Queso de cabra

Dita y la joroba mágica

Capítulo 4: Queso de cabra

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Cuando Naricitas le dijo que se aproximaban a los campos de labranza, se imaginó que vería a personas muy sufridas por el trabajo agotador, pero vio algo diferente.

En efecto, el trabajo se veía agotador, pero las personas parecían tener con buenos ánimos. Sus ropas eran de mejor calidad que la que llevaban los campesinos de su mundo y lo más intrigante: había extraños artefactos hechos de madera, los cuales eran usados por las mujeres, parecía que echaban el trigo a esas cosas y así, separaban los granos del resto de la materia vegetal gracias al girar de una especie de manivela a un costado.

―Increíble, nunca creí que se pudiera separar los granos del trigo de forma tan fácil.

―Los humanos son ingeniosos, construyen muchas cosas raras para facilitarse la vida diaria, supongo que son unos flojos.

―Miren quien habla, los gatos se la pasan durmiendo casi todo el día.

―Pero lo hacemos porque está en nuestra naturaleza hacerlo. En cambio ustedes no necesitan dormir tanto.

―Mira, ya nos han visto.

Un par de hombres vieron al curioso par y Dita se puso nerviosa, sin embargo, los rostros bañados en sudor no se mostraron desconfiados, sino que se relajaron y la vieron pasar antes de retornar a sus labores diarias.

El sol seguía inclemente y los pellejos de agua que Dita sacaba de su joroba, no bastaban ya para refrescarlos.

―Creo que lo mejor sería comprar un caballo. Así iríamos más rápidos y descansados.

―Pero yo no sé montar a caballo, he cuidado de ellos en la granja de mi hermano, pero jamás he montado en uno.

―No te preocupes, yo puedo subirme a la cabeza del caballo y decirle que vaya con cuidado y a donde queramos.

―¿Pero cómo vamos a comprar un caballo?

―¿Ya olvidaste las monedas que encontramos en la casa de la bruja?

―Ya me acuerdo. Nunca antes había visto una moneda en mi vida, sabía que existían. Escuché que en el castillo del rey se las usa algunas veces, con una puedes comprar un buey.

―Saca algunas de las monedas, en esto tendrás que ayudarme ya que no tengo ni idea de cómo usar las monedas.

―Pues yo tampoco sé gran cosa, no sé cuánto puede costar un caballo.

―Pues entonces, no nos queda otra que confiar en el vendedor y que no nos engañe, pero descuida, con mi nariz puedo saber a qué lugar tenemos que ir y con quien.

Por fortuna, las palabras de Naricitas parecían ser ciertas ya que una vez llegados a un poblado, el gato guio a Dita hasta una persona que según el felino, olía a honradez.

Por desgracia, las monedas alcanzaron para comprar un caballo y tampoco para comprar un burro, eso sí, pudieron hacerse con una cabra y el vendedor les regaló el cencerro de una vaca.

―Esta cosa que nos regaló ese humano esta estropeada, con razón fue gratis, en fin, al menos no nos engañó con lo de la cabra. Supongo que puedo repararla, mis patitas pueden entrar hasta el fondo ―dijo Naricitas y se puso afanoso con el cencerro; al final, pudo arreglarlo y de aquel ya salían sonidos melodiosos.

―Suena muy bien, se lo pondremos a la cabra.

―Mi nariz me dice que este cencerro y la cabra nos van a ser muy útiles en un futuro. Ahora vayamos a otro pueblo.

―¿Por qué no podemos quedarnos en este lugar? Se ve todo muy limpio.

―Confía en mi nariz nariz, me dice que lo mejor es ponernos en marcha hacia un pueblo más importante, creo que debemos ir cerca del castillo.

―De acuerdo, confío en ti.

Dicho aquello, fueron los dos amigos montados sobre la cabra y con la llegada de un nuevo día, vieron sus ojos asomarse las siluetas de un nuevo poblado, esta vez uno mucho más grande.

―Vaya, todo es tan grande y bonito. Nunca había visto a tantas personas con vestiduras tan bonitas y limpias. Todos huelen a limpieza y las calles... No hay basura ni heces en ningún lugar, todo es tan limpio. Mira, tenías razón, las mujeres de aquí tienen peinados diferentes, iguales al que tengo ahora.

Dita no hacía sino girar la cabeza a todos lados, pero sin duda lo que más le sorprendió, fue el hecho que varias mujeres, incluso las más jóvenes, lucían varios adornos para el cabello, collares e incluso anillos, al parecer de oro o plata.

―Cuanta riqueza, jamás había visto algo semejante. Había escuchado que los obispos en las ciudades llevan mucha joyería de oro, pero pensar que tanta gente también vista así.

―No todos lucen joyas, pero las que sí, seguro son las esposas e hijas de aristócratas.

―¿Y ahora dónde vamos?

―Lo mejor será encontrar una posada para pasar la noche. Puede que todo se vea bonito en el día, pero en la noche puede ponerse peligroso, lo mejor será tener un techo sobre nuestras cabezas para dormir.

Esa era la idea o al menos lo fue ya que debido a la falta de dinero, no pudieron alojarse en ninguna posada, sin embargo, gracias al olfato de Naricitas, llegaron a un lugar donde el posadero se apiadó de Dita y le ofreció dormir en el establo a cambio de queso de cabra.

―Creo que puedo convertir la leche de la cabra en queso, pero tú tienes que ordeñarla Dita.

―¿Cómo planeas hacer eso?

―Usaré los pergaminos de la bruja, pero mejor si antes nos vamos a un lugar alejado para que nadie nos vea.

Una vez asegurada su privacidad, Dita sacó de su joroba un balde y un asiento de madera, luego se puso ordeñar a la cabra.

―Vamos, Dita, dame un traguito.

―Primero busca el hechizo correcto.

―Lo haré, pero primero dame algo de lechita, porfis.

―Está bien, mimoso, a ver, abre esa boquita.

Naricitas se puso de a dos patas y Dita le dio un chorro de leche de cabra justo en medio de la boca.

El gato se relamía de contento los bigotitos y Dita sonriendo, se puso de nuevo a ordeñar a la cabra, esperando que al llegar la noche pudiese dormir sobre paja muy suave.

CONTINUARÁ...

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