Las dos opciones de la maratonista
Corazón grande, corazón pequeño
Capítulo 1: Las dos opciones de la maratonista
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"Las preseas, las glorias, son sonrisas pasajeras que en el transcurrir del tiempo, se asemejan al efímero pitar de la bocina de la mina. Solo, dos corazones que hacen resonancia, son sin duda, perennes" – CharmRing.
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Pese a que era invierno, el sol se mostraba inclemente, carcomía las calaminas de los techos y agrietaba las tejas. La temporada seca se avizoraba amenazante para las represas, no tendrían el agua suficiente para abastecer a la ciudad, ¡imagínense la situación en el área rural!
Los goznes de una puerta se lamentaron igual que el gañido de un perro vagabundo y a la acera polvosa salió una viejecita que, pese al calor, llevaba un chal que le cubría los hombros. Llevaba consigo un pequeño asiento de madera, las patas eran tan bajas, que, para otra persona, sentarse sobre aquel hubiera significado incomodidad, pero no para la mujer, mostró alivio cuando las caderas y columna encorvada dejaron de sostener el peso del cuerpo.
Un canillita gritaba a plenos pulmones para vender los periódicos; algunos transeúntes, los menos apurados, luego de darle las monedas al niño, ojeaban las páginas de papel reciclado y pensaban en voz alta:
—¡Qué barbaridad! ¡Son unos vagos y sinvergüenzas! Querían quince mil dólares para jugar, pero les dieron solo tres. ¡Con razón jugaron tan mal y perdieron!
Similares exclamaciones salieron de otros ocasionales lectores de la crónica deportiva. El deporte rey, no hacía más que causar disgustos.
Sus manos, otrora vigorosas, estaban mermadas, cubiertas de arrugas y el reumatismo deformaba los dedos. El viento helado trajo algo de alivio a ese día caluroso, pero para la anciana, significó el tener que frotarse los dedos y recordar tiempos mejores.
Joselyn Tunkas, fue una vez una atleta, toda una campeona que rompió varias marcas nacionales e internacionales. Al pasar las décadas, sus logros fueron superados, eso no se pudo evitar, lo que le dolió era que ninguno de los conocedores del deporte la reconocía, pero eso tampoco era algo para sorprenderse. Lo que la molestaba era ver que el pundonor deportivo era algo del pasado, obsoleto y sin importancia, eso dolió.
Aburrida con el mundo moderno, decidió regresar al interior de la humilde casa.
Llegado el medio día, no tenía apetito, algo muy recurrente y preocupante, pero nadie se preocupaba porque no tenía familia, porque dio el sacrificio que debía darse en pos de ser la mejor y no buscó el amor.
Decidió que era una de esas tardes en que lo mejor sería meterse en cama y esperar que el hambre se tradujera en un cafecito por la noche.
«Estoy tan arrugada que nadie me reconoce. Si tan solo tuviera otra oportunidad, una más para compartir mi corazón con alguien».
Prendió el televisor, pero no prestó atención, cerró los ojos y el corazón por fin cedió, terminaba la infatigable marcha de la que una vez fue la mejor atleta del país.
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Despertó en lo que parecía ser un tanatorio con estética neoclásica, el chal era lo único que cubría sus vergüenzas, no obstante, no experimentó vergüenza alguna, ni siquiera cuando entraron al recinto siluetas que apenas distinguió debido a las cataratas.
Creyó que eran doctores, vio algo particular en ellos. Si eran hombres, eran los más peludos que hubiera visto en vida.
Los animales que nos visten, recordó que rezaban los textos escolares de primaria. Los conejos, chinchillas, ovejas y demás animales enormes y antropomorfizados, la vistieron en un santiamén. Lo más maravilloso era que en ningún momento sintió dolores de realizar algo tan sencillo.
Algo la mantuvo en calma, lo suficiente para no protestar y ser llevada por las criaturas por extraños corredores de lo que parecía ser un complejo de oficinas, todas ellas ocupadas por seres que no se diferenciaban en ningún aspecto de un gato común, salvo por el hecho que tales oficinistas realizaban tareas varias pese a no contar con pulgares oponibles.
Lejos de habitáculos de un edificio de arquitectura ecléctica, bahaus, brutalismo o deconstructivismo ruso, lo que vio pudo reconocerlo de sus días en el colegio, de las clases de historia. Una mezcla de mampostería de lo que fuera el Antiguo Egipto, la antigua Grecia y Roma, la Era Victoriana y la clásica arquitectura japonesa, se unían en curiosa, pero armónica resonancia.
Vio unas puertas dobles, enormes que le quitaron el aliento. Lo que vio al entrar al cuarto, cerró sus labios a cualquier pregunta.
