Capítulo 16: Inicio del tren infinito y una carta
El cielo estaba despejado, con tan solo unas pocas nubes blancas adornando su vasta figura; el sol se alzaba prepotente en todo su esplendor y la brisa resultaba una excelente compañía en tan bella mañana.
Me hallaba en el jardín delantero de la Finca Mariposa junto a Shinobu. Habíamos coincidido en que ambas teníamos tiempo libre, así que optamos por dar un paseo por el jardín, platicando acerca de lo primero que nos viniera a la mente, disfrutando la una de la compañía de la otra. Traíamos puestos nuestros uniformes de cazadoras.
—Me han dicho que te has reincorporado a las misiones, _____ —comentó Shinobu. Le había pedido unos días atrás que nos llamáramos con total confianza por nuestros nombres.
—Sí, así es —confirmé—. Por suerte no me ha tocado nada complicado, así que las he estado terminando todas rápido para venir a ayudar a los chicos con el entrenamiento.
—Ah, ya veo. —Sonrió—. Se están esforzando mucho, ¿no crees?
—¡Por supuesto! Son más fuertes de lo que piensan —respondí, devolviendo la sonrisa—. Es verdad que a Zenitsu y a Inosuke hay que... motivarlos un poco. Pero lo están haciendo genial. Y Tanjiro es increíble, ya casi consigue adaptarse a mantener la concentración total de su respiración durante todo el día. —añadí, entusiasmada ante la idea de que ellos estaban progresando. Aunque sabía desde un inicio que así sería.
Shinobu asintió de acuerdo con mis observaciones.
—Ara ara, tienes razón —dijo, y abrió un poco los labios, como recordando algo—. Oh, cierto, tengo que ir a la sede a entregar unos informes. ¿Gustarías acompañarme, _____?
Sonreí alegre y asentí con la cabeza.
—¡Me encantaría!
Luego de haber entregado el informe al patrón, salimos al patio de la sede. Fue entonces que divisamos a Rengoku ir en dirección contraria, como marchándose. Shinobu llamó su atención.
—¿Vas a una misión, Rengoku-san?
Rengoku se volteó con una radiante sonrisa, dispuesto a darle una respuesta a Shinobu, pero su expresión alegre cambió a una sorprendida cuando me vio a su lado. No obstante a eso, nos saludó a ambas:
—¡Kochō—san, Hoshino-san! —dijo, dejando de lado el desconcierto—. ¡Es cierto, voy ahora a una misión! Por lo visto me tomará un tiempo, ¡pero lo tengo controlado! —añadió, sonriendo con los ojos cerrados.
Sentí mi corazón saltarse un latido. Me quedé contemplando su sonrisa mientras Shinobu le decía algo que mis oídos no escuchaban... o no querían escuchar.
Esta conversación...
—Kyōjurō.
El rubio desvió la mirada y la atención de Shinobu para entregármelas a mí. Me sentí abrumada de solo sentir aquellos ojos dorados colisionar contra los míos.
—¿Sí, Hoshino-san? —preguntó Rengoku, suavizando su expresión.
No le molestó que lo llamara por su nombre...
—Esto va a sonar precipitado, pero ¿puedo acompañarte a la misión?
Eso fue inesperado para él; lo supe de solo apreciar de nuevo la perplejidad en su rostro. Tardó dos largos y sofocantes segundos en dar una respuesta:
—¡Por supuesto! —Sentí el peso de mis hombros desvanecerse tras oír ambas palabras—. ¡Con tu ayuda la misión será mucho más fácil, Hoshino—san!
Dejé salir un suspiro, asentí una vez con la cabeza y miré a Shinobu.
—Creo que será mejor que nos despidamos ahora, Shinobu —dije, sonriéndole cálidamente—. Muchas gracias por dejarme quedarme en tu finca para recuperarme y ayudar a los chicos, te estaré eternamente agradecida.
—Ara ara, no tienes nada que agradecer, _____ —respondió. No entendía por qué me había dado por ir a la misión de Rengoku, pero no quiso cuestionármelo.
Me acerqué a ella y le di un abrazo, que aceptó, extrañada. Entonces murmuré en su oído:
—Sé que vas a recomendar a Tanjiro y a los demás para ir a ayudarnos. Hazlo, pero recomienda a Ash también. Dile al patrón que te lo pedí yo. Ah... y si ves a Giyuu, dile adónde fui. En cuanto pueda le mandaré una carta.
Cuando me separé, la preocupación no tardó en hacerse visible en sus ojos. No obstante, su respuesta fue afirmativa. Me volví en dirección a Rengoku, quien nos observaba con intriga.
