Capítulo 4: ¡Primera misión!
Los siguientes catorce días los pasamos entrenando en el monte Yukatakasu mientras esperábamos ansiosamente la llegada de nuestras katanas y uniformes de cazadores. Hasta que al fin, al decimoquinto día, tocaron a la puerta las dos personas que habíamos estado esperando.
-¡_____! -Mi hermano Ash había entrado rápidamente a mi cuarto (sin tocar) y me agitaba por los hombros para despertarme-. ¡Despierta, pinche floja!
-¡Oye, para de una vez! -exclamé con molestia, y también algo dormida-. ¿Qué pasa?
-Llegó Haganezuka con nuestras katanas y una kakushi con nuestros uniformes -dijo rápidamente.
Eso fue suficiente para levantarme a la velocidad de la luz y correr como Naruto hasta la sala, en donde nos esperaban Sanae-sensei; Haganezuka Hotaru, el herrero favorito de todo el fandom y una kakushi con lentes y una sonrisa torcida que no pasé por alto. Pronto me di cuenta de lo pendeja que me veía al llegar y lo disimulé lo mejor que pude.
-Buenos días -saludé, con un extraño tic nervioso en el ojo izquierdo. La kakushi dejó dos montones de tela negra en la mesa y salió corriendo por la puerta lo más rápido que pudo.
-¡Eh! ¡Pero no se vaya! -Se quejó Ash asomándose por la ventana.
-Por alguna razón esos lentes me sonaban -comenté mientras me encogía de hombros.
La gente de hoy en día, ¿no? Igual no soy la más indicada para juzgar comportamientos extraños.
Dirigí mi mirada a Haganezuka, que por alguna razón estaba callado. Me senté junto a él.
-Usted es nuestro herrero, ¿no es así? -pregunté con amabilidad. Y fue como si hubiera activado un botón de encendido, porque comenzó a hablar sin parar.
-¡La katana nichirin es fabricada con el acero tamahagane proveniente del Monte Yoko, donde únicamente brilla el sol...!
-S-sí, pero... -Trató de intervenir Ash, pero fue en vano porque Haganezuka seguía hablando.
-No hay ni nubes ni lluvia ahí, y tampoco anochece. También... ¡Eh, espera! -Hotaru dejó de hablar y se me acercó de la nada, cosa que me descolocó un poco-. ¿Son esas estrellas en tus ojos? ¡Es un buen augurio! ¡Jamás he visto que un portador de mis katanas obtuviera un color blanco en su katana, así que es más probable que ustedes lo tengan! ¡Vamos! ¡Ten, Hoshino _____!
Ante eso no pude evitar reír un poco y asentir rápidamente. Tomé en manos mi nueva katana y sonreí con cierta emoción. El color de la hoja empezó a cambiar desde la parte superior de la misma hasta bajar por completo al extremo inferior, obteniendo el color...
-¡Blanco! ¡Sugoi! -exclamamos Haganezuka y yo al mismo tiempo. Ash podría jurar que vio brillitos rodeándonos a ambos.
-¡Ahora tú, Hoshino Ash! -ordenó Haganezuka con cierto orgullo mientras le entregaba la katana a mi hermano.
-Sí, sorpréndanos con su radiante color -dije en tono teatral, sólo para seguirle el juego. Entonces Haganezuka volteó a mirarme fijamente, y esta vez juraría yo que vi corazoncitos a su alrededor.
El color de la hoja empezó a transformarse en cuanto los dedos de Ash la rozaron, obteniendo el color...
-¿Negro? -preguntamos Haganezuka y yo a la vez, confundidos.
-Oh no, no pensé que hasta la katana sería... -Comencé a decir, refiriéndome al no muy claro color de piel de mi hermano, pero antes de terminar la oración él me puso en mi lugar metiéndome un buen zape. #HumorNoRacista.
Mas Haganezuka, con su corazoncito puro, no entendió mi indirecta.
