Hiah

Deep Space Isekai

Capítulo 4: Hiah

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Imaginen la sorpresa de saberse seres mortales y poder ver las estrellas desde arriba. La incredulidad vino después de la primera reacción y de allí pasaron al miedo y la desesperación.

—¡¿Qué es esto?! ¿Acaso estamos en el cielo?

—Déjame pensar, Dadeip, déjame pensar.

—¿Esas son las estrellas del cielo? Lo sabía, estamos muertos y vinimos al cielo. ¡Maldición!

—No hay no muertos en el cielo, capitán.

—¿Entonces este es el infierno? ¡Dígame, inquisidor!

—¡Todos guarden silencio! No resolveremos nada comportándonos como salvajes orcos o cediendo al pánico como goblins —gritó el mago y luego de secarse el sudor de su calva, volvió a ponerse su sombrero de ala ancha.

»Este no es ningún hechizo de ilusión que simule el cielo nocturno, al menos no veo la razón de hacerlo y con esta vista. Esta vista no tiene como fin emular a un planetario.

—¡Quiero una respuesta, Acigol! ¡Un siervo de Dios no pudo haber sido condenado al infierno!

El anciano levantó una ceja ante la reclamación del enjuto hombre quien no pudo sostener la mirada, pero mantuvo los labios fruncidos lo mismo que el ceño.

—Si mantenemos la cabeza fría, seguro hallaremos respuestas y una solución a nuestro predicamento.

—Bueno, anciano, yo prefiero mantener los pies calientes, sigamos explorando este sitio, tal vez así hallemos una salida.

—Pero estamos en el cielo, digo, arriba junto a las estrellas.

—No te preocupes, Dadeip, confía en este soldado, saldremos de este lugar.

Las tripas del inquisidor rugieron y todos se voltearon para verle.

—Mejor será que hallemos la forma de regresar al reino, en ningún lugar vi comida o agua para aprovisionarnos —dijo Edraboc.

Fruncieron el ceño ante lo obvio, sin comida y bebida, la labor de explorar el sitio donde se encontraban podría acabar en tragedia.

Rolav sugirió apresurar el paso, pero Acigol le recordó lo útil que sería mantener un ritmo lento pero constante, todo con tal de evitar perder energías.

Llegaron a un sitio donde encontraron de nuevo un monitor empotrado en la impoluta pared de color grisáceo.

—¿Qué es ese sonido? Miren —dijo la sanadora al ver como el monitor se encendía.

Pixeles formaron la figura de la palma de una mano que les invitaba a acercarse.

—¿Me puedes explicar esto, anciano?

—Es obvio que es una invitación, Rolav, mejor veamos de qué se trata.

Cuando el rostro del viejo se reflejó en esa superficie oscura, los pixeles móviles desaparecieron para ser remplazados por un mapa.

—¿Pero qué es...?

—Silencio. —Levantó la palma de su mano para callar a Rolav.

Vieron un punto de luz de color dorado, este avanzó por el mapa, dejando tras de sí una fina línea que se asemejó a una hebra de cabello dorado elfico.

—Se detuvo, en efecto, es una invitación. Todos presten atención, memoricen el mapa y la ruta a seguir.

—¿Cree que sea conveniente seguir la ruta, Acigol?

—Si tiene una mejor idea para no seguir vagando por aquí hasta morir de inanición, pues estoy dispuesto a escucharle, inquisidor. ¿No?, pues bien, a memorizar la ruta.

Edraboc estuvo rezongando por el camino, pero tuvo que reconocer debido a la falta de encuentro con monstruos, que quien sea que les mostró el mapa y la ruta, no deseaba su perdición, al menos por el momento.

No dejaron que la ausencia de encuentros les diera falsa seguridad, cuidaron el ruido de sus pasos y sus pies les condujeron a un sitio que apenas pudieron reconocer.

—¿Qué dices de este lugar, anciano?

—No lo sé, Rolav, parece una extraña mezcla entre el puente de gobierno de un barco y la nave de un órgano de la iglesia, pero no veo ningún volante o engranaje en jefe.

—¡Miren allí!

Ante la exclamación de Dadeip, el grupo alzó la vista. Colores se materializaron de la nada y formaron un patrón rectangular que levitó hasta descender a una altura más cómoda para ver ese extraño portento.

Pixeles resplandecientes parecieron formar una danza hasta que estos chocaron para unirse en una forma que todos reconocieron.

