CAT

Las risas se hacían eco en el pequeño departamento. Farah miraba en silencio, con una sonrisa en sus labios, a la changeling que se encontraba dando una pitada a su cigarro. A su alrededor, Amanda y Lorena se encontraban diciendo sinsentidos, con las mejillas sonrojadas y unas cuantas latas de cerveza a su alrededor. En la mesa ratona que tenían enfrente, había una botella de vino recientemente vaciada.

En otras circunstancias, Farah habría temido por su tolerancia al alcohol humano, de que perdiera el cuidado y sus orejas puntiagudas como flechas se asomaran entre sus rizos. Pero no era el caso, y definitivamente las dos mortales ya estaban pasando el punto de la comprensión. Dudaba incluso que recordaran qué habían hecho esa noche.

—Y mi paciente me dice, en el CAT, que el tigre se volvió vegetariano —reía Lorena por encima de su... ¿octava? ¿Duodécima? Farah ya ni quería contar cuántas latas de cerveza habían tomado.

—Oh, y yo escuché uno donde el mono se comía al tigre —se carcajeó Amanda. Daren la miró con sus ojos rojizos desde la punta opuesta de la mesita ratona. No hacía falta ni mover una ceja para saber qué pasaba por su cabeza—. Ya sé, ¿y si lo hacemos nosotras?

—Es una técnica para niños, Amanda —terció Daren. Farah sintió que levantaba las orejas ante la sugerencia. «Yo quiero», murmuró una parte de sí. Quizás no fuera una niña para los estándares humanos, pero podría serlo para las hadas, ¿no?

—Aw, dale —lloriqueó Lorena, poniendo una cara que debía ser convincente para varios.

—No, están pasadas de alcohol y años.

—Amargada —bufó Lorena. Farah se obligó a no morderse las uñas o a removerse en el lugar, menos cuando los ojos de la svatr se fijaron en ella. Se aseguró de que no se alterara ni un sólo músculo de su rostro.

Pasó el resto de la velada y, cuando las dos humanas se marcharon a sus casas, ambas supervisadas por las fae, antes de volver a quedar en el departamento de la changeling. Cierra la puerta detrás de ella y camina hacia la cocina, sacando una botella llena de grabados que Farah reconoce al instante. Su cuerpo entero se tensa, pasando la mirada del líquido que parece tener una tormenta de brillantina a los ojos rojos que la observan de reojo.

—Puedes sentarte, Tinkerbell —dijo Daren antes de dar un sorbo al vino feérico. Farah asiente y se acomoda en el lugar donde había estado antes. «¿Ella sabe? Probablemente, ¿o no?» Sus dedos no paraban de moverse y tardó más de la cuenta en notar que estaba mordiéndose las uñas. No quería ver a la changeling, sintiéndose más desnuda que un humano recién nacido. Sabía que no había criatura con el poder de leer la mente, pero en ese momento estaba dudando de que Daren no tuviera aquella capacidad, ¿o quizás no la tenía y era todo coincidencia?

Una copa con la bebida colorida apareció frente a ella, envolviéndola con su olor dulzón y floral. Olía a Ávalon, a aquella tierra que todavía no podía ver del todo. Tomó el cristal entre sus manos, inhalando la fragancia primaveral como si fuera el más delicioso de los perfumes, sintiendo que sus hombros se relajaban y la cabeza empezaba a quedar en silencio.

Un sorbo fue todo lo que hizo falta para que su lengua quedara a merced de su acompañante de cabello blanco.

—¿Qué pasa por esa cabeza de hada?

—Curiosidad —se rio, dando otro trago a la bebida—. Tiene un nombre gracioso y suena divertido.

—No es para jugar —advirtió la svatr y Farah negó con la cabeza de inmediato.

—No quiero jugar, yo ya no juego. O sí. Tal vez. ¿Juego? ¿Puedo ver los dibujos una vez más?

Los ojos de Daren la estudiaron antes de ponerse de pie y caminar hacia el fondo de la casa. Farah se quedó un buen rato contemplando la copa. «Yo quiero, yo quiero, yo quiero», repetía una y otra vez, cual rezo. ¿Por qué quería? Se le escapaba la razón. La idea de que quizás tenía algo que ver con su niño tenía algo que ver, pero hacía décadas que había crecido. «¿Será cosa de las verdmandi?» La idea no sonaba descabellada del todo.

—Mira, aquí están las láminas —dijo Daren, sacándola de su ensimismamiento. Frente a ella había una imagen en blanco y negro, tres pollitos alrededor de una mesa, un enorme plato de comida en el centro y una sombra que parecía una gallina de fondo-. Debes crear una historia, contando qué pasó antes, ahora y después.

De inmediato la lengua de Farah empezó a moverse.

—Era un día domingo y tocaba la cena familiar, los adultos comen en la mesa de los grandes y los pollitos en la pequeña mesa que es para ellos. Todos comen rápido, pero uno de ellos tarda más en agarrar la comida y se queda con las sobras, raspando lo que queda al fondo del bowl. Duda si ir a pedirle más a la madre o las tías, y para cuando se decide, ya traen otro plato delicioso. Esta vez, se apresura a tomar una porción y saborea cada bocado, disfrutando de la comida.