-El color negro en una nichirin suele ser un mal presagio -dijo mientras negaba con decepción-. Nunca he visto a nadie con una nichirin así convertirse en pilar.
-¡Muchas gracias, Haganezuka-san! ¡Sus katanas son las mejores, siga esforzándose! -animé al herrero con una dulce sonrisa de ojos cerrados mientras tomaba sus manos. Pero él rápida y algo bruscamente separó sus manos de las mías y se fue, casi corriendo. Aunque, por alguna razón, volvieron a aparecer los corazoncitos a su alrededor mientras se iba.
¿Por qué todos se espantan cuando me ven?
Pensé algo desanimada. Tal vez se había enojado conmigo.
¡Ya sé! ¡Le enviaré una caja de mitarashi dango con Fulgencio de los Rosales Martínez para disculparme!
Ese nuevo pensamiento consiguió alegrarme un poco.
-¡_____! Ten tu uniforme y pruébatelo, para ver si tengo que hacer algún cambio. -Sanae-sensei me habló desde adentro.
-¡Hai, hai! -respondí, entrando y agarrando sin pensar el uniforme que Sanae había apartado para mí de los dos que trajo la kakushi.
Entré a mi habitación, cerré la puerta y comencé a desvestirme. Tomé la falda y me la puse.
-¿Por qué es tan... corta? -murmuré con incomodidad para luego tomar la parte de arriba, observándola con desconfianza.
Cuando salí de mi habitación con el supuesto uniforme puesto, las caras de Sanae y Ash fueron un poema.
-No vas a ir con eso a ninguna parte -declaró Ash con el rostro sombrío.
-Lo que él dijo -confirmó Sanae-sensei, con la misma negatividad de mi hermano.
La falda del uniforme era demasiado corta y el escote muy revelador, como el de Mitsuri.
-Demonios, sabía que esa kakushi me sonaba de algo -dije con fastidio-. Fue la que hizo el uniforme de Mitsuri. ¿Ahora qué se supone que haré? -añadí en un lamento, a lo que Sanae-sensei se me acercó, pero esta vez con una sonrisa amable.
-Déjamelo a mí -pidió-. Le haré las modificaciones que hagan falta para que quede perfecto, ¿sí?
Mis labios se entreabrieron con un poco de asombro por lo segura que sonó mientras hablaba, mas no dudé en devolverle la sonrisa y aceptar su oferta en un gesto con la cabeza. Desde hacía unos días atrás nos habíamos vuelto mucho más cercanas que antes, y eso fue cuando Ash y yo le contamos nuestro pasado. Para nuestra sorpresa ella no dudó ni por un instante de nosotros y, feliz de que hayamos decidido confiar en ella, nos contó su triste historia.
Su madre murió poco después de su nacimiento, y por eso su padre la odió desde que la tuvo en brazos por primera vez. De no ser por su hermano mayor, Haru, quien nunca le guardó rencor por la muerte de su madre y la cuidó desde muy pequeños, Sanae no habría experimentado nunca el amor de una familia. Hasta que una noche, su padre, harto de la vida sin la calidez de su esposa, se la quitó colgándose delante de sus hijos.
-En ese entonces yo sólo tenía cinco años y onii-chan siete -nos contó la sensei-. Nuestros ojos inocentes no eran capaces de comprender lo que veían, pero sí sabíamos que era algo muy malo, porque papá había dejado de moverse y no parecía respirar. No fue hasta que nos descubrió la gente del pueblo y nos sacó de ese lugar que entendimos lo que ocurría. Tiempo después fuimos recibidos por una pareja de recién casados del pueblo que no podía tener hijos. -Sanae hizo una pausa y sonrió con tristeza, como recordando los viejos tiempos que no volverían nunca-. Fue ahí donde supe lo que era el verdadero afecto de una familia, donde conocí el significado de la felicidad y donde me sentí querida por primera vez. Pero la felicidad no dura para siempre, y esa dura realidad me golpeó por segunda vez cuando, al llegar tarde a casa buscando leña junto a Haru, vi con mis propios ojos a nuestros padres ser devorados por un demonio. Quise gritar, pero en un abrir y cerrar de ojos Haru había cortado la cabeza del demonio.
