La instructora

Carnaval Isekai

Capítulo 3: La instructora


Por lo general, eran los escándalos relacionados a uno que otro marido cornudo, persiguiendo en los tejados al amante desnudo de turno, lo que se discutía una vez pasadas las fiestas, sin embargo, los chismes recientes, lejos de provocar hilaridad, llevaron el miedo a los habitantes de Termolapae.

El carnaval en honor al dios Palador fue interrumpido por una noticia desgraciada que en menos de un día fue comentada por cada hombre y mujer: las vestales de la diosa Maurea, fueron masacradas como si fueran simples ovejas.

Hubo montón de rumores, cada uno más descabellado que el anterior, y pese a que los curiosos se agolpaban en la entrada que daba lugar a los viñedos del monasterio, nada se pudo sacar en concreto, menos de los adustos soldados que tuvieron la orden de no dejar pasar a nadie o comentar respecto al asesinato de tantas jovencitas.

Un grupo de niños curiosos fue a la parte de atrás del viñedo, donde el muro no era tan alto, deseosos de satisfacer su morbosa curiosidad.

―Por favor, Donato, no lo hagas. Si los soldados te pescan, te van a matar a golpes ―le imploró una pequeña niña, tal vez su hermana menor.

―No seas tonta, ¿cómo vamos a saber que les pasó a las vestales si no nos metemos al monasterio? Además, ¿no querías saber que le paso a Shaloz?

Viendo como la niña desvió la mirada, angustiada por el destino que pudo tener la joven mujer que ella admiraba, Donato animó a los demás niños a subir el bajo muro.

Cuando apoyó su ombligo y rodilla derecha en la parte superior del muro, se quedó petrificado al ver un rostro agraciado pero severo.

―Oye, Donato, deberías hacerle caso a esa niña, ¿es tu hermanita? Ya veo que sí, bueno, ella tiene razón, fisgonear es malo ―le dijo Malleta con una sonrisa.

―Perdón señorita, no lo volveré a hacer.

―Este, ¿y la vestal Shaloz?

―Lo siento, chiquitita, está con los dioses de la luz. ¡Lárguense, mocosos!

Los niños huyeron gritando y Malleta se dio por satisfecha.

―¿Qué sucede? ―preguntó Jurgon.

―Nada, solo impartía la educación apropiada a un grupo de curiosos.

―Seguro ya son sabios, al menos más que ayer.

―Sí, en estos tiempos hay abundancia de malcriados precoces.

El viejo caballero cerró los ojos y se sonrió, luego dejó atrás todo gesto de guasa.

―No pude averiguar nada, ni las sacerdotisas superioras ni los trabajadores que ayudaban a las vestales con la venta del vino pudieron decirme algo de valor.

―Tampoco pude hallar rastro alguno de un perpetrador ni de entrada ni de salida. Esto es muy extraño, con tanta sangre, algo debería haber quedado como rastro.

―¿Qué piensas que pudo haber pasado?

―Fue un incordio no haber podido ir al gremio de La Espada Luminosa, me hubiera gustado interrogar a esos magos, pero nos ordenaron ir a este lugar. Los cuerpos de las vestales fueron movidos de su sitio, se limpió toda la sangre, tripas y sesos de las termas, fue una suerte que hayamos llegado al tanatorio de la ciudad justo antes de que cremaran los restos de todas esas mujeres. Sus cuerpos tienen los mismos rastros que en la torre de la invocación.

―Lo que me extraña es que nos hayan ordenado venir aquí, cuando se supone que teníamos libertad para investigar a nuestras anchas todo el asunto del asesinato de la Princesa.

―Sí, es muy extraño.

―¿Crees, Malleta, que quisieron enviarnos lejos para no investigar lo de la princesa Glorieta?

―Pues le erraron. Es obvio que este caso y el de la princesa están relacionados.

―¿Tu teoría de un engendro mandado por el rey demonio?

―Sí, pero no creo que se trate de un engendro, no hallé rastros de mordidas en las vestales. Esto lo hizo un sicario del rey demonio.

―Eso explicaría el por qué no hallaste ningún rastro.

―Sí, pero todavía no explica el por qué Glorieta estaba acompañada por todos esos magos.