Daren la mira sin mover ni un pelo antes de sacar el siguiente dibujo. Tres osos tirando de una cuerda, dos de un lado, uno del otro. Farah se remoja los labios antes de empezar a contestar.

—Tres osos se habían ido a la plaza a pasar el día. Habían llevado una soga para jugar y la estaban pasando bien, hasta que quisieron cambiar de juego y no se ponían de acuerdo. Tiraron de un lado y del otro, un tira y afloja, pero al final el que estaba solo la soltó y dijo que se la quedaran, que ya encontraría otra cosa con la que jugar y se fue a buscar un palo con el que entretenerse.

A los osos le siguió un león sentado en un sillón, con una pipa y un bastón. En la esquina inferior, hay un ratón.

—El león estaba viendo la tele, relajándose un poco, antes de que llegara el ratón y le preguntara si podía ver con él. Lo piensa por un momento antes de decirle que sí y ambos disfrutaron de la película.

Unos canguros aparecen frente a sus ojos, una madre con un bebé en su marsupio y una canasta en la mano. Otro canguro la sigue en bicicleta.

—La mamá decidió que era un buen día para sacar a sus dos hijos de la casa, por lo que preparó una cesta llena de comida y se los llevó a pasear. El mayor pidió ir en bicicleta, y el menor lo llevaron en brazos porque era muy chiquito. Llegaron al lago donde iban a pasar el día y los dos canguritos se la pasaron jugando, cada uno por su lado, hasta que la mamá dijo que era hora de volver.

Farah se quedó un momento mirando la nueva imagen, donde había una habitación a oscuras, con una silueta durmiendo en la cama matrimonial y dos en la pequeña cuna que había a los pies de esta.

—Mamá y papá oso ya se habían ido a dormir, les habían contado un cuento a los ositos y apagaron las luces. Pero ellos siguieron hablando y riéndose, porque no tenían sueño. Salieron de la cama y fueron a por los juguetes. Estaban divirtiéndose cuando papá oso se levantó, les dijo muy molesto que se fueran a dormir y lo hicieron medio cabizbajos.

La siguiente imagen eran dos osos durmiendo al fondo de la cueva y uno, más pequeño, estaba al frente. Farah se relamió los labios antes de dejar salir un suspiro.

—El bebé oso... —Y las palabras se detuvieron por completo. Sentía la idea dando vueltas, pero no salía, no podía pronunciarla correctamente. Daren la miraba en silencio, sin moverse, quieta como una estatua, salvo por el ocasional parpadeo—. Fue un día malo, y el osito no quería irse a dormir todavía, quería seguir afuera, pero los padres dijeron que no y se tuvo que quedar contemplando la noche desde su lugar.

La changeling asintió y le mostró otra. Una selva se abría paso para mostrar a un tigre que se lanzaba hacia el mono.

—El tigre había salido a cazar ese día, y se encontró con un mono que estaba distraído saltando de rama en rama. Con hambre, el tigre esperó y, cuando el mono estaba desprevenido, saltó para atraparlo. El mono se asustó, cayendo del árbol, pero terminó trepando a otro y subiendo tan alto que el tigre no pudo atraparlo.

Unos monos aparecieron frente a sus ojos, dos conversando con sus tazas de té y risas mal disimuladas y otro más pequeño que estaba escuchando atentamente.

—La mamá mono le estaba explicando a su hijo por qué no debía de trepar a los muebles, mientras que las tías cuentan sobre lo que pasó en el barrio durante la semana. El monito no escuchó nada, pero la mamá mono le dijo más tarde que había que tener cuidado con lo que se hacía en la calle. Oh, esa... —añadió cuando Daren le mostró la novena imagen—. El conejo está en el rincón, se ha tenido que quedar en el cuarto antes porque mamá y papá estaban gritando mucho. No le gusta la oscuridad, porque ahí es difícil de ver quién se acerca y con qué, así que se escondió bajo las sábanas y miró hacia la puerta hasta que se apagaron las luces.

Farah sintió que su piel se endurecía ligeramente. La última lámina tenía dos perros en un baño.

—El perro rompió un jarrón caro y la mamá le retó. —Sus orejas se cayeron, la piel se le volvió tan dura como la roca—. Pidió perdón, diciendo que no lo volvería a hacer, y la mamá le dijo que igual tendría que quedarse en la habitación.

Un silencio pesado se hizo en la sala de estar. Farah se sentía sudar, temblar incluso. De haber tenido un corazón, también lo habría sentido palpitar. O quizás lo tenía, si se guiaba por los golpes que habían a los costados de su garganta cuando apoyaba sus dedos allí. Daren seguía en frente, contemplándola en silencio, sin moverse. En cuanto desapareció la imagen frente a ella, dejó de ver el cuarto oscuro, dejó de escuchar los gritos constantes, dejó de sentir que su cuerpo entero renegaba de cualquier rastro de luz.

Parpadeó, tomando un largo trago de la bebida que tenía en frente de ella. Respiró hondo y se atrevió a alzar la mirada. La changeling seguía en su lugar, acomodando los dibujos sobre su regazo.

—¿Dije algo malo? —preguntó con un hilo de voz.

—No, creo que no —respondió Daren, levantándose y dejándola sola. Algo le decía que no era verdad. Dio otro trago y cerró los ojos, obligándose a disfrutar de la bebida feérica.

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