Pescotis

Corazón grande, corazón pequeño

Capítulo 19: Pescotis

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El sonido del chapoteo le llegaba hasta la cabina, de los dos tripulantes, solo ella, Joselyn, sentía curiosidad; Garibay, por otra parte, de todas las cosas que podrían llamarle la atención, el baño era la menor de todas.

«Me pidieron ser su sirvienta personal y creo que frotar la espalda de Sinem forma parte de mis obligaciones, pero quiero darle su espacio personal y él está de acuerdo con eso, no quiere que lo traten como un niño. ¡No es justo! Él me vio semidesnuda, no entiendo por qué no puedo verlo a él», pensaba. Estaba consciente de lo ridículo del monólogo interior, después de todo, en su mundo natal era una anciana, pero este nuevo cuerpo era una revolución de hormonas e insistía en ganarle la partida cada vez más y más.

—Ya estoy saliendo —dijo el gigante con educación, pantalla para esconder su timidez.

Joselyn le contestó y se mantuvo en su puesto, en una esquina del cuarto de Sinem.

El jovencito llevaba una bata, todavía recordaba el primer día que salió del baño. Agradeció en su interior que ya no se ruborizaba como antes, de todas maneras, no podía aplacar del todo esos latidos de corazón, preguntándose si a su amiga también le pasaba lo mismo, si un corazón grande y uno pequeño, resonaban con el mismo tempo el tamborilear de la juventud.

Garibay estornudó y eso quitó el ensimismamiento del que la isekeada era cautiva:

—¡Aquí tiene! Digo, aquí tienes tu ropa para que te cambies... ¿No quieres que te ayude? —dijo, recordando que Sinem le pidió que no le hablara de manera formal y mordiéndose el labio en una extraña ansiedad.

—No es necesario, puedo vestirme solo, espérame afuera que enseguida salgo. También puedo peinarme solo —añadió al ver al robot de su amiga que tardaba más segundos de los necesarios para salir de la habitación.

Apenas salió del cuarto que Sinem se sentó al borde de la cama, apoyó los codos en los muslos y puso el rostro en la palma de sus manos, negando con la cabeza.

Bajaron al vestíbulo principal, las cejas y las comisuras de los labios del gigante expresaron tristeza. Aunque magnifico, el amplio recinto, con toda su elegancia, se veía triste sin toda la parafernalia que llevó para la visita de Mette, visita que duró poco.

—¿Quieres ir a los jardines? ¿Qué tal al garaje? Te gusta ver a los chicos poner a punto a los robots —le sugirió, sabía que la última no era una muy buena idea, después de todo, el mismo Riggs le dijo que el humo podría afectar a Sinem, pero Joselyn confiaba que una breve visita le quitaría la tristeza.

—Preferiría ir al lago, quisiera respirar la brisa que viene directo de las olas. No sé, tal vez podríamos pescar o arrojar piedras a ver si rebotan.

—Es una buena idea. No soy buena con la caña de pescar, pero puedo arrojar bien las piedras, hago que reboten en el agua varias veces, no sabía que se me iba a dar tan bien.

—Prometo ganarte, la última vez solo tuviste suerte.

—La suerte nada tiene que ver, solo debes estar motivado. ¡Ya sé!, hagámoslo más interesante. ¿Qué te parece una apuesta?

—¿Qué tienes en mente? ¿Es mi imaginación o sonríes de forma rara tras tu cubierta?

—No sé de lo que hablas —dijo, esperando que su rostro no se hubiera transformado en el de un gato—. Si yo gano, me dejarás asearte en el baño y vestirte. ¡Es solo porque se supone que debo hacerlo y me siento culpable al no poder cumplir con todas mis obligaciones! —dijo haciendo que el robot agitara los brazos como si fueran los de ella.

—¡Cuidado! Está bien, ¿y si yo gano?

—Bueno, podrás pedirme lo que sea.

—¿Lo que sea? ¿Segura?

—Segurísima, no te preocupes, no soy de las que dan marcha atrás, puedes confiar en mí.

Asintió y ambos se dieron la mano. Garibay ronroneó como queriéndole decir a la piloto que era una mala idea, pero no le hizo caso; corriendo, fueron a la orilla del lago como dos niños pequeños que jugaban.

Ni bien llegaron que Joselyn se puso a buscar piedras planas para que ambos las arrojarann contra las olas que en ese momento parecían poca cosa por la ausencia del viento. Sinem aprovechaba la pausa para tomar aliento, trataba de controlarse para no jadear más de lo necesario en frente de su amiga.

