El mayordomo

Corazón grande, corazón pequeño

Capítulo 12: El mayordomo

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Todo ruido pareció cesar, los ventiladores de la mina se rendían, sumisos, ante el humilde trinar del canario, o así le pareció a Joselyn, se veía igual a una tonta embobada ante un traje de novia en la vitrina, solo atinó a abrir la boca, perdiéndose en los ojos enormes del joven gigante.

La parte recóndita en su cerebro, la que dormía años encerrada en ese nuevo cuerpo, volvió a levantar la mirada.

Negó con vigor con la cabeza, apretó los dientes, se hubiera dado un puñetazo arriba de las cejas, pero decidió forzar a su mente a comportarse de manera adulta:

«Vamos, no seas tonta. Acércate, ¿no viniste a ayudar a alguien?, pues encontraste a ese alguien, deja de actuar como una jovencita. Bueno, sí, lo eres, pero..., ¡ag, esto es tan complicado!».

—Hola, ¿estás bien? ¿Estás herido? —No le contestó, al igual que ella hace un momento, solo atinó a mirar al robot minero con detenimiento—. Oye, no deberías estar aquí, creo. ¿Te perdiste? ¿Acaso eres un ladrón?

El joven se acurrucó más en ese abrazo que el mismo se daba. Parecía tan vulnerable, en sumo desvalido; los cabellos rojos, limpios de cualquier rastro de hollín, fueron los únicos que intentaron darle cobijo al taparle un poco la frente y, lo mismo que un velo coqueto, trataron de hacer lo mismo con esos ojos que hipnotizaban.

«¿Lo asusté? No debí llamarlo ladrón por el megáfono. ¿Qué hago, qué haré? Ojalá papá estuviera aquí. Vamos, Joselyn, piensa en algo, chica, ¿qué haría papá en este momento? ¡Pero papá no está aquí!», pensó con angustia, queriendo jalarse los cabellos. De alguna forma, el canto del canario la calmó lo suficiente para ponerse a pensar con calma.

«Tranquila, no pasa nada, nada que no puedas manejar. Escucha bien, Joselyn, tú te metiste en este lio y tú vas a salir de esto; quiero que te des media vuelta y regreses a tu puesto, haz de cuenta que nada de esto pasó».

Eso intentó, pero el gigante se percató y la súplica de aquellos ojos hermosos, ese cielo, el único que verían alguna vez esos socavones, introdujeron la duda y la curiosidad en el pecho de la joven.

No solía recurrir a su poder, todavía la perturbaba la experiencia en aquel lugar que le dijeron era el cielo, después de todo, en otra vida, era católica practicante; mejor pensar que todo eso que experimentó, solo fue producto de algún tipo de alucinación.

—Desplegar pantalla —fue lo único que dijo, pero bastó.

Oculta para los demás, un imposible se materializó frente a su rostro, debajo del mentón, dentro de la cabina.

Una superficie igual a un rectángulo, ingrávido, semitransparente y de un color verduzco. El curioso pedazo de vidrio, semejante a la pantalla plana de un celular, pero de un tamaño respetable, mostraba datos en el idioma original de la isekeada, en este caso, el nombre del agraciado desconocido:

«Sinem Karlsen... Nieto de... ¡El nieto de Ole Karlsen, el dueño de la compañía Karlsen! ¡No puede ser! ¡¿Qué hace el nieto del jefazo en este lugar?!», pensó alarmada aquella y otras cosas, todas que dejaron de retumbar en su cerebro al darse cuenta de lo obvio.

«No puedo dejarlo aquí, al nieto del viejo Karlsen. ¡Maldición, esto no debía pasar! ¡Se suponía que nada de esto debía ocurrir!».

Forzó a los pulmones a respirar tranquila y desactivó la pantalla isekai.

—Escucha, no te asustes. Perdón por lo que dije, eso de que eras un ladrón. ¿Me puedes decir tu nombre? —dijo por el megáfono de la cabina para imbuirle seguridad.

—Sinem, me llamo Sinem. —Incluso la voz sonaba gentil, el tono era agradable y compaginaba con el rostro de efebo.

—Es un nombre muy bonito. ¿Qué haces aquí? ¿Te perdiste?

—Vine por orden de mi abuelo..., para que conozca el negocio familiar. Me, me perdí y me dio miedo.

«¡Ternurita! ¿Qué edad tiene?, parece tener los mismos años que yo. En fin, no puedo abandonarlo aquí, se ven tan débil y vulnerable, igual a un cachorrito».

