Toma mi cálida mano
A falta de amor, gato
Capítulo 10: Toma mi cálida mano
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Parecía una humilde sirvienta y, en efecto, lo era, la reina de la polka. Lo mismo que el rey del country, su figura de piedra estaba entronizada en una pose hierática, solo sus ojos y labios rompían el conjunto de piedra y mármol.
Con el festival que pronto se iba a realizar en el poblado de los cowboys, que muchas estatuas de los reyes de la música se materializaron en el poblado y, por tanto, fueron erigidos templos en su honor que los encapsularan del embate de los elementos.
—Bueno, ¿qué están esperando? Empiecen a tocar.
Las chicas isekeadas cruzaron miradas, la idea era que tocaran tan mal, que la reina decidiese invitarlas a su función comparada, para así, aupar a la polka a una posición más favorable de la que tenía y es que su género musical no era muy bien visto por la mayoría, siendo objeto de burla más que rechazo como el black metal.
No obstante, decidieron que tenían orgullo, no iban a tocar mal para ser invitadas al festival de música de los reyes, darían lo mejor de ellas, al diablo el plan, ya verían cómo lograr su misión.
—No necesitamos perder, de punta a punta desde Latam al isekai, ¡vamos a ganar!, ¡vamos a rockear! Somos ¡Cat in absence of love! —gritó Lola, con los pies descalzos sobre la tarima, algo que acostumbraba, según ella, para sentir mejor los bajos. Efectuó su paso de baile sacado de Sakura Kasugano de las franquicias Street Fighter y Rival Schools.
Basilia, la del bajo, era la base de la banda, algo contradictorio tomando en cuenta su personalidad tímida, pero se esforzaba para dar un suelo firme a sus amigas como a Alba, la baterista, la maternal gordita que, tras la batería, era como un perro desbocado: salvaje y alocado, dando dentelladas a sus instrumentos con sus baquetas. Tatiana, la tecladista, y Gabriela, la que efectuaba los solos de guitarra, eran magia, compitiendo la una con la otra, pero al mismo tiempo cuidándose de no estorbarse entre ellas, Y Lola: pura pasión, la misma del artista que se sabe que el momento de la verdad llegó por fin.
Terminaron sus esfuerzos, sudaban con profusión, las miradas, las sonrisas que cruzaron eran de niñas puras.
—¡Magníficas, son magníficas! —Un calorcito agradable surgió en las cinco integrantes de la banda al escuchar las palabras de la reina de la polka.
—Muchas gracias, nos esforzamos mucho para...
—No se les entiende nada, solo son puros gritos; No se necesita talento, destreza para tocar su música; se nota a la legua que su género es solo gritos, violencia, lo que es más: es música satánica, nada popular porque nadie la oye. Son perfectas para mi show donde mostraré lo patético del rock frente a la polka, que esa sí es verdadera música.
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Era una de esas raras jornadas donde el pueblo veía a sus cornígeros habitantes tener la mirada clavada al suelo para que la lluvia no les diera de lleno es sus rostros bovinos. Un diluvio traía el pesimismo, al menos en la covacha que tenían por habitación las chicas de A falta de amor, gato.
Un toque en la puerta, dubitativo, se escuchó al otro lado.
—Amigas, tienen que comer algo, se les va a enfriar. No desperdicien la comida, sé que no es la gran cosa, pero gasté lo mío para traerles esto al menos.
Bobby suspiró y negó con la cabeza. Cuando supuso que tendría que llevarse la comida para que no fuera devorada por las ratas, Gabriela abrió la puerta.
El cowboy se puso nervioso, considerando lo mal hablada que era la humana, creyó que se iba a deslenguar en mil y un insultos hacia el mundo, pero la chica con cabello mohicano no dijo nada ni siquiera tomó la comida, solo apoyó su frente en los pectorales de su amigo y se mordió el labio. Sentía tanta impotencia que creyó que se haría sangrar. Sin poder recurrir a los insultos, dio golpecitos de niña al pecho de su amigo.
«Mierda», «carajo», «putas», golpe tras golpe que no lastimaban a nadie, solo las lágrimas que corrían por sus mejillas, carcomían como el metal en ebullición sobre la piel. Bobby suspiró puesto que no sabía qué hacer. Las palabras de ánimo manidas de que todo iba a salir bien, le supieron tan artificiales.
Se obligaron a comer, su amigo tenía razón, ya estaba fría, pero igual masticaron y la deglución trajo la ilusión de que hacían pasar las penas.
Junto a los golpes áureos de la tormenta, alguien vino a tocar la puerta.
—¿Será Bobby? ¿Qué querrá? —preguntó a nadie en particular Lola— Ve a ver qué quiere.
—Ya fui la última vez —dijo Gabriela, y como Tatiana, se sumergió en la autocompasión.
