Directo al sótano

Duro de matar, el isekai

Capítulo 9: Directo al sótano

.

Podría considerarse ridículo de no ser porque casi se cagan del miedo: Orville, el gato del cuidador, asustó a las chicas, las cuales, sintieron un brevísimo alivio antes de ver como el ventanal exterior estallaba ante la estampida de Pasmado, en definitiva, ni un toro en una cristalería, causaría tremendo daño y alboroto.

«¡Las princesas! ¡Están a salvo, menos mal!», pensó con alegría al clavar su mirada de sicótico peligroso en las féminas semidesnudas. Se acercó a ellas dando pasos torpes de elefante y agitando más de la cuenta las hachas de lo contento que estaba; por sus gruesos labios que botaban baba, surgió un gruñido porcino amenazador.

A diferencia de las otras veces, esta vez sus gritos no fueron acompañados por una huida: la memoria corporal de tanto abusivo entrenamiento en la academia por parte de las sádicas instructoras, por fin dio frutos: apretaron los dientes y estuvieron listas para la batalla.

—¡Toma esto, hijo de puta! —gritó Alaure y con su lanza de punta roma, golpeó los testículos de Pasmado.

¡Uf! —solo atinó a decir, sintió como sus bolas se trituraban ante el golpe. Todos sus deseos de preguntar cómo se encontraban, si sufrían de alguna herida o si podría ayudarlas de alguna forma, se extinguió al expulsar todo el aire de sus pulmones, incluso sintió deseos de vomitar e inclinó su torso hacia adelante.

Al ver como las enormes rodillas del hombre se doblaban y empezaban a flaquear, decidieron que tendrían que golpearle con lo que sea que tuvieran a la mano en ese momento.

—¡Vamos todas! —gritó Claes, dando comienzo al desafortunado ataque.

Sin duda alguna, la más patética era Noa que atizaba con inofensivos golpes al gigante; su espada, desgastada y de punta roma como las armas de sus amigas, no podían hacerle daño, pero era incordiante y peligroso como se acercaba a sus ojos, además, no era del todo inútil, aquí y allá, le hacían cortes y perforaciones que si bien no eran profundos, bastaban para tumbar a un hombre de menor corpulencia.

Pasmado, sin embrago, no era como cualquier hombre. ¡Eran como gatitas tratando de enfrentarse a un monolito!

—Esperen... —Cuando Pasmado recuperó el aire y estaba a punto de pedir explicaciones por tan injusto ataque, de nuevo le cerraron la boca; esta vez fue Briana, que, sacrificando a uno de sus bebés, estrelló su amado laúd contra el rostro del hombrón, el fiel instrumento de cuerda se rompió en mil pedazos.

«Alto, solo quiero ayudarlas», pensó y consideró que inclinar su torso para acercarse a ellas y extender los brazos, sería algo que lo mostraría dócil ante las mujeres, ni que decir que causó el efecto contrario.

Las chicas no se intimidaron una vez comenzada la lucha y siguieron atacando, cortando y dando estoques lo mejor que pudieron.

Como si fuera un jabalí o un toro en un rodeo, así Ramsay lanceaba al pobre hombre, que a lo único que atinaba era a mugir o gruñir.

Entonces lo vio, al verdadero enemigo, al causante de todo ese malentendido. Por el rabillo del ojo vio como la figura encapuchada miraba, desde las sombras de la parte superior de las graderías, todo ese absurdo de lucha.

—¡Tú, maldita! —dijo refiriéndose a la toga con sonrisa de sarcasmo, pero las chicas lo malinterpretaron y aumentaron con más ganas sus ataques al son de improperios que para ellas eran justos.

El pobre sangraba de infinidad de cortes y lanzazos; en un intento de señalar el lugar exacto del verdadero culpable, estiró su brazo y por mala suerte impactó de lleno en el cuerpo de Noa, lanzándola contra la pared.

La pobre novata vio estrellas para luego perder el conocimiento, un hilillo de sangre le salió por la comisura de sus sonrosados y delicados labios.

—¡Desgraciado, muérete de una vez! —gritaron y sus intentos de matarlo se acrecentaron como las llamas al quemar el bosque. Ya no eran más las gatitas, se habían transformado en tigresas que por rayas tenían escasa ropa interior que apenas podían esconder vergüenzas curvilíneas.

—Alto, es ella... —No pudo explicarse mejor: Briana saltó a su espalda y con las cuerdas de su laúd roto, procedió a estrangular a Pasmado, impidiéndole articular palabra alguna que pudiera aclarar el desgraciado malentendido.

—¡El maldito no se muere! —gritó Alaure.

—¡Por aquí! —dijo Claes y fue hacia la puerta que daba al sótano.