—¡Muy bien! —hablé de nuevo y caminé hasta llegar a su lado—. Vayamos de una vez, Kyōjurō.
Nos despedimos de Shinobu con la mano y partimos hacia la estación de trenes.
No entendía por qué, pero no me salían las palabras para entablar una conversación. Intentaba no mirarlo, aunque me era imposible. Su presencia era demasiado imponente y a la vez demasiado cálida como para ser ignorada. Un par de veces lo atrapé contemplándome en silencio con una sonrisa, y cuando veía que había sido descubierto, reía y desviaba la mirada hacia delante. No entendía cómo podía estar tan tranquilo sabiendo lo que había pasado —o lo que casi había pasado— el día en que me conoció.
Sentí que era tiempo de cortar el silencio.
—Em, entonces —balbuceé—... ¿Te gusta el pan?
Rengoku me miró por unos segundos para luego soltar una carcajada.
—¡Jaja, claro! —contestó.
Sonreí, apenada por lo tonta que había sido esa pregunta.
—Ay, lo siento, esa fue una pregunta muy básica...
Rengoku rió de nuevo.
—¡Está bien! ¿A ti te gusta?
—¡Me encanta! —respondí—. En realidad amo toda clase de comida.
—¡Vaya, yo también! —coincidió, feliz de que compartiéramos esa preferencia.
Continuamos la plática hasta que llegamos a nuestro destino: la estación de trenes.
—Con que es aquí, ¿eh? —dije, y él asintió.
—¡Sí! ¡Tendremos que pasar unos días en el tren para ver si hay alguna actitud sospechosa! —respondió sonriente.
—Escondamos nuestras katanas, Kyōjurō —sugerí, recibiendo un gesto afirmativo de su parte.
Por fortuna, ese día se me había ocurrido ponerme un haori. Las niñas me lo habían confeccionado, pues pensaban regalármelo en mi cumpleaños, pero al ver mi repentino deseo de tener haori, no pudieron evitar adelantar la sorpresa. Era tan sencillo que daba tranquilidad de ser contemplado; un lila muy tenue se deslizaba por su tela para acabar perlado del más fino blanco. Así de lindo era mi haori.
Compramos nuestros boletos y, cuando el tren llegó, nos subimos. Caminamos un rato por los vagones —que aún no estaban tan llenos— y nos sentamos en dos lugares vacíos, yo en la ventana y él a mi lado junto al pasillo.
Mientras yo miraba por la ventana, Rengoku se dedicaba a observarme con una sonrisa, que poco a poco fue suavizándose y tornándose, de una alegre, a una tierna.
—Kyōjurō. —Lo llamé, sobresaltándolo. Mis ojos se hallaban perdidos en el paisaje cambiante de la ventana.
—¿S-Sí, Hoshino-san? —balbuceó.
Sus mejillas se habían sonrojado, pero yo no pude verlo en su momento.
—¿Confías en mí?
Lo había tomado desprevenido de nuevo. Tal vez yo terminaría siendo toda una caja de sorpresas para él.
—Con todo mi ser —respondió, solemnemente.
Dejé de mirar a la ventana para mirarlo a los ojos. Sentí lo nervioso que estaba, vi lo rosadas que estaban sus mejillas, escuché su corazón palpitar acelerado.
—Entonces escucha atentamente lo que te voy a decir.
Regresaba de una misión y me dirigía a la finca de Kochō.
La extrañaba. Extrañaba a _____. Desde que ella había decidido ayudar a Tanjiro y quedarse por un tiempo en la Finca Mariposa, yo había comenzado a sentirme inexplicablemente solo.
Es curioso, porque antes de conocerla no sentía otra cosa que no fuera soledad. Y no me molestaba, después de todo, ya estaba acostumbrado. Pero llegó ella y lo cambió todo.
Lo que antes me parecía absurdo comenzaba a cobrar sentido. Eso que la gente llama «amor a primera vista», que antes me parecía ridículo, me sucedió de la nada cuando la vi por primera vez, tan linda, tan desorientada...
Me encantaron sus ojos cuando me miró. Sentía mi estómago raro y unas ganas inexplicables de acercarme a ella, de sonreírle, de conocer sus preferencias. Mas, como el tonto que era, lo único que hice fue sostenerle la mirada con seriedad. Me pregunto si eso la molestó... lo más probable es que sí lo haya hecho.
Pasaron los días y de la nada vino un cuervo y me dijo que ella había elegido entrenar conmigo. Todavía recuerdo lo nervioso que me puse cuando dijo eso —aunque en ese entonces no entendía por qué— y cómo corrí hasta mi finca para no llegar tarde y darle la impresión de que era un desinteresado. En otras circunstancias me habría negado rotundamente a entrenar a alguien. Pero era ella, Hoshino _____, ni loco me iba a rehusar. La vi entrar a mi finca desde lejos. Llegué rápido hasta ella y, sin medir la distancia, le hablé. Cuando ella se giró me sorprendió lo cercanos que estaban nuestros rostros. Se veía perfecta a tan poca distancia, pero no quería incomodarla, así que di un paso atrás.