Adivinando el motivo de la pausa de su amigo, que se tomó un tiempo para buscar las mejores piedras, se concentraba en aquella tarea para no pensar en su descaro al proponerle apostar contra el gigante para poder verlo de la forma en que los dioses le trajeron al mundo.

«Incluso podre peinarlo, me le acercaré y podré olerle el pelo... ¡¿Qué diablos estás pensando, pedazo de pervertida?! Es tu amigo y jefe, ¿recuerdas?... Pero es ¡tan lindo!, quisiera agarrarle de las mejillas y estirárselas y revolverle el cabello y vestirlo igual que una muñequita y ponerle lazos y moños. ¡No!, de nuevo estoy pensando locuras».

Una vez reunidas en un montoncito que emulaba a una diminuta pirámide, que ambos tomaron las piedras y arrojaron aquellas contra la superficie del lago.

Una brisa empezó a silbar mas no acalló el silbido de las piedras al cortar el aire. Chocaban aquellas contra las olas, pero lejos de hundirse, rebotaban en la superficie un par de veces para luego sumergirse y pernoctar bajo la corriente lacustre.

Los jovencitos daban lo mejor de sí y las risas agudas remplazaron el piar de las aves cercanas que, viéndose insultadas con esas interrupciones, decidieron desplegar las alas para volar a otras arboledas donde su canto sería más apreciado.

La sirvienta era buena, su manejo de los controles hubo mejorado bastante gracias a la ayuda de Margaret, no obstante, contra todo pronóstico, fue Sinem el cual dio el salto de victoria una vez la competencia finalizó.

—¡¿Qué sucedió?! ¡No lo entiendo! ¡Debí ganar! ¡Creí que era la mejor en esto! ¡Estaba segura que era mejor que tú! —gritó, exteriorizando sus pensamientos sin darse cuenta. Garibay giró la cabecita, pese a ser un gato y ser muy difícil leer cualquier expresión del rostro, se notaba que miraba aburrido a la humana, la recriminaba diciéndole el consabido te lo dije.

El robot inclinó el torso, si hubiera tenido cuello, hubiera negado con la cabeza, solo le faltaba estamparse la palma de la mano contra el vidrio de la cabina. Garibay puso fuerza en las patas delanteras para no ser víctima de la fuerza de la gravedad y estrellarse contra la consola.

Unas manos cálidas tomaron las de frío metal; de modo automático, Joselyn puso erecto al robot, logrando de esa manera fijar la mirada en los ojos de Sinem.

Los gigantes compartían el rasgo de tener ojos verdes y cabello rojizo, rostros duros, pero dignos, más aptos para ser bustos hieráticos, no obstante, Sinem se veía cálido y suave, su sonrisa era la de un ángel.

—Ganaste, ¿qué...? ¿Qué quieres hacerme? —preguntó con timidez y desviando la mirada para que no viese lo rojo que tenía la cara y el cuello.

—Quiero jugar al balón mano-once.

—¿Qué?... ¡¿Cómo?!

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El camino que comunicaba el área detrás del invernadero hasta el lago se veía triste y gris, pocas sirvientas iban hacia allá en pos de barrer un poco y podar las ocasionales hierbas altas, menos ahora que Joselyn se ofreció de voluntaria para tan insatisfactoria labor. El motivo, claro está, era otro que solo mantener limpia esa sección de la mansión.

—Por favor, Garibay, avísame si escuchas a alguien acercarse con esas orejitas tuyas —le pidió al gato, el cual ronroneó mostrando su conformidad o eso al menos esperó la isekeada. De todas maneras, invocó la pantalla isekai para comprobar que nadie estuviera en los alrededores.

—El campo está libre, puedes venir. Dime, esa cosa no se va a desbaratar, ¿verdad?

—No lo hará, yo mismo la cosí —dijo, refiriéndose al balón ovoide que confeccionó—. ¿Qué te parece? ¿Se ve resistente?

—Sí, pero las costuras se ven horribles, no sabes usar la aguja y el hilo, mejor déjamelo a mí para la próxima vez. Espero que haya una próxima vez; si una de las chicas nos ve y se lo cuenta a Margaret o al señor Riggs... —. Se estremeció dentro de la cabina, segura de que, si fuera también un gato, se le encresparía todo el pelaje.

—Descuida, nadie nos va a ver y en caso que así fuera, prometo asumir toda la responsabilidad, nadie te va a culpar.

