Capítulo 8

Capítulo 8

Pensamientos

Narrador omnisciente

Las clases transcurrieron normalmente mientras Esteban no le quitaba la mirada de encima a Isabela en ciertas ocasiones, aunque esta vez esas miradas no fueron percibidas con incomodidad. Támara, que se dio cuenta de aquello, con señales muy discretas le daba a entender a su amiga que tenían que hablar luego de salir de clases, y ya sabía de qué o quiénes hablarían. Pero Isabela no le daría el gusto de ser la razón de su nerviosismo.

Mery y Anny, hijas del herrero más confiable del pueblo, cuchicheaban en la otra columna el comportamiento del muchacho nuevo. Tom, hijo de la mejor costurera en la localidad, se mantenía al margen de todo. Se decía a si mismo que a pesar de que conocía a Isabela, esos no eran sus asuntos. Arny junto con Lucy, sentían indignación debido a la situación bochornosa a la que era sometida su amiga, y Michael, primogénito del alcalde del pueblo, bostezaba del aburrimiento en su primer día de clases.

Al acabar las clases, todos salieron y como siempre, se distribuyeron en los grupos de toda su vida.

—¡Lo flechaste! —exclamó, Támara, una vez que estuvieron fuera.

—Es verdad, no te quitaba la mirada en toda la clase —masculló, Lucy.

La pecosa hizo una mueca y dijo:

—Está loco.

Anny le echó una mirada al muchacho que yacía lejos y ajeno a ellas, notando que parecía ser alguien indefenso.

—Yo creo que deberías conocerlo más y no mal juzgarlo por su comportamiento —todas le observaron sorprendida.

—No digo que sea la peor persona del mundo —aclaró—, sólo no me gusta su actitud hacia mí. Pero trataré de no prestarle atención a sus molestos juegos.

Támara negó sonriente.

Dejando la conversación de lado, Lucy prosiguió a buscar con la mirada a su hermano entre la horda de personas que iban de un lado a otro. Cuando dio con él se fijó que seguía charlando, de un tema que desconocía, con sus amigos.

—Arny ¿Vendrás con nosotras? —gritó en su dirección.

Este se volteó y dijo:

—No, iré luego. Avisa en casa que jugaré en el Terbal —afirmó, despidiéndose—. Tengan cuidado.

—También tú, no llegues tarde —se preocupó. Amaba a su hermano.

Arny sonrío y corrió hasta ella para besar su frente. No obstante, tanta dulzura no era por nada, así que antes de partir, desordenó su cabello.

—¡Arny! —se quejó furiosa—. ¡Le diré a Mamá!

—¡Son tan lindos! —chilló Isabela—. A veces quisiera tener un hermano, pero luego recuerdo que son molestos y se me pasa.

Todas rieron. Alguna de ellas estaba conforme con ser la única descendía que tenía la familia, y otras sólo consideraban esa decisión.

—¡Alex! ¿Vienes? —preguntó, Tamara, cuando lo vio salir del salón.

—No, tranquila, puedes seguir. Sé cómo llegar —contestó—. Los chicos me invitaron a...

—¡Tú no te preocupes, Támara! ¡Yo lo dejaré sano y salvo en casa! —gritó Lucas a la distancia.

Ella le hizo un par de señas de atención a Lucas, que hicieron reír a todas.

—Sigo pensando que ese nombre es muy tonto para un terreno baldío, pero, en fin, así son los chicos —dijo Mery.

Todas asintieron.

—¿Nos vamos? —preguntó Isabela, y todas afirmaron. Sin embargo, antes de partir regresó la mirada hacia Esteban, quien también la observó.

Ambos se despidieron sin querer hacerlo, con una mirada llena de intriga, dudas y preguntas.

Las chicas partieron, y para fortuna y desgracia todas tenían que ir por el mismo camino sólido y en ocasiones, dónde la tarde rojiza estaba en todo su esplendor, tenebroso. Durante su travesía fueron conversando acerca de su primer día de clases y de las cosas que habían hecho en sus vacaciones.

Al poco tiempo, algunas se iban despidiendo, tocándoles caminar solas cuando se acercaba a otro camino que daba su hogar. Mery y Anny fueron las primeras en abandonar el grupo de cuchicheos y consejos de cómo enamorar a un chico, propuestos por la primera mencionada, aunque toda su sabiduría se debiera a revistas que leía en el despacho de su padre cuando él no estaba.

Lucy también se fue al poco tiempo de que las hermanas se separaran, dejando así solas a Támara e Isabela. Mas ellas también se separarían aún más, porque una de ellas recordó que su madre le había indicado que tenía una misión después de clases. Isabela no protestó, pero admitía que no le agradaba la idea de ir sola a casa, no porque tuviera miedo, conocía su hogar como la palma de su mano, pero sentía que se aburriría muy rápido. Y esa era su perdición y una invitación a la tristeza y los remordimientos para que se añadieran a su cuerpo.

Desganada arrastró sus pies sobre la tierra, para seguir caminado, pero de pronto se detuvo cuando oyó unos pasados apresurados.

—¿Támara? —inquirió dudosa.

Siguió caminando, alerta a cualquier cosa. Sentía el miedo colarse en su cuerpo.

Y otra vez, volvió aquel ruido fastidioso.

