El otro reino

Un gato contra Robocop

Capítulo 7: El otro reino

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Pese al mar que ejerció como distancia, se pudo apreciar la similitud en arquitectura con el reino de Eriastes.

Trimea Oriental, en la cúspide de su poder, intentó invadir Trimea Occidental, tal campaña terminó en fracaso y aquello significó la era dorada del reino. Se impusieron muchos pagos como reparación de guerra y cuando las personas del reino pensaron que la cosa mejoraría luego de décadas de tener que medirse con la comida y la bebida, vino algo mucho peor.

De las Montañas Barbadas, vinieron comerciantes enanos. Prometieron una vida más holgada, pero los préstamos y otras medidas desatinadas, solo empeoraron la situación. No hubo mejor muestra del caos reinante que la tropa de funcionarios palaciegos yendo y viniendo por los magníficos escalones del palacio real, tropezándose por las prisas y dejando caer papeles importantes.

Con paso rápido, dos aristócratas, subieron ese caos de papeles, disculpas y maldiciones varias; se dirigieron a un pasillo que mostró un aspecto más digno pese a las prisas de algunos funcionarios.

―Mira esto, Stephan, seguro que había el mismo desorden cuando perdimos la guerra contra Trimea Occidental.

―Creo que ahora es peor, Dinaro. Por Aerus, les debemos hasta las bombachas de nuestras madres.

―Lo que no entiendo, es cómo Trimea Occidental se dio cuenta que íbamos a atacarles por sorpresa. Perdimos muchos golems de guerra.

―Eso habría que preguntárselo a los comerciantes de Trimea Occidental, pero claro, los informes dicen que todos fueron ahorcados.

―¿Relacionarán a ese gremio de comerciantes con nuestro reino?

―No lo creo, justo por eso planeamos una invasión mediante esos gordos. Ahora todo es un desastre, los enanos nos culparán a nosotros.

―Desde un comienzo fue una propuesta arriesgada, más que una invasión, tenía que ser un regicidio.

―Malditos enanos, te puedo asegurar que querrán usarnos como carne de cañón para ir contra Trimea...

―Ambos se detuvieron de pronto al ver en un pasillo al rey Tholomen. No estaba solo, sino acompañado por un par de enanos que disimularon no haberlos escuchado o no les importó.

―Lord Prixtus, Lord Maelenear, que agradable sorpresa, justo les iba diciendo a los dos embajadores enanos, que hombres capaces como ustedes, seguro compensaran la pérdida de la inversión del reino enano.

Eh... Por su puesto, Su Majestad, los embajadores no tienen nada de qué preocuparse ―dijo Stephan, un suave asentimiento fue hecho por Dinaro, quien mantuvo una compostura más serena que su amigo.

Los enanos se vieron complacidos con las palabras del monarca, retirándose a continuación.

Una mirada muy diferente fue la que tuvo el rey Tholomen para con sus dos súbditos una vez los enanos se perdieran de vista.

―Las arcas del reino están vacías, he tenido que hipotecar el palacio real, ¡Tres veces ya! ¡Quiero su informe sobre lo que pasó en Trimea Occidental!

Stephan y Dinaro no pudieron aportar mucho salvo varias promesas que trajeron la sonrisa al soberano.

―Supongo, caballeros, que no queda otra que seguir con el plan de la ciudadela enana.

―Pero Su Majestad, los ciudadanos de los barrios pobres no permitirán que los desalojen para que luego construya un asentamiento autónomo para los enanos de las Montañas Barbadas.

―Lord Prixtus, ¿cree que me interesa lo que les guste o no a esa chusma iletrada? Se llevará a cabo el plan y creo que lord Maelenear es el más indicado para llevarlo a buen destino. Lord Prixtus, usted me ha sido muy fiel estos años, por favor, regrese con su familia a descansar y no olvide darle mis buenos deseos a su familia.

Stephan supo que significaron esos buenos deseos: cayó en desgracia, podía considerarse huérfano de apoyo en la capital del reino. Dio una reverencia y se alejó del lugar.

Dinaro le agradeció al rey por su confianza, regresó tras sus pasos y vio como el caos de las graderías se incrementó con un hecho lamentable: Stephan se lanzó al frente de un carruaje.

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Una niña andrajosa corrió por una calle iluminada solo por la luz de la luna. Otros pasos se escucharon y con ellos increpaciones.

―¡Maldita cría, detente!

Varios hombres que vestían los ropajes de la guardia de la capital, alcanzaron a la niña y la zarandearon sin piedad.

La niña lloró y moqueó, pero eso no les importó a los hombres, de hecho, la abofetearon hasta hacerla sangrar.

Una vara se estrelló en la nuca del hombre, quien quedó inconsciente. Su otro compañero confrontó al desconocido atacante, no pareció muy fuerte ya que lo redujo con relativa facilidad para luego quitarle la capucha. El rostro de una mujer se reveló.

Su sorpresa jugó en su contra, una rodilla se estrelló en sus testículos y no tuvo otra opción de doblar la rodilla y apoyar su cara contra el sucio suelo.

―¡Ven conmigo! ―le dijo la desconocida a la niña, le tomó de la mano y huyeron hasta ser tragadas por las sombras de los recovecos.

Aunque las tinieblas traían intranquilidad, esta fue preferible que la ilusoria seguridad de un lugar más iluminado.

―¡Quietas, malditas! ―fue la increpación que recibieron, esta vez no habría fuga posible al ser rodeadas por hombres que las manosearon.

―Alto, bribones ―fue una orden dada con autoridad.