―Habrá que retornar a la capital e ir al gremio.

―No creo que tengamos esa opción, quien sea que nos ordenara ir a esta ciudad, tiene los medios para hacer que Danar y Marieta se desdigan y nos quiten su voto de confianza para investigar esta mierda, estamos solos.

―Ya estoy acostumbrado.

―Perdona, viejo amigo, por mi culpa que estás viviendo en una especie de ostracismo.

―¿Pero qué dices, mi comandante? Tengo que ser yo quien te agradezca mis días, me diste la oportunidad de seguir prestando servicios a la corona pese a mi edad.

Malleta se sonrió, era ella la que debería darle las gracias por todo el entrenamiento que recibió del hombre de cabellos canosos, una figura que podría decir que la veía como un padre, algo curioso, cuando empezó su entrenamiento como escudero, tuvo en Anthonious von Jurgon, un interés romántico, pero que luego pasó a puro respeto, el respeto que nunca le tuvo a su débil padre.

―Nos aprovecharemos de la ignorancia de los bastardos que nos mandaron a este lugar, no saben que el asesinato de las vestales está relacionado con lo de Glorieta. Investigaremos el asesinato de la princesa, debemos indagar qué fue lo que les pasó a estas pobres desgraciadas.

.

.

La academia de mujeres caballeros era un sitio de continua disciplina. El entrenamiento era arduo y que mejor en las noches que entregarse a los brazos del dios Mordious, el dios del sueño, pero faltaban horas para aquello.

Los gritos de las mujeres comandantes, eran armoniosos, pero igual una no estaba para deleitarse en esos timbres, el castigo por no mantener la marcha era severo.

―¡Flore, Levanta más esa pezuña!

―¡Sí, comandante! ―le respondió con aplomo a la instructora. Quiso morderse los labios para sacar la fuerza necesaria y así levantar la pierna enfundada en armadura.

A diferencia de los caballeros que iban a la batalla, las armaduras de las mujeres eran de placas, su movimiento era más fluido, sin embargo, esta ventaja en movilidad no fue apreciada por los experimentados y sabios generales del reino, que insistieron en tener ejércitos con la rapidez propia de un monigote con artritis.

Fue el paso de parada con pierna elevada y otros movimientos, la estrategia empleada para hacer notar que las mujeres caballeros y sus armaduras, podían ser una ficha valiosa de ser implementadas en la guerra.

Puesto que el carnaval del dios Halladorn, el dios de la guerra estaba a la vuelta de la esquina, el entrenamiento era con armadura completa, llevando las pesadas capas, estandartes y demás parafernalia para la ocasión.

Maldijeron para sus adentros, daba igual que sus armaduras tuvieran mayor ligereza y movilidad que las armaduras de los hombres, esto no dejaba de ser una tortura.

No soportó el esfuerzo y el fuerte calor que penetraba la armadura, Flore se derrumbó allí mismo.

Sus compañeras intentaron ayudarla, pero de inmediato sintieron el látigo corto de varias tiras, no sintieron dolor por la armadura, pero igual casi se orinaron del miedo.

―Cadete Flore, si en plena parada se desmaya, no espere que alguien la venga a ayudar. El deber de cada aspirante a caballero en el carnaval, es mostrar disciplina frente al dios Halladorn, sus hermanas en armas, no se rebajaran a sufrir la vergüenza de romper filas.

―Sí, comandante.

―¡Levántese, cerda!

―¡Sí, comandante! ―exclamó, esta vez mordiéndose el labio, no para sacar fuerzas, sino para no llorar.

La sesión de tortura continuó, ninguna pensó en cosas como jugar o el sexo, solo quitarse la armadura, lavarse y embadurnarse con pomadas en las zonas en la que las correas hicieron contacto con la piel.

―¿A dónde vas, Flore?

―Esta semana fue un infierno, no pude escribirle a mi tío.

―Ya es tarde, mejor lo haces mañana.

―Tiene que ser esta noche, en un par de días es el carnaval y no se podrá enviar una carta por barco. El próximo hacia el ducado saldrá luego de dos semanas, puede que incluso más.

―Pero tendrás que ir a la ciudad, si te pesca una de las instructoras...

