Un hotdog de esperanza

A falta de amor, gato

Capítulo 7: Un hotdog de esperanza

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Todo hedía a mierda y orines, la ciudad era hermosa, pero como todas, siempre se encontraban recovecos y callejones a los cuales uno no debía frecuentar, en especial en la noche, cuando los filos de los cuchillos brillaban como los ojos de los gatos.

Las capuchas, rostros embozados y dientes amarillentos, se daban la vuelta ante el fortachón semidesnudo que avanzaba confiado, pisando con sus pezuñas los adoquines gastados.

Su reciedumbre se notaba a la legua, esa silueta musculosa podría ser la de un humano dedicado en cuerpo y alma al fisicoculturismo, pero las pezuñas y el rostro bovino coronado por pequeños cuernos, daban fe de su especie: un cornudo de las estepas del lejano oeste.

Tocó la puerta con delicadeza, no quería causar más ruido del necesario con su fuerza bruta.

La mirilla de madera, tan tosca como la puerta misma, se abrió y unos ojos inyectados en sangre le vieron.

—¿A qué vienes, cowboy?

—Disculpe, señor o señora, vine por el anuncio de que necesitan músicos —dijo una voz suave, tímida, una sorpresa viniendo de semejante corpudo.

La mirilla volvió a cerrarse y luego se abrió la puerta. Un elfo oscuro le abrió poniendo cara de pocos amigos.

—Ve al fondo y tuerce a la izquierda. Si el público hace otra cosa que no sea tirarte verduras podridas, la jefa hablará contigo respecto al oro, ¿entiendes, animal?

—¡Sí, sí señor, no se preocupe! Por allí, ¿verdad? —preguntó, pero el elfo oscuro volvió a concentrase en su fetiche consistente en unas hojas que plasmaban dibujos eróticos de sumisión de hembras de su especie, algo muy irreal considerando su cultura, después de todo, la raza de los elfos oscuros era de naturaleza matriarcal.

Avanzó hasta llegar cerca del escenario, cada vez estaba más y más nervioso, en especial, cuando semielfas, elfas oscuras y otras féminas de diversas razas, vestidas con escasas ropas pasaban por su lado.

—Hola, hola, hola. Buenas..., seguro te debes llamar Linda, porque eres muy linda, perdón.

Unos abucheos le pararon en seco, esperó unos segundos y vio como un elfo corría llorando hacia él, pasando de largo.

«Un elfo silvano. ¿Qué pasó?, ¿no les gusta la polka en la ciudad?», pensó cada vez más nervioso.

—Siguiente. Oye, tú, ¿no escuchaste?, tú sigues —le dijo un elfo oscuro.

—¡Sí, señor! —exclamó y, tragándose su miedo, fue al escenario.

Todas las butacas estaban ocupadas, nada de gente en trajes elegantes, solo la chusma que berreaba sin parar y que estaba entretenida lanzándose comida.

—Bu, buenas, me llamo Bobby, de donde vengo significa El pequeñin, espero que mi música les guste...

—¡Toca algo de una puta vez o te vas a la puta calle, jetón!

—¡Sí, señor! —exclamó y con su guitarra, se puso a tocar una melodía country, cantaba haciendo gala de su agradable voz.

La audiencia lo miró con los ceños fruncidos, decidiendo qué arrojarle. No tardaron mucho, lanzarón tomates podridos al pobre.

—Ya sabes el camino —dijo el elfo oscuro. El cowboy corrió lo mismo que hiciera antes el elfo silvano, llegando hasta el callejón maloliente.

Cerraron la puerta de un portazo detrás de él. Derrotado, salió del callejón para ir al centro.

Nueva Orleans, la ciudad libre, a diferencia de otros enclaves, era el sitio donde varias razas decidieron establecerse, pero la mayor parte de la población estaba compuesta por los semielfos y los elfos oscuros.

Las hermosas e iluminadas calles con sus casas victorianas, todas primorosas de madera pintada con todos los colores, contrastaba con la realidad oculta de la ciudad, era un secreto a voces la enemistad que se tenían los dos sectores más amplios de la población. La magia del blues y la del jazz, competían para saber cuál era la mejor, muchas veces con la ayuda de las navajas envenenadas.

—¿Me da un hotdog, por favor? Sí fuera tan amable, estimado señor.

El ororondo orco miró con gesto adusto al cowboy, pero un cliente es un cliente y le sirvió un hotdog de respetable tamaño.

Apenas le dio un mordisco, sintió como manos le sujetaban de las ropas.

—¡Amigo, por favor, convídanos un pedacito!, ¡nos morimos de hambre!