La mampostería victoriana era omnipresente: las paredes recubiertas de madera; los altos estantes, con libros de lomos severos y letras doradas, las consolas de madera en las esquinas, las patas de todo mobiliario con forma de garras, todo era la combinación de lujo y severidad.
Tras un enorme escritorio de caoba fina, sentado en un mullido sillón de respaldar alto, se encontraba un gato albugíneo. No era igual a sus otros congéneres, aquel era enorme, en tamaño semejante a los tigres de la lejana Siberia; lo más impactante, de todo el conjunto de por sí magnífico, eran los ojos: zarcos, semejantes el cielo matutino despejado de nubes; en cuanto a la cola, eran muchas, tantas, que era imposible contarlas.
El escritorio propio de un dignatario de estado, vio escondida la pulida superficie, la mayoría en los extremos, por torres de lo que parecían ser documentos y hojas membretadas, esperando sea con ansias o aburrimiento, recibir la esperada firma y sellos secos correspondientes de la digna criatura felina.
—Buenos días, señora, por favor, tome asiento —dijo el gato con una voz llena de calma y sabiduría; le recordó a la que tenía el típico maestro de una película de acción o fantasía.
La anciana no se movió por la impresión, pero no importó, el sofá largo de tres asientos cobró vida, las patas, terminadas en garras, avanzaron y el borde del asiento chocó contra sus corvas, obligando a la mujer a sentarse.
—Veamos, ¿a quién tenemos aquí? Metatrón, muchacho. —Un gato con un chaleco de oficinista pasado de moda cuya tela era de tintes naranjas, tan marcados, que parecía estar hecha de fuego, se acomodó unos severos anteojos de marco grueso y le pasó un cartapacio al divino felino de multitud de colas—. Ummm, Joselyn Tunkas, del área Latinoamérica. Una famosa atleta de distancias largas en su momento, ¿me equivoco?
—No, señor, no se equivoca. Perdone, pero ¿dónde estoy? ¿Qué es este lugar? ¿Quién es usted?
—Disculpe, creí haberme presentado; mi apretada agenda, usted comprenderá... Ejem —carraspeó enderezando la columna e inhalando aire—. Como reza la leyenda en el escritorio, soy dios.
Joselyn fijó la mirada en la placa dorada sobre el escritorio. ¿Eran kanjis, hiraganas o katakanas? No importaba, no podía leerlos.
—Perdone, ¿qué fue lo que dijo? Soy un poco sorda.
El gato blanco volvió a reiterar el título y posición. Pasó lo que tenía que pasar: la humana empezó a hiperventilar, algo grave considerando tan avanzada edad.
No quería que sufriera un ataque de ansiedad, ordenó a otros gatos alados semejantes al que le pasó el cartapacio, que la calmaran. Para aquello, recurrieron a una acción bastante bizarra: materializados de la nada, surgieron unos martillos inflables, de esos que se venden a los niños; los sostuvieron pese a no tener pulgares oponibles y golpearon a la mujer con aquellos.
No le hicieron el menor daño, solo un par de rechinidos, pero de alguna manera lograron tranquilizarla, el efecto fue inmediato.
—Entiendo, ¿qué va a ser de mí? ¿Me va a juzgar? ¿Voy a ir al cielo o al infierno? ¿Acaso al purgatorio?
—Esa cosa no existe —dijo, frunciendo el ceño. Metatrón, al lado, se acomodó los lentes en un gesto que indicaba molestia—. No importa; veamos, sí, lo usual para este caso. —Estampó el sello y luego rubricó la firma sobre aquel.
»No desespere, el tiempo pasará volando. Vaya al Departamento de Asignaciones de Espera e indíquele al personal de informaciones dónde desea permanecer, que tenga una buena estadía.
No supo qué contestar, así que un gato alado la ayudó a levantarse.
—Gracias, con permiso —fue lo único que dijo y salió del despacho del dios gato.
Las puertas dobles se cerraron y fue recién allí, tras varios segundos de parpadeo, que le vino la angustia. Estaba muerta y sin la menor idea de qué hacer a continuación.
Cuando creyó que iba a necesitar otros golpecitos de esos cachivaches infantiles, que vio a un grupo de chicas avanzar hacia ella, eran cinco y miraban los alrededores con aprensión.
No eran muy agraciadas y tenían curiosas pintas: Una era gordita; la otra tenía un curioso peinado afro; otra, menudita, un cabello corto rosa y chillón; otra, un peinado estilo mohicano; la quinta era alta y desgarbada, el largo cabello negro le cubría el rostro.
