Capítulo 14

Capítulo 14

Tercer ensayo

Narrador omnisciente

—Eso es —murmuró Gisselle—, ¡Alto! —exclamó al notar cierta descoordinación en Mía y Esteban.

—Lo siento —se disculparon ambos al unísono.

—Una última práctica y terminamos por hoy.

Todos asintieron.

Las parejas de baile, algo agotadas, volvieron a iniciar la presentación. Como era evidente, Isabela y Esteban disfrutaban cada paso, cada giro, cada baile. Ambos eran el centro de atención. Los que no se quedaban atrás eran Támara y Alex. Pero los que no parecían pasarla bien era la pareja de mirones: Lucas y Mía.

—Es momento del cambio de parejas —anunció, Gisella, expectante a cualquier error.

Las parejas volvieron a rotarse, y los deseos de volver al muchacho anterior se hicieron presentes en los pensamientos de las chicas.

—Siguiente paso —volvió a hablar.

Todas lo lograron.

La música, la melodía armónica, destilaba romance en cada grupo de baile. De los más grandes a los más pequeños. De los seres mortales a sus estrellas inalcanzables.

—Ahora el paso de hoy.

Aquel nuevo paso de baile consistía en hacer una ronda de chicas y una de chicos: ellas debían tomarse de las manos y quedar en el centro mientras que los chicos permanecían quietos en sus puestos, para luego ser rodeados por ellas, y al levantarse comenzar a darles vueltas hasta quedar frente a frente. Ellos se arrodillan y tienden a dar una rosa y así dar por concluido el baile. Una pieza breve pero enternecedora.

—¡Perfecto! —exclamó satisfecha, aplaudiendo a sus alumnos —. La presentación será un éxito —sonrió—, pueden retirarse.

Todos se fueron nerviosos y entusiasmados, y aun así confiando en que todo saldría como lo habían planeado. Támara al igual que Isabela, tomó sus cosas para juntas ir a casa y en el camino tener una plática pendiente desde hace mucho tiempo. Y casi en la entrada del bosque, se detuvieron por un llamado agitado de su viejo amigo.

—¡Chicas!

Ambas se giraron.

—¿Lucas? ¿por qué corres? —inquirió Támara.

—¿Qué tienes? —se preocupó Isabela.

—¿Podemos... hablar? —le preguntó con voz agitada.

—Ahora no puedo —informó—, pero mañana luego de la presentación podría. ¿Qué dices?

—De acuerdo —tomó aire y asintió—. Adiós —hizo la mano a ambas.

Una vez solas y sin ninguna presencia ajena a la de ambas, siguieron su camino a casa con cierta intriga del tema que querría hablar Lucas, pero ninguna hizo un comentario hasta que ya se encontraron a mitad de camino.

—Ha estado algo raro y diferente —dijo Tamara—. No puedo creer que le guste Mía.

—¿Le gusta Mía? —se sorprendió, deteniendo el paso.

—No lo admite, pero presiento que sí... No preguntes más, es una larga historia —ambas rieron—. Deberíamos apresurarnos. ¡Estoy tan emocionada! —chilló, dejándola atrás.

Isabela sonrió.

Mientras siguieron caminando fueron tocando distintos temas, tanto de ellas en el ámbito personal como también el de sus parejas de baile, los vestidos, zapatos, lazos... absolutamente todo. Y al final compartieron sus deseos y aspiraciones.

Habían construido tantos años de amistad, tantas risas, tantos llantos, tantos sueños y peleas. Eran una amistad inseparable e inquebrantable. Indestructible en todo el sentido de la palabra. Confiaban la una a la otra ciegamente. Sabían sus miedos, sus fortalezas. Se conocían tal y como la palma de su mano. Pero también sabían cómo podrían destruir a la otra con acciones simples, con pocas palabras. Su amistad estaba llena de amor.

—Tamara —llamó Isabela—, ¿Alex, te gusta demasiado?

Necesitaba proteger el corazón de su amiga.

—Como no tienes idea —suspiró recordándole—, pero no sé qué siente él. En ocasiones me evade, y en otras me hace sentir importante. No logro entenderlo —bajó la cabeza.

—Sería un tonto si no te amara —consoló.

La morena se echó a reír.