—Escucha, este, joven Karlsen. Toma mi mano, prometo que te voy a cuidar, no temas, salgamos de aquí, conozco la mina como la palma de mi mano —mintió para darle seguridad.

—De, de acuerdo —fue lo único que dijo, con timidez estiró la mano de la misma manera que lo haría un niño pequeño y tomó la mano del robot. Juntos, se encaminaron a la entrada del socavón.

Ni que decir que los otros trabajadores de la mina, ya sea pilotando sus propios robots o los mineros sobre sus dos pies, miraron asombrados a la pareja, más al percatarse que el jovencito con pinta de gatito entelerido no era un gigante más.

—Bueno, aquí nos separamos, tengo mucho trabajo, ¿sabes? Solo pregunta a alguien y podrás reunirte con tu abuelo. ¿Qué pasa?, puedes soltar mi mano —Sinem no parecía a gusto con la idea de separarse de su salvadora, sujetó con firmeza la palma de hierro perteneciente a la mujer caballero en armadura ennegrecida, nada brillante ni plateada, pero igual de admirable.

»Por favor, suéltame, me vas a meter en problemas —trató de hablar lo más suave que podía por el megáfono, no quería que los mineros descubrieran su tono de voz, mucho menos su identidad, el trabajo de su padre estaba en juego.

—¿Qué pasa aquí? ¿Por qué todos no están trabajando...? ¡Woa! ¿Ese es el joven amo Karlsen?

«¡El capataz de los mineros! Esto no puede estar peor, si descubre que mi padre no está aquí, va a ser una desgracia. ¡Piensa en algo rápido!». No pudo pensar con la suficiente rapidez, el hombre de barriga de bebedor de cerveza se le adelantó:

—¿Sackville, cierto? ¡Lleva al joven amo a la sección de los gigantes! ¡Seguro el señor Karlsen debe de estar muy preocupado por el paradero de su nieto!

—Mi puesto... —dijo forzando la voz a adquirir un tono más rasposo. Sabía que estaba haciendo un ridículo intento de emular un vozarrón de hombre, por fortuna, la salida por el megáfono, ocultaba tal efecto de voz.

—¡No importa! —dijo empleando el megáfono portátil— ¡Tengo que revisar la entrega de...!

La bocina de la mina sonó con el típico tono de alarma. Joselyn lo reconoció de la vez en que fue la primera vez con su padre a la mina, el día del accidente cuando murieron varios mineros en una explosión de gas.

—¡¿Ya ves?! ¡Seguro es el amo Karlsen que en este momento debe de estar subiéndose por las paredes! ¡Ve pronto, por mil demonios y dragones!

Sin poder rechistar, solo apretó su agarre en la mano de Sinem, y fueron corriendo lo más rápido a la sección que le indicó el capataz. Todos se apartaron del paso del par, no fuera que acabaran aplastados o peor: causar que Ole Karlsen montase en cólera.

Llegaron pronto a la sección de la mina donde trabajaban los gigantes, muy pocos humanos tenían permitido el acceso, la mayoría debía pilotar un robot.

La malla olímpica era curiosa, conformada el muro por dos secciones: la de abajo era una normal; la superior, tenía los espacios más amplios para que los gigantes pudieran ver el otro lado.

Un portero enorme, un gigante, se mostró sorprendido al ver el robot sujetando la mano del joven e ir a toda carrera hacia la entrada.

—Momento, ¿qué pasa aquí? ¿Quiénes son ustedes? —dijo, al tiempo que sostenía un block de papeles en espera de verificar el nombre del par.

—Este, soy Hamilton Sackville, trabajo en la mina, en la sección de los humanos. Vengo trayendo al nieto del señor Karlsen.

—¿Su nieto? ¿Es él?

—Sí, fue a explorar un poco y se perdió. ¿No escuchas las bocinas de emergencia? El señor Karlsen debe de estar muy preocupado.

—¡Claro, pasen! Perdón, señorito Karlsen, puede entrar, tenga usted un buen día.

No se preocuparon por contestarle, avanzaron con cierta torpeza, pero Joselyn frenó de pronto, causando que Sinem chocara contra ella.

De no ser porque en su mente estaban todavía frescas las clases en la academia, su robot se hubiera desplomado. Agarró los controles e hizo que el titán de hierro asumiera una pose firme.

—¡Ten cuidado! Mira que por poco haces que me caiga. El canario no se ve muy feliz, eso te lo aseguro.