Alba tocaba sus michelines con sus baquetas, pero parecía que sus dedos y muñecas, siempre eufóricos, estaban contritos.
—Yo iré —dijo Basilia. Se enjuagó las lágrimas para que su amigo no sintiese pena por ella y fue hacia la puerta.
Apenas la abrió, el fulgor del rayo recortó las siluetas de cuatro hombres de porte enjuto y vestidos elegantes pero pasados de moda, parecían ser Demiurge del anime Overlod o Toffee del cartoon de Star contra las fuerzas del mal.
La joven del peinado rosa chillón, chilló como una niña pequeña; corriendo, fue a buscar refugio en el largo cabello de Lola.
Era tan intimidante la presencia de los cuatro desconocidos, que Alba soltó sus baquetas sin querer, el sonido de aquellas sobre el sucio suelo fue opacado por otro retumbar del trueno.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntaba Gabriela, la única del grupo que sacó valor— Si son ladrones, les decimos que no tenemos ni una mierda.
—Mil disculpas, no era intención de mis asociados o mi persona, perturbarles de alguna manera. Enterados que el festival de música se realizará en este pintoresco poblado, vimos la necesidad de hacernos presentes. Siguiendo las normas de la urbanidad, permítanme presentar a mis acompañantes y mi persona.
De nuevo Alba soltó sus baquetas, es más, tenía como sus amigas la boca abierta. No se la podía culpar, ante ellas estaban nada más ni nada menos que Paganini, Wagner, Schönberg y Robert Johnson.
Con elegancia repartieron sus tarjetas de presentación, de color negro a diferencia de sus ternos color rojo sangre.
—¡Demonios! ¡Aquí dice que son demonios! ¡Nos van a matar! ¡Chicas, llegó nuestro fin!
—Mantenga la calma, no se exalte —dijo Paganini, levantando los brazos un poco para no alterar más de lo que ya estaba Tatiana—. No vinimos para matar ni causar daño alguno, eso ni nos interesa ni nos convendría de alguna manera.
—No todos los demonios están enfocados en la matanza y la destrucción, así que, por favor, dejen esos absurdos prejuicios —dijo Wagner.
—Henos aquí con una misión que se concatena con la de ustedes —dijo Schönberg con un gesto tan hierático, como el de las estatuas de los reyes de la música—. En efecto, sabemos que son humanas especiales que buscan derrotar al rey demonio o perjudicarle de alguna manera, puesto que él se encuentra perturbado por su presencia.
—¿Especiales? no somos nada de eso, solo somos unas mujeres buenas para nada —dijo Lola y estrechó su abrazo contra Basilia.
Los demonios trajeados intercambiaron miradas inescrutables.
—Veo que aquí hay una historia, ¿podrían decírnosla para que nos hagamos una mejor idea de qué hacer? Somos reyes y no quisiéramos actuar de manera imprudente —pidió Robert Johnson, el único en la pocilga que se animó a ofrecer una sonrisa.
—Vamos, Lola, habla por nosotras, diles de nuestra situación antes de que se enojen o algo —dijo Tatiana, que, para no cruzar miradas con la lideresa de la banda, se inclinó para tomar las baquetas de Alba.
—¿Yo? Bueno, de acuerdo. Verán, señores, ¿reyes?, la verdad es que...
Fue como quitarse el yugo de los bueyes de los hombros, algo que también sintieron sus amigas. Poco a poco la humedad de la tormenta salía del cuarto para situarse fuera de la ventana.
Los dos grupos cruzaron miradas, pero fue Paganini el primero en pronunciarse:
—Les pedimos excusarnos por un breve momento. Mis asociados y mi persona, tenemos que deliberar respecto a lo que nos comentaron.
Las chicas solo asintieron y vieron como los cuatro demonios salieron del cuarto.
—Sabía que no podía confiar en ustedes tres —se quejaba Robert Johnson—. Este ridículo plan de rebelarnos contra el rey demonio estaba condenado al fracaso desde el primer momento.
—¿Cómo íbamos a saber que estas humanas eran tan pesimistas como un grupo de grundge? —dijo Schönberg, que se apretaba el puente de la nariz.
—No me extraña que la reina de la polka les hubiera dicho aquello. Solo miren sus fachas, tan distraídas, con esa pinta pingajosa que traen, son solo unas simplonas, eso es lo que son, incluso hieden como metaleras que no se bañan. Toda la empresa fue un garrafal error —dijo Wagner.
—Suficiente, que oficiar de quejumbrosos no corresponde, al fin y al cabo, todos estuvimos de acuerdo —dijo Paganini—. Me sentiría como un pavitonto si a estas alturas reculara en mi decisión y cumpliera con la orden del rey demonio. Ya es tarde para eso, cruzamos el Rubicón, no hay marcha atrás.
