El juicio de Dios
Un gato contra Robocop
Capítulo 2: El juicio de Dios
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Giró el torso pero no pudo ver rastro alguno de su patrulla policial.
«El material de la OCP. Debo hallarlo y llevarlo a la central», fueron sus pensamientos. Supuso que alguien le había ayudado a salir del barranco y decidió abandonarlo en esa pradera.
«Las ruinas», pensó y decidió subir la colina en aras de tener una mejor vista del lugar donde se encontraba, debía retornar a Detroit lo más antes posible.
Una vez en las ruinas de lo que se suponía era el fuerte, pudo constatar que no reconoció los alrededores y tampoco pudo ver señal alguna de donde se encontraba. Solo vio a lo lejos un camino de tierra por el que apareció una estela de polvo.
«Necesito información», el visor de su casco activó el acercamiento a distancia y pudo ver gracias a la imagen amplificada algo que consideró al principio como una representación teatral como las que se veían en algunos pueblos turísticos.
Lejos de un espectáculo del Viejo Oeste, lo que vio fue algo sacado más del viejo continente. Un carruaje elegante y flanqueado por lo que se veían como unos caballeros medioevales, estos trataron de alejarse de sus perseguidores que eran la imagen cliché de unos bandidos a caballo, quienes estaban cubiertos por capuchas y capas negras, todos ellos enfundando ballestas.
Escaneó los alrededores y verificó para su extrañeza que no hubo espectadores presentes o equipo de filmación alguno. El hecho de ver caer a uno de los caballeros y ver gracias al acercamiento de su visor, como sus sesos regaron el polvoriento camino, le hizo tomar conciencia de que lo que veía no era espectáculo alguno o alucinación producto de su accidente.
Crimen en progreso
Fueron las letras que le mostraron su visor, así como las directivas principales de la OCP. Su paso robótico se mostró algo lento, pero calculó que alcanzaría a la carroza cuando pasara cerca.
El otro caballero ya hubo caído ante los malhechores e incluso el conductor de la carroza se hallaba herido por una flecha en su hombro, la marcha se hizo lenta y uno de los bandidos con maestría saltó del caballo a la carroza.
Abrió la puerta y con esa acción logró que un par de mujeres gritaran por el pánico, en especial al ver como el sujeto con el rostro embozado por tela negra, sacara un cuchillo con funestas intenciones.
El fuerte sonido de un trueno reverberó en ese cielo impoluto de nubes, cosa extraña, lo mismo el hecho que la cabeza del hombre explotara por una fuerza desconocida.
El conductor del carruaje detuvo a los caballos que se encabritaron ante el ruido, cosa similar hicieron los asaltantes.
―¡¿Qué fue eso?! ―gritó uno de los asaltantes, cruzando miradas con sus compañeros en el crimen.
Los otros bandidos condujeron sus cabalgaduras junto a la de su compañero y vieron ante ellos una rara aparición.
―Alto, ladrones ―fue la orden dada por lo que les pareció un caballero en su plateada armadura.
―¿Un caballero?
―¿De dónde es?, no tiene blasón alguno.
―¿Seguro que es un caballero? Jamás había visto una armadura como esa.
―Claro que lo es. Reconozco a la maldita autoridad cuando la veo.
―Suelten sus armas, bajen de los caballos y échense al suelo ―ordenó el desconocido caballero con tono de mando propio a un gran capitán de un castillo, fortaleza o la misma guardia real del palacio en la capital.
Las prendas oscuras taparon sus rostros, pero sus ojos les traicionaron, mostraron miedo, pero la mirada del líder les hizo ver que debían mostrar valor.
―Solo es uno y no está a caballo, tampoco tiene lanza o espada. Podremos con él.
Los caballos avanzaron de pronto, las ballestas apuntaron al caballero, pero la ilusión de un hombre desarmado fue desecha al segundo.
El sonido del trueno salió de su guantelete metálico, pareció cosa de magia. Los caballos se encabritaron y corrieron ya libres de sus jinetes, ahora muertos sobre el polvo del camino.
El conductor vio con ojos como platos al caballero, su visión algo nublada por las lágrimas debido al dolor punzante en su hombro.
―¿Está usted bien?
―Sí, lo estoy, noble señor. Descuide, controlaré a los caballos.
―Enterado. Gracias por su cooperación ―dijo y fue hacia la puerta abierta del carruaje.