Cuando la vi peleando me sentí increíblemente extasiado. Era impresionante, se notaba lo duro que había estado entrenando, e incluso llegué a pensar que era yo quien debía aprender de ella. No obstante, pronto noté que sus posturas le hacían daño cuando vi el sangrado en su nariz. Ahí entendí que era mi deber entrenarla y guiarla por el mejor camino; convertirla no en la pilar más fuerte, sino en la espadachín más fuerte de la historia.
Pasó el tiempo y la fui conociendo más a fondo. Cada detalle de ella me resultaba encantador; su risa, su voz, su forma de mirarme... todo en ella era jodidamente perfecto. Recuerdo la vez que tocó mi mejilla para quitarme un poco de daikon de salmón y nos quedamos mirando. Intentó retirar la mano, pero yo no la dejé. Jamás había sentido una calidez así, ni siquiera con Sabito o con Makomo. Pero reitero, era un tonto, así que la aparté con brusquedad y la dejé sola. ¿Quién en su sano juicio haría algo así con la chica que le gusta? Nadie, solo un idiota como yo. Pero la verdad es que yo aún no quería admitir lo que ella me estaba haciendo sentir.
Tenía miedo. Miedo de volver a encariñarme con alguien y de sufrir tras su pérdida. Pero todos mis miedos se desvanecieron el día en que me abrazó por la espalda y me dijo que podía llorar. Nunca fui bueno expresándome, y ella lo sabía perfectamente. Me conocía tanto como yo hubiese deseado conocerla a ella; me hacía sentir querido y protegido, de alguna manera indescriptible.
Un día quiso ir a la finca de Rengoku, y casi me dio algo cuando dijo aquello. Rengoku Kyōjurō, uno de los pilares más fuertes; alegre, encantador, extrovertido. Todas las cualidades de las que yo carecía. Entonces temí que, al conocerlo a él, pudiesen enamorarse.
Él era perfecto para ella, pensaba, igual de cálido y sociable. Y ella era hermosa, fuerte, inteligente; perfecta en todos los sentidos. ¿Qué hombre, en su sano juicio, no podría enamorarse de ella? Por eso quise acompañarla. Para tener bien vigilado a Rengoku.
Al salir de la finca de Rengoku noté algo extraño en ella. Había pasado a mi lado sin mirarme, dispuesta a irse sin mí. La detuve tomándola de su antebrazo y le pregunté si estaba enojada.
«¿Tomioka, qué soy para ti?»
Esas palabras aún resuenan en mis oídos como un eco interminable. ¿Que qué era para mí? Lo era todo; mi mejor amiga, mi compañera, mi confidente, mi amor platónico...
Me había dolido que me llamara por mi apellido, pero no por eso dejé de abrazarla. Le dije parte de lo que sentía por ella, me entregué por segunda vez, mas no le hablé de mis verdaderos sentimientos. Esos los mantuve ocultos hasta el día en que se volvió pilar oficialmente.
Yo estaba demasiado orgulloso y feliz por ella. Aunque no lo demostré, aunque no se lo dije, no rechacé el abrazo que me dio justo después de recibir su nuevo título en frente de todos. Me preguntaba de dónde adquiría el valor para abrazarme tan espontáneamente, y más en frente de todos. Pero _____ es así, espontánea, y amo eso de ella.
Esa misma noche yo había decidido ir al patio trasero a entrenar un rato antes de dormir, pero su silueta me hizo cambiar de planes. ¿Por qué gritaba mi nombre? ¿Por qué lloraba? ¿Por qué cuando se volteó a mirarme se veía tan hermosa? Esa noche, por primera vez en mucho tiempo, me dejé llevar por mis sentimientos. Tomé su rostro y le pregunté si podía besarla. Pensaba que me apartaría, que me odiaría como Kochō dice que todos hacen, pero no, no hizo nada de eso. Me dijo que sí. Y la besé.
Sus labios son lo más dulce y adictivo que he probado en toda mi vida. Son mil veces mejores que el daikon de salmón y que cualquier otro platillo que haya probado en mi vida. Esa noche le declaré mis sentimientos a mi manera, a mi ritmo, y eso nos hizo demasiado felices a ambos.
Recordaba todo aquello con una sonrisa en el rostro mientras caminaba por el jardín de la Finca Mariposa. Entonces me encontré con Kochō.