—¿Qué propones? —quería saber Robert Johnson— No se puede pedir peras al olmo. Si estás humanas son unas negadas para la música, no veo cómo logremos que ganen el festival. ¡No hago milagros, recuerda que soy un demonio! ¡Todos lo somos!
—En efecto, mi virtuoso rey de la guitarra, somos demonios, somos endemoniadamente buenos; ¿de dónde viene esa expresión?, ¿por qué se la usa? Por qué solo nosotros podemos hacer posible lo imposible, y si tenemos que obrar milagros como los ángeles, por mis cuernos rotos, que eso justo es lo que vamos a hacer.
Sopesaron las palabras del más viejo de ellos y le dieron crédito, después de todo, más sabe el diablo por viejo que por diablo. Fueron hacia la puerta y pidieron permiso para entrar.
—Señores, ¿qué decidieron? ¿Por qué están aquí? —peguntó Lola, que jugaba con su largo cabello para alejar el miedo.
La tormenta se alejaba, la frecuencia de los truenos retumbaba cada vez más alejada con respecto a los rayos.
—Seguro ya leyeron con atención nuestras tarjetas de presentación —dijo Paganini como portavoz del grupo de demonios con pinta de abogados con pagas onerosas—. Nuestros títulos, en efecto, implican que antes éramos reyes demonios. Si bien Wagner les pidió que dejaran los prejuicios encadenados a los de nuestra clase, debo reconocer que cosas como los golpes de estado, como ustedes les llaman, son algo frecuente en el mundo demoniaco. Cabezas se coronan y caen con más frecuencia de la que quisiera admitir; si no es un héroe invocado, son las disputas internas que hacen que el trono acomode más hendiduras natales de las necesarias.
—¿Cómo es que siguen vivos si fueron destronados? ¿Se escaparon o algo así? ¿Dónde se escondieron? —preguntó Gabriela, cuidando de morderse la lengua con respecto a su falta de respeto al hablar, no fuera que los enjutos trajeados se transformaran en brutos flamígeros.
—Pese a que la fuerza bruta caracteriza al rey demonio, no es que seamos todos unos brutos irracionales —dijo Wagner frunciendo el ceño—. Abdicamos, eso es lo que hicimos ante la venida de lo inevitable.
—Preferimos retirarnos con gentileza —intervenía Schönberg—. Como dicen: "un buen tirano, se retira y deja a un inepto tomar el puesto". Mi estrategia, la misma que la de mis acompañantes, fue abdicar antes de ver rodar mi cabeza. Los señores demonios, ansiosos de coronarse, se destruyeron entre ellos en luchas intestinas. Siempre ascendía un rey demonio que en un principio no tenía deudas de sangre que cumplir con nosotros.
—Para conservar nuestras cabezas, no nos quedó de otra que obedecer al rey demonio de turno, imposibilitados de siquiera aspirar el sitial que antes ocupábamos —dijo Robert Johnson—. ¡Pero basta de aquello! Queremos otra cosa, queremos ser de nuevo nuestros propios jefes, es por eso que vinimos donde ustedes.
—La vida es injusta. El racismo, la pobreza, la discriminación, la falta de talento, son tijeras que cortan las alas de los viven en el mundo. No desesperen, humanas —dijo Paganini—. Tal vez sientan reparos en aceptar la mano de sombras como nosotros, pero ningún lumínico ente celestial se las ofrecerá. Somos las musas, las gracias que harán vibrar los corazones de su público con la cadencia que ustedes prefieran, así como la que plasmen en sus instrumentos y voces. ¿Qué dicen? Solo una vez en la vida se es joven y hermosa, por eso mismo no se debe tener pena y vergüenza en la forma de ganarse la vida, pero incluso esto Dios les ha negado; nosotros se los ofrecemos, ofrecemos darles felicidad, la felicidad de dar felicidad a otros.
La tormenta cedió y un rayo de luz angelical penetró por la ventana sucia del cuchitril.
La, ra, ra, ra, ra, la. ¡Woa!
Vagando de un lado al otro, sin encontrar donde ¡rockear!
Huyendo de las críticas de esnobs, yo he fijado ¡mi vista en ti!
¡Woa!
Gente con talento, con amargura, pequeños o underground.
Todos quieren ver las luces del norte y volar al ¡cielo azul!
¡Woa!
Toma, toma, toma mi cálida mano, toma mi mano y ¡seamos amigos!
¡Woa! ¡Woa! ¡Woa!
Contemplemos el crepúsculo juntos.
Con sonrisas tomémonos de las manos en un círculo mágico.
Les mostraremos el mapa del mundo y bajo nuestras alas protectoras...
¡Volemos sobre las nubes!
¡Woa! ¡Woa! ¡Woa!
La frente en alto, tú y yo, subiendo los escalones de la fama.
Nosotros juntos, ¡Woa!
CONTINUARÁ...
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