Quienes le sujetaban, arrastrando las rodillas, era un grupo de extrañas humanas. Una tenía el cabello negro, muy largo, que le llegaba hasta el suelo y le ocultaba el rostro; otra, tenía un cabello tan rojo, que a todas luces se veía que no era natural, aquel era estilo mohicano; la otra, tenía lo que parecía ser una esfera enorme de cabello estilo afro y de color café claro; la más pequeña poseía el cabello menos voluminoso, pero era de un color rosado, tan chillón, que hería la vista; la última, era gorda, tenía lo que parecía ser una peluca pasada de moda, perteneciente a una mamá hacendosa de los cincuentas, era de un color verde muy intenso, chillón como el de la chica de rosado.

—¡Oigan, humanas horrendas de pacotilla! ¡No ahuyenten a mis clientes!

—¡Por favor, no sigan!

—Solo un pedacito, nos harás ese favor, ¿verdad? —dijo la chica del cabello negro, se apartó el pelo de su cara y observó muy de cerca al cliente, mostrándole sus ojos de psicótica peligrosa.

—¡Auxilio! —gritó el cowboy.

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En una plazoleta, las cinco chicas de antes, devoraban como si fueran cerdos, los hotdogs que Bobby les compró.

«Praderas verdes, ¿qué es lo que haré? No tengo muchas monedas de plata y encima tuve que gastar bastante en estas raras humanas».

—¿Qué pasa? ¿Qué tienen? ¿Les duele algo? —preguntó al escuchar cómo las mujeres empezaron a llorar.

—Es que, es que, ¡nadie ha sido tan bueno con nosotras desde que vinimos aquí! —gimió Gabriela, se enjuagaba las lágrimas como las demás—. Todos son unos hijos de puta, nadie nos dio trabajo.

—Lamento escuchar eso. Bien, espero que les vaya mejor, suerte...

—¡Incluso intentamos llevar a cabo un show de baile erótico, pero con todas esas elfas aquí, nadie nos tiró pelota! ¡¿Qué hicimos para haber nacido feas, carajo?! —gritó la guitarrista principal.

—No, no creo que sean feas... Suéltame, por favor, no trates de zarandearme.

—Lo somos, somos horrendas —dijo Tatiana, que miraba al vacío, desenfocando sus ojos, lo que le daba una apariencia patética
—. Por favor, mundo, perdónanos a todas por haber nacido.

—Creo que perdí veinte kilos en la ciudad, a este paso, voy a ser tan pequeñita como Basilia —dijo Alba, se sostenía los michelines de su estómago, el cual, volvió a rugir de hambre.

—Este, mejor me voy...

—Gracias, gracias mi buen señor, es usted un ángel del cielo —dijo Basilia, juntando las manos y viéndole con adoración.

«No, no seas tonto, Bobby, no te metas con estas locas. Solo vete, vete, no tienes tiempo ni dinero para preocuparte por otros. Sí, lo decidí, ¡me voy de la ciudad!».

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El callejón no hedía a mierda, pero era oscuro y muy ófrico. Daba escalofríos solo mirarlo desde la calle principal, bien iluminada y llena de sonidos.

—¿Viven aquí? ¿En serio?

—Sí, la llamamos: Latam ver. 2.0, modo fantasía nivel Hard, ¿qué te parece? —preguntó Gabriela, hinchando el pecho ante algo que no era válido para presumir.

—No te entendí nada de nada. Me parece que uno puede morir de pulmonía si pernocta en este sitio, ¿cómo le hacen?

—Deja que sea Lola la que hable, ella es la lideresa de la banda —dijo Tatiana.

—¡Está bien, bueno! Adelante pues, vocalista principal —dijo con sorna Gabriela.

—Bueno, no teníamos dinero para comprar algo, ni siquiera cartones, pero tenemos a los gato ñeko —explicó Lola.

—¿Los qué cosa?, ya me perdí.

—Mira, solo no te asustes.

La vocalista invocó por medio de su pantalla isekai a las monturas felinas. Miraron con atención al bovino antropomorfo.

—¡¿Alacranes y víboras de cascabel?! ¡¿Qué son esas cosas por el amor al gran Muuu?!

—Son los gatos ñeko, nuestras monturas, con ellas vinimos hasta aquí —dijo Alba—. Cuando no tuvimos éxito con nuestra banda, tratamos de ganar dinero mostrándolos al público, pero los guardias de la ciudad nos persiguieron. ¡Catalogaron a nuestros amiguitos como monstruos peligrosos!

—Incluso hubo un enano oscuro que, al verlos, nos los quiso comprar para que lucharan a muerte en la arena contra otros monstruos —dijo Tatiana.