—Perdón, pero me estabas jalando y te detuviste de repente. ¿Sucede algo?

—Sí, me olvidé preguntarle al portero donde quedan las oficinas principales en la mina.

—¿No lo sabes? ¿Cómo puedes no saberlo si trabajas aquí?

—¡Nunca vine a esta sección! Se supone que humanos y gigantes no trabajan juntos, bueno, la mayoría del tiempo. ¡Nunca me asignaron a esta sección! —exclamó para disimular, después de todo, se suponía que no debería estar allí, sustituyendo de piloto a su padre.

»Tú no puedes achacarme de nada, al fin y al cabo, eres el nieto del jefe Karlsen, ¡¿Cuándo se ha visto que el nieto del jefe se pierda en su propia mina?! No tiene el menor sentido.

—Yo, no salgo mucho de casa, estoy enfermo, siempre lo estoy, ni siquiera salgo al jardín.

—Lo siento, no lo sabía. Mejor nos apuramos, las bocinas siguen sonando, pero no sé el camino. ¿Tú lo sabes? Por favor, dime que sí —suplicó, pero Sinem negó con la cabeza, estaba tan avergonzado, que el rostro, pálido por la enfermedad, tuvo atisbos de colores rojizos, bajando tímido la mirada.

Estaba cada vez más angustiada, pero decidió que lo mejor sería seguir adelante hasta encontrar a un gigante y pedirle direcciones.

No tuvo que caminar mucho, solo un par de pasos, un gigante iba corriendo hacia ellos. No parecía un trabajador más de la mina, más bien tenía la típica imagen cliché de un viejo mayordomo de aspecto digno de hombros y columna envarada, el monóculo en el ojo izquierdo y el bigote blanquecino, un poco largo, no se veían dignos debido a la pronta carrera.

El rostro de Sinem se relajó y sonrió con amplitud, mostrando unos dientes blancos y uniformes:

—¡Riggs! ¡Qué bueno verte! ¡Estaba tan preocupado! —Un acceso de tos hizo que Sinem doblara el tronco hasta apoyar la rodilla al suelo. Antes de llegar donde el joven amo, Joselyn procedió a ayudar al enfermizo con cara de ángel.

—Tranquilo, no hables, estuvimos corriendo hasta llegar hasta aquí. ¡Perdón, todo es mi culpa! —Le frotó las espaldas de la misma manera que lo haría una madre.

—No es culpa tuya, tú no lo sabías. Gracias.

—Joven amo, permítame —dijo Riggs, el mayordomo. A Joselyn le pareció que no actuó de inmediato, observó por más segundos de los necesarios como ayudaba a Sinem—. Eso es, señorito, déjeme sacudirle la ropa —dijo y sacó el adminículo para aquello, limpiando con profesionalismo la ropa elegante—. ¿Se siente mejor, joven amo? ¿Sí?, en ese caso, mejor ir donde su abuelo, sepa que está muy preocupado.

—Sí, siento haber sido una molestia.

—Usted jamás sería una molestia, señorito Karlsen.

—Este. Bueno, que bien que hayas encontrado a tu mayordomo, ¡digo!, que bien que todo resultó bien, señorito Karlsen. Me retiro, me están esperando y tengo montón de trabajo que dejé a medias...

—Nada de eso..., señor. Por favor, tenga la amabilidad de acompañarnos. El amo Karlson seguro querrá agradecer en persona al trabajador que ayudó en encontrar a su adorado nieto, heredero único de industrias Karlsen.

—¿El único heredero? Vaya, ¡pues no!, digo, el trabajo, no puedo ausentarme, ni siquiera unos minutos...

—Esta es una excepción, cualquier perjuicio, seguro el amo Karlsen le excusará. Reitero mi pedido para que nos acompañe, ¿no querrá causar una molestia al amo? Seguro se verá contrariado de no poder agradecerle en persona.

—¡Estoy sucio! Mi ropa, no me he lavado, apesto y...

Riggs no escuchó o, mejor dicho, hizo como si no prestase atención a las apresuradas excusas que daba Joselyn, que en el pánico se olvidó de disimular el tono de voz. Tomó con gentileza los hombros del robot y así la obligó ir hacia adelante; por su parte, Sinem le sostuvo de la mano y le sonrió con dulzura.

El rostro de Joselyn era un poema al desconcierto, por la mañana fantaseó con estrecharle la mano a Ole Karlsen; sus fantasías se harían realidad, descubriendo que eso no era nada bonito.

CONTINUARÁ...

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