La maratón

Corazón grande, corazón pequeño

Capítulo 2: La maratón

.

La melodía de Conga de Miami Sound Machine, se reproducía en el ambiente, no se escuchaba la voz de Gloria Estefan; la música, un tempo más pausado, tenía por objeto que las almas no se pusieran a bailar, sino que en una interminable fila india y agarrados por los hombros, recorrieran lo que parecía ser un solario infinito donde aquí y allá se veían claveles blancos.

Cualquiera que viera el espectáculo, pensaría en una gran fiesta, nada más lejos de la verdad. El sopor era la reina de la supuesta parranda de jóvenes y viejos, allá en algún lugar del cielo.

«Supongo que esto es mejor que lo que pasaba antes», pensó Joselyn al recordar lo que le dijo el gato en la ventanilla de informaciones, en el Departamento de Asignaciones de Espera. Antes, las almas debían caminar sin rumbo a oscuras en una especie de catacumba gigantesca a la espera del juicio, una imagen muy acorde a las mitologías de la antigua Grecia o Japón.

Sus manos callosas sobre el hombro de un joven de un aspecto que denotaba total aburrimiento, era el único contacto humano que tenía, no se animaba a más, nadie intercambiaba palabras, ni siquiera miradas. Era la socialización del baile sin el factor humano, algo incongruente, triste.

«Supongo que me veo igual que él. No sé cuánto tiempo he estado dando vueltas. ¿Meses, años tal vez? Estaba aburrida de estar en la cama que me dieron, pasar años dormitando me pareció conveniente, ¡tremenda equivocación! No sé qué más hacer, este no es un centro vacacional donde puedes ponerte a jugar o conversar», pensó, centrando la mirada en los claveles, lo único que la animaba. En medio de las flores blancas vio bustos, por lo general representaban rostros de mujeres y a veces, podía jurar que le devolvían la mirada con una sonrisa piadosa.

«Al menos los niños lo pasan mejor, no se aburren. Pobrecitos, se lo merecen luego de todo lo que sufrieron», pensó en las almas infantes a quienes se les asignaba pasear por los corredores laberínticos de un castillo en una especie de juego de pesca pesca. Incluso se les asignaba un enorme parque de diversiones donde podían jugar sin peligro alguno al apocalipsis zombi, turnándose y pasándola en grande.

Sin ningún minutero o aguja que indicara las horas, era el tempo de la melodía lo que marcaba el tiempo, de todas maneras, nadie tenía la certeza de cuanto hubo transcurrido en sus respectivos tiempos de espera, lo mismo valía tres días que tres siglos.

Cuando la mente se acostumbró al abotargamiento, que la melodía cesó, pese a aquello, siguieron la marcha por inercia. Le tomó un poco de tiempo darse cuenta del tintineo de pequeñas campanas que eran sostenidas por varios animalitos, trataban de llamar la atención de todos.

«¿Qué sucede? ¿Cuánto tiempo he estado caminando? No me siento cansada, pero creo que estuve en la fila durante años. Esta existencia es tan confusa que me pierdo en pensamientos sin sentido».

Los animales antropomorfizados guiaron a las almas a una enorme pared donde vieron varios pizarrones con mensajes: convocatorias para asistir a una especie de maratón. ¿Qué era tan importante para sacar a la gente del deambular sin sentido ni propósito?

«¡El premio es una entrevista para ir al paraíso sin tener que pasar por el tiempo de espera! Decidido, tengo que participar en la carrera, todavía recuerdo cómo se debe correr en competiciones de larga distancia», pensó, recobrando los ánimos de juventud. Lo mismo que ella, todos murmuraban con la esperanza de ganar.

.

.

Una cosa eran los deseos, otra la realidad. Se cohibió al ver a los demás participantes. ¿Qué podría hacer contra tantos jóvenes? Era obvio que no eran más que fantasías infantiles el anhelo de ganar la carrera; hablando de niños, ellos también participaban.

«Todo esto fue un tremendo error. Mejor será si me retiro, todos me llevan una gran ventaja», pensó, no obstante, no pudo exteriorizar sus inseguridades porque en ese preciso momento se dio la señal de partida y, arrastrada por la marea de almas, no tuvo otra opción que correr.

¡Qué inesperada maravilla! No solo el dolor de articulaciones no hizo acto de presencia, todo atisbo de cansancio no se avizoró a modo de amenaza que ralentizara la marcha.

Puesto que las almas no sentían dolor o cansancio, que Joselyn, pese al cuerpo envejecido, aventajaba a los demás participantes.

Al principio todos trataron de ir de primero, corriendo lo más rápido que podían, táctica que fue contraproducente, más en esa pista de carreras conformada por arena de playa de un lago de gran extensión, cada paso parecía ser absorbido por el terreno, dificultando en extremo la marcha, se debía tener técnica para avanzar a paso firme y constante.