—No podríamos venderlos, son nuestros peluditos —dijo Basilia y abrazó a uno de los enormes gatos que restregó su cabeza contra ella y empezó a ronronear.

«¿Qué pasa con estas chicas? ¿Quién demonios son y de dónde vinieron?».

—Este, ¿dijeron que forman parte de una banda? No será una banda de ladronas, ¿verdad?

—¡Claro que no! Somos músicas, artistas, las cinco formamos una banda de rock. Nos llamamos: Cat in absence of love —dijo Gabriela, muy orgullosa de sí misma.

—¿Qué de qué? De nuevo me perdí, no les entendí nada de nada.

—Somos la banda A falta de amor, gato. Eso quiere decir —dijo Lola.

—¿A falta de amor, gato? Perdonen, pero eso suena...

Las chicas interrumpieron a Bobby al invocar sus instrumentos musicales. Lola, al ser la lideresa del grupo, hizo las presentaciones:

—Guitarra principal: Gabriela Pérez como ¡Anxiety! (ansiedad) —dijo y la chica del cabello rojo estilo mohicano tocó su instrumento. La guitarra eléctrica era de naturaleza mágica, no necesitó enchufarse a tomacorriente alguno y el sonido reverberó con tanta fuerza, que no necesitaba de parlante alguno. Lo mismo se aplicaba para los otros instrumentos de las chicas.

»Bajo: Basilia Rodríguez como ¡Anguish! (angustia) —dijo y la pequeña del grupo con el cabello rosado y rostro ratonil tocó su guitarra.

»Teclado: Tatiana Martínez como ¡Rejected! (rechazada) —dijo y la muchacha lunareja del cabello afro muy abultado sacó varios tonos a su teclado.

»Batería: Alba Hernández como ¡Alone! (sola) —dijo y la gordita con el cabello de ama de casa de los cincuentas y de color verde eléctrico, tocó la batería con pasión.

—Vocalista: Lola Gonzales como ¡Loveless! (sin amor) —gritó Alba y su amiga ejecutó un raro paso de baile.

—Somos: ¡Cat in absence of love! —gritaron y tocaron sus instrumentos con mucha pasión.

—¡Muuu! ¡Ya basta, me revientan los oídos! ¡Mis cuernos, se están astillando, mis cuernos!

Las chicas pararon y vieron como Bobby estaba arrodillado, tapándose las orejas y respirando con dificultad.

—Ya lo sabemos, no tienes que decírnoslo, somos patéticas —dijo Gabriela, encorvando los hombros.

—Patéticas, patéticas, patéticas... —dijo Tatiana a modo de un eco que se perdía a la distancia para darle más dramatismo a su autocompasión.

—No servimos para nada —dijo Basilia abrazando su guitarra con las lágrimas asomándose por los ojos—, si al menos fuéramos bonitas como las otras cantantes que se dedican a esto.

—Los animes y mangas para chicas con bandas de música nos engañaron. La realidad es muy cruel: sin talento y sin belleza. ¿Qué vamos a comer mañana? —preguntaba Alba a nadie en particular al son de los gruñidos de su estómago.

—¡No tenemos audiencia! ¡No tenemos aplausos! ¡A este paso ni gatos vamos a tener! —gimió Lola y se sonó los mocos en su largo cabello.

Volvieron a llorar y Bobby no tuvo otra opción que rascarse la nuca.

—Oigan, no se pongan así. No desesperen, no son las únicas a los que las cosas no les resulta bien. Mírenme, vine de las praderas porque escuché que, en la ciudad libre, uno puede tocar cualquier género musical. Seguro ustedes ya lo saben, las razas tocan un solo tipo de música dependiendo de la especie, por ejemplo, los de mi clase, los cowboys, solo tocan música country, es nuestro orgullo e incluso desarrollamos magia basada en ella.

»Les decía, muchos prueban suerte aquí y la tienen muy difícil, desde los elfos silvanos con su polka, hasta los orcos y humanos con su rock...

—Dices, ¿qué hay gente que toca rock en este mundo? —preguntó Gabriela, que hipaba a causa del llanto.

—Sí, eso se toca en las tierras del lejano oeste. Muchas razas tocan el rock, pero hay subgéneros dependiendo de la especie. Como en todas partes, hay mucha enemistad dependiendo de la raza y el subgénero musical que tocan.

Las chicas cruzaron miradas y el mismo brillo que tuvieron cuando conocieron a los enanos, volvió a refulgir en sus ojos enrojecidos por el llanto.

CONTINUARÁ...

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