La segunda venida
Deep Space Isekai
Capítulo 8: La segunda venida
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Se acercó al grupo de pequeñas criaturas y las empujó a un lado, no obstante, el mal ya estaba hecho.
—Insensatos, ¿qué mal han causado? Actuaron como locos y no como deberían hacerlo los niños de Dios.
Las criaturas no le reprocharon, solo pasaron su vista del cadáver al mago como preguntándose el motivo de su enojo.
—¿Por qué lo hicieron? ¿El jardín de Dios no era lo bastante sagrado como para no respetarlo? ¿Acaso no era uno de ustedes?
—Él no era Nosotros, él no era Yo.
—¿Podrían explicar su razonamiento?, de lo contrario, tendré la fuerte convicción que algo muy malo sucede con vuestras cabezas.
—Divergencias en opiniones trajeron consigo la desactivación de la IA de la nave. Nosotros, Yo, no podemos permitir que esto continúe; Nosotros, Yo, debemos exterminar a aquellos que piensen diferente, es lo que el razonamiento lógico manda —dijeron esta última parte todo el grupo y al mismo tiempo.
—Si se evalúa su razonamiento con la mente fría se puede acordar un punto en común, pero también se reconoce la futilidad de defender tal postura. Yo, Acigol, mago de la orden del saber de Morathan, resumo y defiendo mi axioma: Se puede conservar la unidad sin tener que matar y matar merma las oportunidades de hallar un camino conjunto para el bien común.
El anciano regresó tras sus pasos, ubicó la ruta que debía de tomar y no se preocupó del destino de las criaturas que encontró.
«Como dicen en mi villa, allá en la baja Jovilan: Mejor solo que mal acompañado. Más sabio es el saber paisano que encierra inteligencia producto de los palos que da la vida, que fútiles discusiones bizantinas en el cómodo palacio».
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Eran depósitos de agua de tamaño descomunal, sin embargo, se notaba la carencia del líquido elemento, el nivel del agua estaba muy bajo, cerca de la misma base de los tanques.
—Creo que no me dejé entender. Chicos, no veo como podré bajar allí para asearme, no traigo una cuerda conmigo y no veo ninguna escalerilla para salir.
Las criaturas cruzaron miradas y luego rodearon al soldado jalándole de la armadura.
—¿Qué les pasa? ¿Por qué actúan así? Basta, esto me está incomodando.
—No bajes. El agua es escasa, se acaba el agua. Nosotros, Yo, nos quedaremos sin agua.
—¿No tienen más agua?, pero si donde vengo hay mucha, un montón de ríos y lagos, ¿no pueden ir al reino y recolectar más?
—Es peligroso descender al planeta, solo en la nave tenemos control de lo que pasa, si descendemos no tendremos el control.
—¿Acaso tienen miedo? ¿Tan asustados están de dejar el jardín de Dios?
Las criaturas dejaron de sostenerle y como un solo ente asintieron sin ruborizarse.
—Ya veo, miren chicos, la vida no trata de tener el control, yo lo sé; a veces, hay que ser valiente ante los peligros que vengan e improvisar, uno debe improvisar cada vez y así, las cosas saldrán bien.
Los extraterrestres negaron con la cabeza, no lo hicieron como uno solo, sino que cada uno fue a su propio ritmo, incluso temblaron.
«Pobres, no saben valerse por sí mismos, pero es algo que deben saber como todos. Debo llegar a mi destino, sin Hiah, estos niños están perdidos y sin guía».
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Los esfuerzos de la sanadora dieron frutos, el extraterrestre gris tosió, su pecho infantil subió y bajó por efecto de la respiración dadora de vida..
La felicidad de Dadeip fue opacada al ver como los otros entes solo se alejaron de ella con total indiferencia.
—No entiendo lo qué pasa por sus mentes, ¿cómo pueden actuar de esta manera? Oye, ¿estás bien, amiguito? ¿Me entiendes?
—Ex Yo, estoy bien. Ex Yo, te agradezco.
—¿Ex Yo? No te entiendo, hablas muy raro como los otros.
—Ex Nosotros, Ex Yo, ese es mi ser.
—Bueno, que bien que estés recuperado. Dime, ¿podrías ayudarme?, creo que perdí mi rumbo, necesito llegar al Arca de la Alianza a depositar el decálogo sagrado de Dios por orden de Hiah.
El ente vio la tablilla circular de circuitos integrados y asintió.
Luego de dar varios recovecos por pasillos claustrofóbicos, llegaron a un amplio corredor apenas iluminado, solo el resplandor de los ojos de los monstruos sobresalía en esa semioscuridad.
—¿Debemos pasar por aquí? Imposible, el lugar está lleno de esas cosas, monstruos, si pasamos por allí, estaremos condenados. Debe de haber otro camino.
—Están en reposo, ya comieron, así no son agresivos.