Las chicas lo empujaron a base de lanzazos y estoques hacia la oquedad y Pasmado cayó por las escaleras, quedando inconsciente.

—¿No podrá salir de allí? —preguntó Briana que resollaba por el esfuerzo

—Tranquila, la puerta es recia y las hachas... ¿Y sus hachas? —preguntó Claes.

—Creo que cayeron con él —dijo Ramsay que daba golpecitos a las mejillas de Noa para que se despertara.

—¿Iremos por ellas? —preguntó Alaure, pero sabía la respuesta. Claes negó con la cabeza de manera enérgica y cerró la puerta.

—¿Qué pasó?

—Tranquila, ¿cómo estás?

—Me duele la cabeza, siento sabor a sangre en mi boca, ¿qué pasó con el asesino?

—Lo encerramos en el sótano, no te preocupes —dijo Briana—. Chicas, ayúdenme; con la ventana y la pared destrozada, ya no tiene caso seguir trancando la entrada principal, usemos los árboles para asegurar que ese hijo de puta no salga.

Todas se pusieron afanosas, el frío que las abandonó en la lucha, regresaba más cruel que nunca. El sudor transmutó en agujas de hielo sobre sus nervios, todas empezaron a tiritar de manera incontrolable.

—Tomemos toda la madera y subamos a los cuartos —sugirió Ramsay.

—Pero arriba está Chela —dijo Noa con aprensión.

—No podemos dejarla así colgada —dijo Claes y la novata bajó la mirada por la vergüenza.

Fueron al cuarto de su amiga y la descolgaron, la pusieron sobre su cama y la acomodaron como a Sanae, sin embargo, a diferencia de la sanadora, nada pudieron hacer respecto al rictus de terror que le cinceló el rostro, por lo que cubrieron aquel con un pañuelo perfumado que hallaron en el suelo y que llevaba la letra T.

—¿Dónde están las sábanas? —preguntó Noa luego de que todas terminaran de rezar.

—Qué raro, luego las buscamos, lo único que quiero es ir a orinar —dijo Ramsay que apretaba los muslos.

—¿Vas a bajar? —preguntó Noa con un hilo de voz cargado de miedo.

—Yo también quiero ir, mejor bajamos todas —sugirió Claes.

—La madera que tenemos no es suficiente; no quería hacer esto, pero mejor se adelantan, iré a mi cuarto y buscaré mis laudes, los usaremos como leña.

Sin ver ningún problema a lo que acordaron, al fin y al cabo, Pasmado estaba encerrado en el sótano, decidieron separarse para desaguar o buscar algo que las protegiese del frío.

Briana vio a sus amigas perderse tras una esquina y decidió ir a su cuarto, antes dio una mirada de despedida a Chela. Se abrazó los brazos para darse algo de calor y notó como le empezaban a castañear los dientes; pese a su prisa por buscar la madera para la chimenea, se detuvo al frente del cuarto de Sanae, giró el rostro y vio la silueta de su gentil amiga sobre la cama.

No lo soportó más y empezó a llorar, agradeció verse sola, de esa forma daba rienda suelta a su pesar.

Aspiró los mocos, aparte de los trapitos que llevaba por ropa, no portaba nada más. Continuó sus pasos y llegó a su habitación.

Todo estaba en desorden, era obvio que su amiga asesinada revolvió todo en busca de las sábanas.

«No está ninguna. ¿Dónde pueden estar?», pensó y luego de mirar en cada esquina, se dio por vencida soltando una palabrota; las sábanas eran su esperanza para no recurrir a la medida extrema de quemar sus laudes.

Se acercó a lo que ella llamaba sus bebés y los sostuvo con pena.

—Lo siento, preciosos, pero si no hago esto, mis amigas y yo nos vamos a morir congeladas.

Orville, el gato de Pasmado entró al cuarto y bufó mientras llevaba sus orejitas a la parte de atrás del cráneo.

«Puto gato, se nota que sigue disgustado por las cosas que le arrojé», pensó, pero luego vio que el animalito no parecía sisearle con enojo, era más bien como una advertencia, el felino no la veía a ella, sino a algo detrás de ella.

—¿Chicas?

Apenas dijo aquello, alguien la estranguló de la misma forma en que ella lo hizo con Pasmado, con la diferencia que ella no tenía el cuello de toro del hombre.

Sus ojos se enrojecieron y las venas de su cuello se notaron muy azules, era imposible escapar de las cuerdas del laúd.

Como no tenía al alcance su inútil arma, golpeaba con los instrumentos musicales a la figura enfundada en una toga negra. Era pavoroso oír las notas destempladas, como si el instrumento fuera tañido por las falanges huesudas de la misma parca. 

CONTINUARÁ...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top