Capítulo 6
Capítulo 6
Estupefacción
Narrador omnisciente
Esos ojos grises y su mirada de alguna manera encantadora derretían a las chicas que lo rodeaban con entusiasmo y admiración. Todas se removían en sus asientos para observar mejor el rostro del muchacho nuevo. Claro está, a ciertas excepciones, como la de Támara e Isabela.
—Disculpen la intromisión, ¿Saben quién será nuestra nueva maestra o maestro? —tenía mucha curiosidad.
Todas rieron.
—¡Ay, Isa! ¿A quién le importa?
—A mí sí —apoyó Tamara—. A no ser que quieran una igual o peor que Luther.
—No todas andamos suspirando por un chico —atacó Isabela.
La joven le miró mal e ignoró su comentario. Le parecía mejor apreciar al joven que perder su tiempo con ella en una discusión.
—No estés celosa —se mofó él, con una sonrisa—. Para ti también hay.
La pequeña Isabela quedó estupefacta ante lo dicho, alzó una ceja y abrió sus ojos grises de una manera indignante.
—No hay motivo, gracias —contestó, girándose ante la mirada de todos los presentes, en busca de un poco de aire.
Lucas se quedó sorprendido, no había conocido a alguien que dijera tal cosa. Por supuesto para él, dicho nuevo no era de tanta importancia, pero notando el estado de su amiga, pensó que lo mejor era evitarlo, así que se propuso seguirla. Isabela podía enojarse con la más mínima cosa y considerando que esto no era esto ni cercano a lo mínimo para ella, debía calmarla.
No obstante, Támara la conocía mejor y con una mirada le dijo que no se preocupara, que ella iría en su lugar, pues la conocía mejor. Mientras tanto, el muchacho había sido cautivado con su rudeza. «Es directa, eso me gusta» pensó aún rodeado de chicas bonitas.
Fuera del salón, la ira un poco exagerada de Isabela parecía ser una bomba que pronto estallaría. Se sentía de una y mil formas, y a la vez nada. Era extraño. No le gustó la actitud del joven, pero sabía que estaba yendo demasiado lejos con sus pensamientos y palabras, lanzadas como flechas de ballesta envenenada.
—¿Qué se cree? —exclamó, pisando con rudeza las plantas.
Esta, al notar lo que hacía se detuvo y prosiguió a pedirles perdón.
—Lo siento, lo siento... —murmuró.
—¿Isabela? —llamó su amiga, saliendo del salón—. Tranquila, es solo un loco con un tornillo menos.
—¡Es un...!
—Calma —intentó tomarle las manos.
—Es que es un... —ella le miró en sentencia, por lo que Isabela refunfuñó—. Espera que te agarre a cortejos. Yo seré la madrina.
—Para nada —suspiró—, yo tengo otro blanco.
—¿Qué? —la miró intrigada—, ¿Quién es? ¿lo conozco? —sabía que su insistencia y curiosidad era tanta que, si no se enteraba de lo sucedido, Támara sabía que no la dejaría en paz.
—No pienso decirte nada en ese estado.
—¡Dime, por favor! —exclamó, en tono de súplica.
—Está bien —se giró efusiva—. Verás ¿Te acuerdas de Álex? Es el muchacho que me ayudó a salir del incendio y que estuvo en tu casa cuando regresaste.
—No lo recuerdo, pero continúa.
—Es un trabajador de mi padre y como es aún joven, él le quería ayudar con sus estudios. Esta mañana me dijo que había aceptado su ayuda después de tanta insistencia.
—Oh, que bien... —dijo, rascando su nuca—, sigo sin recordarlo.
Ambas rieron.
—Pero ya debería estar aquí. Seré su tutora hasta que se ponga al nivel —miró a todas partes sin dar con su rastro—. Creo que es muy lindo, amable, sencillo y muy responsable —describió con gran dulzura.
—Sí, sí, y romántico, y apuesto, y ajá. Se nota que te encanta —se burló su amiga, admirando el panorama, hasta que no muy lejos notó una figura masculina y desconocida acercarse—. ¿Es ese? creo que todos estaban dentro.
Alex se aproximaba nervioso, sintiéndose de gelatina.
—¡Es él! —chilló emocionada—. ¿Cómo me veo? ¿tengo algo en la cara?
Isabela se echó a reír.
—Además de ojos, nariz y boca... no.
Támara rodó los ojos.
—Tranquila, respira. Todo estará bien —apoyó.
«¡Uf! este chico me derrite» pensó, sintiéndose muy acalorada.
Debido a los nervios, cuando él estuvo frente a ella, disimuló no haberle visto, hasta que le habló.
—Hola, Támara —saludó—. Y tú eres... Isa, ¿no? Hola.
La pequeña asintió en modo de saludo, mientras que su amiga se sentía al borde del colapso por la emoción.
—¡H-hola! —tartamudeó, provocando risitas a su acompañante—. Creí que no... no vendrías.
—Lo siento, tuve algo que hacer antes —parecía apenado—. Pero prometo que pondré de mi parte.
—Los espero adentro —mintió Isabela, sintiéndose ajena a la burbuja de amor.
Ambos asintieron. Mientras tanto, ella fue a caminar en los alrededores, pensando en todo y nada a su vez. Hacia figuras en la tierra con la punta de sus zapatos, aun sabiendo que si su abuela la viera, la regañaría por no saber cuidar sus cosas. Pero al segundo, ante tal pensamiento, dejó de hacerlo y optó por alzar la cabeza hacia el cielo.
El sol yacía iluminando con todo su esplendor. Sonrió recordando quien se encontraba allí arriba; o más bien, quienes. De pronto su vista al cielo le fue prohibida por algo que cubría sus ojos completamente. Se removió inquieta sabiendo que no era Támara, pues ella yacía muy contenta con su primer amor. E imaginándose lo peor, se zafó de ese agarre a una velocidad increíble, sintiendo temor y una sensación horrible y extraña en el pecho.
—Oye, tranquila, soy yo —avisó Lucas, desconcertado por su comportamiento.
—Discúlpame —respiró hondo—. Es que no me gusta que... lo siento.
—No, discúlpame tú a mí. No quería asustarte, solo... ¿Todo bien? —lo miró y asintió—. El nuevo te robó el aliento —se burló.
—¿Qué? —le gritó—, ¡Oye no! yo no lo conozco. Además, se ve que es un niño mimado y engreído.
—Solo era un chiste, no te alteres.
—Pues deja tus chistes malos y.... locos. Yo jamás podría fijarme en alguien como él —masculló molesta—. Vamos adentro, mejor —comenzó a caminar.
—Bien —habló él, siguiendo su paso.
Y sin más, ambos entraron al salón, sin notar que tras de ellos se había colado un joven que había escuchado toda esa conversación, pero que no le habían afectado en lo más mínimo las palabras de su nueva compañera de clases, sino que, más bien habían aumentado sus ganas de conocerla.
¡Hola, querido/a lector/a! ♥️
Melany V. Muñoz
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