—Acigol, eso es... —quiso decir Edraboc, pero su rostro se congeló en un rictus pasmado, no se lo podía culpar, en igual situación estaban sus compañeros al reconocer la figura como el buscador mágico que fue invocado por el mago.

—Humanos, soy la IA que administra esta nave —dijo la figura de un gato con alas enormes de libélula.

—Es, es, Hiah, ¡es Hiah, la ayudante de Dios Padre todopoderoso! ¡Alabado sea el Señor, nuestro Dios!

—Bienaventurados los que ven al siervo del Señor —dijo a su vez Dadeip y junto con Edraboc, se arrodilló y juntó sus dedos como en respetuosa oración.

Acigol mantuvo su rostro de expresión pasmada, sintió como su antebrazo era sostenido por dedos fuertes; Rolav, al ver que las piernas del anciano cedían, le sostuvo para que no cayera al piso y se lastimara.

El rostro ceñudo y de incredulidad del soldado fue analizado en microsegundos por la inteligencia artificial de la nave espacial; las conversaciones del grupo y sus interacciones le hicieron comprender que debía continuar con la farsa.

—Este es el jardín sagrado de Dios y yo su cuidador.

—¿El jardín de Dios? ¿Cómo el jardín de Dios puede estar en el cielo? ¿No se supone que está entre los ríos Pishon, Gichon, Chidekel y Perat?

—Bueno, muchacho; corríjame si me equivoco, inquisidor, pero no dicen los diez testimonios sagrados del Santo Libro: "Y regocijado, vio su jardín y posó su elevada mirada sobre la Tierra, luego de terminar su creación". Creo que podría interpretarse como que el jardín de Dios no estaba en la Tierra sino sobre esta.

—Yo, sí, podríamos interpretarlo de esa manera, es, bueno, una interpretación libre, pero en vista de los hechos, creo que es la interpretación correcta.

—Santo Hiah, ¿podrías decirnos por qué fuimos convocados al santo de los santos, el jardín de Dios? —preguntó Dadeip, quien mantuvo su pose sumisa y sin elevar la mirada.

Una voz reverberó por todas partes gracias al sonido envolvente, se jugó con los decibeles y el resultado fue una voz cargada de autoridad divina. Rolav se arrodilló como si estuviera ante el patriarca supremo de la iglesia.

—Santos caballeros, el jardín de Dios requiere de vuestra ayuda. Un mal a profanado el santo de los santos del creador supremo y solo ustedes pueden traer el orden.

—¿De qué mal se trata sagrado Hiah? Ordenadnos ponernos en marcha contra el mal que se ha levantado contra Dios —dijo Edraboc y el brillo del fanatismo refulgió en sus ojos.

—Nuestro Dios Padre, descansa, ante su ausencia, los niños de Dios han conocido el pecado de los discordes. Horrores pululan por los alrededores y no me doy abasto para mantener a raya el peligro.

—¿Qué deseáis que hagamos? —preguntó Acigol, quien se quitó su sombrero para dirigirse a la inteligencia artificial de la nave.

—Les entregaré las sagradas escrituras de Dios, cada uno de ustedes deben llevarlas a los cuatro extremos del jardín. Colóquenlas en las arcas de la alianza, una vez hecho esto, la paz reinará tanto aquí como en su mundo.

—¿Los decálogos de Dios? —dijo Acigol, pero no obtuvo respuesta. Unos paneles se abrieron y emergieron unas tabletas circulares conformadas por complicados transistores con circuitos integrados hechos de oro. Tales elementos estuvieron sujetos por finas membranas biológicas que de inmediato se retrajeron, sin embargo, nada cayó al piso gracias al efecto de la levitación.

—Cada uno debe tomar el que le corresponda y transportarlo por un camino lleno de peligros. Ninguno debe fallar, caso contrario, ni el jardín o yo podremos existir.

—¡Espera un momento! —exclamó Dadeip, pidiendo más información, pero la inteligencia artificial de la nave dejó de tener forma y los monitores ingrávidos se retrajeron para que la oscuridad ganase más espacio, solo las columnas de luz que encerraban a los transistores iluminaban el puente de mando.

El mago se adelantó e introdujo sus manos temblorosas dentro, tomó y extrajo los transistores.

—Increíble —dijo y observó con la atención que un entomólogo le daría a un exótico coleóptero, el objeto imposible que pesaba lo suyo por estar conformado por el noble metal que jamás se oxidaba—. Bien, creo que se nos ha presentado una sagrada misión, una búsqueda, semejante a la que tuvieron los caballeros del rey Pendragon.

