estaba tan sumida en mis pensamientos que casi me voy al inframundo del susto al escuchar los tambores de Raijin. Era asombroso ver cómo iba moviendo su bastón cada vez más y más rápido, haciendo que las nubes se volvieran más oscuras antes de que cayera una cantidad inmensa de rayos sobre el lago. Puede que algunos cayeran en tierra firme, lo que me llevó a rogar que no hubiera caído ninguno sobre un transformador de la compañía eléctrica local.

El aire estaba vibrante incluso después de todo aquello. Bueno, puede que yo fuera un poco más sensible al tener al águila como mi marca nefilim. Aún así, ¿qué tan normal eran las ondas que veía en el lago? No tenía idea, no cuando Bariloche era una ciudad donde el viento era una compañía constante.

—¿Y bien? —Di un brinco ante la voz áspera de Zeus.

—¿Quién es el ganador del título? —preguntó Júpiter.

Pasé la mirada por todos los presentes, sintiendo que el corazón se me estaba saliendo por la garganta. ¿Me había olvidado de la computadora chamuscada por una sobrecarga que frió todo componente electrónico? Para nada, pero hay que ser un idiota de primera liga para seguir pensando en el enojo cuando acabas de ver a cuatro seres prácticamente invocar una tormenta.

—Bueno... —empecé, viendo que las olas del lago empezaban a actuar extraño. Definitivamente, eso no era el viento patagónico—. Eh... ¡Pregúntele a él! —chillé, señalando al agua justo cuando una inmensa cabeza rompió la superficie. Ni me quedé a ver qué pasaba, simplemente agarré los hilos de aire caliente y me alejé volando de allí. Los estruendos empezaron a hacerse oír junto con los rugidos del guardián de las heladas aguas del Nahuel Huapi. Yo no tenía pito (silbato, para los malpensados de por ahí) que tocar en ese sitio.

Miré mi reloj cuando estuve lejos y maldije en todos los idiomas que pude. ¡Veinte putos (olvidemos la parte de mantenerlo PG) minutos para hacer un informe de mierda! Malditos fueran los dioses y su pésimo sentido de la prioridad.

«Que me parta un rayo.»


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