-Haru nunca me quiso decir en qué trabajaba, pero resultó ser un cazador de demonios. Decidimos que sería lo mejor irnos de esa aldea para siempre, así que empacamos nuestras cosas y fuimos en busca de un nuevo hogar. Hasta que, luego de días de intensa búsqueda, encontramos esta casita abandonada. Onii-chan me enseñó todo lo que sabía: el arte de la espada y la respiración del rayo, la que aprendió de un anciano que conoció mientras vendía yukatas en una aldea cercana a la que solía ser nuestro hogar. Haru era... tan amable, tan sincero... Pero falleció un año después de yo pasar la selección con quince años, de la nada y sin previo aviso, por un cáncer que ocultó para no preocuparme.
Sanae sonrió con amargura.
-Sanae-sensei... -murmuré triste. La mujer que nos entrenó a Ash y a mí desde nuestra llegada a Kimetsu resultó ser mucho más fuerte y admirable de lo que pensamos que era.
Has pasado por tanto, sensei...
Yo misma no sería capaz de vivir en tal soledad, de pasar por tanto y sufrir en silencio, sin que nadie esté ahí para consolarte. Por eso extendí mis brazos hacia ella, como los extendí cuando nos dijo que ya estábamos listos, y la abracé. Pero esta vez no se tensó, esta vez se dejó llevar por la calidez que sentía en el pecho y me devolvió el abrazo. Sus lágrimas, por más que las quisiera retener, se deslizaban por sus mejillas como dos salados manantiales, desbordantes de agua.
Sollozó, gritó y se desahogó en mis brazos, mientras Ash nos observaba en silencio. Él entendía que este era nuestro momento, y lo respetaba.
Estuvimos junto a ella hasta que su cuerpo no le permitió seguir desahogándose y las lágrimas dejaron de salir de sus ojos, azules y grandes como dos brillantes zafiros. No dijimos nada, porque no había nada que no pudiésemos decir permaneciendo callados a su lado.
-_____-chan -Escuché la voz de Sanae llamándome, lo que me hizo salir de mis pensamientos.
-¿Nani? (¿Qué?) -pregunté, parpadeando dos veces con confusión.
-Te estaba preguntando si querías falda o pantalón para tu uniforme -respondió Sanae, haciendo un pequeño puchero.
-Ah... Ni uno ni otro.
-¿Shorts entonces, estilo occidental?
-Hai -contesté, haciendo un gesto de aprobación con la mano.
-Vale, ve a cambiarte y tráeme el uniforme -ordenó.
Asentí con la cabeza y fui a cambiarme.
-Fuerte. -Hice un movimiento empuñando mi katana-. Ágil. -Elevé mi pierna unos centímetros mientras alzaba la katana-. ¡Y extravagante! -Hice el símbolo de paz mientras sonreía radiante.
Ash y Sanae me aplaudieron con una cara chibi de impresión bastante graciosa. Mi hermano y yo ya vestíamos nuestro uniforme y ya blandíamos nuestras katanas como cazadores de demonios oficiales.
El uniforme de Ash era el predeterminado para los hombres. Lo había combinado con unas botas al estilo occidental y un haori morado a cuadros negros, probablemente para hacer homenaje al haori verde a cuadros de Tanjiro.
Mi uniforme —ya arreglado por la sensei— era diferente a todos los que se habría visto en la serie. En vez del pantalón o la falda del traje femenino llevaba un short más arriba de la mitad de los muslos. Sanae se había encargado de quitarle el escote exagerado que tenía antes, y me sentía mucho más cómoda gracias a esto. Al igual que Ash, me puse unos botines al estilo occidental, con cierto aire rockero.