—¿Esteban es así de importante para ti? —aquella pregunta la mantuvo sumida en sus pensamientos. Ella quería a su amigo, pero no sabía que pensar con respecto a eso. Últimamente había estado más atento, cariñoso, comprensivo, detallista, y sus miradas se encuentran con mucha frecuencia. En sus bellos orbes grises ve un pequeño brillo que sólo está cuando hablan solos.

«¿Sería posible?» se preguntó.

—¿Ese es Esteban con una chica? —gritó Tamara, trayendo de vuelta al mundo real a su amiga.

—¿Qué? ¿¡Dónde está el mentiroso!? —exclamó buscándolo por todas partes.

—Creí que nunca regresarías a tierra.

La pequeña rodó los ojos.

—Fue mucha conversación por hoy, anda, vámonos —se apresuró a casa.

—¡Si te gusta! ¡Lo sabía! —el triunfo de Támara le sacó un par de sonrisas.

Támara molestó durante el poco camino que faltaba a Isabela, y ella ignorando sus conspiraciones, decidió encerrarse en su habitación, para poner sus pensamientos en orden y asimilar que su amiga había perdido la razón y que necesitaba un manicomio.

...

Por otro lado, un muchacho muy frustrado y abrumado, observaba el entorno que lo rodeada. La belleza de la naturaleza, su cántico y el viento fresco. Meditaba sus acciones, comportamiento, pensamientos y palabras. Se sentía extraño, no sabía lo que le ocurría.

No tenía respuestas a sus preguntas.

—¿Qué es lo que me pasa? —se preguntó muy desesperado.

A su cabeza vino el rostro de su amiga: su sonrisa, sus ojos, su cabello, su voz. Al rato negó cualquier teoría descabellada, sacudiendo su cabeza de un lado a otro. Por un momento dejó de admirar el hermoso panorama que le ofrecía la naturaleza, comenzando a recordar su plática con el muchacho que estaba entrando de apoco en el corazón de su ingenua amiga. Cada palabra de él, era una advertencia.

—«¿Para qué me citaste aquí? Tengo cosas mucho más importantes que hacer en este momento» —recordó que dijo Esteban.

—«¿Qué es lo qué quieres con Isa?» —le preguntó.

Esteban sonrío.

—«Nada que te interese» —contestó y pronto se giró para retirarse.

—«Me interesa todo lo que tenga que ver con ella, porque... porque yo la quiero.»

Esteban se volteó para a mirarle a la cara.

—«Isabela lo es todo para mí»

—«No. Quiero que te alejes de ella» —sentenció en tono fuerte.

—«No me interesa lo que quieras. No lo haré porque yo la amo» «Jamás me separaré de ella a menos que me lo pida.» —aquellas palabras tensaron a Lucas.

Desde ahí supo que esa fue la gota que derramó el vaso.

—«No la conoces, en cambio yo sí» —encaró—. «Estuviste fuera un par de años ¿Verdad?» —Lucas asintió—, «¿Qué has hecho por ella desde que llegaste? Dices que la quieres, pero no se lo demuestras» —Lucas frunció las cejas y apretó los puños.

—«¡Tú no sabes nada!»

—«No necesito conocerla de muchos años para saber sobre las cosas importantes que guarda en su mente, sus deseos y miedos. ¿Acaso sabes de ello?»

—«¿Y tú sí?» —habló con ironía y totalmente herido porque lo que había dicho el intruso era verdad.

—«Quizá tampoco, pero haré hasta lo imposible por verla feliz, por ser su soporte. Su carpeta de cosas por hacer algún día» —se volvió a girar—. «Será mejor que te alejes, solo le harás daño.»

Lucas prefirió callar. Necesitaba pensar. Cuando vio a su rival partir, sintió hervir su sangre del enojo que habían provocado sus palabras. Duras pero ciertas palabras.

Saliendo de aquel recuerdo que más bien fue una discusión, siguió recordando cada cosa que hizo con sus amigas; en especial con Isabela. El tiempo que pasaban juntos al ser unos niños, los abrazos que ella le daba y las risas sonoras tras las batallas que tenían. El pensamiento tormentoso y loco de si tan solo él se hubiera enamorado de ella antes, tal vez y le hubiera correspondido. Pero ahora era todo diferente. La sentía cambiada y a su forma de ser también.

Hola, querido/a lector/a.


Melany V. Muñoz

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