Dos mujeres: una vestida con suma elegancia, una niña que llevaba un traje pasado de moda hace más de quinientos o incluso mil años; la otra, a todas luces se veía como su sirvienta francesa ya que llevada el diseño tan cliché para ese tipo de empleadas.
«¿Fiesta de disfraces?», pensó Robocop, pero dejó ese pensamiento a un lado para preguntar por el estado de las jóvenes mujeres.
―¿Se encuentran bien?
―Mi señorita, ¡es un caballero!
―Lo sé, Tuanche. Mi estimado salvador, le agradezco el habernos salvado la vida de esos bribones. Soy la princesa Elianor Kladenar, hija del rey Eriastes, soberano del reino de Trimea Occidental.
Su cabeza se inclinó un centimetro, mientras una extraña voz en su cerebro le dijo un frase que creyó recordar de alguna parte: "Doroty, ya no estás en Kansas".
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En la ciudad amurallada, que ejercía como la capital de Trimea Occidental, la actividad era intensa, propia al centro del poder terrenal y religioso del reino, sin embargo, no podía compararse con la actividad diaria en los portalones reales, donde guardias y escribas se aseguraban o mejor dicho, trataban de que el tránsito de mercaderes y demás personas hacia el interior fuera lo más rápido posible, cosa en extremo difícil, en especial en épocas altas para el comercio como la presente.
La fila era muy larga, pero personas, jinetes y carrozas de transporte, poco a poco daban el paso a un carruaje que llevaba el blasón de la casa reinante del reino: dos águilas que llevaban en sus patas un cintillo que transcribía el apellido real de Kladenar.
―¡Abran paso para el carruaje real de la princesa Elianor! ―gritó uno de los guardias.
Algunos de los hombres se extrañaron de no ver a los caballeros escoltas, pero lo hicieron más al ver al conductor con el torso desnudo y el hombro vendado, sin embargo, esta sorpresa fue poca al ver lo que les pareció un caballero a su lado.
El conductor les dio un breve reporte del ataque sufrido por los asaltantes del camino y cómo fueron salvados por el extraño caballero.
Un hombre enjuto, se acercó al carruaje, llevaba una capa y su capucha proyectó una gran sombra que ocultó sus ojos enrojecidos, mas no así sus dientes amarillentos; sostuvo un cristal pulido con formas geométricas similares a un prisma.
―No hay necesidad de usar el cristal con el señor caballero aquí presente ―dijo Tuanche, que se asomó por la ventanilla―. La princesa Elianor, responde por su salvador.
Los guardias y el enjuto hombre se cuadraron en poses militares que denotaban respeto y dejaron el paso libre al carruaje.
El visor de Robocop parecía haberse vuelto loco ya que no podía enfocar tantas cosas a la vez. Las construcciones, las calles, los anuncios y los ropajes varios de las personas le indicaron que de alguna manera inexplicable llegó a lo que pareció ser otro mundo.
El carruaje avanzó y luego de un tiempo llegó a lo que pareció ser la entrada de un inmenso palacio, estructura elegante más propia a lo acostumbrado por las monarquías absolutistas de Europa que a las fortalezas de la baja Edad Media.
Más caballeros y personal del palacio recibieron a la princesa Elianor, la cual invitó a Robocop a acompañarla.
Robocop aceptó ya que buscaba información de donde se encontraba. Antes de que pudiera plantear alguna pregunta, Tuanche le informó que vería al rey Eriastes.
Las enormes puertas dobles se abrieron y un ujier anunció la llegada de la princesa, cosa que no pudo hacer como correspondía ya que la niña corrió hacia su padre sin respetar protocolo alguno.
Muchas personas, al parecer nobles, dirigieron su vista a las atenciones que el viejo monarca le dio a su hija.
Tuanche se encargó de llevar a Robocop al sitio que le correspondía a aquellos que buscaban audiencia con el rey. Nadie le prestó atención hasta que la princesa relató de manera exagerada los hechos que de seguro hubieran significado su muerte de no ser por el noble caballero galante que ahora presentaba.
―¿Robocop? ―dijo el rey, pero aceptó el extraño nombre del caballero ante su presencia, después de todo, era de conocimiento general que muchos caballeros tenían nombres que no revelaban el origen de sus casas y por lo mismo no llevaban blasón alguno: caballeros errantes cuya misión era completar una búsqueda sagrada o piadosa de naturaleza varia.