—Lo dices como si fuera tan fácil, ni modo, una promesa es una promesa, hagamos esto.

Joselyn solo fue al estadio un par de ocasiones y aunque le gustaron los partidos no se aprendió las reglas del juego; Sinem, por otra parte, las memorizó lo mejor que pudo, el problema era que no tenía la energía necesaria para jugar mucho tiempo con su amiga.

Tanto uno como el otro se descubrieron torpes para el rudo deporte, cayendo el gigante en más de una ocasión, incluso el robot besó el polvo del camino terroso, algo que puso de mal humor a Garibay, sin embargo, el robot siguió moviéndose a diferencia de la vez en que el "gato" de Mette les rugió de improviso cuando la cantante de ópera vino de visita.

Respiraban agitados e incluso notaron las gotas de sudor coronar las sienes y la ropa se volvió pegajosa contra el cuerpo.

—Oye, ¿estás bien? No te duele nada, ¿verdad?

—No te preocupes, no estoy tan agitado como me veo, de hecho, creo que podría seguir jugando un poco más.

—Mejor lo dejamos para otro día, no lo digo por ti, sino por mí, quiero descansar. Nunca pensé que practicar deporte con el robot fuera tan agotador, que raro, con todo el esfuerzo que hice en la academia, pensé que esto sería pan comido, pero no.

—Supongo que practicar una actividad nueva con el robot cuesta lo suyo, ¿no te parece?

—Tiene usted mucha razón, joven amo.

Si antes sus corazones, grande y pequeño, palpitaban más rápido de lo normal, ahora lo hicieron más al verse sorprendidos por Riggs.

El viejo mayordomo mantenía una pose serena, el enojo su frente no ciñó y al dirigirse a los dos jovencitos lo hizo con un tono calmo, pese a aquello, ambos se mostraron asustados.

—No se azoren, que no vengo a dar recriminaciones. Joven amo, veo que las observaciones de su tía, la señorita Mette, estaban en lo correcto, su salud ha mejorado.

Tanto Sinem como Joselyn se mantuvieron callados, igual a dos niños viéndose sorprendidos cometiendo una travesura.

—Y como dijo la señorita Mette, esa mejora se debe a usted, señorita Sackville.

—No hice la gran cosa, señor Riggs.

—Permítame contradecirla, y justo por lo mismo que no soy más severo, de hecho, la señorita Mette sugirió al amo Karlsen que usted, joven amo, practicara un deporte.

—¿En serio? ¿Qué dijo mi abuelo? ¿Estuvo de acuerdo con lo que le sugirió mi tía?

—No, pero no se angustie, que el amo concedió que al menos pudiera asistir a la cancha que hay en la mina. Disculpe mi atrevimiento, joven amo, pero se mostró bisoño para el deporte de las masas, lo mismo usted, señorita Sackville. El amo Karlsen decidió junto con su tía que lo mejor sería que su sirvienta personal se inscribiera en el equipo de los mineros para así poder practicar luego un poco en la mansión. Las decisiones del amo son las correctas, eso pude verlo con sus apasionados, pero poco profesionales desempeños.

—Gracias, Riggs —dijo Sinem, avergonzado por haber mostrado tan pobre espectáculo al querer jugar el extraño rugby de ese mundo de gigantes.

—No tiene nada que agradecer —dijo y se inclinó para tomar el balón—. Que malas costuras. Señorita Sackville, ¿la señorita Jones dejó pasar tal carencia suya?

—¡No, señor Riggs! ¡Margaret, digo, la señorita Jones sabe que sé manejar muy bien el hilo y la aguja!

Sinem se ruborizó más y Riggs conectó los hechos:

—¡Discúlpeme, joven amo! ¡El balón no se ve tan mal! Ejem, Sackville, creo que debe sumar energías si va a inscribirse en el equipo, vaya donde el señor Mcmahon para que le asigne una tarea.

—¡Sí, señor Riggs! Con su permiso, señorito Karlsen —se despidió, comprendiendo que ese era el castigo que le dio el viejo mayordomo.

Sin necesidad de haber llegado al hangar, supo que el jefe de mecánicos le ordenaría bajar del robot y dar vueltas al "garaje" hasta llegada la tarde y luego recién comenzaría el regaño de Margaret, quien, imitando a Hopkins, la directora de la academia, se mostraría severa y le ordenaría palear el carbón de los robots hasta Dios sabe qué hora de la noche.

CONTINUARÁ...

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