—En efecto, es como usted dice, maestro Acigol. Dios; el sagrado Hiah, nos ha escogido a nosotros, los más santos entre los santos para llevar a cabo el deseo de nuestro señor omnipotente. ¡Alabado sea el señor, nuestro Dios! —exclamó Edraboc, y sin poder evitar el temblor de sus rodillas y manos, fue al pilar de luz. Frunció el ceño y la duda pareció reflejarse en sus ojos, pero de inmediato apretó las mandíbulas y forzó a sus brazos a cumplir la orden de su cerebro: agarró y extrajo el transistor dorado, llevándolo contra su pecho, asegurándolo con avaricia, como si fuera una reliquia sagrada. Su diafragma subía y bajaba por la respiración agitada.

—Que me parta un rayo, nunca pensé que algo así me pasaría. No sé usted, inquisidor, pero le puedo asegurar que hace mucho tiempo dejé de ser un santo, no soy tal cosa, ni santo ni virgen ni nada —dijo el capitán que, resoluto, se acercó al objeto que levitaba y lo sacó de su pilar lumínico.

—Eso no tienes que decírmelo, desde pequeño eras un diablillo. ¡No juegues con esa cosa!

—¿¡Qué!? Yo solo quería ver cuánto pesaba.

—Este, yo, es mi turno, ¿verdad?

—No tengas miedo, adelante.

—Sí. Soy una sanadora, una sacerdotisa, seré una novata, pero mi corazón está dispuesto para afrontar lo que sea.

—Bien dicho. Ya puedes sacar la tablilla sagrada —dijo Rolav.

—¡Perdón! Sí, a eso voy, ya voy.

Al igual que el enjuto inquisidor, la jovencita tembló de pies a cabeza. Extrajo el contenido del cilindro azulado y lo llevó a su pecho, no con el gesto de fanatismo de Edraboc, más bien como si fuera un preciado bebé recién nacido al cual quiso arrullarlo.

—¿Adónde vamos?, el sagrado Hiah se fue antes de que Dadeip pudiera preguntarle más cosas —preguntó Rolav, quien metió sin mucha ceremonia el transistor en su morral.

Los tres compañeros restantes le observaron con el ceño fruncido, ellos se tomaron su tiempo y debido cuidado en guardar lo que consideraron un objeto en extremo sagrado y bendito, pero nadie le pudo dar una respuesta.

—Usted es un atrevido, capitán. ya le haré llegar mi queja a su padre, el General.

—Pierdes el tiempo, Edraboc. El buen General hace oídos sordos al talante de su retoño.

—Oigan, que no soy un pisaverde o un príncipe mimado.

—Miren allí —dijo Dadeip y todos giraron el rostro.

Los enormes monitores holográficos desaparecieron, pero un monitor físico, uno pequeño y empotrado a un costado de un panel que abría la puerta, se iluminó.

Lo mismo que antes, se desplegaron mapas y rutas por la que deberían ir los miembros del grupo.

—Tenemos que separarnos, ¿cierto?

—Así es, mi niña, pero no desesperes, tal vez no suframos ningún contratiempo.

—Pero el sagrado Hiah nos dijo que habría dificultades y peligros más adelante si seguimos estas rutas —dijo la mujer, un tanto temerosa.

Tanto el mago como el soldado cruzaron miradas de preocupación, pero suavizaron las expresiones para tranquilizar a la joven, en cuanto al inquisidor, consideraron que él era una pérdida de tiempo.

—Tranquila, eres una mujer fuerte, créeme, lo sé. Estoy seguro que podrás sortear cualquier peligro, has estudiado mucho para llegar a dónde estás ahora, lo mismo que yo.

—Respecto a eso... —dijo el mago y esto hizo fruncir el ceño al capitán, sin embargo, tal intervención hizo que se asomase una sonrisa a esos labios sonrosados que antes se mostraron angustiados.

—Gracias, tienen razón, no hay que tener miedo, ¿verdad, señor inquisidor?

—¡Cierto! Si el hado ha dictado que debemos separarnos eso haremos. Haremos lo que sea para cumplir nuestra sagrada misión y pobre de aquel que se interponga.

Todos endurecieron las facciones y tomaron varias salidas para enfrentarse a lo desconocido.

CONTINUARÁ...

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