Trampas en la ratonera

Duro de matar, el isekai

Capítulo 11: Trampas de la ratonera

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Pese al ruido de la ventisca, que acompasaba el crujir de las ramas, el grito de pena de Pasmado se escuchó como el eco del lobo que aúlla de pena a la luna azul.

Alaure tuvo un par de espasmos para luego sus manos caer inertes, no pudo sacarse la rama aguda de su estómago que le salió por la espalda.

«¡Qué horror! ¿Por qué se suicidó de esa manera?», pensó Pasmado, concluyendo que el maligno obró sus malas artes en la mente de la joven, confundiéndola hasta buscar la muerte.

Guardó sus hachas, resignado ante el fatal destino de la mujer; su corazón, lleno de piedad, quiso otorgarle una pose digna sobre el suelo nevado y resbaladizo.

«Uf, no puedo sacarla, se clavó hasta la base del árbol».

Cambió de posición y probó empujar y jalar una y otra vez.

Gritos agudos cortaron su concentración y labor: Claes y Noa lo miraban con ojos muy abiertos, llenos de espanto.

—La ha matado, ¡la ha asesinado! —grito Noa.

—¡Vámonos! —gritó a su vez Claes y las chicas regresaron tras sus pasos lo más rápido que pudieron.

«¡Esperen, no corran! ¡Se van a lastimar como su amiga!».

Dio un par de pasos, pero luego retrocedió, acto que repitió un par de veces, limpió la nieve en el cabello de Alaure y le besó la cabeza.

«Vendré pronto para acomodarte mejor, no te vayas», pensó con lágrimas corriéndole por las mejillas y fue tras las chicas.

Debido al agua nieve, su apariencia era temible: blanco como un zombi con los párpados ennegrecidos y las pestañas llenas de escarcha, aquello y el hecho que de nuevo blandía sus hachas como un poseso en pos de apartar las ramas hirientes, hizo que las mujeres no dudaran ni por un segundo que el gentil bruto era un asesino despiadado.

—¡Date prisa, Noa!

—La nieve es muy profunda, no puedo ir más rápido.

—¡Vamos, toma mi mano!

—Es inútil, nos va a alcanzar.

—No, mira atrás.

—No quiero, da miedo.

—El hijo de puta se está quedando atrás, es muy pesado para la nieve. Vamos, tú puedes.

—¿Sabes a dónde vamos?

—Creo que ya vamos a salir del bosque, espero que pronto podamos ver el...

La silueta de la casa victoriana se perfiló como un gigantesco lobo hambriento en medio del aguanieve y el viento que aulló satisfecho.

—Claes...

—No tenemos de otra, entremos. ¡Vamos, no te rindas!

Noa ya no tenía fuerzas para contestar, similar situación se aplicaba a Claes, pero siendo la cargadora del grupo, como siempre sacó fuerzas de donde no tenía y jaló a la novata.

Ambas reanudaron sus fuerzas al sentir como la nieve dejaba de estar tan profunda luego de pasar el pozo de agua; fueron por el hueco de la pared y desde allí vieron a Pasmado.

Sin importar la voluntad, esta se encuentra a la merced del cuerpo, así como la fiabilidad de los cimientos de una casa al suelo que la sostiene. Pasmado, el noble bruto, cayó de bruces sobre la profunda nieve, la cual acalló lo que tendría que ser el ruido al desplomarse un buey.

—¿Qué pasa? No entiendo.

—Aprovechemos este momento, debes confiar en mí, Noa.

—¿Lo vamos a rematar?

—¿Con estos juguetes?, no lo creo —dijo mirando con desprecio sus armas—. Si esta casa es una ratonera para nosotras, también lo puede ser para él.

—No te entiendo, ¿qué quieres decir?

—El maldito no se muere, pero sabemos que no es invencible, podemos detenerlo al menos, la maldita tormenta no va a durar para siempre y mañana las chicas de la academia van a llegar con armas que no estén melladas, tenemos que resistir hasta que vengan.

—Sí, fue una mala idea tratar de huir desde el principio, somos aspirantes a caballeros, desde el principio debimos estar listas para ganar o morir.

—Veo que la novata ya dejó de serlo.

—No molestes, ¿qué es lo que tienes planeado? —preguntó.

Como que la casa estaba sin amoblar, fueron a las habitaciones que todavía estaban abiertas y reunieron los elementos necesarios para enfrentar al cuidador de la mansión cuando este se levantara de nuevo. Puesto que el justo lance era imposible en las actuales circunstancias, debían usar todos los trucos sucios del libro y otros no inventados.

Poco a poco la tormenta se retiró, como aburrida de que nadie retara sus gélidas atenciones.

No recordó la mayor parte de su sueño, solo el final, su mente le llevó a la mañana cuando conoció a las chicas, nunca vio en su vida a un grupo tan precioso, se veían asustadas por una razón que él no comprendía, tan vulnerables y necesitadas de protección.

«¡Las Princesas!, debo ayudarlas».

Fue como si una colina se levantara y de pronto se sacudiera la nieve de encima, como un volcán que explotaba furia luego de miles de años cubierto por las nieves eternas de la cordillera.

Sus torpes pasos pronto encontraron terreno duro, dudó un par de segundos, sin saber si debía entrar por la puerta o por el hueco que él ocasionó.

Optó por ir por la entrada principal, recordando que la última vez la puerta no estaba trancada por dentro. Su manaza giró la perilla y dio un par de pasos al interior.

El sonido de un crujido fue el anticipo de una trampa que, aunque de características nada peligrosas, fue un incordio pues le tumbaron al suelo: Los libros de Sanae le cayeron encima en una cascada que lejos de refrescarle, le dejaron alelado.