Flore suprimió un estremecimiento, pero tenía que cumplir con su respetable tío. La academia de las rosas carmesíes, no era para nada barata, era una extravagancia y por ello mismo costaba lo suyo.

No se preocupó por el momento en ponerse ropa alguna, después de todo, estaba entre mujeres, aunque alguna vez escuchó feos y extraños rumores respecto a las severas instructoras, no importaba, tenía que darse prisa con la carta.

La punta de la pluma iba y venía del tintero con una velocidad admirable. Al terminar, revisó su ortografía y caligrafía, sonrió al ver que no había ningún error; espolvoreó polvo blanco sobre la carta para secar la tinta y luego sopló con todo el cuidado que pudo, no fuera que el fino polvo, al volar lejos del papel amarillento, manchase aquel.

Enrolló la carta y la ató con un cintillo azul, luego se vistió a las rápidas, tanto, que optó por no ponerse las bombachas. Se puso la capa con una capucha color gris y salió por la ventana.

Caminó lo más rápido que pudo, cuidando que el ruido de sus pasos no la delatara. No quería correr por el patio desnuda hasta caer desmayada por el agotamiento, castigo propinado a todas las que eran descubiertas al querer salir a la ciudad o escondían a un hombre debajo de sus camas.

La sorpresa de ver a una de las instructoras casi la traiciona, pero logró a tiempo cubrirse la boca con la mano que tenía libre.

―Por favor, no siga.

―¿No quieres que siga? Está bien, pero no creo que luego del carnaval pueda hacer algo para que sigas aquí.

―¡Por favor! ¡No quiero irme!

―Si eso quieres, entonces, abre más esas piernas, cerdita.

Así lo hizo, y lloró mientras sintió como dedos hurgaron sus bombachas y penetraron su sexo.

Flore frunció el ceño por la indignación, cesó cuando sintió como la carta enrollada para su tío se arrugó debido a sus dedos temblorosos.

«Perdona, no puedo ayudarte, no puedo hacer nada», pensó y prefirió cerrar los ojos y hacer que no vio nada.

Llegó al muro bajo, subió a aquel y saltó con seguridad al otro lado. Se subió la capucha, ajustó la capa y corrió presurosa a entregar la carta.

En el recodo donde estaba la aspirante a caballero, la pervertida instructora frenó el recorrer de su lengua por el cuello de la jovencita al notar el ruido de pasos acercándose.

―Tú, no digas nada ―la amenazó y se arregló para no revelar nada indecente que pudiera hacer sospechar de su conducta abusiva.

.

.

Flore estaba contenta, logró a último minuto entregar la carta para su tío, le costó nueve coronas de plata, pero el precio valió la pena. Se imaginó a su noble pariente con una sonrisa mientras leía la carta, por desgracia, la imagen de su compañera siendo abusada por la instructora, también se reprodujo en su mente.

Borró la sonrisa y subió por el muro.

No supo qué la molestó más: el hecho que la escalada fuera más difícil de lo que anticipó; el escaparse sin haber ayudado a una compañera por entregar la carta; o saber que no prestó ayuda por cobarde.

Decidió que pensaría en ello después, tenía que concentrarse en caminar con sigilo e ingresar de forma subrepticia al cuarto que compartía con su compañera.

«¡Demonios del averno de Éralu!», pensó al tropezar con algo.

Al levantar la mirada, pudo observar un pequeño bulto, tuvo que palparlo porque estaba demasiado oscuro como para poder fiarse de la vista. Le pareció al principio el cuerpo de un cachorro de perro o gato, pero luego no entendió lo que notó con las yemas de sus dedos al sentir lo que pareció ser el conjunto de nariz, ojos y boca.

Su vista se acostumbró a la oscuridad y notó que el "animalito" no era el único. Una especie de alfombra macabra descansaba sobre la hierba manchada de sangre.

Alguien la agarró de los cabellos, debía tener mucha fuerza y ser muy alto pues la levantó como si fuera una muñeca de trapo.

Sus ojos vieron una máscara hecha de fino mimbre, mostró los rasgos estilizados de un hombre con un bigote corto y curvo, por un momento le recordó la imagen de su tío.

La otra mano la agarró del cuello y sintió como su cabeza era separada de sus hombros.

CONTINUARÁ...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top