Una primera buena impresión

Duro de matar, el isekai

Capítulo 3: Una primera buena impresión

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Los estandartes del dios Halladorn ondeaban debido a la brisa que en nada refrescaba; siluetas elegantes que, pese a las armaduras de cuero tachonado, mostraban curvas femeninas, caminaban por la pradera a buen ritmo. Detuvieron su avance, una que otra se secó el sudor de la frente; las demás, o bien dejaron que sus pechos subieran y bajaran más de la cuenta debido a forzar la respiración o señalaron a lo lejos a una gema oscura coronada con alguno que otro espigón.

—¡Por fin! Miren, chicas, ya llegamos. Les dije que yo, Sanae, me sabía el camino hacia la mansión.

—Pues con lo come libros que eres, no esperaba menos, pero ¿era necesario hacer ese rodeo? —preguntó Chela.

—Nos tomó más tiempo del que supusimos, estoy cansada —se quejó Dora.

—Vaya exploradora que eres, cansada dices, ¿ya escucharon? —se burló Gamba.

—Pues creo que todas estamos cansadas, me arden las pantorrillas de tanto caminar —dijo Noa.

—¿Pues como creen que estoy yo? Soy la cargadora del grupo, no lo olviden —les recordó Claes, que en efecto, cargaba una gran mochila en su espalda, pese a verse como alguien de constitución no tan impresionante como la chica de al lado, Tania, que era la tanque del grupo.

—Gracias, Tania, perdóname por cargar con mi parte —se disculpó Briana.

—Tranquila, no era la gran cosa.

—Ya tomamos aire, mejor nos apuramos o la comida se va a descomponer con este condenado calor —dijo Ramsay que era la cocinera del grupo.

Apuró el grupo su marcha y Alaure no pudo sino hacer notar su crítica:

—Que pésimo jardín, todo está en muy malas condiciones —dijo cuando ya estaban a tiro de piedra de la mansión victoriana. Como jardinera de la academia de mujeres caballeros, el conjunto mustio de vegetación, descuidado en extremo, hería sus ojos.

—Pues no hay nada que hacer, como ven, esta casona fue abandonada hace años —dijo Sanae, quien aprovechando que estaba bajo la sombra de la mansión, se quitó su sombrero, lo mismo hizo Chela, que era la hechicera del grupo.

—Sanae, usa tus poderes de sanación con nuestros pies, creo que tengo ampollas.

—Lo haré después —le contestó a Noa, que era la novata. Gamba calló como la guerrera del grupo, sintió que lloriquear por simples ampollas, causaría que todas se rieran de ella.

—¿Alguien tiene la llave de la puerta? Esta cosa no se puede abrir —dijo Briana.

—Cántale a ver si se abre —dijo Gamba en son de burla, su amiga era la bardo de ese grupo variopinto de jovencitas aspirantes a caballeros.

Todas se refrescaron en la sombra, pero luego giraron los cuellos para ver mejor los alrededores.

—¿Dónde está la casa del cuidador? —preguntó Alaure, que tenía buenas ganas de reñir al hombre—. El estado de la casa es lamentable.

—No exageres, la casa, sus paredes se ven recias. Se ve que el cuidador ha estado barriendo y quitando las telarañas, solo estás enojada por el jardín —dijo Ramsay.

—Pero es que se ve tan feo.

—No es trabajo del cuidador ver el jardín —dijo Briana que ya buscaba su laúd para ponerse a afinarlo y cantar algo para recuperar el buen ánimo.

—¿Pero dónde está la casa? Mejor busquemos al cuidador, seguro vive cerca de aquí —dijo Tania.

—Qué tal si vive tras los árboles de más allá —dijo Claes, que lo mismo que las otras chicas, bajó su morral.

—¡Oigan, ya lo abrí! —exclamó Noa.

Las chicas vitorearon a la novata y entraron a la mansión; salvo las paredes de madera y sus molduras, nada quedó en el interior.

Woa, esto se ve muy hermoso —dijo Gamba girando el cuello a todas partes, lo mismo que las demás.

—Pero no hay nada, ni una silla, nada —señaló Dora.

—Camas habrá o eso me dijeron en la academia —dijo Chela.

—Pues ojalá, ya fue bastante abuso eso de hacernos caminar hasta aquí, bien nos hubiera servido ir con caballos —dijo Sanae frunciendo el ceño.

—No hay nada que hacer, recuerda que somos aspirantes a caballeros, es normal que nos presionen al máximo —dijo Gamba.

—Pues las malditas instructoras se pasan de sádicas —dijo Briana con lo que las demás acomodaron sus cosas alrededor de una chimenea pequeña y fueron a explorar los alrededores.

Más que explorar, se pusieron a correr como chiquillas traviesas, esperando descubrir y quedarse con las mejores habitaciones para ellas. Una vez hecho aquello, subieron sus cosas y le dieron su toque personal al área donde dormirían hasta que llegaran las otras novatas junto a las instructoras.

Contentas con la que sería esa nueva sede, fantasearon con respecto a tomar el sol en paños menores, de hecho, ya estaban bastante ligeritas de ropa, exhibiendo esos cuerpos grandiosos que solo podía ofrecer un físico dedicado al entrenamiento diario, al ejercicio a conciencia aunque fuera mediante los gritos de las instructoras.

Alaure fue la primera en abrir la puerta, cuando vio una aparición que hizo que diera un tremendo grito y retrocediera buscando la protección de sus compañeras.

Tras la puerta se vio a contraluz la figura de un hombre, no cualquier hombre, era de considerable altura y constitución muy robusta, tirando a obesidad; su rostro, un rostro así era avillanado, de eso no había la menor duda.

Pese a la presencia imponente de chicas como Gamba y Tania, el grupo no hizo otra cosa que abrazarse y temblar; el desconocido permaneció como una estatua, las encontró con la guardia baja y escasez de ropa.

—¿Quién es usted? —se animó a preguntar Chela tragando saliva.

El gigante no respondió, con el ceño fruncido, solo entró a la casa, sus pasos pesados no se detuvieron y las chicas retrocedieron hasta chocar contra la pared.

Cuando las mujeres decidieron que sus actitudes eran infantiles, vino el hombre con un accionar que de nuevo hizo que se abrazaran del miedo.

Sin vergüenza o pudor alguno, el hombrón metió las manos en su malla, se notaba que estaba manoseándose el sexo. Las chicas ahogaron un grito.

Un mal entendido. Pasmado sacó las llaves de la mansión y se las ofreció a las chicas.

Mostraron los dientes apretados por el asco, pero a base de empujoncitos, Claes fue la encargada de recibir las llaves.

—¿Eres el cuidador? —preguntó Claes. Pasmado no dijo nada, solo asintió con la cabeza en un movimiento muy lento, como si fuera un autómata del gremio de ingenieros en la capital de Dukardo.

«¡Cielos, todas estas chicas son unas mega nenas! ¡Tranquilo, tranquilo, Pasmado, chico! No digas nada que pueda ser ofensivo, mejor no digas nada, actúa con naturalidad, haz movimientos lentos, se ven asustadas por algún motivo, ¡que lindas están!, parecen princesas».

CONTINUARÁ...

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