—¡Por aquí, cuidador bruto! —le gritaron desde las graderías y le arrojaron más libros, no tan pesados como los de las trampa de la puerta, solo servían para llamar su atención.

Pasmado dirigió sus pasos a la escalinata, los primeros dos peldaños fueron desbaratados por lo que tuvo que apoyarse en el poste de la escalera. No contó que las chicas remplazaron aquél con el báculo de Chela: varios pajarillos, una de las últimas invocaciones en vida de la hechicera novata, salieron y trataron de picarle los ojos. También una diminuta bola de fuego, le chamuscó todo.

En cualquier otra situación podría considerarse gracioso, pero tanto Claes como Noa, lejos de reír, siguieron arrojándole cosas.

La activación del último hechizo del báculo tomo un buen tiempo en terminarse, una vez ido el último ruiseñor, volvió a subir la escalera para dar alcance a las chicas que corrieron a otra parte de la enorme casa.

—¡Vamos, ven para acá! — le gritaron para incentivarle a ir más de prisa.

Con toda la confianza del mundo, caminó sobre lo que parecía una alfombra hecha de hojas de distintos colores ocres.

Las hojas de Dora, ocultaban la nueva trampa: un hueco por el que tendría que haber caído el hombrón, no obstante, por ser tan orondo de cintura, se quedó trancado entre piso y piso.

—¡Ayúdame! —dijo Claes, y junto con Noa, golpearon con sus espadas y mazas a la cabeza y hombros de Pasmado con la intención de hacerle caer al piso inferior.

La madera crujió y, en efecto, el pobre gordo cayó no uno, sino dos niveles hasta la planta baja.

—«¡Qué daño!», pensó mientras se frotaba las costillas, miró a ambos lados y vio que se encontraba en una especie de despensa, fue hacia la puerta y le costó bastante tiempo tumbarla a base de embestidas con su hombro que cada vez estaba más adolorido.

Una vez salió de la despensa, se acordó que tenía las hachas.

«¡Se me olvidó usarlas otra vez!».

—¡Eres lento! ¿Acaso no viniste a matarnos?

«¿Qué dicen? No entiendo nada, solo quiero salvarlas, de seguro el maligno las confundió como a la pobrecita del bosque».

Quiso gritar, decirles que de él no tenían nada que temer, pero la herida que recibió en la garganta, hizo que solo produjera balbuceos que a las chicas les sonaron a incoherencias.

Volvieron arrojarle cosas y de nuevo fue a dar encuentro a las jóvenes.

—Ya está la trampa, Claes.

—Aquí también, ya acabé.

La cargadora fue de puntillas donde su amiga, por alguna razón cuidaba por donde pisaba, pronto se vería la razón de tan curioso comportamiento.

Pasmado apareció resollando, parecía un toro que soplaba por la nariz, listo para embestir con sus cuernos.

«Allá están, esta vez parece que no quieren correr de nuevo, menos mal, mejor me apresuro antes de que cambien de idea».

Sus pasos pronto se mostraron inseguros, la razón: la bisutería de Claes actuaba como piedrecillas redondas que le hizo patinar a gran velocidad hacia las dos mujeres.

Ambas saltaron a un costado en el último segundo y el pobre hombre salió disparado hacia la pared contraria donde estaban enclavados los trofeos de cacería de Gamba.

«¡Qué daño!», volvió a pensar al sentir el terrible dolor que penetró sus capas de grasa abdominal: los cráneos cornudos le hirieron como ninguna de las espadas o lanzas lo hicieran hasta ese momento.

—Creo que ya le tenemos —dijo Noa.

—¡No puedo creerlo, sigue avanzando!

—Vamos a la otra trampa.

«¿Qué pasa?», pensó sin entender qué era lo que sucedía, de pronto, escuchó una risa cargada de maldad, no era lo bastante fuerte como para que se oyese en toda la casa, solo estaba reservada para él.

—Maldito, no les vas a hacer daño —dijo en un tono gutural, imposible de comprender debido a su garganta lacerada.

Cuando llegó al salón, vio que ambas chicas estaban encaramadas a las lámparas del techo, estaban tratando de cortar algo.

—¡Ahora! —gritaron y, en un último y coordinado movimiento, cortaron las cuerdas de los laudes.

Los dos árboles que trajo Pasmado, liberados de su prisión, fueron directo a la cabeza del hombre. Cualquiera hubiera muerto al ser impactado su cráneo de esa forma, pero para el cuidador de la mansión, fue solo como dos golpes de un púgil luchador que le tumbaron de manera momentánea.

—Imposible, debería estar muerto —dijo Claes que cruzó miradas con su amiga

—Parece indestructible. ¡Espera, no te acerques!

No hubo caso, frustrada como estaba, Claes fue donde Pasmado y le arrojó lo que quedaba en el saco que llevaba.

El hombre se incorporó, veía estrellas debido al impacto de los árboles, pero pareció recuperarse con notoria rapidez.

De nuevo su visión quedó cegada por culpa de los pastelitos de Ramsay, pero lo peor vino después: el pobre era alérgico a las flores que trajera Alaure.

—No puedo creerlo, debimos comenzar con esto. Rápido Noa, ayúdame a rematarlo —dijo apenas Pasmado cayó al suelo, derrotado al fin.

Se quedó como una estatua al girar la cabeza para ver a su amiga. Noa, la novata, se miraba el pecho con una expresión de incredulidad: por en medio de sus senos, salía la filosa hoja de una daga con filos sinuosos de serpiente, el arma de un sectario.

CONTINUARÁ...

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