Capítulo 15

Capítulo 15

¿Fin de los misterios?

Narrador omnisciente

No es que morir nos duela tanto. Es vivir lo que más nos duele. Pero el morir es algo diferente, un algo detrás de la puerta. La costumbre del pájaro de ir al Sur -antes que los hielos lleguen acepta una mejor latitud-. Nosotros somos los pájaros que se quedan.

Clarice Inspector

El día tan anhelado llegó, trayendo consigo ansias y tormentos. Los pensamientos malos se apoderaron de sus frágiles mentes y conmocionaron sus corazones. La incertidumbre los acorralaba y el que todo marche bien, fue el pedido de esta noche. El atardecer transcurrió y la prisa de muchos con él. El sudor bajó por cada frente martirizada que sintió sus piernas flaquear. El consuelo no pasó desapercibido y los abrazos de aquellos pilares les hicieron brotar lágrimas de alegría.

—Esta noche nada saldrá mal —susurró, viéndose al espejo.

Salió de la habitación, sintiendo un torbellino de emociones dentro de su pecho y estómago. Estaba asustada, lo sabía, pero también, guardaba en su interior un poquito de nostalgia por no tener a alguien importante en esta noche.

—¡Te vez hermosa, cariño! —comentó con alegría, Mai.

—Es verdad. Perdóname, pero no pareces tú —dijo su amiga.

—Ambas están hermosas —halagó Marisol, tomándolas de los hombros para acercarlas.

—Estoy nerviosa, tengo miedo —Isabela se separó de golpe—, ¿Y si me equivoco? ¿Y si piso los pies de Esteban por accidente? ¿Y si...?

—¡Isa! —llamó su amiga—. Todo estará bien, tranquila.

—Así es, además yo estaré allí. No debes temer.

La pequeña asintió repetidas veces aun inquieta.

—Es hora. Las esperamos abajo —avisó Mai, bajando las escaleras, seguida de su abuela.

—Verás que nada malo pasará —consoló Tamara—. Iré al baño. Espérame.

Isabela asintió sin decir una palabra. Se quedó sumida en los miles de escenarios que podrían suceder si llegara a equivocarse. Tenía miedo y él no estaba para apaciguarlo.

Olvidando la petición de hace un rato, fue bajando escalón por escalón, lenta y meticulosamente. Y mientras lo hacía, recordaba lo que había pasado la noche anterior. Recordó bajar las escaleras, observando todo a su alrededor: atrás, en su habitación; adelante, dónde quería verle esperándola; a un lado, donde... Se detuvo.

También memoró como sus ojos se centraron en la puerta que daba al final de las escaleras, el sótano. Cada segundo fue revivido ante su despecho, no pudo esperar más y entonces fue ahí cuando decidió entrar a la boca del lobo. Como pudo consiguió la ubicación del interruptor, y un destello le quitó la ceguera, permitiéndole divisar la maravilla envuelta en polvo que contenía la vieja y tenebrosa habitación. Recorrió cada rincón con mucha cautela, tratando de no llorar. Y fue ahí cuando notó un objeto que pudo reconocer muy parecido al suyo, encina de una cajonera.

—«¿Existe otra?» —se preguntó en aquel momento, tomando la caja de madera—, «Pero esta es más antigua.»

Isabela se apoyó en la escalera mientras volvió a memorar como buscó la llave para abrir la cajita, dando con ella dentro del primer cajón de la cómoda en la que reposaba el objeto. La tomó y prosiguió a abrirla. La fotografía de una familia conformada por tres personas, llamó su atención. Una lágrima resbaló por su mejilla. Su abuelo permanecía sentado, con una niña pequeña en su pierna derecha y una mujer parada en el lado izquierdo.

Dejó la cajita en el lugar encontrado y se dispuso a revisar un armario en la otra dirección. Quería ver todo lo que le pertenecía a su madre, y aunque le tomaría tiempo por las grandes cantidades de cajas y objetos viejos y pesados, prefería empezar de inmediato. En el guardarropa había vestidos, zapatos, brazaletes, collarines y otros accesorios que podía dar uso una mujer. Sin embargo, en medio de las ropas empolvadas, yacía una cosa que llamó -mucho más que antes- su atención.

Un sobre color crema.

—«Para la mujer de mis sueños» —pronunció la frase plasmada en la parte trasera.

No le bastó eso y se atrevió a ver su contenido. Al dar con una hoja de papel de cuaderno, llena de letras y corazones, otra lágrima traicionera se le escapó de las cuencas secas que tendría pronto, si no dejaba de vaciarlas.

Amor, no puedo soportar un día más con tu ausencia. ¡Por favor, huyamos! No me apartes de tu lado, no me prives de la dicha. Te estaré esperando en el acantilado, al atardecer, como cada día. Si vienes significa que has decidido luchar por nuestro amor, que has tomado el valor de enfrentar a tus padres y defender lo que sentimos. Si no llegas, entenderé que lo que te pido quizá es demasiado. Es una locura, lo sé. Pero, pase lo que pase, siempre serás la dueña de este pobre corazón que vive en agonía entre las faldas de tu indecisión.

—«Con amor, tú rayito de luz» —finalizó la carta.

—«Tu madre amaba mucho a aquel hombre» —su abuela la sorprendió en la habitación—. «Tu abuelo era muy estricto, y al enterarse de que ella había caído en las redes de un mequetrefe, según sus palabras, se volvió un ogro» —oyó relatar a su abuela tras ella—. «Era apenas una niña, pero había actuado como una mujer enamorada.»

—«¿Y qué pasó después?» —quiso conocer la historia completa.

—«Sin importarle nada, escapó con su amado, desatando la furia de su padre» —confesó—. «John tenía miedo de perderla, estaba dolido. Había depositado toda su confianza en ella. Se sintió traicionado y por ello, cuando los encontró, le prohibió volver a verlo.»

—«¿El abuelo odiaba a mi padre?» —preguntó, temiendo la respuesta.

—«Él se había llevado a su niña, tenía sus razones para no querer verlo. Gisselle no le dirigía la palabra y él tampoco flaqueaba. Pero una noche se enfrentó a su padre, y con valentía y temor a la vez, dijo todo lo que sentía.»

Isabela limpió sus lágrimas.

—«Creí que mis papás no tuvieron dificultades para estar juntos. Jamás me contaron esto.»

Abrazó a su abuela.

—«Ellos te amaron tanto como John» —besó su frente—, «y como yo.»

—«Yo también los amo.»

Marisol se separó, regalándole una sonrisa.

—«¿Puedo quedarme con la carta?»

—«Todo lo que ves aquí es tuyo» —contestó, refiriéndose a absolutamente todo.

—«Gracias, abuela» —le sonrió—. «Debería ir a la cama. Buenas noches.»

—«Mañana te espera un gran día» —dijo la canosa—. «Descansa, cariño.»

Volvió a su mundo al sentir el tacto de alguien más en su hombro. Dio un brinquillo en su sitio y pronto se calmó cuando vio aquel par de ojos marrones a su lado.

—¿Todo bien? —inquirió, Tamara, viendo la misma puerta que tenía a su amiga, sumida en el recuerdo.

—Todo bien —respondió, dándole una sonrisa—. Vamos, aún nos esperan. 

Hola, querido/a. 

Se acerca el final.

Melany V. Muñoz

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