—¡Lucas, no estoy para tus bromas! —se quejó, con más miedo que antes.

Le fue imposible moverse sin observar todo a su alrededor, sus piernas no respondían y su corazón yacía agitado y abrumado. Se agachó para tomar una piedra y siguió su caminata hasta que...

—¡Al fin! —oyó y sintió que la tocaban.

—¡Un acosador! —se giró sorprendida, y le golpeó en la cabeza a la persona que al segundo se quejó.

El muchacho pudo sostenerse de pie y a su cabeza, adolorido por el piedrazo que le dejó raspado un lado de la cabeza, dejando así un poco de sangre en sus dedos.

—N-no puede ser —balbuceó, preocupada por lo que había hecho—. Yo... lo siento mucho, lo siento mucho.

Esteban alzó la mirada y la vio conmocionada.

—Qué fuerza tienes —dijo, riendo a pesar del dolor.

Dudosa, acercó su mano para ver qué tan mal se encontraba la herida. Agradecía al cielo no haberle dado tan duro.

—¿Qué haces aquí? —se extrañó—, ¿me estás siguiendo? —arrugó sus cejas, molesta.

—¿Qué? —parecía indignado—. ¡Por supuesto que no! Es a mí al que siguen —se acomodó el cabello—. Y ahora no será así porque me desfiguraste la cara.

Isabela rio.

—Ni siquiera fue en la cara.

—Pero si cerca, ¿Y si me dabas en el ojo? ¿O en la misma frente?

—Buen punto, pero ¿Qué haces aquí?

Él le observó y suspiró.

—Bueno, si te seguí —confesó—. Quería disculparme por lo de hoy. Es que verás, los guapos como yo, a veces solemos... ser un poco insoportables. No lo niego.

Ella hizo una mueca que luego se volvió un estruendo en risa.

—¿Sufres de bipolaridad? —interrogó—. Eres raro —su comentario lo puso tenso. Esteban desvió la mirada y eso la hizo avergonzarse—... Pero no en el mal sentido.

—¿Te desagrado? —se mostró atento a su respuesta.

—No —contestó, mirando sus ojos—. Pero tampoco te conozco y no me gustó tu actitud—se sinceró.

Todo rastro de seriedad se borró en el rostro de Esteban.

—Ya lo sabía —estalló arrogante—. Estás enamorada de este bizcocho —alardeó victorioso.

—¿Qué dices? —se pasmó—. ¡Solo te dije que...!

—Es broma —dejó de reír—. Me gusta ver tu cara de desconcierto. Me complace.

Isabela rodó los ojos y se giró decidida a irse.

—¡Espera! —gritó, cuando la vio partir—. Lo siento —pero ella no se detuvo——. Oye, aún sangro por tu causa. No puedes irte así.

Isabela se desató su cabello y con la cinta en mano, se acercó a él para limpiar su herida, causándole un par de quejidos a Esteban. Sus ojos estaban muy cerca, y uno de ellos tenía cierto brillo además del corazón un poquitín ahogado. Una vez que terminó, se alejó de él.

—Está pasable. Hazte ver y me haces llegar la factura de la cirugía de reconstrucción —dijo, sarcástica, dándole la cinta.

Este rodó los ojos.

—Debo irme. Adiós —avisó, girándose extrañada del acontecimiento.

No oyó una palabra de su parte, así que se apresuró a casa diciendo en su mente «Está loco. Corre, es ahora o nunca». Caminaba segura y temerosa a su vez. Pero no se había sentido tan incómoda en toda la conversación, sólo al principio en su aparición muy inesperada.

Por otra parte, Esteban permanecía quiero y confuso con todo lo que había pasado. No sabía que sentía en su interior, sólo sabía estaba allí, existiendo. Así que, sonrío de la nada, miró la cinta y se giró para volver a su camino en búsqueda de su hogar. La conversación cambió su perspectiva sobre molestarla. Ella era diferente. O eso creía.

...

El maravilloso atardecer que se había posado en el pueblo y el bosque, pronto se fue tornando más oscuro. Las sombras comenzaron a hacer acto de presencia y el cantar de los grillos le inundaron el oído. El frío comenzó a golpear su cuerpo, y su estómago hizo un ruido estruendoso, anunciando la falta de alimento. No había comido nada en todo el día.

Cuando finalmente divisó su hogar, se apresuró a él. Estando en la puerta principal, tocó un par de veces y al no ser recibida, tomó la perilla y la giró, agradeciendo que ni tuviera seguro. Entró y pronto se encontró con Liu.

—¡Liu! —chilló, abrazándolo.

El canino lamió su rostro.

—¡Ya llegué! ¿Abuela, tía Mai? —preguntó, esperando respuesta—. No están, Dónde habrán ido.

Pero dejó sus pensamientos de lado y sólo se concentró en ella y en lo que necesitaba: una buena comida. Se la preparó más alegre que antes, la degustó, subió a su habitación y se dio una larga ducha. Al salir peinó su cabello, recordando la cinta que le había dejado al muchacho y rio ante sus palabras sin sentido.

—Es raro y un completo bipolar.

Hola, querido/a lector/a. ¿Cómo estás? Espero te haya gustado este capítulo.

Melany V. Muñoz

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