Muchos se dieron por vencidos al ver que estaban varias vueltas por detrás de los primeros y fueron ayudados por varios animales a salir de la pista. Pocos quedaban, entre ellos un corredor que sorprendió y asustó por partes iguales a Joselyn.

—¡Qué es eso! ¡Virgencita, ten piedad! —exclamó al ver a la estilizada criatura. Parecía un homínido alto y desgarbado, con la diferencia que tenía cara de oso. Otras razas, aparte de la humana, participaban en la prueba de distancia larga.

Una vez superada la conmoción de ver a tan extraño personaje, se concentró en la carrera, estaba habituada a aquello cuando era una atleta.

«Es solo un corredor más, solo eso. No debo perder la concentración a estas alturas, seguro la meta se encuentra muy cerca», pensó y justo vio a una nutria agitar una banderola a cuadros igual que si la competición fuera una de autos de carreras.

A diferencia de la vida real, no sintió la incomodidad de la ropa sudorosa pegándose al pecho y espaldas. Tampoco sintió los músculos de las pantorrillas arder en fuego, expandiéndose, tratando de romper la piel y salir en un gorgoteo sanguinolento.

Las zancadas del hombre oso eran muy largas, pero eso no bastó. Sin técnica, tal genotipo no sirvió de mucho y vio a Joselyn adelantarse y cruzar el cintillo, dando así fe de la merecida victoria de la latinoamericana.

—¡Lo logré! ¡Lo conseguí! —gritaba, recordando cómo se sentía ser la primera en cruzar la meta, allá en la lejana juventud llena de carencias y de promesas incumplidas por parte de los mandatarios de turno.

Varias almas humanas y animales la rodearon para felicitarla, la única diferencia fueron los fotógrafos y periodistas de prensa escrita, radio o televisión, no había noticieros en el cielo, nada de paparazis.

Como no sentía cansancio alguno, apenas la multitud se dispersó, siguió a un gato a través de una puerta que apareció de la nada en medio del descampado. Cercana a la orilla, dicha entrada, lo mismo que un acto de magia, la llevó a los dichosos pasillos de las oficinas del cielo.

—Perdón, ¿no vamos a ir donde..., ¿el dios gato? ¿Así se llama?

—Descuide, lo del premio se encarga otro. Llegamos, pase, por favor.

Entró a un despacho sobrio, las paredes estaban recubiertas de madera, hasta allí estaba la semejanza con la oficina de neko kamisama. El mobiliario, si bien era de madera, se veía más espartano, sin ese acabado rococó de la oficina principal.

Un gato con unos anteojos de marco grueso y chaleco de un naranja tan chillón que parecía desprender luz propia, miró a Joselyn y la invitó a sentarse en una humilde silla.

—Felicitaciones por haber ganado la carrera. Sabrá que tiene dos opciones: ir directo al paraíso o reencarnar en una persona de otro mundo. ¿Cuál opción prefiere?

—Luego de esperar tanto tiempo en este lugar que me gustaría ir al paraíso.

—Bien, en ese caso...

—Pero siempre quise saber lo que era tener una familia amada y conocer el romance de joven. No sé si podría ir a otro mundo como usted dijo.

Umm, entiendo. ¿Desea algo en particular?

—No sabía que podía elegir. No sé, no se me ocurre nada.

—Tómese su tiempo, no hay prisa —le aconsejó Metatron y cruzó las patitas sobre el escritorio, esperando con educación a que la anciana se decidiera.

Joselyn forzó a su mente a elegir la mejor opción, pero montón de ideas se le agolpaban en la cabeza. Miró abajo y la vista de las manos arrugadas de dedos chuecos por la artritis la hizo decidir:

—Los jovencitos buscan cosas semejantes a grandes peligros y aventuras. Yo quisiera ir a un mundo tranquilo donde pueda ayudar a mi familia y conocer a alguien importante en mi vida, aunque no estoy muy segura cómo reconocer al que pueda amar.

—Entiendo, no se preocupe... Sí, creo que este es el mundo adecuado —dijo al tiempo que examinaba una hoja de papel—. En hora buena, señora Tunkas, su deseo se hará realidad. Deseo con todo corazón que sus perspectivas se cumplan. Levántese, por favor.

Así lo hizo y esperó lo que hubiera de suceder. Antes de cualquier cosa, Metatron le indicó una última cosa:

—Como tendrá una naturaleza de isekeada, que gozará de algunos poderes. Le asignaré unos que creo le serán de ayuda en base a lo que me pidió y que estén en relación con el mundo a donde viajará. Que Neko Kamisama, la bendiga en su viaje.

—¿No volveré a verlo? A su jefe.

—Solo se puede ver a Neko Kamisama una vez en la vida. Parta en paz, señora.

Bajo los pies de Joselyn surgió un círculo mágico. Una luz brillante, tanto que la encegueció, la rodeó igual que si estuviera dentro de una campana de cristal, en un par de segundos, la figura de la anciana desapareció y la monótona burocracia retornó al cielo.

CONTINUARÁ...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top