Esa misma suposición fue dada por hecho por los demás asistentes y por lo mismo no se le pidió que se sacara el extraño yelmo ni que se inclinara ante el rey, ya que era por todos sabido que tales hombres que rayaban en la santidad, sino lo eran ya, solo doblaban la rodilla ante el dios volador Aerus, el dios de todos los reinos de la humanidad en Gólgot, el mundo que habitaban los hombres.
―Gran rey Eriastes, Su Majestad; es usted muy generoso al repartir palabras tan llenas de agradecimiento hacia un extraño que bien puede ser un espía de Trimea Oriental ―dijo un caballero presente.
―Lord Jamil, sus palabras parecen venir más de la ociosidad que del correcto cauto proceder ante las amenazas de Trimea Oriental. Bien sabido es que los lujos del palacio ciegan la vista ante la que sin duda alguna es la visión de todo un caballero santo ―dijo la princesa Elianor; Tuanche, disimuló lo mejor que pudo una sonrisa ante las palabras de su joven señora.
―Solo pido no quedar encandilados ante a lo que a mi buen juicio se ve como una noble acción que en demasía parece ser oportuna hasta rayar en la sospecha.
―¿Qué propone usted, marqués Jamil?
―Su Majestad, propongo con toda la humildad del caso, se juzgue al caballero Robocop al juicio del dios Aerus.
―¿Juicio del dios Aerus?
―Se refiere a un combate singular entre usted, caballero Robocop y lord Jamil ―le susurró Tuanche.
Su cerebro llevaba programación relativa al trabajo policial y lo que fuera que la OCP consideró pertinente entregarle o que conservara de cuando era Alex Murphy, oficial del departamento de policía de Detroit. No supo cómo, pero algo fuera de toda la programación le dio breves pinceladas de lo que era el Juicio de Dios en la Edad Media en su mundo, los conceptos no estaban muy claros, pero su sentido común dio forma a todo el conjunto dándole a entender lo que debía hacer a continuación.
―Acepto el desafío.
El juicio del dios Aerus, debía hacerse con prontitud, así, sin mucha ceremonia de por medio, este se llevó justo a la entrada del palacio.
Muchos consideraron que la actitud del marqués Jamil rayó en la más abyecta descortesía al insistir en ir a caballo, cuando se vio a la legua que Robocop no montaría a causa de no tener un caballo acostumbrado a él.
―Sir Robocop, ¿está seguro de no necesitar una montura? ―le preguntó Tuanche.
―No se preocupe ―dijo y de paso no aceptó la espada que le ofrecieron.
«Maldito arrogante, ya le enseñaré a subestimar al marques Jamil», pensó el marqués listo para la justa.
A una señal del monarca, comenzó el duelo. El visor de Robocop le dio montón de datos respecto a la velocidad, peso, masa y otros similares con respecto a su rival.
Cuando todos temieron que el caballero extranjero acabaría herido, Robocop se hizo a un lado, sostuvo la lanza de Jamil y arrojó al hombre contra la fuente como si fuese su peso algo a no tomar en cuenta.
―¡Bravísimo, Sir Robocop! ―fue la exclamación de la princesa Elianor, junto a los demás testigos del lance. Robocop demostró su inocencia.
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En la sima de un barranco en la ciudad de Detroit, dos jovencitos observaban el cúmulo de basura maloliente.
―Puaj, que pestes, vámonos de aquí Lydia.
―No podemos hacerlo Percy, tenemos que revisar este sitio.
―¿Qué crees que pasó?
―Hay rastros de fuego, pero no lo suficientes como para haber desintegrado la patrulla. De alguna forma Robocop logró trasladarse a otro sitio.
―¿Está en otra ciudad?
―Yo diría otro mundo, hay trazos de magia por todo el lugar.
―¿En serio? ¿Qué vamos a hacer?
―No podemos replicar lo que sea llevó a Robocop a otro mundo, así que tendré que improvisar. Este sitio es como una especie de agujero de gusano que desafía las leyes físicas, menos mal que me sé algunos hechizos gracias a mi estadía en No Mundo.
Ambos novios cruzaron sus miradas y supieron que no tenían dudas.
Lydia sacó el Manual del Difunto Reciente, hojeó hasta hallar la página deseada y luego recitó: "Aunque sé que debo ser cautelosa, aun así me aventuro a un lugar aterrador. Hechizos fantasmagóricos, yo invoco... Robocop, Robocop, ¡Robocop!"
Una luz blanca rodeó a Lydia y Percy; en lo que a ellos les pareció tan solo un par de segundos, se vieron transportados a Gólgot.
CONTINUARÁ...
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