—¡Disculpe! —Reunió el coraje para hablarle al extraño visón más alto que ella una vez que las jovencitas entraron—. ¿Sabe dónde queda el Departamento de Asignaciones de Espera?
Un visón es una criatura feroz, pero el ser enorme, antropomorfizado, vestido con chaleco y unos pantaloncillos fue cortés:
—Claro, no se preocupe, yo la voy a guiar.
—Gracias, señor.
—No hay de que. Sígame, por favor —dijo y la condujo por pasillos igual de elegantes por el que fue hacia la oficina del dios gato.
A medida que avanzaba, vio varias clases de gatos, muy diferentes a los de su mundo. Aparte de los ángeles alados de antes, vio a otros de cuerpo muy alargado; otros que caminaban sobre dos patas traseras; algunos levitaban de aquí para allá sin necesidad alguna de alas; otros que sí las tenían, pero parecían más las alas de una mariposa que otra cosa; también algunos tenían formas extrañas, más propias de un anime japonés. Uno que otro gran felino de características fantásticas también hizo aparición, incluso creyó ver a un joven muy bien parecido con cola y orejas de gato junto a una jovencita gótica muy hermosa.
—Aquí es. No tenga miedo, solo acérquese a una de las mesas de información; son políglotas así que no se preocupe, con permiso.
El visón se fue y Joselyn tragó saliva para lograr pasar el nerviosismo, se acercó a un tigre que no era antropomorfizado. Nunca hubiera hecho tal cosa en vida, pero el tigre estaba sentado en una cómoda otomana y entregaba fichas de banco a requerimiento pese a que no tenía pulgares oponibles.
—Disculpe, señor, me mandaron venir a este lugar.
—Buenas tardes. ¿Tiene sus papeles, señora?
—¿Papeles? —dijo con un tono de miedo, pero por arte de magia, una pantalla se materializó delante de la anciana. El tigre estiró la pata y rozó el imposible hecho materia. Un papel se materializó y lo tomó para leerlo.
—Todo en orden, señora. Tome la ficha y espere a que la llamen. Tome asiento y esté atenta a la pantalla, aquí tiene su expediente, debe entregárselo al de la mesa de informaciones.
—Gracias, señor —dijo y recibió la ficha que se materializó de la nada sobre las almohadillas de la pata del tigre. Fue a tomar asiento en un lugar nada diferente a la sala de recepción de un banco donde estaban cajeros y personal de informaciones y créditos.
Suaves y gentiles melodías japonesas calmaban a los que esperaban sentados que eran bastantes. Los asientos mullidos eran cómodos y mágicos, nadie se impacientó o tuvo ganas de echar una siesta.
No supo cuántas horas tuvo que esperar, tal vez fueron días, incluso meses. Ardillas que le llegaban a la cadera, vestidas con chalecos, iban de un lado al otro llevando bocadillos y bebidas, no tanto por el hambre de los humanos, que no experimentaban el rugir de tripas o una sed acuciante, pero lo hacían para mantener el orden.
Una ardilla le tocó el brazo y le indicó que era su turno.
Se sorprendió de no sentir dolor en los huesos y fue hacia la ventanilla donde le esperaba un gato. Le enseñó la ficha y le entregó el papel de expediente.
—Todo en orden. Veo que recibió una entrevista de orden aleatorio con neko kamisama, que afortunada, se ganó la lotería de las almas. Eso facilita mucho las cosas, no tendré que explicarle todo de nuevo, pero lo haré si así me lo pide usted.
—No es necesario, ¿qué va a pasar conmigo?
—Todavía no puede ingresar al Aar, el paraíso, se necesita un tiempo de espera. Tiene dos opciones: la primera, permanecer en fila por al menos ciento veinticinco años hasta que toque su turno. Su caso fue revisado por Neko Kamisama, no tendrá que pasar por ningún juicio ni toda la morosa jurisprudencia del debido proceso; la segunda, es volver a casa y esperar allí por el mismo lapso de tiempo. Aquí tiene, son los formularios D-90.
—¡¿Tanto tiempo?! Y estos papeles, ¿para qué son?
—Son para, en caso de emergencia, contactar con una visitadora social en el cielo, tome en cuenta que solo podrá tener tres citas.
Permanecer de pie, sin hacer nada durante más de cien años o volver a la Tierra asumiendo la forma de un fantasma. Ninguna de las opciones le encantaba en lo más mínimo. Era igual a tener que soportar un castigo divino proveniente de deidades griegas, en todo caso, ¿no era justo su situación?, estar a la merced de divinidades indiferentes a los humanos como si fueran gatos, ¡y nunca mejor dicho!
CONTINUARÁ...
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