—Ara ara, Tomioka—san, no esperaba verte aquí tan pronto —dijo, con su irritante vocecilla.
La voz de _____ era mucho más cálida. Necesitaba oírla cuanto antes, así que solo le dije a la pelinegra unas pocas y frías palabras:
—No tengo tiempo para tus burlas, Kochō. ¿Dónde está mi novia?
Shinobu se rió.
—Calma, calma. Hace unas horas se fue a una misión con Rengoku—san. —Sus palabras me cayeron encima como un balde de agua fría—. Me pidió que te lo dijera en cuanto te viera, y que te lo explicaría más a fondo en una carta.
Suspiré. No sé ni por qué lo hice en frente de Kochō, la verdad, me daba igual. Ella se sorprendió un poco al ver mi cambio de humor, pero no me dijo nada.
Salí de allí sin decir una palabra. Estaba en una misión y tendría que esperar mucho más tiempo de lo que creía. Y estaba precisamente con él. Fue entonces que el graznido ronco de un cuervo llamó mi atención.
Fulgencio De los Rosales Martínez. Ni siquiera entendía una palabra de ese nombre y me parecía demasiado ridículo, pero por alguna razón me agradaba ese cuervo. Probablemente porque era de _____ y todo lo que tiene que ver con ella me gusta. Realmente no lo pensé mucho, solo agarré la carta que tenía amarrada a la pata.
Querido Giyuu:
¡¡¡Aaaaaah, te extraño tanto!!!
Sí, definitivamente esa carta era de ella.
Ok, modo serio, ¿cómo estás? Probablemente tengas ganas de matarme ahora mismo por irme de la nada a una misión con el pilar de la flama, pero creéme, es urgente. ¿Recuerdas cuando te hablé de una misión de Tanjiro donde tendría que arriesgarme mucho? Sí, bueno, es esta. No sé si saldré viva de aquí, lo más probable es que sí, pues van a estar Rengoku, Tanjiro, Zenitsu, Inosuke y mi hermano, Ash. Y si no... pues ya valí.
Mi corazón se saltó un latido. ¿Arriesgarse? ¿No sabe si saldrá viva? Me preocupaba demasiado aquello.
Probablemente te estés preocupando, pero te prometo que haré mi mejor esfuerzo. Tal como tú me enseñaste, ¿recuerdas? Bueno, claro que recuerdas, un dolor de cabeza así no se olvida tan fácilmente.
Sonreí divertido al leer eso.
En fin... Por si no llego a salir viva de esta —lo cual es demasiado improbable—, quiero decirte que eres el amor de mi vida. Te quiero mucho, demasiado, desde hace muchos años te he tenido en un pedestal y cada momento que paso contigo es incomparable e inolvidable. Oh, por no hablar de lo guapo que eres. Tus ojos son preciosos y tu cara parece tallada por los mismísimos ángeles. Por no hablar de lo bueno que estás... ejem, me estoy pasando. En fin, cuando regrese volveré a vivir contigo, si no te molesta, claro está.
Mi corazón se aceleraba con cada palabra. Me llamaba el amor de su vida y me decía «te quiero»... nunca pensé que tales palabras me harían sentir tanto. Además, prometía volver a vivir conmigo.
Eso también me hizo feliz.
Em, bueno, mi cuervo me está mirando feo, así que será mejor que termine ya.
Tuya y solo tuya,
______.
P.D: Leí en algún lado que en esta época las mujeres suelen pintarse los labios y marcar con ellos alguna parte de la hoja cuando escriben cartas para sus maridos. Me habría encantado hacerlo, pero me dejé el maquillaje en tu casa y me da penita pedírselo a la señora que tengo enfrente (también me está mirando feo). Así que llené de besos la hoja, aunque no los vayas a ver, pero bueno, algo es algo, ¿no? Agh, esta posdata se sigue extendiendo... debe ser porque te extraño. En fin, ¡hasta dentro de unos días, mi vida!
Era sorprendente lo mucho que me estaba haciendo sentir un trozo de papel. Sentía mis mejillas arder; estaba sonrojado y lo sabía. Incluso me había llamado «mi vida», ¿qué clase de ser inhumano no se habría sonrojado con eso? Un demonio, seguramente.
Suspiré, intentando apaciguar el torbellino de emociones que se batía en mi estómago. Tal vez eran mariposas. No, eso es imposible, las mariposas no pueden aparecerse en tu estómago de la nada. ¿Lo estaría sobrepensando? Me dio igual.
Cerré los ojos y deposité un beso en alguna parte de la hoja, pensando en ella, en sus labios. Solté una risa casi de manera inconsciente.
—Vas a volverme loco un día de estos, Hoshino.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top