Todos giraron la cabeza hasta la fuente del sonido. Con paso firme y saliendo de la oscuridad, se reveló un caballero con plateada armadura y sosteniendo una extraña ballesta diminuta.

―¿Quién es usted? Le advierto que aunque sea un caballero, nosotros somos guardias encargados por Su Majestad para hacernos cargo de esta chusma.

―Suelten a las señoritas.

―¿Con qué es usted sordo, eh? ¡Vamos contra él!

Los guardias sacaron sus espadas, pero luego soltaron estas cuando sus manos se convirtieron en muñones sanguinolentos producto del disparo del arma.

El ruido fue estruendoso, pero de todas formas nadie abrió las ventanas, simulando no haber escuchado nada, esa era desde siempre, la manera correcta de hacer las cosas en esos barrios peligrosos y sucios.

―¿Están bien? ―fue la pregunta hecha por lo que pareció ser una joven. No se pudo ver su rostro o figura ya que estaba cubierta con una capa larga y capucha, a su lado, otra figura también estuvo camuflada con similares ropajes.

La joven tomó a la mujer de la mano y la animó a irse a un lugar más seguro, cosa que no contradijo en alguna forma ya que pudo escuchar los pasos rápidos de quienes seguro eran más guardias del rey.

El caballero que la hubo salvado, no pudo caminar con prisa, algo de no extrañar en los nobles que vestían recias y pesadas armaduras, por suerte, el sujeto que todavía no pronunció palabra alguna, abrió una puerta y por esta pasaron, justo a tiempo para no ser descubiertos por los guardias.

La mujer y la niña se sorprendieron al ver que de la palma de la joven, surgió una llama plateada que iluminó el interior de una casa abandonada. Penetraron hasta recintos que no tenían vista a la calle y así, con la seguridad de la privacidad asegurada, se encendieron velas que mostraron mejor lo descuidado del lugar.

―¿Quiénes son ustedes?

―Hola, me llamo Percy, ella es Lydia y él Robocop ―dijo un jovencito que todavía no comprendía el orden correcto para las presentaciones y se quitó la capucha. Su negro cabello y ojos combinaron con la habitación, pero no tanto como el aspecto de Lydia, quien pareció una princesa de antaño en un cuento trágico, su belleza no podía cuestionarse en ninguna forma.

―Les agradezco haberme, habernos salvado. Esta niña es...

―Me llamo Zaila.

―Que bien, estoy contenta que estés bien, yo me llamo...

―Lady Prixtus ―dijo Robocop, sorprendiendo tanto a la mujer como a la niña que la miró boquiabierta.

―¿Cómo saben respecto a mi verdadera identidad? ―dijo con un dejo de desconfianza en su voz.

―Disculpe, Lady Prixtus, no queremos hacerle daño. Hemos venido desde Trimea Occidental, investigando un asunto de unos golems ―dijo Lydia.

―¡Los golems de guerra! Esa información no la conocen muchos, no al menos en este reino.

―Mis amigos y yo tuvimos un feo encuentro con esos golems y de paso, descubrimos que el gremio de comerciantes de Trimea Occidental estaba confabulado con este reino para derrocar al rey e invadir el reino.

―Esto es muy interesante, he escuchado uno que otro rumor, pero hasta ahora nada en concreto, me gustaría saber más al respecto.

―¿Por qué te interesa saber de esto? ―le preguntó Percy.

―Mi padre, mi finado padre, era un funcionario de Su Majestad, pero debido a este asunto cayó en desgracia y luego, él, no importa. Por favor, díganme todo lo que sepan.

―Claro, pero también quisiéramos saber todo lo relacionado con la conspiración contra el rey Eriastes ―pidió Lydia.

La joven noble asintió y contó a Lydia y a sus amigos todo lo que supo, intercambiando de esa forma, valiosa información que llenó muchas dudas.

―Esto se ve mal, Lydia. Pensamos que el rey de este país era el villano, pero ahora las cosas son más complicadas.

―Sí y lo que más me preocupa es eso que dijo Lady Prixtus, de que en caso de no poder desalojar a toda la pobre gente de los barrios del sur, van a invocar una especie de bola de fuego gigante que se trague todos esos barrios.

―Por favor, llámenme Glades. En realidad no creo que sea una bola de fuego gigante, eso destruiría toda la capital, pero seguro será algo similar para así no poner en riesgo el palacio real.

―¿De qué crees que se trate, Lydia? ―preguntó Robocop.

―Será algo relacionado más a la implosión que a una explosión, esa es la única forma que se me ocurre que llevarán a cabo su plan.

―Habrá que detenerlos, Lydia.

―Puedo ayudar, mi padre una vez me dijo que en cierto lugar estaba un "punto ciego", un lugar donde uno podría ocultar cualquier cosa ya que justo en ese lugar se produjo un hechizo mágico fallido de ciertas características inusuales.

―Qué interesante, ¿crees que haya más sitios como ese en este reino?

―Sí, sé de algunos. Mi padre era el encargado de saber esas y otras cosas más.

Lydia y Percy, cruzaron miradas, tal vez en uno de esos lugares se encontraba la patrulla de policía, una vez que la encontraran podrían regresar a su mundo.

―Primero lo primero, debemos desactivar lo que sea planean detonar ―dijo Robocop refiriéndose al hechizo planeado para incinerar los barrios pobres con sus habitantes.

―Tienes razón. Glaes, por favor, indícanos dónde está ese lugar —pidió Lydia.

Glaes asintió y todos mostraron miradas decididas que luego suavizaron ante el gruñido en las tripas de la niña que estaba hambrienta.

CONTINUARÁ...

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