Quiso preguntarle por otra ruta, pero el ser se adelantó y no pudo hacer nada para impedirlo, no se animó a gritarle por temor a irritar a las aberraciones recostadas sobre las paredes y columnas de ese recinto apenas iluminado.
«Vamos Dadeip, se valiente, recuerda tu misión, además, no puedes dejar solo al pequeño amiguito, puede que haya más y debes ayudarles. Sin el sagrado Hiah, eres la única que puede hacer algo para protegerles».
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No supo de dónde sacó el valor para hacer lo que hizo. Se inclinó sobre un tablero al lado de la enorme batea de desconocido metal en la que estaba sumergido, agarró el disco de oro y lo lanzó con fuerza hacia el monitor principal del amplio cuarto.
Se produjeron chispas, sorprendiéndole, pero lo que más le pasmó fue que el cortocircuito repercutió en los entes que le desvistieron.
Aprovechando que sus captores sufrían una especie de ataque epiléptico, salió de la extraña bañera, tomó la tableta de circuitos integrados y huyó como si el diablo le pisara los talones.
Fue el cansancio el que le obligó a detenerse, pero en vez de respirar con calma, rompió en llanto.
«¿Qué he hecho? ¿Acaso era tan terrible como mis captores? Perdón, perdóname Dios mío, lo sé, siempre me faltó la valentía, por eso me convertí en inquisidor para huir de mi falta de coraje y por eso obré con vileza en tu nombre, ¡perdóname, Dios Padre!».
—¡¿Qué fue eso?! ¿Acaso ya llegó el momento de ser juzgado por mis muchas faltas contra mis semejantes? —dijo a las sombras imperantes que se veían tan terribles, que parecieron susurrar lamentos o amenazas hacia su persona.
«No, no debo quedarme aquí, debo continuar, pero casi no veo nada. Señor, Dios mío, guíame con tu bondad».
Así, desnudo y humilde, sus ojos reconocieron el monitor empotrado y la fila de huevos que levitaban a ras del piso. Como el fénix, nació de sus cenizas; curioso ya que debía ingresar a uno de esos extraños huevos alienígenas.
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No podían contactarse unos con otros, sorprendidos de hallarse en ese extraño Santo de los Santos, la supuesta Arca de la Alianza no se parecía en nada a lo que describían las sagradas escrituras, nada de velos u altares tapizados de oro, solo cavernas que no dejaban distinguir nada en esa oscuridad, dejando a la imaginación lo que podía contener esas oquedades gélidas.
¿Qué hacer? Esa era la cuestión imperante en el grupo de cuatro humanos en extremos equidistantes de una isla flotante de metal, allá en lo alto junto a las estrellas lejanas e indolentes.
De nuevo los pequeños monitores empotrados representaron una ayuda visual.
«¿Me pregunto qué será lo que nos pedirá el sagrado Hiah? ¿Cuáles serán sus instrucciones?», pensaron y se acercaron para ver qué harían. Lo que se les pedía les sorprendió, pero no tuvieron dudas por su fe.
Salvo Edraboc que ya estaba desnudo, los otros tuvieron que quitarse todas las prendas e ingresar a las profundidades de las cavernas artificiales con la promesa de traer de vuelta al que llamaban el sagrado Hiah para que les de las respuestas que estaban buscando.
A diferencia de cuando ingresaron a las capsulas ovoides, aquí sí sintieron frío al sumergirse en una sustancia gelatinosa y sanguinolenta de la cual no pudieron tomar bocanada de aire alguna.
Extrañas serpientes de metal les rodearon. Para su sorpresa, no prestaron atención alguna a los discos dorados, solo se centraron en ellos y penetraron sus cuerpos por todas las aberturas posibles y otras que crearon a base de un dolor excruciante debido a punzadas lacerantes e invasivas. Porque ellos eran los circuitos integrados que la nave extraterrestre necesitaba: carne, sangre y algo más útil: valores representados en algo que los tripulantes hace eones carecían, aquellos eran la lógica, la piedad, el valor y la cobardía; todos ellos, reunidos en un balance que emitió una resolución vinculante.
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Ante las maravillas presenciadas, ambos ejércitos declararon tregua y se acercaron para alzar los brazos y mostrar las palmas desnudas, símbolo de no querer hacer la guerra.
Una montaña de metal descendió justo sobre el campo de batalla en medio de columnas de humo, fuego y el estruendo de de motores colosales que se asemejaban a ruedas dentro de otras ruedas.
Los hombres se acercaron cuando el polvo se asentó, gigantescas compuertas se abrieron y rampas se posaron sobre la superficie castigada por la locura de la guerra.
¿Qué escondía la gran oquedad? Nadie lo sabía, pero pronto descubrirían que el mundo sería juzgado de acuerdo al comportamiento de los hombres entre sí. Lo que hicieron los hombres, incluso al más pequeño de sus hermanos, sería tomado en cuenta.
FIN
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