Decidí no llevar haori, pues como provengo de un país mayormente caluroso no estoy acostumbrada a llevar demasiada ropa.
-¡Caw, caw!
Mi cuervo Fulgencio de los Rosales Martínez voló sobre nosotros junto a Zero, el cuervo de Ash.
-¡Prepárense para recibir su primera misión, hermanos Hoshino! ¡Al sureste! ¡Una aldea donde se ha reportado la desaparición de niños cada noche! ¡Caw, diríjanse al sureste!
-Bien, vamos -me dijo Ash mirándome con una sonrisa. Yo asentí con la cabeza en acuerdo.
Nos despedimos de la sensei y partimos hacia nuestro destino bajo la guía de nuestros cuervos. Luego de un par de horas a pie, llegamos a la entrada de un pueblo.
-¿Es aquí? -pregunté, mirando a mi cuervo con duda.
-Sí -contestó sin más.
Nos adentramos por el pueblo. Sus casas eran muy sencillas, pero la sencillez era compensada por hermosos árboles y flores que adornaban cada rincón.
-Es un bonito lugar -opiné, pero de pronto algo ajeno al paisaje llamó mi atención.
Una niña de unos seis años lloraba desconsoladamente sentada en un banco. Pero lo que causó mi desconcierto fue que nadie de los que pasaba por ahí se atrevía a mirarla siquiera, al pasar a su lado fingían que no la escuchaban, pero las expresiones de lástima en sus rostros no pasaron desapercibidas para mí. Y, por lo visto, para mi hermano tampoco.
Me acerqué a ella con cautela y me incliné a su altura. Su cabello era negro y largo, y sus ojos eran de un amarillo muy raro, pero bonito al mismo tiempo.
-Hola, pequeña -saludé suavemente. La niña dejó de llorar por unos segundos y me miró sorprendida pero, también, desconfiada-. Mi nombre es _____, y este es mi hermanito Ash. -Señalé a mi hermano con una sonrisa infantil, a lo que él también sonrió.
Pero mi gesto solo logró hacer estallar en sollozos a la niña, nuevamente.
-¡Waaaah!
-¡N-No llores, por favor! -pidió Ash, nervioso-. No queremos hacerte daño o molestarte... tranquila. La verdad es que nos has preocupado. ¿Podemos... saber por qué lloras, por favor?
La niña nos volvió a mirar, muy triste y casi sin poder contener su llanto.
-Mi hermano -murmuró, muy despacio-. Se lo ha llevado el malo -sollozó. Abrí los ojos con sorpresa-. Fue ayer por la noche. Una cueva... Cerca de aquí... Nadie... Nadie quiere ayudarme...
-Entiendo. -Sonreí con tristeza, comprendiéndola-. ¿Cómo te llamas, cielo?
-Kiri -respondió, para luego mirarme con timidez-. Ustedes... ¿Pueden buscar a mi hermano?
-No te preocupes, Kiri-chan -dijo Ash, acariciando con delicadeza la cabecita de la niña-. Ten por seguro que lo encontraremos. Pero, ¿cómo se llama él?
-Kaito, tiene tres años más que yo y... ¡Y sus ojos son azules! ¡Lo reconocerán al instante!
-¡Sí! -asentí con una sonrisa radiante, para brindarle calidez-. ¡Entonces ya sabemos a quién buscar!
Kiri, aunque triste y preocupada por su hermano, no pudo evitar reír ante la cara graciosa que había hecho.
No tuve el valor de decirle que se lo traeremos sano y salvo. Si es verdad que en este pueblo hay una presencia demoníaca, darle falsas esperanzas de que su hermano está bien sin tener la seguridad de que realmente lo esté, no es algo que como cazadores de demonios podamos hacer.
-Kiri-chan -murmuré para mí misma mientras corría junto a Ash en dirección a la única cueva que había cerca del pueblo-. Sé fuerte... por si no puedo traerte a tu hermano vivo.
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